4.2.09

MULTICULTURALIDAD E IDENTIDAD: ACTUALIDAD Y PORVENIR DEL DISCURSO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


Por: Darwin Bedoya

Parte I

«Su literatura es toda ella una postración y comprobación
de que es posible la fusión de las culturas. Pero esas operaciones
no se sitúan sólo al nivel de los asuntos… ni sólo al nivel
de los programas explicativos, sino que funcionan en la literatura misma,
en la escritura, en el texto.»

Ángel Rama: Señores e indios, p. 15.

Introducción:

La cultura literaria es una de las riquezas más significativas que la humanidad entera puede tener. En Puno, como en la mayoría de las ciudades de los Andes, la literatura, —especialmente la oral—, es una de las más exquisitas expresiones que el hombre ha venido construyendo desde tiempos inmemoriales para encontrarse con su propio espíritu. Y sin duda, la oralidad[i] ha traspasado el tiempo como traspasa al silencio el canto de un batracio en las orillas del Lago Sagrado de los Incas. El tiempo no ha detenido esa fuerza enorme de ecos narrativos que los hijos de la pachamama, como una especie de ritual, han venido contando alrededor de una k’oncha, donde la madre cocina el pesk’e mientras les narra a sus pequeños las historias ancestrales. Tal vez por ello tengamos en nuestro altiplano importantes escritores, entre los que han destacado, de alguna manera, los poetas. Dante Nava, por ejemplo, fue un importante poeta andino que en toda su obra, aunque breve, siempre sintió la necesidad de mostrar la imagen del hombre del Ande; esto se puede notar en uno de sus más antologados poemas que empieza así: «Soi un indio fornido de treinta años de acero, / forjado sobre el yunque de la meseta andina[ii]». Otro poeta, Alejandro Peralta, el más destacado poeta vanguardo-indigenista de Puno y del Perú, en los años veinte, ensalzó el brío del indio con estos versos: «Ha venido el indio Antonio / con el habla triturada i los ojos como candelas / EN LA PUERTA HA MANCHADO LAS CORTINAS DEL SOL[iii]». Un poeta más reciente, dentro de la poesía puneña contemporánea, aún vivo, es Efraín Miranda Luján[iv], aquel poeta que alguna vez escribió y gritó a los cuatro vientos: «¡No me grites de calle a plaza: cholo; / grítame de selva a cordillera, / de mar a sierra, / de Tahuantinsuyo a República: INDIO! / ¡Lo soi! / ¡A puntapiés, insultos y balas: lo soi! / ¡Explotado, robado, asesinado: lo soi! / ¡Con mi esqueleto, mi ecología y mi historia: lo soi!»[v]; Tiempo después, repleto de mayor autenticidad, firmeza e integridad, el tayta José María Arguedas (Apurímac, 1911 - Lima, 1969), escribió: «Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua»[vi], dándonos a conocer, de ese modo, su espacio e identidad, su sentir de peruano desde donde escribiría una vasta obra narrativa representando todo un mundo indígena, pleno de cosmogonía y tradición. En esa lista de obras que hoy se ha convertido en una fuente donde se han depositado todos los signos identitarios de un país como el nuestro, ahí descansa un discurso valedero y digno de ser el abrevadero para las generaciones de hoy y las futuras. Además, en la obra de Arguedas, encontramos una extensa cultura peruana que es el punto de partida para reflexionar sobre aspectos conflictivos de multiculturalidad, identidad e idiosincrasia peruana, o sobre la crisis histórica del presente.


Los signos reflexivos de «Todas las sangres» o el anhelo de José María Arguedas:

En Latinoamérica, el indio de los Andes, el peón de las explotaciones de caoba y el gaucho de la Pampa fueron personajes literarios hartamente tratados en la novelística indigenista. Así, el boliviano Alcides Arguedas (1879-1946) publica Raza de bronce (1919), obra que se caracteriza por su voluntad realista de describir la situación del indio dominado por los grandes terratenientes, gamonales que se habían apoderado, al transcurrir los siglos, de su tierra. La dureza de las escenas y la riqueza evocadora de las descripciones se compaginan con un análisis de las condiciones políticas que hacen de los personajes representantes de clases sociales antagonistas. El argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927), con la novela Don Segundo Sombra (1926) evoca al gaucho apenado y valiente, domador de caballos y educador de hombres. En Huasipungo[vii] (1934), el ecuatoriano Jorge Icaza alude a la explotación de las masas indias por una aristocracia débil, majadera y brutal, dominada a su vez por el imperialismo norteamericano. Finalmente, en Perú, el protagonismo del indio alcanza relieves considerables cuando en 1935 salen a luz dos libros rotundos: La serpiente de oro de Ciro Alegría y Agua de José María Arguedas; siendo el principio de una saga que, en 1941 continuará con El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y Yawar fiesta de José María Arguedas.

Estas novelas, aunque no signadas por un mismo indigenismo[viii], se desmarcan de todo reflejo exótico o idealización romántica; ya no pintan la tierra indígena en términos abusivamente sentimentales sino que, en sus páginas, hacen un retroanálisis que revela con detallismo y nitidez al indio como un ser humano capaz de expresar odios, de generosidades, de rencores, de ternura y de rebeldía; demostrando así que, en Perú, en Puno, en Apurimac, en Viseca o en cualquier lugar, las personas no se diferencian o, al menos no deberían ser tratadas de modos distintos, a pesar de que las culturas son tantas —y muchas también son las lenguas—, pero uno solo el sentimiento, uno solo el modo de llegar o estar en el fondo de la conciencia identitaria. Si bien es cierto, Arguedas no se reconoció como indigenista, por el contrario, dio a conocer los modos en que se identificaba con esta tendencia literaria: «Para él, eran indigenistas los que escribían sólo sobre los indios, los que se acercaban a ellos desde fuera y los trataban de modo paternalista. No hubo un indigenismo, sino muchos matices de un estado de ánimo que es, en mi opinión, el mejor modo de definir el indigenismo. No fue una doctrina política, ni menos un partido dispuesto a cambiar el país. Fue una actitud de solidaridad, de cierta defensa de los valores morales y artísticos de los pueblos indígenas, con diferencias y matices múltiples en la derecha de Víctor Andrés Belaúnde o en la izquierda del partido socialista con Hildebrando Castro Pozo[ix]». Todos sabemos que Arguedas, a la muerte de su madre, vivió entre indios, durmió con indios, comió con indios, habló como indio, tenía un corazón como los indios, en fin, era un indio, por eso supo escribir sobre el espíritu de los indios.

Entre los tres protagonistas culturales más grandes del Perú, sin duda, al lado de Mariátegui y Vallejo, está José María Arguedas Altamirano, estos son los tres escritores peruanos del siglo XX. El caso de Arguedas es uno de los más especiales, pues en toda su obra se puede palpar a uno de los más intensos escritores peruanos que supo, desde Agua (1935), hasta El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), penetrar al corazón mismo del alma peruana: el indio.

Si bien es cierto, hasta nuestros días recae la marginalidad sobre el nativo americano, en este caso el indio peruano, es a partir de la conquista española que empiezan algunos desmoronamientos terrígenos; por ello, esta lectura de la narrativa de Arguedas, condensada, de alguna manera, en Todas las sangres (1964), novela que nos permite revisar los aspectos multiculturales de un país como el Perú.

