Por Alfredo Herrera Flores.
Probablemente Luzgardo Medina ha sido el primer poeta, así reconocido, de lo que se ha quedado en llamar la generación del ochenta en Arequipa. Mientras los jóvenes de entonces daban rienda suelta a su vocación dando recitales e imprimiendo revistas a mimeógrafo en los pasillos de las dos universidades de aquellos días, escapando de sus clases de derecho o ingeniería y recalando en los cafés de la Plaza de Armas o en las bancas de la Plaza San Francisco, Luzgardo recitaba versos de Shakespeare o declamaba el Hermano Lobo y el Canto Coral a Túpac Amaru en cuanta actividad cultural había y antes de la proyección de películas en el teatro Fénix. Las gentes lo reconocían en la calle y hasta lo señalaban, “es el poeta Luzgardo Medina”, decían y lo querían.
No era novedad, entonces, que medio Arequipa lo reconociera como amigo, más aún en esos días en que era posible encontrarse con los amigos en la calle, y él transmitiera su entusiasmo a quienes consideraba tenían el talento artístico a flor de piel. Luzgardo Medina se adelantaría también a sus compañeros de generación al publicar en 1981 y 1983 sus primeros libros, “La boda del dios harapiento” y “Cuervos en Sodoma y Gomorra”, inaugurando así una nueva etapa en el proceso de la literatura arequipeña y que seguirían inmediatamente después Oswaldo Chanove y José Gabriel Valdivia, que publican sus primeros libros en los cada vez más lejanos 1983 y 1984, respectivamente.
Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes de la Ciudad Blanca. Las filas poéticas se engrosaron notablemente en número y calidad, varios premios nacionales fueron celebrados en sus plazas y calles, y aquellos jovenzuelos que desafiaron el orden y la recatada tranquilidad de sus portales con escandalosos recitales hoy publican nuevos libros esta vez cargados de madurez, ciencia y sapiencia.
Así, Luzgardo Medina aparece con un nuevo libro bajo el brazo, “Bajas pasiones para un otoño azul” (Ediciones Copé, 2008), esta vez encubierto tras los ardores, entusiasmos e ímpetus de una amante que, en la intimidad de sus soledades, le canta a su hombre.
Para acceder mejor a la lectura de los casi mil versos del libro, es necesario detenerse en uno de los epígrafes, en el que Álvaro Mutis dice: “Las mujeres no mienten jamás. De los más secretos pliegues de su cuerpo mana siempre la verdad”. Luzgardo le da voz a las amantes, casi siempre secretas, que terminan por desnudar la exactitud de sus pasiones, cuando se ha superado la desaforada temporada de la primavera. En palabras y versos sencillos, como podría hacerlo la mujer que debe despedir a su amante pasada la medianoche, el libro destila amor, frustración y dudas: “dame una oportunidad para enseñarte/ a construir otro infinito menos misterioso”.
A lo largo de sus años de aprendizaje, Medina ha demostrado capacidad para asimilar las diferentes técnicas y modelos poéticos de la poesía moderna, ha ido desde la poesía intimista hasta la social, del surrealismo al simbolismo, ha ensayado asumir “voces” y “espíritus”, magia y verdad, pero en todo su discurrir poético no ha abandonado su autenticidad, su franqueza y su ingenuidad: “El amor de un amante se goza sin pensarlo dos veces/ sea en la calle de un solo balcón o bajo un limonero/ sea en la playa donde se aparea la parda gaviota/ sea en los parques restaurados por la fantasía/ porque ese amor luego huye huyendo como la música”.
No era novedad, entonces, que medio Arequipa lo reconociera como amigo, más aún en esos días en que era posible encontrarse con los amigos en la calle, y él transmitiera su entusiasmo a quienes consideraba tenían el talento artístico a flor de piel. Luzgardo Medina se adelantaría también a sus compañeros de generación al publicar en 1981 y 1983 sus primeros libros, “La boda del dios harapiento” y “Cuervos en Sodoma y Gomorra”, inaugurando así una nueva etapa en el proceso de la literatura arequipeña y que seguirían inmediatamente después Oswaldo Chanove y José Gabriel Valdivia, que publican sus primeros libros en los cada vez más lejanos 1983 y 1984, respectivamente.
Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes de la Ciudad Blanca. Las filas poéticas se engrosaron notablemente en número y calidad, varios premios nacionales fueron celebrados en sus plazas y calles, y aquellos jovenzuelos que desafiaron el orden y la recatada tranquilidad de sus portales con escandalosos recitales hoy publican nuevos libros esta vez cargados de madurez, ciencia y sapiencia.
Así, Luzgardo Medina aparece con un nuevo libro bajo el brazo, “Bajas pasiones para un otoño azul” (Ediciones Copé, 2008), esta vez encubierto tras los ardores, entusiasmos e ímpetus de una amante que, en la intimidad de sus soledades, le canta a su hombre.
Para acceder mejor a la lectura de los casi mil versos del libro, es necesario detenerse en uno de los epígrafes, en el que Álvaro Mutis dice: “Las mujeres no mienten jamás. De los más secretos pliegues de su cuerpo mana siempre la verdad”. Luzgardo le da voz a las amantes, casi siempre secretas, que terminan por desnudar la exactitud de sus pasiones, cuando se ha superado la desaforada temporada de la primavera. En palabras y versos sencillos, como podría hacerlo la mujer que debe despedir a su amante pasada la medianoche, el libro destila amor, frustración y dudas: “dame una oportunidad para enseñarte/ a construir otro infinito menos misterioso”.
A lo largo de sus años de aprendizaje, Medina ha demostrado capacidad para asimilar las diferentes técnicas y modelos poéticos de la poesía moderna, ha ido desde la poesía intimista hasta la social, del surrealismo al simbolismo, ha ensayado asumir “voces” y “espíritus”, magia y verdad, pero en todo su discurrir poético no ha abandonado su autenticidad, su franqueza y su ingenuidad: “El amor de un amante se goza sin pensarlo dos veces/ sea en la calle de un solo balcón o bajo un limonero/ sea en la playa donde se aparea la parda gaviota/ sea en los parques restaurados por la fantasía/ porque ese amor luego huye huyendo como la música”.
Algunos pasajes del libro hacen recordar la película “Los puentes de Madisson”, donde un amor otoñal y clandestino marca la vida secreta de sus protagonistas con mayor fuerza que el amor formal, pero no es la infidelidad el tema de la historia, sino el amor. La voz de la amante es, en el caso de la obra de Luzgardo Medina, el medio para hacer de la propia poesía la eterna protagonista del sortilegio de la palabra, palabra envuelta con el misterioso e inexplicable manto del amor.
*Este artículo ha sido publicado en algunos medios escritos, en la columna El barco ebrio, y posteriormente en La silla prestada.
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