Escribe Juan Carlos Gómez
Para analizar unas cartas recientes del Esquizoide y del Benevolente utilicé el algoritmo del mínimo común múltiplo, un algoritmo que arrojó como resultado el tema de la inmadurez.
El Esquizoide recorta el tema de la inmadurez en medio de observaciones secas y amargas que me hace sobre el guión de “Gombrowicz o la seducción”, sobre el “Diario” de Gombrowicz y sobre la Vaca Sagrada.
“[…] Cabe señalar que nunca me importó un bledo acercarme a Vaca Sagrada alguna, jamás me preocupó apoyarme en figuras estelares para dar brillo a mi propia estrella, tengo muchos defectos pero no soy cholulo ni mitómano, más bien le huyo a esas desgracias proyectivas. De modo, mi viejo, que estás equivocado. Lo de la inferioridad, la juventud y todo el resto, daría mucho que hablar y no tengo ni el espacio ni las ganas de hacerlo […]”.
El Benevolente también recorta el tema de la inmadurez pero en medio de observaciones amables que me hace sobre el mundo fatuo de la literatura en el que yo entro con mi pala dialéctica para sacar del medio mucha basura, pala en la que Gombrowicz no aparece como un Sumo Pontífice sino como un factor desencadenante, como el ojo de la tormenta.
“[…] No digo que no aparezcan también cuestiones que van más allá de un espontáneo movimiento higienizador ni tampoco que no sean interesantes; la última que leo, el trasegado tema de la inmadurez y la madurez: habrá que respetar la idea de Gombrowicz al respecto pero me parece que es una idea de observador, no de sufridor; en otras palabras, moraliza cuando el tema da también para cierto faustismo. En otras palabras, no es sólo que ‘los jóvenes’ deseen dejar de serlo o que los adultos los miren con reprimida envidia o voluntad reeducadora sino también, dicho con toda prudencia, que en todo ser humano hay un sentimiento de pérdida […] y un complejo fáustico, saber que no hay caso y, sin embargo… ¿Lo habría asumido Witold Gombrowicz? […]”.
Para llenar el vacío que deja el Esquizoide negándose a hablar del tema de la inmadurez y para no darle la razón a la concepción fáustica del Benevolente vamos a decir algunas palabras sobre las ideas que tenía Gombrowicz sobre la inmadurez y sobre la forma.
Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo, el bien y el mal… Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo que apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas.
Echa mano a varios recursos para malograr el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan generalmente en comportamientos quebrados y fracasados. No se propone construir una moral nueva, le da una buena paliza a la que ya tenemos para que se aligere y se ponga a andar, para entretenerse con él mismo y para que nosotros nos entretengamos con él. Las ideas de la forma y de la inmadurez emprenden la marcha por dos caminos distintos, el de la conciencia y el del pensamiento, y es este tránsito doble de los dos universos opuestos el que convierte su línea binaria de pensamiento en una actitud fundamental.
A Gombrowicz se le ocurrió que la única arma de la que disponía para convertirse en un fenómeno de pleno derecho en la cultura consistía en no ocultar su inmadurez, al contrario, tenía que confesarla.
Con esta confesión podía tomar distancia de su inmadurez y de la cultura. Si Gombrowicz hubiera entrado en la cultura como un campesino polaco libertario absoluto los expertos lo habrían ubicado inmediatamente en el casillero de los autores destacados del primitivismo en estado puro y el problema quedaba resuelto, pero no fue así, Gombrowicz entró a la cultura de otra manera y lo más que se atrevieron los especialistas franceses fue a clasificarlo entre los anarcoexistencialistas.
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir, entonces, que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir.
Escribiendo, poco a poco, esa visión del mundo se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión.
La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio.
Esto ocurre así cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad y que, a juicio de Gombrowicz, nos deforman.
Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas…
Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.
Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la adolescencia por la inmadurez y la madurez.
Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros. Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes, es el sueño del doctor Fausto, es el sueño fáustico. Pero, este sueño no era el sueño de Gombrowicz, es un sueño que él no podía tener.
El personaje más poderoso de Fausto es Mefistófeles, es el único que está por encima de Fausto, y Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud: la que le resulta de su crecimiento natural y la de su pacto con el diablo. El sueño de Fausto es volver a ser joven, puede ver a su juventud desde afuera, por eso su sueño es una añoranza. En cambio, es difícil saber cuál es el personaje más poderoso de esa obra titulada Witold Gombrowicz. Por encima de él no está ni siquiera Dios porque no cree en él, y no tiene sentido decir que Gombrowicz está por encima de Gombrowicz.