Nuestra lectura de la obra de José María Arguedas empieza con estas líneas que pretenden adentrarse en su prosa indigenista. Específicamente en esta novela, la más ambiciosa de Arguedas[x]. Todas las sangres es la continuación de la tarea de ampliación e incorporación del mundo andino; el autor insiste en la pretensión de mostrar la gran diversidad de elementos humanos que componen la realidad social del Perú. En Todas las sangres, los personajes se multiplican concediendo a la obra una gran tensión narrativa. Aparecen todos los problemas del Perú que entraron en conflicto en el momento en que fue escrita. Lo verdaderamente innovador y vigente de Todas las sangres reside en la superación de la dualidad entre la cultura serrana y la cultura costeña para presentar al Perú como un todo integrador, donde aquellos sectores, antes opuestos, se convierten en aliados, sin perder cada uno su peculiaridad esencial y sin disminución de la lucha indígena por su liberación, frente a otro gran adversario superior y procedente del exterior: una compañía norteamericana que agrega, desnaturalizándolo, a un proyecto de desarrollo autóctono, otro ligado a sus intereses económicos capitalistas. Es decir, esta novela, ingresa a conflictos que dejan de tener valor nacional para alcanzar una proyección de amplitud internacional[xi]. La novela Todas las sangres es el intento mayor de abrir una perspectiva que dé cuenta del Perú de la sierra y la costa, del indio, del mestizo y del criollo. La novela se fragmenta en realidades múltiples que resulta un intento extraordinario por articular realidades contrapuestas de plasmación de la realidad peruana. La fundación de un espacio geográfico, la ciudad de San Pedro, trasunto literario probable de San Juan de Lucanas, del Departamento de Ayacucho, sirve de soporte para realizar una amplísima narración conflictiva de la sociedad en la que confluyen y se entrechocan elementos de la realidad contemporánea, con una indagación hacia el pasado y su peso determinante en el presente, que deja entrever el intento de reflexión globalizante: la pobreza, el mundo indígena campesino, el mundo industrial de la ciudad, etc. permite determinar una galería de tipos y conflictos en el interior de una ciudad aniquilada por el tiempo, cuyos signos de desgaste material construyen también una simbología de la historia arrasada en la perspectiva del Perú contemporáneo. Los grupos sociales (señores, comuneros, obreros, patronos, caciques, gamonales, etc.) son parte de una galería de tipos morales que entrañan un profundo pesimismo social, en el que el mismo conflicto adquiere la función de ser paralizante. La idealización del Perú indígena, serrano, andino, adquiere un valor sobresaliente, frente a la plasmación de las crisis contemporáneas en el Perú costeño e industrial, que significan, ya no sólo un enfrentamiento de mundo y lenguas, sino, de clases, en estructura ideológica que determina la construcción y la narración novelesca.

Tal vez uno de los factores para la concreción de Todas las sangres y, especialmente El zorro de arriba y el zorro de abajo, haya sido que, un año antes, en 1966, Arguedas había traducido una especie de Popol Vuh peruano para el resto de las generaciones venideras: Dioses y hombres de Huarochirí, uno de los textos más importantes en cuanto a información mitológica y cosmogónica que del Perú existe hasta hoy. Es a partir de estos relámpagos o chispazos de contemplación de lo andino que Arguedas hace planes para presentarnos su obra literaria con una única voz de carácter indigenista.

Así, la obra de Arguedas significa «la recomposición del discurso indigenista o neoindigenista» y también «la emergencia de un nuevo sujeto»: el sujeto migrante, distinto del mestizo. Y surge un nuevo concepto, el de sujeto migrante, que el crítico peruano Cornejo Polar explica así: «Mientras que el mestizo trataría de articular su doble ancestro en una coherencia inestable y precaria, el migrante, en cambio, aunque también mestizo en una amplia proporción, se instalaría en dos mundos de cierta manera antagónicos por sus valencias: el ayer y el allá, de un lado, y el hoy y el aquí, de otro, aunque ambas posiciones estén inevitablemente teñidas la una por la otra en permanente pero cambiante fluctuación. De esta suerte el migrante habla desde dos o más locus y —más comprometedoramente aún— duplica (o multiplica) la índole misma de su condición de sujeto»[xii]. Esta idea nos permite contemplar estos rasgos que se corporeizan como consecuencia de los cambios económicos, sociales, y políticos actuales, y del impacto aculturador de los medios de comunicación, a expresiones cada vez menos andinas, en sentido restringido, pero también más representativas del Perú de nuestro tiempo. Es decir, de un país cada vez más impregnado por ese factor constitutivo —sentimiento o sensibilidad especiales—, y en donde nuevamente chocan o se entretejen, con renovada violencia, las grandes fuerzas modeladoras de nuestra historia, en una reedición, por así decir, del trauma de la conquista.

