30.7.09

RODOLFO HINOSTROZA: “LA POESÍA ES MONOPÓLICA, NO DEJA HACER OTRA COSA” (Y UN HOMENAJE EN LA FIL)


Responde: Rodolfo Hinostroza* Sobre sus libros, los poderes de la poesía y los homenajes.

Por: Gonzalo Pajares Cruzado

Aunque solo hubiera escrito sus dos primeros poemarios, Rodolfo Hinostroza (1941) ya merecería el parnaso literario. Consejero del lobo y Contranatura son libros poderosos que, a pesar del tiempo, siguen impresionando. Integrante de la generación del 60, mañana, a las 7:00 p.m., se le rinde un merecido homenaje en la Feria del Libro.


¿Qué siente un poeta cuando le llega la hora de los homenajes?

Uno sabe que llegarán. Lo importante es durar hasta que lleguen. A mi edad —tengo 67—, uno adquiere súbitamente importancia, sea lo que sea que haya hecho. Claro, imagino que algo habrá influido mi obra. También está la circunstancia histórica de que la generación del 60, a la que yo represento, ocupa ahora la escena cultural peruana pues, de nuestros antecesores —la generación del 50—, solo sobrevive mi amigo Carlos Germán Belli. Somos su relevo generacional y debemos estar a la altura (ríe).

¿Su generación está a la altura, en términos literarios, de la del 50?

Sí. Los escritores del 50 tuvieron la suerte de ser más numerosos. Sus vocaciones literarias fueron más permanentes y más consolidadas. En mi generación hubo gente que dejó de escribir prematuramente porque, en algunos casos, murió (como Javier Heraud, Luis Hernández) o tuvo algunos avatares. La del 60 fue una generación muy movida, muy dramática; incluso nos dividimos, sufrimos disputas, seguimos distintas tendencias. La del 50 estuvo muy influenciada por los poetas españoles. Recordemos que, en nuestro tiempo, España estaba en decadencia. Nosotros nos imbuimos de otras tradiciones: la alemana (Hernández), la francesa (yo), la inglesa (Lauer), etcétera. Pero creo que nuestros textos se están portando bien (risas).

Consejero del lobo (1965) y Contranatura (1971) fueron importantes. Luego existe la sensación de que su voz poética se apaga.

Es importante la pregunta porque mucha gente siente eso. Yo no dejé de escribir poesía. Sucede que me volví politeísta. La poesía ya no es mi único interés en la vida. Esta es muy monopólica y no nos deja hacer otra cosa. Yo escapé y me diversifiqué: he escrito teatro, cuento, novela, ensayo. Lustra Editores va a presentar la Biblioteca Rodolfo Hinostroza, que constará de 16 volúmenes. Empezamos con Cuentos incompletos, que incluye dos libros de relatos. También tengo tres piezas de teatro. La colección es auspiciada por la Universidad de Ottawa. Mi obra supera las dos mil páginas.

¿No cree que este ‘desconocimiento’ se debe a que el poder de sus primeros libros opacó a los siguientes?

Quizás su magia, su misterio, su conjunción perfecta, esté en que reúnen experiencias literarias y vitales. Uno no puede solo jugar con el lenguaje, hay que vivir. Recordemos que fueron escritos en los adorados 60, una época especial donde estaban los Beatles, el neobarroco cubano.

Consejero… lo escribió en Cuba; Contranatura, en Francia.

Sí. En plena Revolución Cubana y después de vivir Mayo del 68, que fue un golpe de modernidad. Se desbordaron una serie de barreras: a la vida, a la imaginación. Un poeta debe conciliar una vida bastante intensa, involucrarse en muchos asuntos —aunque sean locos— y expresarse de una manera moderna, con la lengua de su época. Estos requisitos, creo, se cumplen en mis libros.

¿Los poetas del 50 se dedicaron a escribir y los del 60, a vivir?

Sí, pero recordemos que nosotros también hemos escrito… y mucho. Por ejemplo, Marco Martos publica un libro al año. Yo tengo 16.

¿Acepta el calificativo de simbolista?

No. La poesía moderna no tiene calificativos. No hay escuelas. Ni siquiera la gastronomía tiene escuelas. Ahora domina la ‘cocina de autor’. En la ‘poesía de autor’ pasa lo mismo. Como en la gastronomía, uno se apropia de lo que le da la gana y hace su propio menjunje. Eso es lo que siempre he hecho.

Tradujo a Le Clèzio. Parte del Nobel es suyo…

(Ríe). Aunque traducir es un acto de creación, no hay que exagerar. Él es un hombre muy interesante, preocupado por las culturas del Tercer Mundo. Soy un entusiasta de su obra. Mereció el Nobel.

*Entrevista e imagen tomadas del diario Perú21.


Así mismo, cabe recordar que hoy, jueves 30 de julio a las 7:30 p.m., en el Auditorio Ricardo Palma de la XIV Feria Internacional del Libro de Lima (FIL PERU) [Vértice del Museo de la Nación] la Cámara Peruana del Libro le realizará un cálido homenaje. No deje de asistir.

27.7.09

TESTIMONIO LECTURA CLAVE: DESCUBRIMIENTO PERSONAL DE CÉSAR VALLEJO


Por Jorge Edwards

La publicación de César Vallejo. Una lectura desde Chile, antología realizada por Pedro Lastra y en la que Edwards participó junto a otros seis escritores —incluido el propio Lastra—, motivó al Premio Cervantes y reciente ganador del Premio Internacional Fundación Cristóbal Gabarrón de las Letras a recordar la influencia del poeta peruano sobre él y sobre su generación.

Pedro Lastra, poeta, crítico, profesor, les pidió a seis escritores chilenos de diversas generaciones, todos ellos conocedores y frecuentadores de la obra de César Vallejo, que anotaran en una lista sus poemas preferidos del autor de Poemas humanos. El resultado es una antología colectiva, donde se produjeron notables coincidencias y hasta unanimidades, y una lectura desde Chile, como reza el subtítulo, del gran poeta peruano. Por ejemplo, los siete chilenos hemos coincidido, entre muchos otros, en escoger “Piedra negra sobre una piedra blanca”, título enigmático para un texto clásico de la vanguardia en lengua castellana. Todos descubrimos ese poema en algún momento decisivo, en épocas de definición literaria, y casi todos lo sabemos de memoria hasta hoy mismo.

Por mi parte, recuerdo las circunstancias casi exactas en las que leí esos versos y me quedé intrigado, pensativo, desconcertado. Salí una tarde del Colegio de San Ignacio de la calle Alonso Ovalle, allá por 1946, y compré una revista en el quiosco de la esquina, Pro Arte. Años más tarde conocí al verdadero héroe de Pro Arte y hasta me convertí en colaborador ocasional, pero entonces, cuando hice la compra por pura intuición, no sabía nada ni de César Vallejo, ni de Enrique Bello, ni de las dificultades endiabladas de la vida del arte y de la literatura en Chile. Sé que era un día de invierno, que ya estaba oscuro, y que caminaba por ahí cerca, como de costumbre, un caballero de polainas grises que solía escribir en el conservador y católico El Diario Ilustrado y que además editaba el vespertino El Imparcial.

En la primera página de Pro Arte figuraba el poema de Vallejo, y los versos iniciales, leídos a la luz de un farol cercano, me dejaron embargado, boquiabierto, conmovido:

“Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
talvez un jueves, como es hoy, de otoño”.


Mi primera sorpresa fue el desafío a la lógica, a lo verosímil, practicado, sin embargo, con un lenguaje claro, ajeno al hermetismo y a las escrituras del surrealismo que ya empezaba a conocer fuera de mis estudios. Aquí no había oscuridad conceptual ni nada que se pareciera al dictado automático. En forma lúcida, tranquila, perfectamente controlada, el poeta nos aseguraba que ya tenía, es decir, que había empezado a tener, el recuerdo del día de su muerte: habría aguacero, en París, y esto ocurriría talvez en un jueves otoñal. Se podría aventurar un ensayo sobre los días jueves de la poesía latinoamericana de aquellos años (“un día sin orígenes, jueves”), pero el tema nos llevaría por otros caminos. Lo que me detuvo, lo que me produjo una sensación comparable a lo que se llamaba entonces una epifanía (James Joyce), fue la imposibilidad de aquella memoria, puesto que no podremos, por definición, recordar el día de nuestra muerte, y a la vez su enorme fuerza poética, su triunfante irracionalidad. En las aulas ignacianas de las que acababa de salir hacíamos largas prácticas de silogismos y leíamos a poetas como Núñez de Arce, Campoamor, Gustavo Adolfo Bécquer. El padre Walter Hanisch, historiador, especialista en el barroco latinoamericano, hombre amable y curioso, me había prestado un clásico de la crítica contemporánea: Literaturas europeas de vanguardia, de Guillermo de Torre. Pues bien, Vallejo estaba más cerca de nosotros que futuristas, dadaístas, surrealistas, pero también, andino, extraño, exiliado voluntario en París, llegaba más lejos. Era la vanguardia nuestra, ajena, precisamente, a los sistemas que describía Guillermo de Torre. Pocos años después, ya en los tiempos de la Escuela de Derecho y de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, en los del antiguo Pedagógico de la Alameda abajo, en los de interminables conversaciones en el Parque Forestal, conocí a poetas para quienes Vallejo ocupaba un sitio especial, único, legendario: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Alberto Rubio. Rubio, que acababa de darse a conocer con La greda vasija, tenía una forma de forzar el lenguaje, de substantivar, de adjetivar (como ya se notaba en su título), que era de clara línea vallejiana. Por admiración, por deseo de identificación, por lo que fuera, había llegado a adquirir un parecido físico notable con el poeta de los Andes peruanos. Vallejo hablaba de los burros serranos, de las piedras, de “la pura yema infantil innumerable” de los bizcochos que fabricaba su madre en la infancia perdida, y parecía que Alberto Rubio, en versión chilena, en un tono quizá menos áspero, menos dramático, hacía variaciones sobre lo mismo. Ver ahora que un nieto suyo, Rafael Rubio, también poeta, participaba en la selección y explicaba en público su visión de la obra de Vallejo, me pareció una vuelta de la rueda del tiempo. Hasta conservaba, pensé, el parecido de su abuelo con el poeta de Santiago de Chuco.

Pocos años después, en el París de la primavera de 1962, conocí al joven Mario Vargas Llosa antes de que fuera conocido en la literatura, puesto que aún no había publicado su primera novela. Hablamos largamente, en interminables caminatas de los días domingo, de la poesía de Vallejo, del Neruda de Residencia en la tierra, de Octavio Paz, de un nuevo poeta del Perú que se llamaba Carlos Germán Belli. Eran meses de discusiones literarias desatadas, de sorpresas y conocimientos. Julio Cortázar vivía a la vuelta de la esquina, lo mismo que Roberto Matta o Miguel Ángel Asturias, y los jóvenes artistas y aspirantes a escritores de América española y portuguesa desembarcaban en París a cada rato.

