Por Juan Carlos Gómez
Yo fui amigo de dos grandes escritores del siglo XX, de Gombrowicz y del Pterodáctilo, ambos con un sentido del humor que no podían ejercer abiertamente cuando estaban próximos.
Sin embargo, el hombre de letras argentino es una persona seria, aparte de escribir enseñaba filosofía con un método que le explicaba a Gombrowicz para que lo utilizara en un curso sobre Heidegger que estaba preparando. Había que arrancar a los alumnos de la realidad a la que estaban acostumbrados y hacer que lo vean todo de nuevo, la angustia los obligará a buscar soluciones nuevas y entonces se dirigirán al maestro, pero hay que destruir todo, hay que crear un estado de peligro. El saber, sea el que fuere, desde la matemática pura hasta las sugestiones más oscuras del arte, no está hecho para tranquilizar el alma, sino para ponerla en estado de vibración y tensión.
No es tan fácil distinguir, no obstante, cuándo habla en broma de cuándo habla en serio este hombre de letras tan connotado. Una tarde le estaba relatando una macana que había hecho Kalicki: —¿Y quién hizo la macana?; —Kalicki la hizo, es un polaco que te tradujo a vos y al Asiriobabilónico Metafísico al idioma de Gombrowicz; —¿Y dónde vive?; —Vive en Polonia, claro, ¿dónde va a vivir?; —¿Y qué hizo?; —Se olvidó de traducir todo lo que le dije a Peicovich sobre tu relación con Gombrowicz; —¿Sabés?, seguramente lo hizo por algún resentimiento; —¡Pero qué resentimiento ni qué pelotas, lo hizo porque es un boludo!; —¿Quién es un boludo?; —Kalicki es un boludo; —Ah, ¿y quién es Kalicki?
Aunque pueda parecer una perogrullada hay que decir que el arte de escribir, entre muchas otras cosas, también tiene que ver con las palabras.
“¿Qué pensar de la categoría intelectual y demás cualidades de una persona que aún no se ha enterado de que las palabras cambian en función de su uso, de que incluso la palabra 'rosa' puede perder su perfume cuando aparece en labios de una pedante pretenciosa y en cambio la palabra ‘m...’ puede resultar correctísima cuando su uso está sometido a una disciplina consciente de sus objetivos?”
Esta forma de ver las cosas se volvió muy importante cuando la editorial “Sudamericana” se propuso editar “Ferdydurke” por segunda vez en la Argentina, cosa que ocurrió en 1964.
En un tiempo en que Gombrowicz estaba débil y desmoralizado después del año penoso que había pasado en Berlín, yo tomé contacto con el Pterodáctilo por expreso pedido de Gombrowicz, para discutir la reedición de Ferdydurke.
El Pterodáctilo consideraba que había que rehacer la traducción desde el principio para la reedición del libro, y yo que no había que rehacerla. Sus argumentos eran los clásicos, la gramática y la sintaxis del libro ofrecían algunos flancos débiles a un espíritu purista. Si bien es cierto que la literatura de Sabato es espiritual, ésta es la razón por la que Gombrowicz reconocía su valor, no era ningún revolucionario en asuntos que tuvieran que ver con el idioma.
Después de algunas idas y vueltas yo lo convencí a Gombrowicz de que, salvo en algún detalle, la versión original no debía tocarse. Gombrowicz entonces le pidió al Pterodáctilo que mantuviera la traducción original que él había hecho con sus propias manos, asistido por un comité que se volvió legendario. Esta discrepancia de opiniones le produjo un cierto disgusto al Pterodáctilo que empezó a considerarme una persona poco confiable.
Sin embargo se salió con la suya, quería dejar su impronta en la reedición de “Ferdydurke” y, a pesar de mi oposición, le metió mano a la traducción legendaria que se había realizado en el café Rex aprovechándose de que Gombrowicz estaba lejos y no podía controlarlo.
