22.4.09

JULIO CORTÁZAR Y WITOLD GOMBROWICZ


Por Juan Carlos Gómez

Existen pocos puntos de encuentro entre estos dos escritores insignes, se podría decir en general que sólo entran en contacto en cuestiones relacionas con los premios y con los misterios. Debemos recordar, sin embargo, que los hombres de letras hispanohablantes tienen la costumbre de encontrarle parecidos a cosas muy diferentes.

Son memorables, verbi gracia, los esfuerzos que hicieron el Vate Marxista y el Filósofo Payador para encontrar paralelos entre el Asiriobabilónico Metafísico y Gombrowicz. El paralelo entre Cortázar y Gombrowicz lo buscó y lo encontró en el año del centenario un señalado gombrowiczida que además de hombre de letras es psicoanalista.

Estos incansables buscadores de problemas en las cavernas de la psique tienen la invariable costumbre de cortarles el culo a las hormigas.

Con tenacidad y sin claudicaciones este Perogrullo del inconsciente descubrió que el paralelo entre estos dos escritores tan renombrados quedaba establecido por el hecho singular de que ambos eran exiliados.

“Carnet de viaje —breves fragmentos donde por lo general más se dice de la escritura que del lugar— lo denominan algunos al Diario. La vuelta al día en ochenta mundos lo llamaría Julio Cortazar y Diario Argentino le diría Witold Gombrowicz. La fatigada expresión de extranjeros en su tierra bien puede aplicarse a la producción de ambos […]”.

“Una regla áurea que por su misma condición brillante, destellaría incesantemente en los apuntes, ya sean los de Los Premios de Julio Cortázar o Transatlántico de Witold Gombrowicz. Una cierta baliza destemplada que dice de la extrañeza y el exilio”.

Como el contarle el culo a las hormigas no es un asunto de mi incumbencia voy a restringir los comentarios que haga sobre este paralelo a los premios y a los misterios. El Pato Criollo algo nos dice sobre estas cuestiones, no nos dice mucho y además lo poco que nos dice es de relativa importancia.

“Otra cosa: o mucho me equivoco, o Cortázar no menciona una sola vez en los cuarenta tomos de sus obras a Gombrowicz. Y sin embargo, debieron cruzarse más de una vez, porque Cortázar frecuentaba la Fragata en los años cuarenta. Supongo que Gombrowicz tampoco lo menciona a él, ni lo leyó. No sé si Cortázar lo habrá leído, pero tiene un cuento, de los últimos que escribió, ‘La escuela de noche’, que es totalmente gombrowicziano […]”.

“Casi te diría que es lo único bueno que ha escrito bajo el magisterio de tu amigo. Lo curioso es que lo haya escrito al borde de la muerte, después de veinte años de melancolías literarias y desvaríos políticos”.

Cortázar sí menciona a “Ferdydurke” en “Rayuela”, y también mucho después lo menciona cuando se le escapa de las manos el premio internacional de literatura que, finalmente, recibe Gombrowicz: “[…] justo homenaje al enorme cronopio de Gombrowicz”.

La carrera por los premios, en la que finalmente se encuentran Gombrowicz y Cortázar, tiene en Gombrowicz un origen temprano. A Gombrowicz le gustaba mucho el juego de las alianzas. Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron muy dolorosos.

Como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes y puntapiés, y de torturas sofisticadas como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson. No había día en que no fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una parte baja de la pierna. Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos.

Mucho tiempo después de estas alianzas escolares de agresión y defensa, enhebraba otras para hacerse del premio internacional de literatura.

“Como ya sabrás perdí el Premio Internacional por un voto. Todo ha sido muy dramático. El jurado estaba en San Rafael, a 50 km. de aquí, de modo que a cada rato venían a verme para cenar, claro. Perdí por la estupidez de la MacCarthy, por una falsa maniobra de Ferrater (español) y por otra falsa maniobra de Bondy. ¡Qué tristeza para vos! De todos modos salí muy bien parado, Quilombo, con mucha gloria y se abren nuevas perspectivas en EE.UU. Inglaterra, Italia, España, Suecia y otros países”.

