Escribe: Bladimiro Centeno Herrera
He conocido a Jimmy Marroquín (Arequipa, 1970) cuando integraba el grupo literario Claraboya que desarrolló, durante la década del noventa, una gran actividad creativa en Arequipa. Dentro del grupo, Jimmy se perfilaba como un exigente lector de obras poéticas latinoamericanas. Ahora podemos comprobar que los resultados son simplemente satisfactorios.
Aparte de las diversas publicaciones en medios periodísticos, cuenta con tres obras poéticas de gran factura: Dinámica del fuego (2000), Teoría angélica (2006) y Antropología de la espuma (2008). He dado lectura a las dos primeras. Espero completar la tarea muy pronto para precisar mejor la propuesta poética de Jimmy que ha irrumpido como una voz bastante singular y a la vez insular como indica José Gabriel Valdivia en la primera presentación.
Dinámica del fuego (Lago Sagrado Editores, 2000) contiene veinte poemas divididos en tres bloques: el título homónimo, “Fugitivo ardor” y “Música de esferas”. Una lectura más atenta nos permite establecer que estos bloques constituyen tres secuencias temáticas: indagación del ser poético, conciencia de la desintegración del ser y la escritura como un proceso unificador del ser. En otras palabras, Jimmy propone una escritura metapoética sobre la naturaleza de la escritura lírica.
Para el sujeto lírico, la escritura poética es una manera de construir al ser, determinar su identidad y configurar su condición: una “treta de creador omnipresente, / balbuceo cotidiano de oficiante o vidente”.
La indagación del ser se produce en tres grados: el ser como manifestación, el ser ante el mundo y el ser en la escritura. En “Arte poética”, mediante un desdoblamiento discursivo, apela a la manifestación del ser poético. “Escarba sin temor el aire / allí encontrarás / tu voz ardiente…”. La manifestación surge, pero no de una manera espontánea, sino como producto de una gran tensión al interior de la escritura.
En “Monólogo de Narciso”, el ser percibe su presencia mediante la contemplación de la propia imagen. Pero en el proceso descubre que dicha proyección visual no es más que un espejismo. “Espero más del ojo / Sin confiar en el espejo / Que ya previsible es a mi tacto / La falsa imagen que me escruta / Del otro lado del espejo” precisa. Entonces, la manifestación del ser poético se vislumbra como una presencia problemática.
En “Prolongación de la luz”, esta manifestación se confronta con el universo cotidiano y se diluye en múltiples espejismo y gestos verbales. “Rumor del aire, obstáculo de la visión, bosquejo / de la verdad y el engaño, / descubres en un destello mi cuarto, / la ropa dispuesta sin orden, voces / lejanas, cercanas, reptantes” dice. La imagen y el rumor en la escritura son mecanismo para la manifestación del ser, pero no permiten la adopción de una identidad porque son elementos fugaces.
Esta constatación, desde luego, no detiene la búsqueda de una manifestación plena. La búsqueda es permanente, por eso en “Épica de la mirada”, el sujeto lírico ensaya una visión del ser concreto (la angustiante tensión de la expresión poética) y determina su condición verbal. La percepción se plantea como una opción primigenia y liberadora que se proyecta en los elementos externos del mundo. “Ojo indagador, miseria visual, brillante artificio / que me muestra de cara al cielo, crispado de ansiedad, / absorto ya por siempre / en la cegadora e hiriente redención de sol” diserta.
En una siguiente perspectiva, el ser ya no se problematiza en sí mismo sino en relación con el mundo. En “Cuestionamiento a Heráclito”, cuestiona la racionalidad asertiva y contempla la elección de un punto vista entre lo permanente y lo episódico. La manifestación del ser exige lo permanente, pero el mundo se encuentra en constante transformación. La confrontación de los puntos de vista dificultan la identificación del ser: “Sea éste / u otro / el enconado / discurrir del río / irretornable de la vida / arde el mismo aire”.
Pero surge un elemento que posibilita la identificación en un estado primigenio: el deseo. En “Alegato del humo” configura un mundo lírico en el cual el deseo posibilita la interacción del ser con el mundo. “Vuelo hendiendo el aire / ojos hendiendo el aire / y no obstante caminando hacia espacio ilimitado / de una sombra —el deseo— / extiendo como un estandarte harapiento” señala. El tiempo y el espacio, el sueño y el mundo, el recuerdo y el olvido, como elementos constituyentes de la identidad del ser, por su carácter inaprensible, se reduce a una experiencia ilusoria.
