Por Juan Carlos Gómez
Después de la batalla de Varsovia que los polacos libraron con los bolcheviques en el año 1920 a Gombrowicz le quedaron claras dos cosas: que era un desertor nato y que no tenía sentimientos de pertenencia. “Ivona” y “Ferdydurke” son obras que Gombrowicz escribe antes de la segunda guerra mundial, por lo tanto no puede haber en ellas referencias a este conflicto, pero sí aparece oculta entre las sombras la batalla de Varsovia, y aparece porque una de las formas que utilizaba para ajustar las cuentas con su debilidad era burlarse de ella y de las causas que se la provocaban.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones. Puso el grito en el cielo […]. Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de lo que se le venía en gana”.
Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado en la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: —Hizo que le leyera las primeras páginas, después se detuvo y me pidió que le dejara el manuscrito para terminar de leerlo ella sola. Es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día Nalkowska exclamó: —Es la revelación más sensacional de nuestra producción novelística. Mañana mismo iré a la editorial para que publique el libro.
“La señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de antes de la guerra; todo ello me recordaba los five o’clock de mi madre o las recepciones organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la inteligencia y la cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la conversación y dominaba perfectamente a diversos elementos que participaban en esas charlas […] Su talante mundano fracasaba únicamente en presencia de Witkiewicz; cuando aparecía ese gigante pesado con la cara de un astuto esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus confidentes una miradas desesperadas, porque desde ese mismo momento se terminaba la conversación y Witkacy tomaba la palabra”.
El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba también al mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días en su casa. Con las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta perversas, no les tenía afecto y prefería la compañía masculina. En el fondo Gombrowicz no soportaba a los polacos como la Nalkowska que asimilaban el savoir vivre europeo eludiendo al mismo tiempo una confrontación esencial con Occidente. Una tarde Gombrowicz caminaba con ella por un parque de alamedas: —¡Ah, fíjese en esa línea... es una belleza coronada…! ¡Qué chic es ese árbol…! ¡Pero si parece una verdadera dama...! Gombrowicz no aguantó más: —¡Se ve que usted pone toda su alma en ese árbol!; —Es verdad, la belleza no sólo me hace la vida más difícil, sino que además me impide encontrar una actitud normal frente a ella.
Zofia Nalkowska, igual que Victoria Ocampo, descubrió y apoyó con entusiasmo a muchos escritores que fueron importantes, a Gombrowicz tampoco le escatimó la ayuda y los consejos. Algo que no es tan fácil de explicar debió ocurrir entre Victoria Ocampo y Gombrowicz, estas dos mujeres eminentes estaban acostumbradas a tratar con locos y con toda la variedad de trastornos que tiene el género humano. Gombrowicz no rechazó a Nalkowska por sus relaciones sumisas con Europa y con la belleza, pero sí la rechazó a Victoria Ocampo por las mismas razones y la trató con desconsideración, una dama aristocrática apoyada en muchos millones que acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía una pregunta que no se atrevía a contestar: ¿En qué medida influyeron en esas majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal?
Y a la inversa, la Nalkowska no rechazó a Witkiewicz, a pesar de que era un pesado inaguantable, un loco de remate, porque tenía talento. Pero la Ocampo sí lo rechazó a Gombrowicz, ¿por qué?, ¿porque era qué?, ¿porque no tenía talento?…
Gombrowicz, hablando de un libro, mantuvo una conversación con la Nalkowska que bien podía haberla tenido con la Ocampo.
“Hay ahí, Witold, un montón de observaciones excelentes, de distintos sabores y saborcillos, una especie de cordialidad sui generis, ¿comprende?, algo especial…, pero hay que entrar en ello, fijarse de cerca, buscarlo…; —Sí, señora, Si usted se pone a mirar con atención esta caja de cerillas, extraerá de ella mundos enteros. Si va a buscar sabores en un libro, seguro que los encontrará, porque está escrito: buscad y encontraréis […]”.
“Pero un crítico no debería explorar ni buscar, que se quede sentado con los brazos cruzados esperando que el libro dé con él. A los talentos no hay que buscarlos con un microscopio, el talento debería dar señales de vida él mismo haciendo doblar todas las campanas”.
La Ocampo escuchó el doblar de las campanas en 1967, cuando Gombrowicz recibe el Premio Internacional de Literatura, pero ya era tarde para ella.
“Antes de cruzar las espadas con la Suma Sacerdotisa del culto inmaduro de la Madurez, Victoria Ocampo, que nos sea permitido tributarle un cortés saludo. Victoria Ocampo es inteligente y tiene personalidad […]”.
“¡Viva Victoria Ocampo! Empero, esta poderosa Dama Mundana, esta alma violenta y apasionada, bañada en ignotas e infinitas soberbias, en indescriptibles y sangrientos lujos del Medioevo Sudamericano, por un indescifrable Misterio de su iglesia interna se convierte en una niña temblorosa cuando se encuentra con lo que ella misma llama ‘Valery y Francia’ […]”.