Cuando leí al final de ese año La ciudad y los perros, uno de los primeros hitos de la nueva narrativa latinoamericana, sentí el eco particular del Vallejo de Trilce, de Poemas humanos, casi en cada página. En la prosa narrativa había entrado un aire, un ritmo, que no era enteramente lógico ni exclusivamente informativo, que tenía una relación no explicada con esa manera de escribir poesía. Cinco años más tarde, en uno de los primeros ejemplares de la edición de Sudamericana de Buenos Aires, leí Rayuela, otro hito novelesco, otra ruptura con la tradición narrativa, y me encontré con una atmósfera, inconfundible para mí, del Neruda de primera y segunda Residencia en la tierra. Se lo comenté a Julio Cortázar y no lo negó en absoluto.

Era una generación de narradores que leía poesía y que leía, a la vez, con insistencia obsesiva, a novelistas y cuentistas que se podrían llamar poéticos, como Faulkner, Proust, Joyce, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti: prosistas que no se quedaban en la esfera exclusiva de lo narrativo, que estaban contaminados por la concisión, el misterio, la ambigüedad de sentido de la poesía. El fenómeno, por lo demás, coincidía con otro opuesto y convergente. La obra de los poetas anteriores de América Latina escapaba de la noción aceptada y tradicional de lo bello. Entraba en lo cotidiano, en lo coloquial, en lo convencionalmente feo:

“y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al
mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero
muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo”.

Pablo Neruda explicó esta estética mejor que nadie en un texto de Madrid del año 35, “Sobre una poesía sin pureza”, y César Vallejo, quizá, sin terminar de explicarla, la practicó mejor, con una mezcla de modestia, de rabia, de audacia:

“Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el
tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardío!”.


Fueron años en que nadie hablaba de derechos de autor, de best sellers, de premios literarios, aun cuando ya existían en alguna parte. La literatura era una vocación, no una profesión. En la pintura había algún dinero; en la literatura, un orgullo, una manera de vivir, una pasión compartida. Vivíamos de sorpresa en sorpresa: las ilusiones eran formidables y no faltaban las ingenuidades. Ahora no sabemos si la revolución, su leyenda, su idolatría, sus confusiones, tuvieron algo que ver con todo esto. Es muy probable que sí, y pagamos las consecuencias de alguna manera. Pero ahí, en una vuelta del tiempo, se encuentra esa época irrepetible: atrabiliaria, frenética, desaforada y, muchas veces, desconsolada. Entrar a la Coupole, en Montparnasse, como antes, en nuestra prehistoria, habíamos entrado al café Bosco, en la Alameda, y ver a Samuel Beckett, con su cara cetrina, cortada a cuchillo (parecida a la de Vallejo), y observar como buscaba alguna mesa de amigos; divisar a Eugenio Ionesco devorando un plato de tallarines con movimientos expertos; asistir a la entrada en masa de los artistas franceses, españoles, iberoamericanos —Antonio Seguí, Gironella, Antonio Saura, Eduardo Arroyo, Corneille, Tinguely—, que regresaban del Salón de Mayo, sedientos, era completamente inolvidable. “Me moriré en París con aguacero”, había escrito Vallejo, frecuentador del mismo café en épocas de preguerra mundial, y todos podíamos decir lo mismo. El gran peruano nos interpretaba. El Hotel des Écoles, en el Barrio Latino, seguía funcionando, “y todavía compran mandarinas”, como cantaba en el poema a su amigo Alfonso. Uno, por ejemplo, se sentaba en las mesas del Dôme, y sabía que en una de ellas se habían sentado Vallejo, Neruda, Alejo Carpentier, Acario Cotapos, Henriette Petit, Pilo Yánez. Era pura mitología, pero nadie podía vivir sin mitología. Vallejo, además de fantasma, de maestro desaparecido, era mito puro, conmovedor: “¡Mecánica sincera y peruanísima, / la del cerro colorado! / ¡Suelo teórico y práctico!”. El tiempo se tragó casi todo, pero Vallejo, de repente, resucita. Alguien me cuenta que su tumba en Montparnasse es una tumba solitaria, sin flores, barrida por un viento frío. A mí me parece muy suyo: esa piedra tumbal es muy vallejiana. Hemos visitado la tumba de tantos otros, desde Baudelaire a Óscar Wilde, desde Wilde a Jean-Paul Sartre. En adelante buscaremos la piedra solitaria, desprovista de flores, de Vallejo, clave de tantas cosas.

Lectores chilenos eligen lo mejor de Vallejo

Como una “antología consultada”, define Pedro Lastra su reciente trabajo sobre César Vallejo (1892-1938) para el cual, efectivamente, acudió a su propio juicio y a las opiniones de seis escritores chilenos de probado conocimiento y admiración respecto de la obra del autor peruano: los poetas Óscar Hahn, Diego Maquieira, Gonzalo Rojas y Rafael Rubio, y los narradores Jorge Edwards y Jorge Guzmán.

El método fue pedirles a los convocados que cada uno marcara sus poemas preferidos en un índice de las Obras Completas de Vallejo. Los textos elegidos variaron entre 40 y 75 y revelaron notorias coincidencias: once poemas fueron seleccionados por los siete consultados, mientras que otros tantos recibieron seis votos, un número mayor, cinco, y algunos más, cuatro.

Con todo este material, Pedro Lastra le dio forma a una necesaria y atractiva selección de la obra de César Vallejo, muerto tempranamente en París, tal como lo escribió en su poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”.

César Vallejo. Una lectura desde Chile.
Editorial Universitaria, Colección El poliedro y el mar, Santiago, 2009, 90 páginas, Antología.

*Tomado del blog Azularte.

24.7.09

LOS EXTRAÑOS LÍMITES EN LA POESÍA DE RENATO FELICES


Escribe: Raúl Heraud

Renato Felices Taboada, (Lima,1973) es un hombre que habita permanentemente el abismo, amante de la música de Leonard Cohen aprendió como él que la vida además de ser un juego de desesperanzas y claudicaciones, de excesos y mentiras es a su vez una tabla en medio del océano donde aferrarse y sobrevivir también cuenta.

Su poesía transita entre el desasosiego de la existencia y los vacíos del alma, conduciéndonos hacia un mundo desencajado donde la realidad y la locura se confunden, mostrándonos una poesía vital donde el reclamo a la vida fluye como un grito amordazado donde su frenética lucha por no dejarse arrastrar del todo por la insania hacen que el poema sea su vida misma, el espejo artaudniano en el que libera ese otro yo maquiavélico y desgarrado; Para Renato Felices la vida es más que cruel y el ser humano esencialmente una máquina autodestructiva.

No le interesa el rotulo de poeta, ni las lecturas públicas, mucho menos escribir libros, apenas posee uno inédito (Sustancia Eco) Felices simplemente transita anónimamente las calles musitando alguna canción de Pink Floyd o Sid Barret como si fuera alguna creación suya.

Inconfundible melómano, lector incansable por prescripción humana, psicólogo hasta el extremo de ser su propio paciente, Renato pelea a diario contra sí mismo y sus fantasmas, desde su soterrado mundo, se nutre de todo cuanto lo conmueve, la eternidad de Dalí, los tratados sobre la maldad humana de Freud, la novena sinfonía de Beethoven, sin quererlo cada una de las obsesiones que habitan su mente lo alejan más del anonimato, lo redimen y lo muestran tal cuál es, extremadamente hombre y artista, para alegría de quienes nos nutrimos de su vida y amistad .

Gracias a dios o a Satán, los márgenes de su cordura aún duermen sobre las fauces del turbulento Aqueronte.


REPTIL

Oh pequeño reptil
tu pellejo cuadriculado aún no anuncia el fin

tu lentitud deja ver la mediocridad desnuda
la palabra ausente de un poema profano

creo firmemente que nos encontramos sobre tus fauces
o dentro de ellas, mientras escupes tu veneno llamado hombre

relaja el deseo y dime como es el mundo en verdad
revélame la realidad que se esconde tras ese disfraz
llamado amor.




Humano - víscera, resto del día
fractura de algún error

olvido de dios
recuerdo del demonio

no resucites el extremo de tu maldad
ahoga la pena matándote

humano
ganas no te faltan de seguir haciendo daño.


SEGUNDO MOVIMIENTO

Música hipnotizante
desde este momento me siento ya sedado

la gente aplaude el concierto
y mis oídos están sellados al caos
me siento como un cadáver sobre
un auditorio demócrata
un cura falso, un reno sin vejiga

el dolor cae en masa hacia la decapitación
de mi cuerpo sutil

la escena del crimen es la misma
desde hace siglos
deseo y decepción bailan en un aro de fuego




y una música simple acude en mi ayuda

la del océano.


MAR NEGRO
(incertidumbre)


No entiendo el porqué del hombre
ni su consecuencia

no entiendo el comienzo ni el fin
ni donde empieza este circulo

lo blanco y lo negro se fusionan
ya no entiendo que está bien y que está mal

no me hablen del cielo
no me hablen del infierno

toda el agua va hacia el mar
incluyendo el pensamiento


ZONA DE DAÑO

Me rompí la vida
caí en el esófago del miedo

me volví turbo y ajeno
recogí flores negras

descendí a la pulpa de la muerte
y cuando quise regresar

ya era demasiado tarde

Q.E.P.D mi vida.


PARTO X

Umbilicales formas a mi alrededor
mi piel llora de frío
no se qué soy
sólo veo mares de sangre



veo caras con mascaras de hombres
con una alegría de sinfonía en alegretto

no entiendo como pueden contentarse
con tanto llanto

luego
arropado
ya estoy listo para el caos.


MUERTE VERDE

Tuve un sueño de estatuas y valientes
Velorios de soledades

Me tropezaba con ojos acusadores

que me revelaban el incesto del mundo

Y mi ceguera me impedía ver el amor
en esa difusa oscuridad

tuve un sueño de tribus y dragones sin fuego
vi la quijada del desvelo del hombre por morir
como moscardones insistentes de luz

y en la gruta de la gran cueva seguí durmiendo
no viendo las formas de dicha que bailaban a mi alrededor
la tensión se hizo carne y volé hacia las partes más bajas de la tierra

los mapas se hicieron caminos sinuosos de miedo
y soldados sin alma construían demonios vírgenes
sedientos de humillación y letargo ante los pobres

en el esternón de mi alma dibujo leones famélicos
heridos por el caos
y ante tanta critica sigo escribiendo con lagunas negras en mis ojos
con mis huesos desafiantes por el frío y la depresión.

23.7.09

VIERNES 24: PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LA LUZ DE LOS SENTIDOS Y OTROS RESPLANDORES” DE SHELMA GUEVARA


La presentación de La luz de los sentidos y otros resplandores se realizará en el Teatro del Centro Cultural Peruano Norteamericano este viernes 24 de julio a partir de las 7:00 p.m. y estará a cargo del poeta y crítico literario Walter Márquez y del narrador y crítico literario Juan Alberto Osorio.