Digamos que Gombrowicz atraviesa toda su vida, desde la niñez hasta la vejez, con una inteligencia y una conciencia agudísimas, y esa inteligencia y esa conciencia tan perfiladas fueron formando un personaje que se puso por encima de todo lo demás, es el personaje más poderoso de esa obra llamada Witold Gombrowicz.
Gombrowicz no es un hombre que haya pasado por su juventud, se quedó en ella, se quedó en su inmadurez a pesar de su degradación biológica. La inteligencia y la conciencia profundas son su madurez encarnadas en un ser inmaduro que no logra ponerse a su altura, nunca se volvió maduro, se volvió viejo, un viejo inmaduro.
Fausto le vende el alma al diablo para volverse joven; Gombrowicz le vende el alma a esa conciencia agudísima para volverse maduro. Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud y por eso puede añorarla; Gombrowicz no logra salir de su juventud, hace el simulacro de que se convierte en maduro en su obra pero es sólo una ilusión que utiliza para ponerse fuera de su inmadurez. Todo esto resulta ser una quimera, él no puede añorar su juventud pues permanece dentro de ella.
Los sueños de Fausto y de Gombrowicz son muy distintos aunque ambos sueñan con la juventud, uno para añorarla y otro por temor a perderla.
Si fuera necesario agregar algo más sobre la presencia permanente de la inmadurez en la vida y en la obra de Gombrowicz recordemos como termina dos de sus novelas, la primera y la última. Siendo la seriedad un atributo de la madurez y la falta de seriedad de la inmadurez hay que decir que las termina de una manera poco seria, insubstancial, trivial. Ferdydurke es una obra en la que Gombrowicz se rebela contra lo perfecto y contra la cultura entablando una lucha consciente para dominar sus impulsos inmaduros. Pugna como la crisálida, quiere convertirse en una mariposa para buscar una forma que lo ponga en el camino de la madurez pues las manifestaciones de la cultura y de las ideas, paradójicamente, lo ponen en el camino de la inmadurez. Es una comedia dramática caracterizada por el fracaso de los ideales y del amor, pero este fracaso culmina en una chanza: “Punto y coma el que lo leyó se embroma”.
Y Cosmos es su obra más grande, trágica y tan negra que la muerte le empieza a golpear la puerta. Como un cíclope medio ciego está combatiendo con las antesalas de la realidad, una realidad que es atacada por una forma que la fragmenta y la debilita pero que, finalmente, sucumbe ante ella. Gombrowicz no podía consagrar por mucho tiempo ninguna situación dramática, así que tampoco podía presentarse ante los lectores como un hombre trágico. Tomado por sus impulsos inferiores también termina esta novela en forma ligera: "Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno”.
La atracción fatal que tenía para Gombrowicz el mundo de la inmadurez tiene origen en un doble mundo que nunca perdió ni quiso perder. La inmadurez fue el salvoconducto que le permitía entrar en el campo del enemigo cuando iba de la clase social a la intelligentsia, y viceversa.
Quien conozca bien sus obras podrá descubrir también como una inmadurez premeditada es la llave que utiliza para componer literariamente los pasajes de situaciones contradictorias, de lo que se sigue que su inmadurez no era tan inmadura que digamos.
“Ferdydurke es la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a esos dos mundos, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos”.
Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en “Ferdydurke” ve en el pasado, la extinción de su familia de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice.
“Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia.
De los fondos de una gigantesca cloaca provienen la substancia y el alimento para el desarrollo de todos los valores y de toda la cultura. El complejo de formas de segundo orden encadenado a nuestra inmadurez está incorporado a nuestra vida como un viejo hábito.
La envoltura de las formas maduras y convencionales le rinde homenaje a los valores elevados y sublimados mientras nuestra vida esencial se desarrolla en una esfera familiar y sucia, con ligereza y libre de sanciones. Su energía emocional es cien veces más pujante que la de aquella otra en la que se tejen las telas de las convenciones, una esfera detestable y vergonzante en la que prospera una vida exuberante y lujuriosa.
Gombrowicz pone en entredicho la posición aislada y privilegiada atribuida a los fenómenos psíquicos destruyendo el mito de su divinización, y pone al descubierto una genealogía zoológica escabrosa y poco reluciente que repudia toda vanidad. Descubre una naturaleza común entre las esferas de la cultura y de las subculturas y vislumbra en la región de la inmadurez el modelo y el prototipo del valor en general, y en el mecanismo de su funcionamiento la llave para la comprensión de la maquinaria de la cultura. En el salón que da a la calle todo obedece a lo que es conveniente, pero en la cocina de atrás de nuestro yo se practica la economía de la peor de las conductas. Gombrowicz domina esta maquinaria psíquica ridícula y caricaturesca al punto de llevarla a una zona de cortocircuitos violentos y de explosiones que condensan en forma grotesca.