“¡Muera Vitoria Ocampo! Vedla como se esquiva, se aniquila, se inmaduriza frente a Valery […] Pero chiquilla, aunque no fueses Victoria sino la más humilde y más inmadura de las hermosas hijas de esta tierra, no te conviene arrodillarte […]. Ni América es tan inmadura ni Europa es tan madura”.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones. Puso el grito en el cielo […]. Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de lo que se le venía en gana”.
Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado en la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: —Hizo que le leyera las primeras páginas, después se detuvo y me pidió que le dejara el manuscrito para terminar de leerlo ella sola. Es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día Nalkowska exclamó: —Es la revelación más sensacional de nuestra producción novelística. Mañana mismo iré a la editorial para que publique el libro.
“La señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de antes de la guerra; todo ello me recordaba los five o’clock de mi madre o las recepciones organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la inteligencia y la cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la conversación y dominaba perfectamente a diversos elementos que participaban en esas charlas […] Su talante mundano fracasaba únicamente en presencia de Witkiewicz; cuando aparecía ese gigante pesado con la cara de un astuto esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus confidentes una miradas desesperadas, porque desde ese mismo momento se terminaba la conversación y Witkacy tomaba la palabra”.
El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba también al mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días en su casa. Con las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta perversas, no les tenía afecto y prefería la compañía masculina. En el fondo Gombrowicz no soportaba a los polacos como la Nalkowska que asimilaban el savoir vivre europeo eludiendo al mismo tiempo una confrontación esencial con Occidente. Una tarde Gombrowicz caminaba con ella por un parque de alamedas: —¡Ah, fíjese en esa línea... es una belleza coronada…! ¡Qué chic es ese árbol…! ¡Pero si parece una verdadera dama...! Gombrowicz no aguantó más: —¡Se ve que usted pone toda su alma en ese árbol!; —Es verdad, la belleza no sólo me hace la vida más difícil, sino que además me impide encontrar una actitud normal frente a ella.
Zofia Nalkowska, igual que Victoria Ocampo, descubrió y apoyó con entusiasmo a muchos escritores que fueron importantes, a Gombrowicz tampoco le escatimó la ayuda y los consejos. Algo que no es tan fácil de explicar debió ocurrir entre Victoria Ocampo y Gombrowicz, estas dos mujeres eminentes estaban acostumbradas a tratar con locos y con toda la variedad de trastornos que tiene el género humano. Gombrowicz no rechazó a Nalkowska por sus relaciones sumisas con Europa y con la belleza, pero sí la rechazó a Victoria Ocampo por las mismas razones y la trató con desconsideración, una dama aristocrática apoyada en muchos millones que acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía una pregunta que no se atrevía a contestar: ¿En qué medida influyeron en esas majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal?
Y a la inversa, la Nalkowska no rechazó a Witkiewicz, a pesar de que era un pesado inaguantable, un loco de remate, porque tenía talento. Pero la Ocampo sí lo rechazó a Gombrowicz, ¿por qué?, ¿porque era qué?, ¿porque no tenía talento?…
Gombrowicz, hablando de un libro, mantuvo una conversación con la Nalkowska que bien podía haberla tenido con la Ocampo.
“Hay ahí, Witold, un montón de observaciones excelentes, de distintos sabores y saborcillos, una especie de cordialidad sui generis, ¿comprende?, algo especial…, pero hay que entrar en ello, fijarse de cerca, buscarlo…; —Sí, señora, Si usted se pone a mirar con atención esta caja de cerillas, extraerá de ella mundos enteros. Si va a buscar sabores en un libro, seguro que los encontrará, porque está escrito: buscad y encontraréis […]”.
“Pero un crítico no debería explorar ni buscar, que se quede sentado con los brazos cruzados esperando que el libro dé con él. A los talentos no hay que buscarlos con un microscopio, el talento debería dar señales de vida él mismo haciendo doblar todas las campanas”.
La Ocampo escuchó el doblar de las campanas en 1967, cuando Gombrowicz recibe el Premio Internacional de Literatura, pero ya era tarde para ella.
“Antes de cruzar las espadas con la Suma Sacerdotisa del culto inmaduro de la Madurez, Victoria Ocampo, que nos sea permitido tributarle un cortés saludo. Victoria Ocampo es inteligente y tiene personalidad […]”.
“¡Viva Victoria Ocampo! Empero, esta poderosa Dama Mundana, esta alma violenta y apasionada, bañada en ignotas e infinitas soberbias, en indescriptibles y sangrientos lujos del Medioevo Sudamericano, por un indescifrable Misterio de su iglesia interna se convierte en una niña temblorosa cuando se encuentra con lo que ella misma llama ‘Valery y Francia’ […]”.
“¡Muera Vitoria Ocampo! Vedla como se esquiva, se aniquila, se inmaduriza frente a Valery […] Pero chiquilla, aunque no fueses Victoria sino la más humilde y más inmadura de las hermosas hijas de esta tierra, no te conviene arrodillarte […]. Ni América es tan inmadura ni Europa es tan madura”.
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