Shelma Guevara Zamalloa nació en Cusco en 1948. Radica en Arequipa desde su formación universitaria, y vuelve a publicar un libro ilustrado después de El silencio del ahogado (1992) e Imágenes del pasado reciente (1988). “El libro nace desde la muerte inesperada de su padre años atrás. Sin embargo se fue gestando como poemas sueltos, apuntes poéticos, desde la larga enfermedad de su madre (inspiradora y artífice en su formación inicial y vital) algunos poemas sueltos, escritos en algunas oportunidades y que originalmente no pertenecen a libro alguno, pero que sí van con los temas más profundos de mi reflexión poética”, nos afirma.

Este Poemario ve la luz gracias a un nuevo sello editorial arequipeño “Anfisbena Ediciones” que pertenece al poeta Wálther Velásquez Sánchez y el artista plástico Juan Carlos Zeballos ambos radicados en nuestra cuidad, quienes manifiestan su interés de contribuir y aportar a la difusión cultural de las artes.

22.7.09

ALGUNOS GESTOS DE ESTILO EN LA POESÍA AREQUIPEÑA: 1950 AL PRESENTE(1)



Escribe: Pedro Granados

Respecto a la generación del 50 son básicamente tres: la poesía de Pedro Cateriano (1927), José Gonzalo Morante (1929) y Oswaldo Reinoso (1932). Frente a los típicos gestos de moda —el melancólico discurso provinciano o la solemne poesía social de la época— aquellos autores tienen mayor ambición o lucidez y ensayan otras propuestas. El primero de los nombrados, Pedro Cateriano (aunque empiece a publicar recién a fines de los años 70), ensaya el distanciamiento inteligente, la soberanía del yo poético frente a sus referentes; gesto que, aunque lo torna coetáneo de la predominante poesía anglosajona de entonces (vía Antonio Cisneros, sobre todo, autor culto y cosmopolita), su dosificada oralidad y equilibrada ironía tienen un peso específico y destacan, en el panorama poético arequipeño de aquel entonces, tal como puntualizara Martín Adán de la entrañable Catita: “cual una zarza entre un sembrío de coliflores”.

Otro gesto de estilo en los 50, de un extraordinario poeta, pero al que ganó el sentimiento —semejante al de Juan Gelman ante “Andreita”— es el caso del poderoso y zozobrante lirismo de los versos de José Gonzalo Morante. Al que ganó el sentimiento, pero que al fondo de éste deja entrever a modo de un imponente iceberg, densas, hondas y personales lecturas del Siglo de Oro y del Modernismo; tal el caso de sus espléndidos nocturnos:

Y heme aquí, blanco de aliento,

con mi sangre, garra del vacío,
con mi voz, y su ciego encaramado
que ya no es ciego;
reuniendo sílabas y escarcha,
ciegos, ojos ciegos, y palomas


El tercer gesto generacional se lo debemos al Oswaldo Reinoso de su único libro de poemas hasta ahora publicado, Luzbel (1965). Constituido en un narrador de culto, sin embargo, este poemario anticipa o dialoga con los temas y motivos de sus cuentos y novelas breves. Certero pudor homoerótico —algo muy distinto a la represión— rezuma a través de las páginas de aquel volumen. Tadzio, el entrañable efebo de Muerte en Venecia, o ahora Luzbel son entonados y modulados con íntimo orgullo y fervor equivalentes; y acaso, en cuanto a la obra del peruano, a veces también con no menos ingenua ostentación. Obvio, estas fallas de caracterización —específicamente del yo poético en Luzbel— tornan irregular el poemario en su conjunto. En Reinoso poeta parecerían coincidir intensamente, aunque sin el debido concierto, una actitud vanguardista e iconoclasta —incómoda— dentro un molde literario más bien tradicional.

Es por este motivo que, ante tal problemática coyuntura, cede ante García Lorca; es decir, más que un homenaje al poeta granadino, los versos de Reinoso se aferran de su modelo para salir del paso, para sortear o soslayar una labor de concepción y labor compositiva, creemos, que pudo haber sido aún mucho más honda y compleja. Y, tal como a las de César Moro o Jorge Eduardo Eielson en el Perú, asimismo insulares en las letras arequipeñas.

Por otro lado, una más auténtica e interesante poesía social aparece recién, en los 70, con la obra de Cesáreo Martínez (1945-2000). Chacho (para sus amigos), cultivó una extraña mezcla de poesía contestataria y, en simultáneo, fantasiosa o imaginativa; incluso gozosa. Poeta henchido, magia y política se tocan en sus versos y se tejen a veces en hallazgos extraordinarios, como en este poema que alude a la gesta de Túpac Amaru II pareciera poetizada desde el ayahuasca, por lo tan visionaria y persuasiva:

¿Qué hombre mortal no ha visto un árbol? Pero ese

árbol era un hombre.
Un hombre terriblemente ahíto de belleza como un
árbol sensitivo.
Vi ese árbol y mis sentidos aún no se reponen de esa
aparición.
Vi sus ojos y las multitudes espejeaban furiosamente desde
ellos.
Vi ese hombre cuyos huesos eran de carne y hueso como
los de un árbol maravilloso que camina.
Y todo hombre que camina es un hombre impelido por las
estrellas. […]
De los tres o cuatro costados irrumpieron los tres o
cuatro nubarrones de odio, acecharon los
rumbos.
acecharon aires, tomaron la cúpula de aquel árbol
que camina y le sacaron la lengua.
Le arrancaron las alas, le arrancaron los ojos y le
cortaron los sueños.
Pero el hombre, imperturbable, tumultuoso y feroz, dijo
que volvería


Alrededor de los años 80 tenemos algunas voces interesantes; aunque a esta generación, básicamente universitaria, parafraseando unos versos de Rosa Elena Maldonado: ya que la semiótica no pudo resolver sus vidas, desagarraron teorías. Es decir, como en toda la poesía peruana de los 80 —y Arequipa nos es una excepción— no hay aura sino más bien, como en Borges (a decir de Silvia Molloy), voluntad de aura.

En consecuencia, y por lo general, son vidas urbanas, pequeño burguesas y anodinas tratando de inventarse alguna otra existencia paralela, paradójicamente, sin aura (ergo: singular labor de conjurar el aburrimiento, con más aburrimiento). No otra cosa han sido entre nosotros grupos como La sagrada familia, Kloaka, Ómnibus o Macho cabrío; compacta bola de estudiantes, por lo común —más no siempre— con una técnica depurada en sus versos, exhibiendo la típica carencia de épica y el —no menos retórico— inflacionado erotismo de su generación. Por ende, el desborde popular fueron algunos recitales de poesía y conciertos de música underground; como la sazón de sus cuerpos —Noches de adrenalina de Carmen Ollé— fue tomada prestada de manuales de psicología o sociología franceses que se exportaban —pareciera de modo rentable— a la clase intelectual pequeño burguesa de todo el tercer mundo. En otras palabras, aquella generación no fue capaz de superar con su poesía, entre otros flagelos, el generalizado malestar de la cultura ni su propio malestar. Y es por este motivo que, además, la poesía del 80, e incluso ya la del 90, reclama ahora mismo por las que, si las hubiere, fueron o son sus auténticas individualidades; aquellos autores que —entre el magma de impostores, plagiarios, amigos del que la lleva, y de los que los creó, o productos mediáticos— son sus reales gestos de estilo. Es trabajo de la crítica, debería serlo, el reexaminar, reevaluar o redescubrir.

Detenemos aquí, ladinamente, nuestro coche. No sin antes felicitar a Tito Cáceres Cuadros, autor de esta Antología, por arriesgar y abrir su mirada incluyente hasta los poetas arequipeños del 2000. Un paso más y estaremos leyendo también ya hacia el futuro, y no tal como lo usual —a manera de policías— atentos única u obligatoriamente hacia el pasado. Justo en esta tarea ahora mismo nos pillan, en el ejercicio bienhechor de esta libertad.

(1)A partir de un libro reciente: Tito Cáceres Cuadros, Antología de la poesía arequipeña 1950-2000 (Arequipa, Perú: Centro de ediciones UNSA, 2007) 373 pp.
*Tomado del blog de Pedro Granados.

20.7.09

UN ARCINIEGAS PARA LA LEGIÓN DEL AFECTO


Escribe: Harold Alvarado Tenorio

Que la ignorancia es atrevida lo demuestra cómo ha arraigado en las venales redacciones culturales de los medios, despachos de La Legión del Afecto, Ministerio de Cultura, Relaciones Exteriores, Plan Nacional de Bibliotecas, Secretarías de Cultura de los Distritos Especiales, el catre de agonía de Fidel Castro, los baños turcos del Coronel Chavez, la casona GLTB de Martinez Campos y las limusinas de una docena de embajadores a punta de arrumacos, dichos del Readers Digests, canciones de la posguerra, bambucos y torbellinos, tangos de Alci Acosta, rancheras de Olimpo Cárdenas, sambas de Tito Cortes, almuerzos de Carne de Res, banquetes de Epulón para Lazaros del verso, sonetos de Mario Carvajal, componendas eróticas y lame que lame, la troupe de William Ospina Buitrago, el Arciniegas de la Legión del Afecto, el mejor fruto de esa cuarteta constituida por los ávidos de cariño de su juventud: Mario Flores y Dario Barberena, rosados depredadores de los dineros públicos de las exclusivas Acción Social de la Presidencia y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y los insaciables del billete de la madurez: Guillermo Gonzalez Uribe y Luis Angel Parra, gerentes de la Revista Número y Arte 2 Grafico, cuyo asesor no es otro que el Catire Hernández, dueño de los Premios Gallegos y Valera Mora.

Germán Arciniegas, ya nadie lo sabe, fue uno de los más longevos lagartos colombianos del siglo pasado, biznieto de Santa Teresa de Avila, a quien debemos, entre otras, la mejor revista financiada por la Central Intelligence Agency: Cuadernos, y uno de los Ig Nobel: Gabriela Mistral. Autor de 60 cartillas, durante el Frente Nacional convirtió la historia en un anecdotario donde la búsqueda del Dorado, las gestas de Túpac Amaru y los Comuneros, Fray Servando Teresa de Mier, Bolívar, San Martín y los piratas que asaltaron los puertos coloniales se transformaron en una legión príncipes con taparrabos y narigueras bailando macumbé en lagunas y nevados, virreyes con postizos espolvoreados y chancletas repujadas, filibusteros tuertos, bucaneros mancos, corsarios con patas de palo carcomidas por el gorgojo, reyes en solitarias planicies y castillos de invierno, traficantes de esclavos sin casa ni senzalas fornicando muqueleles y vírgenes del cobre, putillas italianas del renacimiento perseguidas por obispos sádicos, huesos tuberculosos de poetas desplazados como trofeos olímpicos, perversos sexuales convertidos en inquisidores políticos, monjas por decenas, negras arrechas de próceres, chismes y cotilleos de una obra que no cupo en la Biblioteca Nacional, de donde han salido con San Librarlo la mayoría de los volúmenes que le fueron dedicados, junto a una estatua de bronce que recuerda la humildad de su soberbia. Por algo había sido dos veces Ministro de Educación, Representante a la Cámara, Senador de la República, Vice cónsul en Londres, Embajador en Italia, Santa Sede, Venezuela, Israel, etc., etc.