«En la novela Todas las sangres, Arguedas intentó ofrecer una visión de conjunto de la sociedad peruana. Tiene la virtud de ser el primer esfuerzo en esa dirección y es su novela de mayor envergadura. Además de los universos y espacios que él ya había descrito y tratado en sus libros anteriores, la novela presenta tres novedades: 1.- Burgueses mineros y financistas aparecen en el contexto de los andes dirigiendo una red-imperio desde Lima. 2.- Un grave problema político es tratado literariamente: el conflicto entre la modernización capitalista y el pasado feudal-colonial encarnado en la oposición de los hermanos Fermín y Bruno Aragón de Peralta. 3.- La aparición de un migrante que regresa de Lima luego de haber aprendido castellano y que representa la esperanza de los indios quechuas. Estas tres novedades sumadas a la complejidad del universo andino definen la envergadura y el vuelo de la novela»[xiii]. La obra de Arguedas, desde sus inicios se preocupaba por la consolidación de una sola nación, porque de algún modo resaltaba las cuestiones políticas, las vivencias andinas, las condiciones sociales y la presencia de las varias clases de peruanos que, además, empleaban, para comunicarse, distintas lenguas.

Todo aquel que recorre el territorio peruano ahora puede encontrar pueblos de habla y de conducta cultural diversa. A simple vista, son los vestidos, o las creencias culturales, o los patrones de comportamiento, etc., o inclusive las variedades de una misma lengua, o las diferentes lenguas existentes a lo largo y ancho del país, aspectos que nos hacen ver el gran mosaico de variedad que es el Perú. La diversidad del Perú fue tan evidente a la llegada de los españoles que obligó a que muchos cronistas lo anoten por escrito. Uno de ellos, Cieza de León, para hacer evidente lo diverso y plural que era el Perú al tiempo de su llegada, habla de las muchas naciones y lenguas que existían en el territorio peruano (En nuestro espacio, por ejemplo podemos hablar de los puquinas, los kollas, los quechuas y los aymaras). Lamentablemente, aquella riqueza real o imaginaria percibida por este cronista, hoy se nos aparece muy disminuida, pues ya no están presentes las naciones y lenguas de la costa, y muchas de la sierra y de la selva son ahora extintas o están en vías de desaparecer.

En la actualidad la mayoría de países, especialmente hispanoamericanos, son culturalmente diversos. Esta diversidad plantea una serie de cuestiones importantes y potencialmente conflictivas. Así, minorías y mayorías se enfrentan cada vez con más insistencia respecto a temas como derechos lingüísticos, la autonomía regional, la representación política, el currículum educativo, las reivindicaciones territoriales, la política de inmigración, ahora último se habla, por ejemplo, de los cambios de nacionalidad en vista de la crisis que atraviesa nuestro Perú. Es bien sabido que muchas personas puneñas, tacneñas, viven en Bolivia y Chile, respectivamente. Tal vez sus sentimientos patrióticos hayan cambiado o simplemente hayan sido cambiados por una mejor forma de vida que al final se resume nada más que en ingresos económicos y bienestar familiar y social.


El laberinto de la identidad:

Los nombres de las personas, sin duda, son parte importante de las identidades culturales y revelan procesos de los cuales sus protagonistas no siempre son conscientes. En unas ocasiones se eligen libremente, en otras son estructuralmente inducidos. El historiador Augusto Ruiz Zevallos, en un recordado artículo toca el tema de los nombres y la identidad: «Un buen amigo que es sobre todo un destacado jurista de la mal llamada generación cincuenta, defensor de los igualmente mal llamados indígenas, ha renunciado a su nombre anglosajón para encabezar sus apellidos con una W de sonoridad andina. Un destacado alumno de derecho, líder de un movimiento cultural, es más firme aun: ha cambiado su nombre (Walter) por uno quechua (Pokra). Ambos casos, lejos de ser asuntos personales, en estos tiempos en que los discursos étnicos pueden convocar la acción, forman parte de un fenómeno social»[xiv]. Los cambios de nombres, e inclusive los cambios de apellidos, aceptando la nulidad de herencias, en estos días, es algo común y corriente. Resulta que muchas personas reniegan de sus nombres y de sus apellidos. Sin embargo, estas actitudes irreversibles, distan bastante de conservar una identidad, un sentirse auténtico de un lugar, de conservar una cultura propia. Pero muchas veces, reiteramos, las personas se sienten bien solo cuando han dejado atrás esos nombres o apellidos que de algún modo los atrofiaba o no los dejaba en paz. Ruiz Zevallos concluye su visión así: «No es la primera vez que se concluye de esa forma. Así pensaban conocidos líderes de la izquierda tradicional, cuando se hacían llamar Pumaruna, Santos Huaira o Yawar, y muchos otros militantes quienes, pese a no usar nombres typches o aymaras, sindicaban y sindican como alienante, incluso por escrito. A las jóvenes que tiñen su cabello o a los padres que bautizaban a sus hijos como Jhonny, Paul, Edwin, Evelyn, Wilder. Otros, desde una posición un tanto conservadora calificaron de huachafa la actitud de quienes anteponen estos nombres a unos apellidos quechuas. […] Por lo expuesto, no es bueno tildar de alienada a la joven mestiza que tiñe sus cabellos, cuida de su peso, no usa correas cuando viste jeans y exclama a la norteamericana cuando se sorprende; tampoco satirizar a quienes bautizan a sus hijos con nombres ingleses, finlandeses, griegos o latinos. Ellos también forman una etnia, la de los nuevos mestizos. Ninguna intolerancia es justificable. Y no puede merecer censura la renuncia a un nombre anglosajón .como en los amigos que mencioné al comienzo. Para adoptar un nombre quechua, sino, al contrario, merecer respeto. Porque tanto en el caso de la joven mestiza como en el de los amigos, sus decisiones son enteramente libres y comportan autenticidad, pues, como dice en sus entrevistas Pedro Almodóvar y pone en labios de La Agrado en Todo sobre mi madre: Uno es más auténtico cuando más se parece a lo que ha soñado de sí mismo…»[xv] Pero la identidad no solo se centra en los nombres, es, en verdad, mucho más amplia, abarca muchas otras formas de comportamiento y deja vacíos que urgentemente deben ser tomados en cuenta.

La cuestión de la llamada identidad tiene una larga data, desde la Conquista, la Emancipación y la República. El síntoma social que podemos nombrar como crisis de identidad afecta sobre todo a las capas altas y medias del cuerpo social, se aloja donde se mantiene un desarraigo, es decir, es un síntoma localizado. En un principio, las poblaciones andinas fueron dominadas por el poder imperial español, luego por los gamonales que Arguedas menciona y que noveló magistralmente en Los ríos profundos, aún ahora, a la luz de la armonía desplegada en algunos espacios culturales, no puede decirse que el resultado en la subjetividad del hombre andino sea un desequilibrio de sus referentes culturales en cuanto a pérdida de identidad.

El problema que se advierte en ciertos análisis acerca de la identidad radica precisamente en que reducen cuestiones importantes a un segundo proceso; esto es, no tienen ojos más que para las identidades como intento desesperado por construir comunidades en las nuevas condiciones globalizadas, que resultan precisamente de la destrucción de los anteriores tejidos comunitarios y que terminan siendo en verdad sus sustitutos en esta etapa de la sobremodernidad o la tan famosa posmodernidad. Se ha subrayado el laborioso trabajo de trazar fronteras como formas de dar vida a las identidades. Aquí también se advierten en realidad dos tipos de procesos. Por una parte, las fronteras se trazan o refuerzan para delimitar y proteger comunidades tradicionales, progresivamente amenazadas por los efectos globalizadores. En general, este sería el caso de los pueblos indígenas y otros grupos identitarios. Por otra parte, el esfuerzo social opera hasta cierto punto en sentido contrario: aquí es la acción de trazar las fronteras lo que insufla vida y permite dar sentido a la “comunidad” misma, con lo que las comunidades aparentemente compartidas, son subproductos de un febril trazado de fronteras. No es hasta después de que los puestos fronterizos se han atrincherado cuando se tejen los mitos de su antigüedad y se tapan cuidadosamente los recientes orígenes político-culturales de la identidad con los relatos de su génesis.