Aunque el Pterodáctilo era su jefe de propaganda y una persona mucho más importante que yo condición que el tiempo, lamentablemente para mí, no ha podido modificar, Gombrowicz me tenía más confianza y esta preferencia se puso a prueba otra vez cuando el Pterodáctilo escribió el prólogo de “Ferdydurke”. Si bien Gombrowicz me escribe una y otra vez que el prólogo era una joya se pone de parte de la crítica que yo hice sobre ese texto como lo prueba muy bien una carta que me escribió el Príncipe Bastardo, el primer gombrowiczida que había aparecido en el mundo.
En este prólogo se ocupa más de sí mismo que de “Ferdydurke” porque el Pterodáctilo es muy ególatra, ¿qué es escritor no lo es?, pero en esta ocasión no elaboró artísticamente esa egolatría y el resultado no fue bueno.
Por aquel entonces el Príncipe Bastardo me informaba que Gombrowicz le hablaba de las cosas muy justas que yo había escrito sobre el prólogo pero, claro, Gombrowicz a mí no me lo podía decir.
“No vaya Goma complicar mis fraternales relaciones con este amigo que admiro […] Me encanta el prefacio de Arnesto aunque, diría, no me veo tan dionisíaco. No sea, Goma, pavo y no haga líos en estos momentos supremos. El prefacio me resulta una joya. Es atractivo […] No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo”.
En el año 1997 el Embajador de Polonia, es decir, el Camaleón llegó a considerarme una persona muy importante, le había puesto en la embajada a Miguel Najdorf, un encuentro que luego derivó en una cena en el Hereford de Puerto Madero y un almuerzo en la Embajada de Polonia en Palermo Chico. Estaba chochísimo conmigo y como se le había despertado el apetito quiso que le trajera también al Pterodáctilo. Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el Camaleón decidió, una vez que el Pterodáctilo aceptó la invitación, tirar la casa por la ventana y organizar un almuerzo en la embajada con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne hombre de letras muy admirado en Polonia.
Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dicho y hecho, dos días antes del almuerzo me avisó que estaba orinando sangre y que no sabía si podría ir. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. Las reuniones en las embajadas no gozaban de la simpatía del Pterodáctilo como tampoco gozaban de la simpatía de Gombrowicz.
“También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de estas visitas una lección para toda la vida: que hay que huir de las ostras de las recepciones en dichas embajadas, así como del tedio”.
Cuando llegó el Pterodáctilo a la Embajada de Polonia la gente se arremolinó, don Ernesto me pidió que le tuviera un momento un ejemplar de “Sobre héroes y tumbas” que le había dado el Embajador de Suecia para que lo firmara, que no quería aparecer en las fotos, como aparecía siempre, con libros y lapiceras. Esta posesión inocente me puso en peligro, el Embajador de Suecia que tenía el tamaño de un oso, me arrancó el libro de un zarpazo diciéndome a los gritos que ese libro era de él. Yo me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de don Ernesto habían leído, me respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me respondieron que a comer y a verlo a Sabato desde lejos en la Embajada de Polonia.
Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa después de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a la mesa del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del embajador de Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.
El oso sueco era un gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos, siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el tiempo que traducía “Cien años de soledad” le dijo a García Márquez que su libro no le presentaba mayores dificultades. El autor latinoamericano se ofendió y le respondió en una larga nota que circuló por toda España en la que se refería a las múltiples complejidades y tramas de esa obra que el traductor ni siquiera sospechaba.
Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la traducción de “Sobre héroes y tumbas”.
Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, de otras que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad sobre estos problemas.
Al referirse al Asiriobabilónico Metafísico manifestó que le habían negado el Nobel no por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus primeros poemas, pero el resto no le interesaba.
Cuando Alicia Noworyta empezó a hablar de un libro sobre comidas que estaba escribiendo y le pidió al Pterodáctilo que le hablara de alguna receta que supiera preparar, Don Arnesto le respondió con una sonrisa diplomática al tiempo que se preparaba para huir pidiéndome que lo acompañara con la mayor premura a su casa de Santos Lugares.
De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa del Pterodáctilo, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.
No creo que haya habido presentación más rimbombante de libros que la que le hicieron a “Cartas a un amigo argentino” en el Centro Cultural de España. Lo presentaron el Pterodáctilo, que además había escrito el prólogo, y el Buey Corneta en un ICI al que asistió tout Buenos Aires.