William Ospina Buitrago es un producto típicamente colombiano. Nacido en una parcela del Páramo de las Letras, trocha del corregimiento tolimense de Padua, hijo de un serenatero fabricante de sinapismos y mejunjes de feria, por causa de la profesión y menos por la violencia que por el aguardiente de las galleras pasó la niñez y tierna pubertad en varios pueblos del entorno, como El Fresno, donde un cura lo inició en Barba Jacob y La balada de la cárcel de Reading traducida por Bernardo Arias Trujillo, cuyo Roby Nelson leían hasta el amanecer mientras chupaban Tapa Roja y oían Alma tumaqueña, hasta la mañana aquella, cuando en el altozano del Teatro Buenaventura, conoció a Mario & Dario, camino de una reunión de célula en el conventillo de Estanislao Zuleta, que ya había logrado destruir unos quinientos matrimonios de la clase alta mediante la ingestión de anisado y sicoanálisis. Zuleta le presentaría al Doctor José María Borrero Navia de la Rada y Pujol, magistrado insigne y director del Tribunal Internacional del Agua en Ámsterdam, autor del Cacofónico asesinato de una zarigüeya con dentadura postiza, que editaría con un sustantivo prologo suyo en 2003, cuyo fragmento inicial dice:

Zapatilla del postrado ten altruismo de esta infamia tuya y nuestra
Detén la huída bíblica del Oro Nuestro Señor
Mastica en tu abertura sin abolengo el ramalazo de su éxodo
Apolilla su trasero pajizo con la muela del juicio
Enjuicia a sus homicidas y acuchíllalos sin discreción
Premedita o sacude las memorias del Asco
Vomita tu llenura y la nuestra y sella tu ano
con un largo roñoso y filoso hueso de plátano
Ulaque Ulaque Pitizonque
y claque claque claque claque


Entonces, por indicación de su amigo con bocio compró, en la parte alta de la Librería Nacional, la Preceptiva, tratado y modelos de las artes del diseño de la poesía de don Marcelino Menéndez y Pelayo, un tomo en cuero timorato que había pertenecido a Luis, El Jorobado Ossa, un librero de Buga cuya amante pagaba los ardores del otro, el Doctor Parra Terreros, con los libros más gruesos, y durante siete largos veranos se aplicó al aprendizaje y confección de la poesía, con tan buen resultado que terminó siendo Aurelio Arturo por las tardes y Jorge Luis Borges después de las jaranas de célula. Esos fueron los años inaugurales de su perdurable carrera de publicista, ayer de caldos y medicamentos de Casa Grajales y Drogas La Rebaja, hoy de si mismo y Carvajal y Cía., empresa que nunca le ha abandonado desde la medianoche que dio con Doña Amparo Sinisterra, una ex bailarina convertida en la ministra que hizo de él lo que se merecía: el mejor escritor para señoras del siglo XIX.

Poeta fue hasta cuando en París descubrió que las ideas ganan más parné que las metáforas. Al fin y al cabo Francia vive de ideas, es decir, de mentiras. Para muestra un botón: llevan viviendo de la igualdad, libertad y fraternidad —tres entelequias de la invivible democracia— los postreros doscientos años que ahora celebramos dando la vuelta al mundo en tres horas de globo con el dinero ajeno.

Vivía en Paris, esos años de los primeros ochenta, la tropa que engrosaría las mesnadas administrativas de los peores gobiernos de nuestra historia, desde la mala hora del Palacio de Justicia hasta la buena hora de la Silla Vacía. Belisario, Virgilio, César, Ernesto y Andrés, 20 años de corrupción y charlatanería, que apenas el presente ha diluido. Generación que hizo del seudo revolucionario de los pantalones naranja, las botas fucsia, el abrigo negro y la bufanda gris a rayas un Sartre del Mabillon o el Camus de Chez George, que aun cuando almorzaba con Shakespeare y cenaba con Borges, nunca pudo enterarse de los Zuletas franceses: Foucault, Barthes, Lacan y Deleuze. Nada raro hay entonces que uno de sus libros, escrito entre la bruma del Bois de Boulogne-Billancourt, todavía se titule ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?

Al regreso el presidente Belisario Betancur presentó en una de las veladas de Casa de Nariño, tan famosas entonces como las de Casa Verde, su primer libro de poemas: Hilo de arena, ilustrado, según uno de los heterónimos de Dario Jaramillo, con un horrendo dragón, una espada misteriosa, un mascaron de proa con un pajarraco y un sol con ojos, cejas, nariz y labios de fuego. La recepción, con elogiosísimas palabras del mandatario, redactadas por Mario & Dario, fueron seguidas por un concierto autóctono de Teresa Gómez y una lluvia de carajillo del Quindío, en honor de los 2347 invitados de doña Amparo, única propietaria de la Fundación Carvajal, que con enormes sumas de dinero público cada año pone en escena el Festival de Arte de Cali, dota el Premio Internacional de Literatura y transmite por la Emisora para la Gente Culta del Occidente, música decente distinta al bullarengue y la salsa con que el Color ha teñido el paisaje de María & Efraím.

Ese entusiasmo por su obra ideológica va a crecer a medida que Carvajal comience a publicar sus desengaños y el Ministerio de Educación los haga lectura obligatoria en planteles de lujo y el de Cultura cree, con la ayuda de BB, las 1200 Bibliotecas Públicas donde sus libros siguen llegando, por docenas, en cajas de cartón donde nadie, nunca en Yopal o Tamalameque oyeron hablar de la franja amarilla o lo tarde que es ahora para todos los pobres. La prensa escrita cae entonces rendida a sus pies. Con decir que el redactor cultural de El Tiempo, un efebo en pompa, Andrés o Zambrano, dedicó a su ídolo —en diez años— no menos de 1200 artículos, firmados, todos, o casi, por Guillo, el hijo del fotógrafo o él mismo elogiado, hemos dicho poca cosa. Legiones de señoras ya abandonadas por sus maridos y odiadas por sus hijas, cientos de señores con las potencias mermadas, nubes de intrigantes y aspirantes a serlo inundan las salas donde Ospina aparece como un vaquero tolimense, con su inmensa cola de caballo, femenil su silueta y esa ausencia de sonrisa o frescura que proporciona la gloria inmerecida y consciente.

Pero es gracias a los pronunciamientos que ancianos y tiranos como Castro y Chavez hacen a favor de su obra en las Conferencias del Tercer Mundo, cuando las ideas del campesino profeta, deslumbran el mundo. Ya son más de 15 los años que Jean Claude Bessudo no da abasto para ajustar su agenda. Ha habido años que tuvo que tener las maletas en la puerta del avión por la prisa que corría para dar sus visiones del mundo y ofrecer los sinapismos que nos curaran de la envidia y el odio a las putas de oficio. Según ha informado uno de sus secretarios, el poeta de la calle y del siglo XVII Fernand Enis, Ospina estuvo a comienzos del año en Lusaka hablando de Orellana, Ursúa y las flechas con veneno; en Ha Tay sobre Alvaro Mutis y su hijo en Ciudad Viva; en Uland Bator sobre Los méritos de América y el legado europeo; en Chuquisaca sobre Publicidad prostibularia y literatura de alcantarilla; en Matanzas sobre Los últimos tabacos que se fumó Fernando Arbelaez en las Tres Riveras y en San Pedro Sula, sobre Ignacio Rodriguez Guerrero, Frodo, Agualongo y el Golpe de Estado.

De todos es conocido que la llamada Revolución Bolivariana ha encontrado en William Ospina Buitrago su más estricto intérprete. ¿Dónde está la franja amarilla? no es sólo leído y estudiado por Fidel Castro sino que el Coronel Chaves no se agobia al repetir que es su guía espiritual y ética. Chaves lo ha hecho redactar en farsi para que pueda ser leído por los ayatolas y recientemente lo hizo trasladar, durante un viaje al oriente, a 32 variantes del chino con la ayuda del director del Festival de Poesía de Medellín. Porque tenemos que hacer la revolución mediante todas las formas de lucha debido “(i) a la indolencia y el egoísmo de la clase dominante (“meros negociantes, vividores que no se identifican con el país y que no buscan su grandeza”), (ii) el fracaso repetido de las élites (“que si bien se han enriquecido hasta lo indecible, han fracasado ante la historia”), y (iii) la entrega inveterada de la riqueza nacional a potencias extranjeras (“…a ese invento genial se lo ha llamado apertura económica desde los tiempos del general Francisco de Paula Santander, miembro y favorecedor de las grandes familias importadoras de la sabana”)”, como ha sintetizado Alejandro Gaviría, quien concluye que “El Mamertismo ha sido una ideología precaria pero una religión eficaz. Cobrando una nueva vida bajo el liderazgo de un pontífice llanero y las enseñanzas de un evangelista tolimense, a quienes une su desprecio por la historia…

El Coronel Chavez ha reconocido la trayectoria de Ospina Buitrago otorgándole, por intermedio del Catire Hernandez, el socio de sus socios, el Premio Internacional de Novela Romulo Gallegos, dotado con la media pendejadita de 150 mil euros. Parecida cosa había hecho ya Castro, colgándole el sambenito de la Medalla Gratuita de Ezequiel Martinez Estrada, de la mano del firmante oficial de las penas de muerte de los pobres cubanos, don Roberto Fernandez Retamar.

Se dice ahora que esos reconocimientos los recibe por haber confeccionado, hasta la fecha, dos obras maestras de la literatura de América Latina, donde superando a Rivera, Gallegos, Asturias, Guiraldes y por supuesto a Amado y García Marquez, Ospina cabalga sobre los lomos de los más espantosos asesinos de la conquista poblando cientos de páginas de selvas encantadas, ríos luminosos, países de niebla, alas de sangre, pájaros rojos, milagrosas florestas, ramas que prometen la dicha, mas cientos de miles de frases extraídas de una bomba para inflar metáforas que vayan por las ciclo vías del Mamertismo Amarillo mientras lelos miran como desaparecen tres mil doscientos noventa millones de pesos en unos globos de mierda pintados por los empleados de Arte 2 Grafico, a quienes pagaron otros cinco millones por cabeza, pero de la plata pública, porque aun cuando digan que era privada, toda la plata es publica porque o es de todos o es de nadie.