El renovado afán identitario de los indígenas a últimas fechas tiene mucho que ver con el hecho de que esa crisis también los ha tocado, a veces en partes vitales. Expresión de ello son los cambios drásticos en comunidades indígenas de apreciables regiones de Puno, Arequipa, Moquegua, y lugares comunes de la sierra por ejemplo, sacudidas por la migración masiva de su población y el consecuente vaciamiento de las provincias de sus miembros productivos que, al mismo tiempo, son piezas claves para la reproducción de relaciones e instituciones medulares. Los de la sierra emigran a la costa, Lima, sobre todo, y, los de Lima, buscan otros países para cambiar su vida, especialmente EE.UU[xvi]. Esto obliga a mirar hacia adentro, a una constante reconstrucción de la comunidad (lo que no es, de suyo, novedoso), pero ahora a una escala, a un ritmo frenético y en condiciones tan difíciles de mantener bajo control, que colocan a los conglomerados socioculturales en una situación de especial fragilidad y riesgo de quiebre. El nuevo contexto obliga a recomponer o readecuar los pilares tradicionales de la comunidad, por ejemplo los sistemas de cargo tradicionales, al tiempo que la estructura comunitaria se apoya ahora en nuevas columnas. No se puede decir que ya no operan o imperan países colonizadores (como todavía puede advertirse en las recientes ocupaciones colonizadoras de Afganistán e Irak por parte de EE.UU.), pues resulta evidente que aún las empresas y las instituciones «globales», de esas que hablaba ya José María Arguedas en Todas las sangres, tienen que recurrir a los servicios de los Estados para realizar sus propósitos de integración al capital universalizado.


Multiculturalidad e identidad:

Según Montoya Rojas, Arguedas estaba convencido de «perfeccionar los medios, de entender este país infinito mediante el conocimiento de todo cuanto se descubre en otros mundos. No. No hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores. No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacamac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso; Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren; la fiesta de Qoyllu Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a cuatro mil metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar a alguien desde aquí resulta algo escandaloso». A estas palabras de Arguedas podemos complementar lo que señala un reportaje aparecido en el suplemento Domingo, con motivo de celebrarse un homenaje más al Perú en las recientes fiestas patrias: somos «el primer país del mundo en variedad de orquídeas: 4,000 especies. El primer país del mundo en variedad de mariposas: 3,532. El primer país del mundo en especies de peces. El primer país del mundo con más platos típicos: 419. El primer país del mundo en variedad de plantas domesticadas nativas: 460 especies. El segundo país del mundo en especies de aves. El país con mayor cantidad de especies de papa en el mundo: 3,000. El tercer país con mayores reservas mineras en el mundo. El país que tiene 84 microclimas de los 103 que tiene el mundo. El país que tiene la ciudad de barro más grande del mundo antiguo, Chan Chan: 20 mil metros cuadrados de superficie»[xvii]. Esta enumeración de motivos patrios son las razones por las que los peruanos nos sentimos orgullosos, además de que obviamente, estos signos son la clara señal de la riqueza de nuestro suelo patrio. Pero no sólo eso, la socióloga y antropóloga Patricia Oliart, en una recopilación de conferencias publicadas en su libro Territorio, cultura e historia (2003), incluye estas líneas: «somos un país diverso y nos cuesta reconocerlo. Somos uno de los países más grandes del mundo. Ocupamos el lugar 19 en extensión entre el conjunto de casi 200 países. Si preguntamos a jóvenes estudiantes por el lugar que ocupa el Perú por el tamaño de su territorio, pocos acertarían. No sólo por ignorancia, sino por baja autoestima, pocos creerían que estamos ubicados entre los veinte países más grandes del mundo. Dentro de este inmenso territorio, poseemos una enorme diversidad geográfica, biogenética y también cultural. Las dos primeras son ya valoradas positivamente, pero nos cuesta hacer lo mismo con nuestra variedad de razas, lenguas, religiones, costumbres, tradiciones»[xviii]. Considerando todas estos motivos, realmente son contados los países como el Perú que pueden exhibir, no solamente lo enumerado, sino también, el variado resultado cultural de un constante mestizaje gracias a la adaptación de numerosas razas, lenguas y culturas provenientes de las geografías más diversas de la Tierra, ya que por múltiples razones nuestro país ha recibido, durante su historia, a tres principales grupos de migrantes provenientes de África, China y Japón, que han aportado lo suyo a la peruanidad; —la invasión de los españoles es otro tipo de migración—. Si consideramos que la multiculturalidad tiene enemigos poderosos y mortales, esto implica que debemos tener algunas formas de contrarrestar esos debilitamientos. La diversidad radical entre las culturas peruanas, así como el número de estas culturas, es una de las mayores riquezas de los peruanos. Gran parte de estas culturas son plenamente vigentes, con capacidad creativa alta; pero también hay varias culturas peruanas que corren el peligro de extinción a muy corto plazo y ahí está la tarea de nosotros como estudiantes, como personas que piensan y que se perpetuarán con las formas de su modus vivendi.