El Esquizoide recorta el tema de la inmadurez en medio de observaciones secas y amargas que me hace sobre el guión de “Gombrowicz o la seducción”, sobre el “Diario” de Gombrowicz y sobre la Vaca Sagrada.
“[…] Cabe señalar que nunca me importó un bledo acercarme a Vaca Sagrada alguna, jamás me preocupó apoyarme en figuras estelares para dar brillo a mi propia estrella, tengo muchos defectos pero no soy cholulo ni mitómano, más bien le huyo a esas desgracias proyectivas. De modo, mi viejo, que estás equivocado. Lo de la inferioridad, la juventud y todo el resto, daría mucho que hablar y no tengo ni el espacio ni las ganas de hacerlo […]”.
El Benevolente también recorta el tema de la inmadurez pero en medio de observaciones amables que me hace sobre el mundo fatuo de la literatura en el que yo entro con mi pala dialéctica para sacar del medio mucha basura, pala en la que Gombrowicz no aparece como un Sumo Pontífice sino como un factor desencadenante, como el ojo de la tormenta.
“[…] No digo que no aparezcan también cuestiones que van más allá de un espontáneo movimiento higienizador ni tampoco que no sean interesantes; la última que leo, el trasegado tema de la inmadurez y la madurez: habrá que respetar la idea de Gombrowicz al respecto pero me parece que es una idea de observador, no de sufridor; en otras palabras, moraliza cuando el tema da también para cierto faustismo. En otras palabras, no es sólo que ‘los jóvenes’ deseen dejar de serlo o que los adultos los miren con reprimida envidia o voluntad reeducadora sino también, dicho con toda prudencia, que en todo ser humano hay un sentimiento de pérdida […] y un complejo fáustico, saber que no hay caso y, sin embargo… ¿Lo habría asumido Witold Gombrowicz? […]”.
Para llenar el vacío que deja el Esquizoide negándose a hablar del tema de la inmadurez y para no darle la razón a la concepción fáustica del Benevolente vamos a decir algunas palabras sobre las ideas que tenía Gombrowicz sobre la inmadurez y sobre la forma.
Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo, el bien y el mal… Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo que apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas.
Echa mano a varios recursos para malograr el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan generalmente en comportamientos quebrados y fracasados. No se propone construir una moral nueva, le da una buena paliza a la que ya tenemos para que se aligere y se ponga a andar, para entretenerse con él mismo y para que nosotros nos entretengamos con él. Las ideas de la forma y de la inmadurez emprenden la marcha por dos caminos distintos, el de la conciencia y el del pensamiento, y es este tránsito doble de los dos universos opuestos el que convierte su línea binaria de pensamiento en una actitud fundamental.
A Gombrowicz se le ocurrió que la única arma de la que disponía para convertirse en un fenómeno de pleno derecho en la cultura consistía en no ocultar su inmadurez, al contrario, tenía que confesarla.
Con esta confesión podía tomar distancia de su inmadurez y de la cultura. Si Gombrowicz hubiera entrado en la cultura como un campesino polaco libertario absoluto los expertos lo habrían ubicado inmediatamente en el casillero de los autores destacados del primitivismo en estado puro y el problema quedaba resuelto, pero no fue así, Gombrowicz entró a la cultura de otra manera y lo más que se atrevieron los especialistas franceses fue a clasificarlo entre los anarcoexistencialistas.
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir, entonces, que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir.
Escribiendo, poco a poco, esa visión del mundo se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión.
La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio.
Esto ocurre así cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad y que, a juicio de Gombrowicz, nos deforman.
Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas…
Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.
Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la adolescencia por la inmadurez y la madurez.
Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros. Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes, es el sueño del doctor Fausto, es el sueño fáustico. Pero, este sueño no era el sueño de Gombrowicz, es un sueño que él no podía tener.
El personaje más poderoso de Fausto es Mefistófeles, es el único que está por encima de Fausto, y Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud: la que le resulta de su crecimiento natural y la de su pacto con el diablo. El sueño de Fausto es volver a ser joven, puede ver a su juventud desde afuera, por eso su sueño es una añoranza. En cambio, es difícil saber cuál es el personaje más poderoso de esa obra titulada Witold Gombrowicz. Por encima de él no está ni siquiera Dios porque no cree en él, y no tiene sentido decir que Gombrowicz está por encima de Gombrowicz.
Digamos que Gombrowicz atraviesa toda su vida, desde la niñez hasta la vejez, con una inteligencia y una conciencia agudísimas, y esa inteligencia y esa conciencia tan perfiladas fueron formando un personaje que se puso por encima de todo lo demás, es el personaje más poderoso de esa obra llamada Witold Gombrowicz.