Resultó ser un acontecimiento tan importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que me invitó a un encuentro en la Casa de América de España. Lamentablemente para mí el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo invitaba al Pterodáctilo.
Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo no pudo soportar y mi viaje a España se vino abajo en caída libre.
“¿La relación de Gombrowicz con la filosofía? Justamente, a él le interesaba muchísimo, y era un autodidacta. Dio aquí algunos cursos de filosofía para ganarse la vida y quizás también —como decía él— ‘como un método para aprender algo’. Me acuerdo que dialogábamos mucho sobre cómo debía desarrollarse una clase ante personas, bueno, en fin, lo que aquí llamamos ‘señoras gordas’. De esas señoras nos reíamos mucho con Witold aunque es cierto —no seamos injustos— que lo ayudaron mucho, lo llevaban a sus estancias donde él iba a hacer el show del falso conde polaco. Gombrowicz no era conde sino simplemente hijo de una familia aristocrática polaca, pero le encantaba inventar estas farsas sobre sus títulos. En general, tenía una especie de fascinación por los títulos nobiliarios. Un día recuerdo que me dijo: —Ernesto, mirá, a lo mejor me presentan una mujer y no me significa nada, pero si me la presentan diciendo: ‘la principesa tal’ me corre algo frío por la piel, qué vamos a hacer, así soy”.
El Pterodáctilo es un personaje que divide a los argentinos de una manera tajante: están los que lo admiran demasiado y están los que lo odian en exceso. Yo creo, sin embargo, que en el futuro no se podrá negar que fue, junto al Asiriobabilónico Metafísico, el más grande escritor argentino del siglo pasado.
“En Sabato hay como una fusión de antinomias. Está a la vez penetrado del saber filosófico y psicológico de nuestro tiempo y dotado de una gran frescura; accede a la universalidad mientras permanece siendo la imagen misma de su país; es complejo y accesible”.
Sin embargo, el hombre de letras argentino es una persona seria, aparte de escribir enseñaba filosofía con un método que le explicaba a Gombrowicz para que lo utilizara en un curso sobre Heidegger que estaba preparando. Había que arrancar a los alumnos de la realidad a la que estaban acostumbrados y hacer que lo vean todo de nuevo, la angustia los obligará a buscar soluciones nuevas y entonces se dirigirán al maestro, pero hay que destruir todo, hay que crear un estado de peligro. El saber, sea el que fuere, desde la matemática pura hasta las sugestiones más oscuras del arte, no está hecho para tranquilizar el alma, sino para ponerla en estado de vibración y tensión.
No es tan fácil distinguir, no obstante, cuándo habla en broma de cuándo habla en serio este hombre de letras tan connotado. Una tarde le estaba relatando una macana que había hecho Kalicki: —¿Y quién hizo la macana?; —Kalicki la hizo, es un polaco que te tradujo a vos y al Asiriobabilónico Metafísico al idioma de Gombrowicz; —¿Y dónde vive?; —Vive en Polonia, claro, ¿dónde va a vivir?; —¿Y qué hizo?; —Se olvidó de traducir todo lo que le dije a Peicovich sobre tu relación con Gombrowicz; —¿Sabés?, seguramente lo hizo por algún resentimiento; —¡Pero qué resentimiento ni qué pelotas, lo hizo porque es un boludo!; —¿Quién es un boludo?; —Kalicki es un boludo; —Ah, ¿y quién es Kalicki?
Aunque pueda parecer una perogrullada hay que decir que el arte de escribir, entre muchas otras cosas, también tiene que ver con las palabras.
“¿Qué pensar de la categoría intelectual y demás cualidades de una persona que aún no se ha enterado de que las palabras cambian en función de su uso, de que incluso la palabra 'rosa' puede perder su perfume cuando aparece en labios de una pedante pretenciosa y en cambio la palabra ‘m...’ puede resultar correctísima cuando su uso está sometido a una disciplina consciente de sus objetivos?”