Dos años después de esta pérdida Gombrowicz celebraba consejos de guerra con el duque Hamilton Douglas, con Konstanty Jelenski, con Dominique de Roux…

Este juego de aliados le ayudaba a presentar batalla a Sarraute, Leduc, Sartre, Grillet, Guimaraes Rosa, Fuentes, Carpentier y Cortázar, los otros candidatos. El triunfo fue para Gombrowicz, lo premiaron por “Cosmos”.

El trabajo de los hombres de letras es muy arduo, desde la página en blanco hasta el editor deben levantar barreras pesadas, incluida la del propio editor. Después viene la verdadera hazaña, conseguir que alguien lea lo que escribe.

Pero el calvario no termina aquí, si el hombre de letras logra levantar los obstáculos que le ponen el editor y el lector debe iniciar una marcha forzada hacia los premios. Después del Formentor a Gombrowicz se le despierta el apetito, quiere más, quiere el Nóbel.

El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura con el Nóbel. Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto dicho grosso modo.

“[…] ¿Qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi personalidad, inflada por la fama y la grandeza? […] tengo que encontrar aquí mi propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta totalmente particular […] De nada sirve la afectada maestría de Anatole France […] la grandeza de Dostoievski, llena de sencillez compasiva, astuta y apasionada, tampoco es utilizable […] ¿Y el Olimpo de Goethe? ¿Y Erasmo o Leonardo? ¿El Tolstoy de Iasnaia Poliana? ¿El dandismo metafísico de Jarry o Lautremont? ¿Ticiano o Poe? ¿Kierkegaard o Claudel? Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos […]”.

En casi todos los gremios de la actividad literaria se piensa que el autor es su obra. Esta explicación pareciera, sin embargo, más apropiada para los productos del arte que para los productos de la ciencia, a nadie se le ocurriría decir, pongamos por caso, que Einstein es la Teoría de la Relatividad, pero pega muy bien decir que Gombrowicz es “Ferdydurke”…

Las diferencias fundamentales entre la ciencia y el arte no son tan evidentes que digamos, pero se podría decir aproximadamente que mientras la ciencia intenta resolver los misterios del mundo, el arte, en gran medida, vive de ellos. Entre todos los misterios del mundo, Dios es el más importante y el menos explicable de todos. Así como el de Dios, no es explicable tampoco la obra de un escritor, es menos explicable aún que su propia vida.

La vida corriente no es tan oscura, está medida por el desempeño que tiene el hombre en la familia, en el estudio, en el trabajo, y por tal razón es menos misteriosa.

En cambio un hombre puesto en la actividad de escribir puede transmutarlo todo: puede poner a un hombre, llegado a la treintena, como alumno en un colegio de adolescentes, o volverse puto en estado de ebullición, sin que el mundo se vaya a alterar demasiado por eso, porque cuando una persona escribe no tiene asignada ninguna función definida para alcanzar un objetivo entre los hombres, cualesquiera fuera la naturaleza de esa función: ética, estética, religiosa…

En cambio, un hombre puesto en la vida real, sí que tiene una función definida: como padre, como juez, como general, como sacerdote, como ingeniero, como mozo de café…

El hombre, cuando escribe, se pone aparte de las funciones, su horizonte está más allá. Las particularidades y las funciones de la vida corriente se convierten en instrumentos para alcanzar otros propósitos, por ejemplo, el de ser Dios. Pero Gombrowicz, según parece, no quiere ser Dios, no se ha cansado de decir que el hombre está por encima de su obra, y ocupó gran parte de su tiempo dando explicaciones sobre su obra para limitar el misterio.

Uno de los grandes misterios de Cortázar eran los cronopios. Cuando le preguntaban por el significados de la palabra cronopios se solía sonreír, no era el dios Cronos el que lo había inspirado, era otra cosa. En el intervalo de la representación de una obra de Stravinsky en un teatro de París, conducida por el mismísimo Stravinsky, se dio cuenta de que estaba solo en el gallinero, la gente se había retirado para estirar las piernas o tomar un café.

Esa penumbra que queda en los teatros en los momentos del descanso le despertó la imaginación, empezó a ver unas figuras tenues que volaban en el espacio, y con algo de poesía y con estos duendecillos alados fabricó los cronopios. Eligió uno enorme entre todos y se lo regaló a Gombrowicz.

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