Conclusiones:

En la actualidad, las alternativas novedosas que centren su interés en la búsqueda de la unidad de pueblos mediante un diálogo con iguales caracteres, con rasgos incluyentes, con signos de pluriculturalidad, con banderas de libertad, en contextos de respeto, en geografías de democracia y con objetivos plenos de comunión, todo ello, más que una realidad, son objetivos que se pueden lograr trabajando colectivamente, de modo que se estará desmoronando los poderes de algunos que, a fin de cuentas son los que se encargan de decidir por los demás, esta es la gran verdad, no sólo de Perú, sino de todo nuestro planeta.

Tal vez, algún día, cuando ocurra el anhelo de Arguedas, cuando todos nos reconozcamos, al fin podremos vivir de una manera que nuestra convivencia sea la madre de la solidaridad y la fraternidad, ambas como el camino que nos conduzca hacia una paz y seguridad en esta pachamama, madre nuestra, como soñó aquel niño de nombre Ernesto[xix].

Es necesaria una discusión amplia sobre el tema de la multiculturalidad, una discusión que se concentre en aspectos como la realización de una concentración dentro de un rol de ejes temáticos, una revisión de los aspectos multiculturales dentro de los límites de un tiempo necesario, la creación de comisiones que laboren de manera exclusiva en este tema, pero con agendas definidas y que los integrantes de esta comisión sean personas idóneas, por ejemplo: sociólogos, antropólogos, académicos, especialistas y, especialmente representantes de etnias, líderes o autoridades que incluyan a sus comunidades, tribus, etc. Finalmente, darle al tema de la multiculturalidad una profundidad suficiente como para encontrarnos a nosotros mismos y saber que estamos ahí, aquí, hoy. Todas las sangres de nuestro país deberán flamear algún día como señal de respuesta a lo que un día quiso Arguedas.


Bibliografía

ARGUEDAS, José María, Compilación y prólogo de Ángel Rama: Señores e indios. Buenos Aires, Calicanto, 1976.
ARGUEDAS, José María, Traducción y prólogo de: Dioses y hombres de Huarochirí. México, Siglo Veintiuno editores, 1966
ARGUEDAS, José María: Indios, mestizos y señores. Lima: Editorial Horizonte, 1987.
CORNEJO POLAR, Antonio: Los universos narrativos de José María Arguedas. Buenos Aires: Editorial Losada, 1973.
FORGUES, Roland: José María Arguedas. Del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico. Historia de una utopía. Lima: Editorial Horizonte, 1989.
ESCAJADILLO, T.: La narrativa indigenista peruana. Lima, Ed. Mantaro, 1994.
FRANCO, C.: Imágenes de la sociedad peruana: la otra modernidad. Lima, CEDEP, 1991.
GONZÁLEZ, R.: El Perú es todas las sangres. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1991.
MONTOYA, R.: Multiculturalidad y política. Derechos indígenas. Ciudadanos y humanos. Lima, Sur, 1998.
NUGENT, J.: El laberinto de la choledad. Lima, Fundación Friedrich Ebert, 1992.
PÉREZ, I., y C. GARAYAR (eds.): José María Arguedas. Vida y obra. Lima, Amaru Ed., 1991.
PINILLA, C. Arguedas. Conocimiento y vida. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994.
ROWE, William et al.: Vigencia y universalidad de José María Arguedas. Lima: Editorial Horizonte, 1984.
ZÚÑIGA, C.: José María Arguedas. Un hombre de dos mundos. Quito, Ed. Abya-Yala, 1994.