Otra cosa no podía esperarse de un malicioso que con unos poesías preparados en una Black & Decker: tres de Silva, cuatro de Calzadilla, cinco de Montijo, seis de Pablo, ocho de Dickinson: ergo, tengo un William Ospina, ha dado más veces la vuelta al mundo que Alvaro Mutis cuando trabajaba en la Fox, entonando su jerigonza en la Bienal de Brasilia, Carnaval de Barranquilla, Encuentro de Quito y del Mundo Latino en Transilvania, Festival de Buenos Aires, Santiago de Chile, Tres Gargantas de Quebec, del Paraná en Rosario, Museo Rayo de Roldanillo, Carvajal de Arte de Cali, Escritores de Buenos Aires, Fernando Rendon de Medellín, Poesía del Divino Giovanni, Hay de Cartagena, Segovia, Granada, Ibagué en Flor, Salón del Libro del Principado de Asturias y Semana Negra de Gijón de donde acaba de regresar para subirse a uno de los Globos que le llevaran hasta el Cielo de la Soberbia donde le están esperando Piedad Bonnet, RH Moreno Durán, Laura Restrepo, J.M. Roca y José Mario Arbelaez, muertos, pero de la envidia.

18.7.09

POETA VLADIMIR HERRERA ES ANTOLOGADO EN UN NUEVO LIBRO QUE TUSQUETS EDITORES ACABA DE PUBLICAR EN ESPAÑA.


20 años de poesía. Nuevos Textos Sagrados (1989-2009)
AA. VV. Soria Olmedo, Andrés
POESÍA (NF). Poemarios Junio 2009
Marginales M 256
ISBN: 978-84-8383-132-8
512 pág.


SINOPSIS

Los poemas son los nuevos textos sagrados del presente, incluso los que proclaman ser profanos. La colección Nuevos Textos Sagrados, dirigida por Antoni Marí, celebra sus veinte años —precisamente cuando Tusquets Editores cumple cuarenta— con una antología escogida de entre un conjunto extraordinariamente distinguido y extenso en el tiempo y en el espacio hispánico: a lo largo de estos veinte años, se han publicado 80 volúmenes de cincuenta autores españoles e hispanoamericanos.

Los autores antologados son María Victoria Atencia, Marcos Ricardo Barnatán, Felipe Benítez Reyes, Carlos Bousoño, Francisco Brines, José Caballero Bonald, Arnaldo Calveyra, Guillermo Carnero, Luisa Castro, Juan Gustavo Cobo Borda, Antonio Colinas, José Corredor-Matheos, Alfonso Costafreda, Rosa Chacel, Diego Doncel, Francisco Ferrer Lerín, Vicente Gallego, Antonio Gamoneda, Concha García, Dionisia García, Luis García Montero, Olvido García Valdés, Ángel González, Jorge Guillén, Rafael Guillén, Vladimir Herrera, Clara Janés, Juan Ramón Jiménez, Chantal Maillard, Juan Carlos Marset, Antonio Martínez Sarrión, Carlos Marzal, José María Micó, Enrique Molina, Luis Muñoz, Manuel Padorno, Juan Luis Panero, Virgilio Piñera, Jorge Riechmann, Claudio Rodríguez, Ángel Rupérez, Daniel Samoilovich, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles, Andrés Trapiello, José Ángel Valente, Vicente Valero, Álvaro Valverde, Luis Antonio de Villena e Ida Vitale.

Todos ellos son, asegura Andrés Soria Olmedo, antólogo y autor del prólogo, «autores de obras consolidadas que —más allá de la posición previa en la zarabanda de generaciones, grupos, centros y periferias— confluyen en un lugar editorial donde muchos de ellos han acabado por adquirir o confirmar un reconocimiento público que puede verse reflejado en un porcentaje muy alto de premios prestigiosos… Por debajo, el hilo conductor es siempre el mismo: lo que el lector identifica, aprecia y disfruta como poesía, en toda su variedad de tonos, registros y actitudes».


SOBRE EL ANTOLOGADOR:

Andrés Soria Olmedo es catedrático de literatura española de la Universidad de Granada desde 1990. Ha impartido clases en Bolonia, en Harvard, en UCLA y en New York University, y es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada desde su fundación. Es autor de, entre otros volúmenes, Vanguardismo y crítica literaria en España (1988), Una indagación incesante. La obra de Antonio Muñoz Molina (1998) y Fábula de fuentes: tradición y vida literaria en Federico García Lorca (2004). Es el editor de la Correspondencia (1923-1951) de Pedro Salinas y Jorge Guillén publicada en Tusquets Editores en 1992, y de dos volúmenes de las Obras completas de Pedro Salinas (2007), además de la antología Las vanguardias y la Generación del 27 (2007).

*Tomado del blog de Walter Bedregal.

16.7.09

“CONTINUIDAD DE LOS ALFILES”: UNA POÉTICA DE CLAROSCUROS


Escribe: Darwin Bedoya

Cada silencio, cada sombra, cada luz, cada herida, cada sentimiento y cada idea tienen su propio poema. La labor del poeta es siempre interminable; un laberinto en el que a la vez se busca la salida, se tiene que ir describiendo las paredes de los senderos por donde se va o se está. Continuidad de los alfiles (2009, 46 pp. Ediciones Súbita) de Juan Zamudio (Arequipa, 1980), es un poemario con una persistencia de orden vital en el panorama de ejercicio poético. Vital no significa simple, hablar de la vida (hablar de la existencia, hablar del amor, hablar del deseo, hablar de la poesía, ¿de qué más se puede hablar?) no significa malbaratar la lengua con pasajes o anécdotas transcritas. Es la vida que late, pero este poeta que habla de la vida no ha renunciado a la tarea de conquistar lo que en el lenguaje todavía puede ser conquistado. Si bien es cierto, sabemos bien que la poesía se caracteriza por proponer transformaciones, por mostrar imágenes que vienen vibrando dentro de uno: «Estoy desnudo / una pelota es lanzada / violentamente / hacia esta esquina / nadie vendrá a recogerla. / Lo de la pelota lo inventé / pero que nadie vendrá / es cierto. / Estoy desnudo / con un cartel colgado al cuello / que dice / estoy desnudo», («Avenida», p.26).

El cisma del siglo XXI induce que también somos muchos los que aún no nos hemos querido desconstruir, porque habiendo padecido (y padeciendo) tanta alienación como cualquier ser del planeta, sentimos que formamos, tal vez, parte de esta sensibilidad posmoderna. Creemos que la posmodernidad intenta, con festiva seriedad, la recuperación de viejos valores o la propuesta de reconstruir la civilización (porque de eso se trata, al menos idealmente) sobre la base de nuevas concepciones que sean visibles y profundamente humanas. Esta idea supone que todo pudiera ser una visión intuitiva, ahora que se puede reconocer esa esencialidad de la poesía y de la fe que nos señala el camino —o los innumerables caminos posibles, pensando como quizás lo haría Lezama Lima— hacia el cosmos, la poesía.

Zamudio, en Continuidad de los alfiles, parte del vacío, del desvarío, del hilo suelto, de la mancha o de la grieta para reconstruir no lo que fue, sino lo que late en el fondo y apenas se insinúa. Va tomando con pinzas una colección de ideas para interrogar lo fragmentario y huidizo, los cabos de una realidad que no terminan de mostrarse. Es con estas ideas que nos revela su concepción del hombre como naturaleza caída, no por la culpa sino a causa de la conciencia de la separación y de la muerte. El libro, esencialmente, se constituye a través de la variación. Una estructura que el poeta aprovecha con eficacia alrededor de las acciones artísticas (y es fundamental la consecuencia y la referencia de los paratextos que aperturan las tres partes del libro), o del análisis de determinadas alusiones: fetiches, clepsidras, extramuros, ritos, brisas, enigmas, etc. que el autor utiliza casi como un correlato objetivo; referencias que podríamos pensar son fundadoras de una concepción del poema y, como consecuencia, aquellas a partir de las que es posible esculpir los trazos de la propia identidad, presencia materializada en este libro en las múltiples reticencias a la reflexión intuitiva del ser: «Estar así, frente a la pantalla del computador, teclear rápido que algunas imágenes se alejan, o simplemente teclear y echarle mano a las imágenes que reposan mansamente en la memoria./ Enviarte palabras como postales» («Campiña de moche», p.16). El ser, parece decir Zamudio, se funda y se deshace en la soledad y el vacío. Creo que este es el motor y motivo alrededor del cual se estructuran y también se erigen buena parte de los textos de este poemario. Desde el primer poema, que funciona casi como una cosmogonía íntima: «En distinta madrugada, lejos de casa, croma perpetuado inmóvil en sábana de sed. / El fugaz horizonte de mis pensamientos advierte ligero movimiento de la imagen, cuyo aguijón me inyecta secuencias de atardeceres. / Perpetuado, inmóvil, persiste Cáncer con sus dioses y revelaciones culminantes.» («Fetiche», p.11). La esencia de lo ¿humano? es consecuencia de la dialéctica entre contrarios, de su fusión y punto generatriz, en consecuencia, de su meditación del silencio y del vacío.

Mientras se va leyendo el poemario, uno se va dando cuenta que el tono es muy desolador, de hecho los paratextos titulares anuncian ese designio. Todo en el libro es una sensación de melancolía y meditación frente al vacío que tenemos en general los seres humanos. En el camino de esta meditación se va fraguando lo cotidiano, digamos, se va fraguando la experiencia de todos los días y se va fraguando también la poesía como una posible solución, para enfrentar esta situación de ausencias y vacíos y este hastío dentro de la relevancia de lo cotidiano, pero curiosamente, después de retratar, como dice el poeta, estos parajes y situaciones de este «reino de cenizas», de la incompletitud donde lloramos; la poesía finalmente aparece en el libro como algo que no quiere fracasar en ese empeño de redención. No pensemos en la integridad de la palabra desolación. Tal vez sea mejor entender que Continuidad de los alfiles es un poemario, convengamos, para cultivar la melancolía, un poemario para regodearse en las abstracciones de este mundo, y lo es.

La misión de la poesía es la de juntar cabos y para lograrlo los inventa partiendo del desorden mismo de la vida. Los poemas de Continuidad de los alfiles con­figuran un ceremonial suntuoso e ideológico, una suerte de restauración realizada, milímetro a milímetro, por una voraz reflexión en la que no es difícil adivinar el ritmo insondable de lo poético. Una nueva y perturbadora metáfora del exilio. En verdad, la poesía ha venido padeciendo el peso pedantesco de los aparatos teóricos de la verdad racional, directa o indirectamente autoritaria, decidora de las soluciones definitivas sobre la base exclusiva de su verdad; verdad que, en el mejor de los casos, va adquiriendo una lógica sobre las experiencias de la vida y su paz interior. Continuidad de los alfiles, al margen de sus méritos intrínsecos, afianza en su búsqueda la peculiaridad de una voz poética que dialoga con el mundo interior y la realidad exterior, con el acontecer metafísico y emotivo del sujeto, y la estela de accidentes y fenómenos que suceden más allá de los límites individuales. Pero Juan Zamudio no plantea dicha coyuntura en términos dicotómicos; su propuesta, en todo caso, intenta nombrar la contradanza que sostienen la insularidad de la persona y las epifanías del entorno a través de un espectro de matices, pulsiones y gradaciones que conlleva una revaloración de los detalles y movimientos que conforman el cuadro poético.