Gombrowicz no es un hombre que haya pasado por su juventud, se quedó en ella, se quedó en su inmadurez a pesar de su degradación biológica. La inteligencia y la conciencia profundas son su madurez encarnadas en un ser inmaduro que no logra ponerse a su altura, nunca se volvió maduro, se volvió viejo, un viejo inmaduro.
Fausto le vende el alma al diablo para volverse joven; Gombrowicz le vende el alma a esa conciencia agudísima para volverse maduro. Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud y por eso puede añorarla; Gombrowicz no logra salir de su juventud, hace el simulacro de que se convierte en maduro en su obra pero es sólo una ilusión que utiliza para ponerse fuera de su inmadurez. Todo esto resulta ser una quimera, él no puede añorar su juventud pues permanece dentro de ella.
Los sueños de Fausto y de Gombrowicz son muy distintos aunque ambos sueñan con la juventud, uno para añorarla y otro por temor a perderla.
Si fuera necesario agregar algo más sobre la presencia permanente de la inmadurez en la vida y en la obra de Gombrowicz recordemos como termina dos de sus novelas, la primera y la última. Siendo la seriedad un atributo de la madurez y la falta de seriedad de la inmadurez hay que decir que las termina de una manera poco seria, insubstancial, trivial. Ferdydurke es una obra en la que Gombrowicz se rebela contra lo perfecto y contra la cultura entablando una lucha consciente para dominar sus impulsos inmaduros. Pugna como la crisálida, quiere convertirse en una mariposa para buscar una forma que lo ponga en el camino de la madurez pues las manifestaciones de la cultura y de las ideas, paradójicamente, lo ponen en el camino de la inmadurez. Es una comedia dramática caracterizada por el fracaso de los ideales y del amor, pero este fracaso culmina en una chanza: “Punto y coma el que lo leyó se embroma”.
Y Cosmos es su obra más grande, trágica y tan negra que la muerte le empieza a golpear la puerta. Como un cíclope medio ciego está combatiendo con las antesalas de la realidad, una realidad que es atacada por una forma que la fragmenta y la debilita pero que, finalmente, sucumbe ante ella. Gombrowicz no podía consagrar por mucho tiempo ninguna situación dramática, así que tampoco podía presentarse ante los lectores como un hombre trágico. Tomado por sus impulsos inferiores también termina esta novela en forma ligera: "Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno”.
La atracción fatal que tenía para Gombrowicz el mundo de la inmadurez tiene origen en un doble mundo que nunca perdió ni quiso perder. La inmadurez fue el salvoconducto que le permitía entrar en el campo del enemigo cuando iba de la clase social a la intelligentsia, y viceversa.
Quien conozca bien sus obras podrá descubrir también como una inmadurez premeditada es la llave que utiliza para componer literariamente los pasajes de situaciones contradictorias, de lo que se sigue que su inmadurez no era tan inmadura que digamos.
“Ferdydurke es la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a esos dos mundos, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos”.
Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en “Ferdydurke” ve en el pasado, la extinción de su familia de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice.
“Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia.
De los fondos de una gigantesca cloaca provienen la substancia y el alimento para el desarrollo de todos los valores y de toda la cultura. El complejo de formas de segundo orden encadenado a nuestra inmadurez está incorporado a nuestra vida como un viejo hábito.
La envoltura de las formas maduras y convencionales le rinde homenaje a los valores elevados y sublimados mientras nuestra vida esencial se desarrolla en una esfera familiar y sucia, con ligereza y libre de sanciones. Su energía emocional es cien veces más pujante que la de aquella otra en la que se tejen las telas de las convenciones, una esfera detestable y vergonzante en la que prospera una vida exuberante y lujuriosa.
Gombrowicz pone en entredicho la posición aislada y privilegiada atribuida a los fenómenos psíquicos destruyendo el mito de su divinización, y pone al descubierto una genealogía zoológica escabrosa y poco reluciente que repudia toda vanidad. Descubre una naturaleza común entre las esferas de la cultura y de las subculturas y vislumbra en la región de la inmadurez el modelo y el prototipo del valor en general, y en el mecanismo de su funcionamiento la llave para la comprensión de la maquinaria de la cultura. En el salón que da a la calle todo obedece a lo que es conveniente, pero en la cocina de atrás de nuestro yo se practica la economía de la peor de las conductas. Gombrowicz domina esta maquinaria psíquica ridícula y caricaturesca al punto de llevarla a una zona de cortocircuitos violentos y de explosiones que condensan en forma grotesca.
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