[i] El Ande es el oasis de la oralidad. Muchas historias se registraron en estas tierras, inclusive aquellas que mencionan el origen del imperio incaico. Al incluir la oralidad dentro de la literatura se deconstruye el estatuto privilegiado de esta última como coronación de un proceso civilizatorio: la cultura oral no es el tiempo precedente de la cultura escrita y la literatura, sino un lugar sobredeterminado que permite visualizar los mecanismos de poder que han constituido lo literario como una hegemonía cultural. Coexisten múltiples relaciones de fuerzas que horadan el antagonismo oralidad/escritura, más aún cuando seguimos la historia de los entrecruzamientos entre estos dos polos aparentemente estables. Escritores de la talla de Antonio Cornejo Polar (Escribir en el aire), Walter Ong (Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra), ángel Rama (La ciudad letrada), además de otros estudiosos, han revisado con profundidad la relevancia de la oralidad en la traslación a la escritura literaria o el texto escrito.
[ii] Versos del poema ORGULLO AYMARA, texto clásico del poemario Báquica febril, único libro publicado por Nava.
[iii] PERALTA MIRANDA, Alejandro: Ande.
[iv] En el mes de noviembre de 2008, la UNMSM realizó un merecido homenaje a este poeta indio, el más importante de los poetas vivos con que cuenta la literatura de Puno.
[v] Estos versos pertenecen al famoso poema EE del poemario Choza, Lima, 1978.
[vi] Fragmento del discurso de José María Arguedas al recibir, en 1968, el Premio Inca Garcilaso de la Vega.
[vii] El título Huasipungo se refiere a una palabra quechua que utilizan los indios para designar la parcela por cultivar que les atribuye el hacendado para su supervivencia con la obligación de una diaria prestación laboral.
[viii] Un tanto alejado de indigenismos peruanos como el de Albújar y Ventura Calderón, el indigenismo de Arguedas se pretendió más auténtico. Por ejemplo, cuando Arguedas, en otro texto principal, Razón de ser del indigenismo en el Perú, pasa revista a las tradiciones culturales y la confrontación entre hispanistas e indigenistas, nos lleva a una tradición ideológica que responde a la razón de ser de dos ámbitos que son irreconciliables por las realidades sociales que representan. Aunque el mismo Arguedas haya rechazado una y otra vez la etiqueta de indigenista para su literatura.
[ix] MONTOYA ROJAS, Rodrigo: Todas las sangres: ideal para el futuro del Perú.
[x] Para el escritor Alberto Escobar, esta novela vendría a ser la más completa en pretensiones literarias que Arguedas pudo escribir.
[xi] MARTÍNEZ GÓMEZ, Juana: Ángeles y danzantes. Conflictos culturales en la narrativa del Perú (de José María Arguedas a Edgardo Rivera Martínez)
[xii] CORNEJO POLAR, Antonio: Escribir en el aire, p. 209.
[xiii] MONTOYA, Rodrigo: Visiones del Perú en la obra de Arguedas.
[xiv] RUIZ ZEVALLOS, Augusto: ¿Por qué Astocóndor se llama Kevin Arnold? En el suplemento Identidades Nº 5, p. 14, del diario El Peruano.
[xv] Ibíd.
[xvi] El escritor peruano Eduardo Gonzáles Viaña ha escrito uno de los libros más deslumbrantes mostrando la realidad de los que buscan un nuevo sueño en EE. UU.: Los sueños de América.
[xvii] LOAYZA, Jorge: Un país a medio camino, reportaje aparecido en el suplemento Domingo del diario La República, domingo 27 de julio de 2008, p. 10.
[xviii] DEGRÉGORI, Carlos Iván: Perú, identidad, nación y diversidad cultural, conferencia aparecida en el libro de Oliart, p. 214.
[xix] Ernesto es el alter ego de José María Arguedas. Aparece en la mayoría de sus obras, especialmente en Los ríos profundos, como personaje protagónico que relata las vivencias del autor cuando niño en el pueblo de Viseca.

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