Continuidad de los alfiles nos demuestra que poco a poco los vectores de la vida se van corriendo (se seguirán corriendo) hacia el misterio que nunca ha podido ser explicado por la ciencia ni por teoría alguna, y así la invención poética, debido a su inmanencia en el ser, ha comenzado a evidenciarse (aunque realmente en muchas sociedades la poesía sigue oculta y tal parece que es una insuficiencia humana) como verdad liberadora, al desplazar al racionalismo hacia el lugar que le corresponde, o lo que es mejor decir, al reubicarlo entre sus propios límites, dejando que en estos tiempos el ojo del animador que llevamos dentro interrelacione dialécticamente la inteligencia de lo racional —concreto— lógico con lo mágico de las intuiciones y la imaginación para convertirse en un ojo verdaderamente inverosímil. La poesía, por ser una inefable mentira, admite incluso la reflexión existencial (esto es lo que quiere decir la poesía de Zamudio), y en consecuencia sus conceptos; por lo que entonces proyecta un carácter filosófico; admite, asimismo la mística, cuando se ocupa de imaginar la fe religiosa y alcanza su grandeza en la religiosidad y hace subjetivos, en general, los aspectos de la vida. Sombras y luz. Vacío: claroscuros.

Creo que fue el elegante y sutil Saint-John Perse quien explicaba, en su recepción del Nobel, que la oscuridad que se le reprocha a la poesía no proviene de su naturaleza, sino de la noche que explora. ¿Cuál es la realidad que explora el lenguaje de los poemas de esta ópera prima de Zamudio? ¿A qué oscuridad se refería S. J. Perse? La obra de un poeta es siempre una respuesta a un sentimiento. La labor del poeta es interminable. A veces también responde a la nada. El poeta dice lo que dice, y al hacerlo está tomando una postura ante una realidad y/o sentido que lo asedia. Lo que hay aquí de particular es la incorporación de este hecho como tema ineludible del poema. Hay una insistencia en la mención de sucesos sublimes. Saltan entre tormentos cotidianos, entre confusiones emotivas y fieros impulsos. En estos versos se percibe una realidad invertida, un orden desordenado. La poesía, que es exteriorización de lo poético, a mi juicio —y aunque esto quiera ser objetado— sólo es superada por el proceso de la fe del creyente (entiéndase el concepto de «lo religioso» no como fanatismo obtuso, sino como fuerza dirigida al apego del amor total. La fe, en sus múltiples manifestaciones, coincide con lo poético. De aquí que la fe también contenga lo poético o contenga la poesía como estructura lingüística, y también la ciencia y la filosofía, cuando en su relación dan lugar al pensamiento y la meditación de la vida. Brumas y cielos nublados. Esa oscuridad no es otra cosa que el intenso encuentro de los sucesos que le ocurren al poeta y los muestra en forma de poesía. Aunque su poesía no siempre se muestra con la misma intensidad y verdad.

El discurso del sujeto poético deja entrever un intento por lograr una convivencia mejor entre la simbiosis de lo sentido y lo vivido. Casi como un paralelo de aquel lejano día que se cuenta desde Platón, esa idea posible de contar la historia de «la divergencia entre los dos logos», el poético y el filosófico. El logos filosófico se vive como unidad de pensamiento frente al encanto de la irracionalidad del poema. El filósofo, desde la conciencia y desde el resplandor de la sabiduría, verá con horror «el mundo de apariencias a las que se aferra el poeta.» En el reino de la razón, filosofía y poesía profundizan su enemistad, y no será sino con la crítica y la negación de «la verdad revelada», con el intenso proceso de desconstrucción categorial que se inicia con Nietzsche y Heidegger, y que en Derrida tendrá uno de sus más extremos y extraordinarios avatares, cuando se cierre la divergencia entre los dos logos y la palabra filosófica regrese a su condición primera de palabra poética. En ese regreso a la unidad de los dos logos, la filosofía tomará de la poesía «los lugares del ser por ella señalados», se convierte entonces en reflexión sobre el lenguaje como morada y, en la irradiación misma de los signos, esto deviene en formulación estética, señalamiento de la expresión poética como revelación y ocultación, complejo modo de lo que se viene a llamar la sacralidad del ser: «Dios en forma de un hueso rojo / me habla desde allá / donde el otro que no seré / eleva su cometa en la inmovilidad / de la infancia. / Me habla desde allá / donde el otro que no seré lanza una esfera líquida / hacia atrás / sobre el abecedario / lo más lejos posible de su piel (…) / Quizá su polvo y el mío / sean materia de un mismo principio. / Ahora entiendo lo que decía Dios / en forma de un hueso rojo / al recuerdo y a la duna / el viento demora en deshacerlos» («Espacio en blanco», p. 41-42).

Frente a los poemas de Zamudio resulta muy difícil descartar el concepto de lector a la hora de pensar el fenómeno estético. Sin embargo, conviene entender aquí las lecturas no como algo exterior a la escritura, sino como « el resultado de una alquimia entre lo claro y lo oscuro». Hay entre ese claroscuro una búsqueda que no está sólo en el contenido, abarca también la forma, la de un sentido poético en el que impera la simplicidad simbólica y temática, la pauta en la elaboración técnica de su trabajo, lejana a una confesión meramente de sentimientos y cercana a la irrupción explosiva de una poética que recién se encamina, pero que ahora resulta trabajada con puntilloso rigor, combinando poemas en prosa y poemas breves, que vuelven más interesante el proceso de su lectura, pues obligan al receptor a tratar de indagar más allá de la superficie e ir a ese otro espacio del texto donde toda palabra está cargada de múltiples sentidos. Así, en el universo poético de Zamudio importará menos la experiencia, que el recuerdo de esa experiencia, que el poeta evoca y reescribe a partir de sus lecturas. Aquí, lo que parece fruto de la observación y el recuerdo es, en realidad, reescritura. El poeta pasa a ser un lector de los textos que ve.

En Continuidad de los alfiles, la reminiscencia también representa una búsqueda, donde la evocación se convierte en un refugio para continuar en el ahora. Se percibe, desde lejos, una preocupación fundamental por un discurso poético que quiere empecinarse en recuperar el tema de la imperfección del alma, es decir, que el hombre busca afanosamente completar su deseo sin conseguirlo, en las cosas más nimias y aun en aquellas que definen su espíritu. Este primer poemario de Zamudio es una exploración del lenguaje, de la poesía. Esto se puede entender desde el punto de vista eminentemente lingüístico, hasta las evidentes progresiones retóricas y un dilatado discurso perturbado, nervioso y hasta cierto punto forzando armonías e imágenes. Empero, pienso que existen mitos acerca de lo que debe ser el gusto de la época, cuando desde la provisional preceptiva moderna se impone la casi sagrada obligación de establecer el sujeto poético, la respuesta será que la vanguardia no es el único refugio de la literatura actual.

Finalmente, se escribe para dejar memoria de lo vivido. Las imágenes, las vivencias, los olvidos, los vacíos que aparecen en este texto, tratan de ser testimonio de la maravilla que causa lo nuevo, lo recién recorrido. El poeta siempre está alerta de su entorno, observa con atención el mundo que lo circunda. En la poesía se reproducen estados de ánimo, conexiones anímicas con los espacios, las alucinaciones, las divagaciones, las costumbres. Cada idea, cada ausencia, tienen su propio poema. Buen inicio poético éste de Zamudio. Esperamos más de él.

Juliaca, junio de 2009

15.7.09

WITOLD GOMBROWICZ Y SERGIO PITOL


Escribe: Juan Carlos Gómez

En los años 60 Gombrowicz tenía unos pocos fans en Barcelona: Gabriel Ferrater, Joaquín Jordá, Jorge Herralde, Sergio Pitol…, y es también en los años 60 que nosotros empezamos a tener noticias de Pitol por las cartas que nos escribe Gombrowicz desde Vence buscando desesperadamente un traductor para poner en español el “Diario argentino”.

“En cambio no haces lo que debieras hacer, es decir, mandar un ejemplar de “El casamiento” argentino a Sergio Pitol, México, como te decía en la anterior”.

Por aquel entonces Gombrowicz lo estaba invitado a Pitol a colaborar con la traducción del “Diario argentino”, un collage que arma con fragmentos de los diarios que se refieren con algún detalle a los argentinos y a la Argentina.

“Un día el cartero me entregó una carta procedente de Vence, una población del sur de Francia. La firmaba Witold Gombrowicz. ¿Se trataría, acaso de una broma? Me resultaba difícil creer que fuera auténtica. La mostré a algunos amigos polacos y se quedaron estupefactos. ¡Una carta de Gombrowicz recibida por un joven mexicano residente en Varsovia! ¡Qué exceso, qué anomalía! Yo asentía y me regocijaba. ‘Como todo en la vida de Gombrowicz’, me decía. En la carta me explicaba que alguien había puesto en sus manos la traducción al español de ‘Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y que le había parecido satisfactoria. Tanto, que me invitaba a colaborar con él en la traducción de su Diario argentino…”.

Podríamos decir que el mote de Niño Ruso se lo puso el propio Pitol en la infancia, y se lo puso con mucho gusto.

“El Viaje” es un libro mozartiano en el que se cruzan con inteligencia el drama, el humor y la belleza. Lo tuve que leer de apuro cuando el Niño Ruso se vino a Buenos Aires para presentarlo pues formaba parte de una trilogía dedicada que me había mandado desde México y que yo me resistía a leer como gato panza arriba.

En “El Viaje” Billy Sully le pregunta a Sergio cómo se llama: —Iván; —¿Iván qué?; —Iván, niño ruso.

“Los problemas de mitomanía me duraron unos cuantos años, como defensa ante el mundo […] La única excepción fue la de mi identificación con Iván, niño ruso, que aún a veces me parece auténtica verdad”.

El Niño Ruso fue el único escritor que se interesó verdaderamente por las cartas que Gombrowicz le había escrito a Flor de Quilombo y que yo mandaba a los escritores gombrowiczidas. Los comentarios que me hacía sobre esta correspondencia eran amenísimos e inteligentes.

“¿Cuál era la verdadera relación entre Gombrowicz y Flor? En una carta que me enviaste, de las que Gombrowicz le escribió a Flor, parecería que Flor, cuando conoció al polaco, se le acercó demasiado físicamente, y el escritor no le correspondió explicándole que una aventura sexual no le interesaba porque eso arruinaría una amistad. Pero estas cartas últimas parecen matrimoniales. Y tú lo sabías, por eso lo incitaste a proponerle una vida en común con Flor”.