En consecuencia, la escritura es la manifestación de esta tensión, de esta búsqueda “llameante” que, en “De alma y Flama”, llega a una indagación más severa de la condición del ser en la construcción cognitiva del proceso lírico. “Cuando el fuego no era, / no podía ser / más que la absurda y necesaria continuidad / de un trayecto imposible, necesario / revivido; / una postura tediosa y constante el cuerpo/ hundiéndose en la musgosa altitud que es pasado, / que es presente, agonía obstinada de un futuro / que no nace y que ya muere”.
En “Dinámica de fuego”, a modo de una significación final, el sujeto lírico establece que la palabra es la materia que sostiene al ser. En consecuencia, la única pasión real y válida donde se manifiesta el ser es la escritura poética. “El fuego no revierte su vigor, su razón, su manía, / es el mismo instante cayendo sobre otro instante, / y el instante es el poema / el poema del instante”.
En “De Profundis” y “Absolución del tiempo”, el sujeto lírico se confronta con el ser y la nada, la presencia y el vacío, el recuerdo y el olvido. La elección no es el vacío sino, a pesar de su precariedad, la concreción del deseo, mediante el énfasis de la palabra y la memoria. “Soy el verbo / Cimbra la memoria del deseo / Soy tu cuerpo / Calle calle calle / Espacio obstinado de los vientos”.
El cierre de la indagación se produce en “Memoria del deseo” donde se exalta el deseo como la única posibilidad concreta que impulsa la “escritura que dejas fragmentos humeantes de lujuria / quemantes residuos / de fulgores y cuerpos inasibles”. Y concluye que “el signo sobre la palabra / enarbola ansiosamente su verga diamantina.”
Una vez que el sujeto lírico establece la manifestación del ser, que se vislumbra en su condición problemática, en el segundo bloque, titulado como “Fugitivo ardor”, toma conciencia sobre la precariedad, espejismo, transfiguración y desintegración del ser. En “Creación de la voz”, el ser enfrenta el silencio, el episodio, el movimiento que no constituye ninguna presencia mientras está ausente el signo. “…algo nace algo sucede algo adviene / silencio, más que silencio regueros de silencio, / críticas / crípticas / alusiones de un mundo disuelto en sueños / concreciones y apariencias / palabras, sílabas derramando humeantes”.
En “Fugitivo ardor”, título homónimo del bloque, constituye al ser a través del signo. El sujeto se sumerge a la escritura como una forma de poner de manifiesto al ser. “Frase, sílaba o vocablo tras el viento / indagador de la imagen que se ignora” afirma. En “Tránsito del mismo”, “Caída libre”, “Post Festum” y “Dos soledades” concretizan al ser. Pero el signo no es un ente concreto sino una abstracción, un simulacro, un proceso cognitivo, que conduce al espejismo que armoniza conceptualmente la vida y el mundo.
Esta determinación, sin embargo, no necesariamente conduce a la frustración o destrucción del sujeto lírico. El vacío, el aire, el olvido, como elementos que interrumpen la esencia, constituyen a un ser descentrado que encuentra su unidad en la escritura.
En “Música de esfera”, título del último bloque, justamente invoca este proceso. En “Tratado de la Anatomía: cinco exégesis de Mondrian”, contempla este descentramiento, desesencialización del ser, voz polivalente que adquiere coherencia en la escritura. Esa es la razón de la naturaleza poética: el sentido unitario del ser. “Expulsado —dice— hacia otro lugar / lejos de la Armonía / y los blancos yerros de la verdad / fija tu pincel / en la esponja llanura del poema”. El ser utiliza estrategias para la unificación de su polivalencia: la imagen, el sueño, la fábula y la escritura. Entonces, la conciencia desgarrada del ser es la condición primordial para la constitución del signo, el deseo es el componente central en la expresión lírica y la escritura es la estrategia para la integración del ser.
Considero que Teoría Angélica profundiza este problema del ser poético desde una perspectiva de los códigos culturales.
* Publicado en el diario Los Andes de Puno (19 abril de 2009).
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