Esta forma de ver las cosas se volvió muy importante cuando la editorial “Sudamericana” se propuso editar “Ferdydurke” por segunda vez en la Argentina, cosa que ocurrió en 1964.
En un tiempo en que Gombrowicz estaba débil y desmoralizado después del año penoso que había pasado en Berlín, yo tomé contacto con el Pterodáctilo por expreso pedido de Gombrowicz, para discutir la reedición de Ferdydurke.
El Pterodáctilo consideraba que había que rehacer la traducción desde el principio para la reedición del libro, y yo que no había que rehacerla. Sus argumentos eran los clásicos, la gramática y la sintaxis del libro ofrecían algunos flancos débiles a un espíritu purista. Si bien es cierto que la literatura de Sabato es espiritual, ésta es la razón por la que Gombrowicz reconocía su valor, no era ningún revolucionario en asuntos que tuvieran que ver con el idioma.
Después de algunas idas y vueltas yo lo convencí a Gombrowicz de que, salvo en algún detalle, la versión original no debía tocarse. Gombrowicz entonces le pidió al Pterodáctilo que mantuviera la traducción original que él había hecho con sus propias manos, asistido por un comité que se volvió legendario. Esta discrepancia de opiniones le produjo un cierto disgusto al Pterodáctilo que empezó a considerarme una persona poco confiable.
Sin embargo se salió con la suya, quería dejar su impronta en la reedición de “Ferdydurke” y, a pesar de mi oposición, le metió mano a la traducción legendaria que se había realizado en el café Rex aprovechándose de que Gombrowicz estaba lejos y no podía controlarlo.
Aunque el Pterodáctilo era su jefe de propaganda y una persona mucho más importante que yo condición que el tiempo, lamentablemente para mí, no ha podido modificar, Gombrowicz me tenía más confianza y esta preferencia se puso a prueba otra vez cuando el Pterodáctilo escribió el prólogo de “Ferdydurke”. Si bien Gombrowicz me escribe una y otra vez que el prólogo era una joya se pone de parte de la crítica que yo hice sobre ese texto como lo prueba muy bien una carta que me escribió el Príncipe Bastardo, el primer gombrowiczida que había aparecido en el mundo.
En este prólogo se ocupa más de sí mismo que de “Ferdydurke” porque el Pterodáctilo es muy ególatra, ¿qué es escritor no lo es?, pero en esta ocasión no elaboró artísticamente esa egolatría y el resultado no fue bueno.
Por aquel entonces el Príncipe Bastardo me informaba que Gombrowicz le hablaba de las cosas muy justas que yo había escrito sobre el prólogo pero, claro, Gombrowicz a mí no me lo podía decir.
“No vaya Goma complicar mis fraternales relaciones con este amigo que admiro […] Me encanta el prefacio de Arnesto aunque, diría, no me veo tan dionisíaco. No sea, Goma, pavo y no haga líos en estos momentos supremos. El prefacio me resulta una joya. Es atractivo […] No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo”.
En el año 1997 el Embajador de Polonia, es decir, el Camaleón llegó a considerarme una persona muy importante, le había puesto en la embajada a Miguel Najdorf, un encuentro que luego derivó en una cena en el Hereford de Puerto Madero y un almuerzo en la Embajada de Polonia en Palermo Chico. Estaba chochísimo conmigo y como se le había despertado el apetito quiso que le trajera también al Pterodáctilo. Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el Camaleón decidió, una vez que el Pterodáctilo aceptó la invitación, tirar la casa por la ventana y organizar un almuerzo en la embajada con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne hombre de letras muy admirado en Polonia.
Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dicho y hecho, dos días antes del almuerzo me avisó que estaba orinando sangre y que no sabía si podría ir. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. Las reuniones en las embajadas no gozaban de la simpatía del Pterodáctilo como tampoco gozaban de la simpatía de Gombrowicz.
“También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de estas visitas una lección para toda la vida: que hay que huir de las ostras de las recepciones en dichas embajadas, así como del tedio”.