Estaba dándole vueltas a la cabeza a ver cómo podía atacar la actitud bondadosa y patriarcal del Niño Ruso.

“En tu excelente ‘Diario de Escudillers’ escribís sobre tu llegada a Barcelona empezando el 22 de junio de 1969 y terminando el 27 de septiembre […]”.

¿Recordás que entre esas dos fechas, el 24 de julio más precisamente, se murió Gombrowicz en Vence, ¿por qué no escribiste sobre Gombrowicz si había muerto en el tiempo de tu diario barcelonés?”.

Sin perder ni un poco de su calma y de su aplomo habituales me escribió una carta bondadosa y atinada.

“Siento algo de inquisidor en tus preguntas. ¿Por qué no mencioné la muerte de Gombrowicz en mi diario de Escudillers? Tal vez no lo supe entonces. En España fuera de un puñado de intelectuales nadie sabía de la existencia de él. Y la muerte de alguien que no existe en mi entorno más íntimo me parece natural, es el ritmo final de la comedia humana, y está muy cerca de nuestras raíces mexicanas. Me parece que el único autor cuya muerte me dolió fue la de Thomas Mann, cuando era yo muy joven”.

Desde el mismo comienzo de nuestra relación el Niño Ruso me alentó a que me pusiera en contacto con el Pato Criollo si es que quería llevar a buen puerto mis empresas literarias.

“Me parece bien que hayas acudido a Aira, hay conexiones con Gombrowicz en su excentricidad, en su libertad, en muchas cosas. No son iguales, claro, nadie lo es […]”.

“Yo lamento la ausencia de los conocimientos filosóficos que tan bien maneja Aira y que le dan un peso especial a sus novelas, como ‘Cumpleaños’. Aira es el más importante y radical de los nuevos autores latinoamericanos y a mí, que estoy en el umbral de los setenta años, leerlo me da una gran sensación de libertad”.

El Niño Ruso tiene ideas un poco diferentes de las mías respecto a la Vaca Sagrada y me lo hace saber muy amablemente.

“Me permito decirte que hay algo que no me gusta de tus cartas, la manera como te expresas al tocar a Rita Gombrowicz. Fue su compañera, su enfermera, su lazo con el mundo y con la vida en los últimos años. Él la eligió. Aún ahora continúa trabajando para que la obra de Gombrowicz no se pierda. Si también tiene ganancias de esa obra, eso es lo que menos debe contar […]”.

“Y si declara que tenía relaciones con otros, es explicable, por las discordancias de edades, por la enfermedad y por las características difíciles de Gombrowicz en cuanto al sexo. Y, sobre todo, porque los años sesenta en Europa y creo que en todo el mundo, fueron absolutamente disolutos, libertarios, anárquicos, cargados de una intensidad erótica soberbia, y un acto sexual no tenía la más mínima trascendencia. Era como tomar un vaso de agua”.

Y tampoco nos ponemos de acuerdo sobre mi ruptura con Gombrowicz, el Niño Ruso considera que el dolor de Gombrowicz pesaba más que el mío cuando dejamos de escribirnos.

“Es bueno haber leído a los dos protagonistas. Desde el inicio sentí que la ruptura sería el destino de esa amistad; era necesario Buenos Aires y el grupo de amigos, y el Rex y todo un mundo físico donde se oyeran las voces para que la amistad viviera […]”.

“La dura ruptura con Gombrowicz, me parece, se debe a una falta de captación de tu parte sobre las condiciones del polaco. Estaba muy enfermo y aturdido, y al parecer tú no se lo creías. También, el hecho de que se radicara en Europa y decidiera no regresar a la Argentina tuvo repercusiones en ti desesperadas […]”.

“Soy afecto de las Gombrowiczidas, personaje algunas veces y también crítico de tu incomprensión del Gombrowicz de Vence, famoso, deprimido, enfermo, lejos de Polonia y Argentina. Lo conociste de una manera radiante y no le perdonaste, ni aún lo haces, que no fuera siempre así. El derrumbe de la amistad tenía que suceder. Fue amargo y cruel porque le exigiste lo imposible. Eres fenomenal cuando escribes sobre Gombrowicz y la literatura y la excentricidad de ese hombre único que de repente llegó a Buenos Aires para vivir largos años. Me encantó lo que escribiste últimamente sobre la pasión por Thomas Mann”.

A menudo pensamos que si no lo hubiera hecho uno lo hubiera hecho otro, y esto sobre asuntos que han tenido alguna importancia para los hombres.

Hay muestras de todo color en las historias de la ciencia y del arte para ilustrar esta cuestión, siendo una de las más señaladas la del cálculo infinitesimal, cuyo invento unos atribuyen al inglés Newton y otros a Leibiniz, el alemán.

Los gombrowiczidas hispanohablantes bien sabemos que el primero que puso en español una obra de Gombrowicz fue Gombrowicz mismo, con la colaboración legendaria del comité de traducción del café Rex que lo ayudó a trasladar a nuestro idioma el inmarcesible “Ferdydurke”.

Sin embargo, hay que decirlo, existe otro gombrowiczida que compite con el mismísimo Gombrowicz en esta empresa: el Niño Ruso, un mexicano que vivía en Barcelona cuando fue invitado a traducir el “Diario argentino” y que trasladó del polaco al español buena parte de su obra.

“La vida lo dotó con un destino absolutamente ideal para perseverar en esa condición de inconforme, para afinar su personaje, volverlo extraordinario y aprovechar esa antipatía o desprecio hacia el mundo convencional, predeciblemente obtuso y correcto, para combatirlo y buscar lo nuevo, lo auténtico, lo joven, lo real: ésa fue su vocación, y al seguirla coherentemente, la convirtió en su gran triunfo […]”.

“Me interesa esa opinión de Gombrowicz sobre su libro inicial, reeditado muchos años después con el título de Bakakay, porque a mi juicio es uno de los tres libros que resistirán el cruel paso del tiempo al que toda obra está sujeta, y formarán parte de la pequeña lista de clásicos que cada siglo salva. Los otros son Ferdydurke, y sobre todo, el prodigioso Diario que comenzó a escribir en Buenos Aires […]”.

“Quienes habían zaherido al joven narrador por su supuesta inmadurez literaria encontraron en ese libro una respuesta contundente. Ferdydurke es la novela de la inmadurez. En ella todo lo que parecía seguro, firme, respetable en el mundo de los hombres es barrido a golpes, resquebrajado, ridiculizado, hasta terminar siendo risible, grotesco, lamentable, y el fenómeno desacralizador que logra esos resultados es precisamente la inmadurez, la energía de los que se resisten a crecer, el golpe que lo inferior asesta a lo superior, el triunfo de lo vulgar, la subcultura y la impureza sobre la exquisitez, la cultura y la pureza […]”.

“Gombrowicz no es un autor fantástico sino un realista radical; él lo sostuvo toda su vida. Un hiperrealista que se propone corroer todo lo que es falso en el mundo de los hombres para llegar, después de traspasar capas y capas de construcciones culturales falsas y obsoletas, hasta lo real, es decir, lo verdaderamente humano […]”.

El Niño Ruso es un hombre digno de ser querido, amable, cordial, afectuoso, que maneja de una manera discretísima su carácter mundano y sus conocimientos, que me trató siempre con una bondad increíble, que trató de encarrilarme pero con el que no siempre me pongo de acuerdo.

No nos pusimos de acuerdo, por ejemplo, en qué cosa era La Fragata. Una tarde de Buenos Aires en el Hotel Crillón le digo al Niño Ruso: —Sí, fue terrible para mí, su “acaso era posible prolongar indefinidamente ese jueguito nuestro en la Fragata?”, me envenenó; —Pero, ¿por qué?; —Y, bueno, imaginate, las conversaciones que yo tenía con él en la Fragata eran todo para mí; —Pero, ¿cómo, la Fragata no era una señora que ustedes se disputaban?; —No, hombre, no, era junto al Rex el lugar donde se había desarrollado nuestra amistad; —Mira, hasta hoy pensé que era una señora.

12.7.09

“SPARAGMOS” DE MAURIZIO MEDO POR RICARDO GONZÁLEZ VIGIL


SPARAGMOS DE MAURIZIO MEDO. CUERPO DESPEDAZADO

Escribe Ricardo González Vigil

“Limbo para Sofía” (2002) nos mostró a un Maurizio Medo (Lima, 1965) en plena madurez artística. Delataba un vuelo creador ambicioso, tanto en la compleja reelaboración del lenguaje y los recursos retóricos de la tradición poética, como en la solvencia con que articulaba un libro orgánico.

Luego nos entregó una serie de breves poemarios haciendo más nítida su audacia creadora. Su aventura verbal ha despertado el entusiasmo de reconocidos poetas hispanoamericanos, entre ellos Eduardo Milán, quien lo ha incluido en su importante, a la par que provocadora, antología “Pulir huesos / Veintitrés poetas latinoamericanos 1950-1965” (editada por el prestigioso sello Galaxia Gutenberg); y ha opinado sobre “Manicomio” lo siguiente: “Una impresión de irrealidad campea a ventana cerrada y a focos encendidos —el lenguaje es violento, más que expresivo, expresionista, en continuo estado de grito, de fricativas chirriantes— [...] es la penúltima, no la última poesía peruana. No conozco un caso de la última poesía peruana cuyo lenguaje registre esta fuerza”.

Valga la aclaración: en la última poesía peruana tenemos la fuerza explosiva, expresionista, de César Gutiérrez, ya actuante en “La caída del equilibrista” (1997) e intergenéricamente incontenible en el poema-novela “Bombardero” (2008). Menos dinamitero, pero intensamente innovador, resulta también el lenguaje poético de José Carlos Yrigoyen. De hecho, la poesía peruana de los últimos veinte años ha presenciado el logro de monumentos mayúsculos a cargo de voces de diversas generaciones: Carlos Germán Belli y los mil versos de “¡Salve, Spes!”, Walter Curnosisy y el conjunto poliédrico “Rehenes del tiempo”, Verástegui y su “Ética”, y, en la misma hornada que Medo, Mariela Dreyfus y “Pez”.

Medo ha trans-escrito los textos editados después de “Limbo para Sofía” y agregando otras secciones ha articulado las 362 páginas de “Sparagmos”. En el trasfondo, reelabora el sacrificio de Jesucristo, “devorado” en el rito eucarístico, aunque la versión de Medo no es salvífica ni celestial, sino infernal. En otro plano, remite al mito griego de Orfeo (arquetipo del poeta) despedazado por las bacantes. Además, la inmolación del autor y de la palabra dialoga con las exploraciones de Huidobro en “Altazor” y de Eielson en “Poesía escrita”.