Cuando llegó el Pterodáctilo a la Embajada de Polonia la gente se arremolinó, don Ernesto me pidió que le tuviera un momento un ejemplar de “Sobre héroes y tumbas” que le había dado el Embajador de Suecia para que lo firmara, que no quería aparecer en las fotos, como aparecía siempre, con libros y lapiceras. Esta posesión inocente me puso en peligro, el Embajador de Suecia que tenía el tamaño de un oso, me arrancó el libro de un zarpazo diciéndome a los gritos que ese libro era de él. Yo me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de don Ernesto habían leído, me respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me respondieron que a comer y a verlo a Sabato desde lejos en la Embajada de Polonia.
Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa después de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a la mesa del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del embajador de Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.
El oso sueco era un gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos, siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el tiempo que traducía “Cien años de soledad” le dijo a García Márquez que su libro no le presentaba mayores dificultades. El autor latinoamericano se ofendió y le respondió en una larga nota que circuló por toda España en la que se refería a las múltiples complejidades y tramas de esa obra que el traductor ni siquiera sospechaba.
Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la traducción de “Sobre héroes y tumbas”.
Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, de otras que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad sobre estos problemas.
Al referirse al Asiriobabilónico Metafísico manifestó que le habían negado el Nobel no por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus primeros poemas, pero el resto no le interesaba.
Cuando Alicia Noworyta empezó a hablar de un libro sobre comidas que estaba escribiendo y le pidió al Pterodáctilo que le hablara de alguna receta que supiera preparar, Don Arnesto le respondió con una sonrisa diplomática al tiempo que se preparaba para huir pidiéndome que lo acompañara con la mayor premura a su casa de Santos Lugares.
De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa del Pterodáctilo, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.
No creo que haya habido presentación más rimbombante de libros que la que le hicieron a “Cartas a un amigo argentino” en el Centro Cultural de España. Lo presentaron el Pterodáctilo, que además había escrito el prólogo, y el Buey Corneta en un ICI al que asistió tout Buenos Aires.
Resultó ser un acontecimiento tan importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que me invitó a un encuentro en la Casa de América de España. Lamentablemente para mí el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo invitaba al Pterodáctilo.
Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo no pudo soportar y mi viaje a España se vino abajo en caída libre.
“¿La relación de Gombrowicz con la filosofía? Justamente, a él le interesaba muchísimo, y era un autodidacta. Dio aquí algunos cursos de filosofía para ganarse la vida y quizás también —como decía él— ‘como un método para aprender algo’. Me acuerdo que dialogábamos mucho sobre cómo debía desarrollarse una clase ante personas, bueno, en fin, lo que aquí llamamos ‘señoras gordas’. De esas señoras nos reíamos mucho con Witold aunque es cierto —no seamos injustos— que lo ayudaron mucho, lo llevaban a sus estancias donde él iba a hacer el show del falso conde polaco. Gombrowicz no era conde sino simplemente hijo de una familia aristocrática polaca, pero le encantaba inventar estas farsas sobre sus títulos. En general, tenía una especie de fascinación por los títulos nobiliarios. Un día recuerdo que me dijo: —Ernesto, mirá, a lo mejor me presentan una mujer y no me significa nada, pero si me la presentan diciendo: ‘la principesa tal’ me corre algo frío por la piel, qué vamos a hacer, así soy”.
El Pterodáctilo es un personaje que divide a los argentinos de una manera tajante: están los que lo admiran demasiado y están los que lo odian en exceso. Yo creo, sin embargo, que en el futuro no se podrá negar que fue, junto al Asiriobabilónico Metafísico, el más grande escritor argentino del siglo pasado.
“En Sabato hay como una fusión de antinomias. Está a la vez penetrado del saber filosófico y psicológico de nuestro tiempo y dotado de una gran frescura; accede a la universalidad mientras permanece siendo la imagen misma de su país; es complejo y accesible”.
El Pterodáctilo aparece en una foto con su perro Roque, un nombre que también es del dueño, pero como no quiere usarlo porque no le gusta se lo puso al perro. Y en otra foto aparece con el Asiriobabilónico Metafísico al que le resultaba curioso su caso, pues a pesar de haber escrito poco, ese poco era tan vulgar que abrumaba como si fuera una obra copiosa.
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