ARGUMENTO

Libro de poemas de sólida arquitectura, compuesto por “capítulos” o “actos”, en el sentido teatral. En su primera parte, aborda el cuerpo; en la segunda, el lenguaje se impregna de trance extático y desencadena el desmembramiento del cuerpo; y en la tercera asistimos a “El cuerpo muerto del autor”: el cuerpo del autor es devorado, lo que se ve simbolizado por la reescritura que hacen de sus textos los poetas Zurita, Santiváñez, Mazzotti, Hernández Montecinos, etc.

*Tomado del diario El Comercio.

SOBRE “EL HUÉRFANO ILUSTRE”, UNA NOVELA DE JAIME CORREAS


El huérfano ilustre, una novela de Jaime Correas revela los pormenores de los sonetos apócrifos de Jorge Luis Borges.

La leyenda, publicada por Anamagra, es la atracción de la Feria del Libro de Bogotá. El Festival Malpensaste ofrecerá una recepción en el Salón Terciopelo de El Panóptico donde llevarán la palabra la totalidad de los sobrevivientes de la sangrienta historia, menos uno, que ha inhibido la evocación de su nombre.

El que está perdido colabora en su perdición. En la primavera de 1898 un pelotón de granaderos fusiló en un pueblito de los Andes argentinos, a Tom Castro, embustero que procuraba ser el retoño extraviado de una rica heredera, quien de tanto desear recuperarlo nunca notó que el tramposo era distinto, por dentro y por fuera, a su hijo. La patraña teje un artículo de Thomas Seccombe (1866-1923), profesor de historia de la Universidad de Londres, en la onceava edición de la Encyclopaedia Britannica y de allí pasó a Historia Universal de la Infamia de Jorge Luis Borges.

La historia se repite como comedia o como tragedia: un despacho de la agencia Efe sobre una novela mendocina da cuenta de ello.

La aventura de los poemas que engañifa Jaime Correas comienza en New York el 16 de Diciembre de 1983, a media tarde, cuando Emir Rodriguez Monegal y Roberto Piccioto dejan a JLB en el portal del 170E 84th Street, donde HAT, que deseaba concluir una conversación iniciada en Madrid, hacía casi un lustro, en torno a un proemio que había colocado a uno de sus libros de poemas atribuyéndolo a JLB. HAT reveló a JLB la confección de su centón introductorio a partir de las propias frases del suplantado y tal fue la sintonía que Georgie le obsequió con cinco sonetos sin terminar, arrancados de su poderosa memoria, para que algún día “escribiera una historia que le hiciera rico, si mi gloria durase hasta entonces” y “María te lo permite”, según dijo al colombiano. Los únicos testigos oculares de estos hechos son un venezolano y una divina argentina que por casualidad se encontraron con HAT, al cruzar Lexington Avenue a la altura de la calle 86 frente a los almacenes Macy’s.

Doce años después, en la sauna de un hotel pekinés, HAT redactaría la ficción que le hubiese favorecido, si un político, asesinado en las calles de Medellin el 27 de Agosto de 1987, no hubiese llevado en el bolso de su sayuela uno de los versos del gaucho, instalado allí por la mano de su verdugo, que así cumplía los deseos de Clemencia Boneta, postrera prometida del letal Fidel Castaño Gil, alias La Misericorde. Nadie sabe para quién trabaja, dijo Castaño cuando Correas le preguntó, en la Hacienda Las Tangas, por el poema, mientras Jesús Ignacio Roldán Pérez, declamador y parricida, alias Mono de leche, criado a punta de sonetos, desgranaba sobras de otro:

No recibió la herencia del cuchillo
y con la droga reemplazó al coraje.
Se enroló en el moderno malevaje
de inconscientes con dedo en el gatillo.
Es la historia de siempre, se me antoja.
Que al que cruza el destino con luz roja,
no le falta quien le haga la boleta.

Hoy sabemos, por Correas, cómo llegó el poema al bolsillo del interfecto y cómo había llegado a manos del fundador de las AUC: su amante obtuvo del mismísimo HAT un plagio del cuadernillo impreso por don Ernesto Vigora del Taller de Marquetería con una nota y en la tapa los concisos JFILB/5/ Podenco/1986.

Sin duda varios de los entresijos que desenreda Correas en su novela son fascinantes. Uno de ellos recorre los asaltos, numerosos, de constipación padecidos por la congoja del célebre abandonado ante la imposibilidad de hallar salida al asunto de los sonetos, sin tener que recurrir a los prefabricados de HAT, a quien con razón, por cuestiones más de clase que de educación, consideró siempre un ser inferior, indigno de los parias de Vargas Vila. Otro, quizás el más verosímil, reconstruye el encuentro en una zapatería de tango de El Abasto porteño entre el actor italiano Horacio Romairone y Jorge Valderrama Restrepo, su viejo amigo colombiano de los días de Paris, el 8 de Setiembre de 1985, cuando Borges, aun estando indispuesto, y haciendo honor a la promesa de recibirles, les dejó copiar, directamente de su memoria, las versiones finales que se publicarían en Bogotá de los poemas neoyorkinos.

El resto c’est literature. Harold Alvarado Tenorio, es verdad, y lo demuestra Correas, no sobrevivirá como enredador; no da para tanto. Pero como María Kodama, alcanzó a vivir en carne propia las iluminaciones de esa confluencia de Buda y Homero que no volverá a repetirse sino al final de los tiempos. Abad Faciolince, concluye Correas, apenas fue su copista.

D. B. from The Borges Center at Bergen.

9.7.09

CÉSAR HILDEBRANDT: DANTE EN LOS SUBURBIOS (HOMENAJE A ENRIQUE CONGRAINS MARTÍN)


DANTE EN LOS SUBURBIOS

Escribe César Hildebrandt

Se ha muerto Enrique Congrains, el Dante que nos llevó a conocer los arrabales a los muchachos que estábamos seguros de que Lima no tenía marujas ni infiernos, el De Sicca del realismo urbano que nos paseó por los parajes negados y que hizo por el descubrimiento de la ciudad lo que Alegría y Arguedas habían hecho por el descubrimiento del mundo andino.

La cruel descripción que de él hizo Vargas Llosa en su autobiografía precoz la devolvió Congrains diciéndole a todo el mundo, la última vez que estuvo en Lima, que para él quien mejor escribía en el Perú era Gregorio Martínez.

Vargas Llosa lo pintó, con cuatro crayolazos maestros, como un fenicio chiflado que lo mismo podía vender pulidores de ollas que novelas y que escribió desde los cuentos de “Lima, hora cero” hasta la novela breve “No una sino muchas muertes” con el único propósito de ir de puerta en puerta ofreciendo su mercadería textual al contado o en cómodas cuotas mensuales.

La verdad es que Congrains nunca fue un escritor al que le sobraran brillos y también es verdad que su asilo en el realismo seco y duro parecía más una coartada que un modo de entender la literatura. Y es que el realismo tiene que ser el de un Dos Passos o el de un Solztjenitzin —realismo-río, plenitud mediocre, laborioso retrato de penurias— para llegar a ser arte. Y lo de Congrains tenía enormes méritos pero como que dejaba ver costuras, propósitos de conmover, trucos dramáticos.

También es cierto que nuestra crítica oficial fue siempre roñosa con Congrains. Pero eso no es de sorprender. Con la excepción del Oviedo original y del González Vigil de siempre, ¿de qué crítica podemos hablar que no sea esa que Clemente Palma podría reclamar como suya?

Como los críticos con diplomas lo ignoraron, Congrains se reafirmó desapareciendo. Y un día partió míticamente a Venezuela, donde hizo negocios inverosímiles que terminaban tas con tas con el fracaso, y otro día acoderó en Cochabamba, donde escribió sus dos últimos y olvidables libros. La última vez que estuvo en Lima, hace dos años, un sector de escritores reconoció su deuda con él y la saldó con algunas semblanzas y uno que otro ágape más bien chifoso. Las “autoridades” brillaron gracias a su ausencia.

Congrains tuvo el mérito de descubrirnos, proféticamente, el infierno de Lima. Necesitaríamos cien Congrains para novelar la pesadilla que es Lima hoy. Porque si los críticos jamás homenajearon a Congrains, quien le rindió culto y tributo fue Lima, que cada año se pareció más a sus libros y que hoy es como el borrador del libro crispado que Congrains debió escribir.

En todo caso, prefiero, como lector, a Congrains y su rudeza de arenal y estera que a los escritorcitos ovejados (meeeeeeeeee) que hacen todo lo posible por seguirle la corriente a los que cortan el jamón. El jamón serrano, claro está. Porque hablamos de una promoción de evasores que el viejo Lara y sus pandillas han domesticado desde el Planeta del entretenimiento. Porque para Lara todos los libros debían ser para el bolsillo. Y Planeta jamás hubiera editado a Congrains.

*Tomado del diario La Pr1mera.

DELIRÍUM ESTÉTICUS: MURIÓ EN EL CORAZÓN DE JULIACA, VICENTE BENAVENTE


Escribe Fernando Chuquipiunta Machaca

Lamentable noticia la que me he llevado desde hace pocos días atrás de la muerte del poeta Fermín Vicente Benavente Calla (Juliaca 1926-2009). No lo conocí muy personalmente pero conocí su poesía a través del volumen antológico de sus poemas: El mensaje de Vicente Benavente en el corazón del viento, publicado por el escritor tacneño Walter Bedregal Paz. Su muerte se ocasionó a raíz de un delicado estado de salud que lo venía aquejando en los últimos años y del cual muy pocos allegados sabían.

Cabria además decir, que Fermín Vicente Benavente Calla, publicó los siguientes libros: “Julia”, “Vientos de Amor”, “Mural de Latidos”, “Cantos Encendidos”. Éste último es, quizás, uno de sus libros más conocidos. Fue publicado por la editorial pregón calcetero y tuvo una gran acogida en Puno.

Con la muerte de Fermín Vicente Benavente Calla, nuestra literatura puneña pierde a uno de sus mejores representantes emblemáticos, sobre todo en la senda poética. Porque Vicente Benavente Calla, hombre de gran cepa, que en el desarrollo de su ejercicio literario estuvo inmerso en la cultura andina, cuando solía fantasear gustaba trasladarse a otras esferas, a otras latitudes, a otros seres, a otra realidad.

De igual modo, su pluma fue suficientemente fructífera, es por esa razón, que escribía con una interesante mezcla cultural y luego se conjugó para formar los referentes de una poesía en la que la naturaleza tiene un papel fundamental en permanente referencia a lo más esencial. Su desaparición física no anula su obra que, por supuesto, se encuentra ya en un púlpito de largo alcance milenario.

Por ello, Vicente Benavente Calla creía saber que es necesario identificarse con el pueblo y con el arraigo del Ande, donde, valgan verdades, demostró su grandioso talento y su profundo amor por la tierra que le vio nacer.
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