Por Juan Carlos Gómez
Mi primer contacto con el Buey Corneta lo tuve en ocasión del estreno de “Gombrowicz o la seducción”, la película de Fischerman; el segundo contacto lo tuve en ocasión de la publicación de “Cartas a un amigo argentino”; y el último cuando le pedí que escribiera un prólogo para presentar en Polonia las cartas que yo le había escrito a Gombrowicz.
El Buey Corneta estaba encantado con “Gombrowicz o la seducción”, remata una larga nota que apareció un mes después del estreno de la película con una referencia al cuarteto.
“Ninguno de los cuatro discípulos (Rússovich, Gómez, Betelú y Di Paola) es actor, pero los cuatro representan sus papeles en “Gombrowicz o la seducción”. Obligados a repetir escenas, situaciones y textos que verdaderamente los unieron al escritor polaco, sus interpretaciones están impregnadas de una admirable extrañeza”.
El Buey Corneta escribió páginas memorables sobre Gombrowicz, y a pesar de que el Hombre Unidimensional lo acusa de cobarde por el partido que tomó en el asunto del premio medio vidrioso que le dieron al Vate Marxista, en el caso de la presentación de “Cartas a un amigo argentino” que se hizo en el Centro Cultural de España, fue audaz.
Yo había conseguido la participación del Pterodáctilo para la presentación de ese libro inmarcesible, pero entonces la Hierática me preguntó si no sería conveniente la presencia de las dos generaciones de gombrowiczidas: —Sí, claro, invitalo a Alan Pauls, es el más fotogénico de nuestros hombres de letras y nos asegura, por la parte baja, la presencia de dos docenas de mujeres. Presentó el libro con mucho entusiasmo pero un poco intimidado por la presencia del Pterodáctilo.
“Pero la vida epistolar de Gombrowicz sigue siendo doble, tan doble como la que llevaba en Buenos Aires: un ojo en la Forma, el otro en lo Informe, un pie en el Centro, el otro en las turbias periferias […] De Gómez sólo hay una carta en todo el libro, pero tiene un papel estelar: es la carta que cierra el libro. Seca, hastiada, lapidaria: menos una carta, casi, que un ajuste de cuentas”.
Las dos defecciones más señaladas del Buey Corneta conmigo tienen que ver con su conducta vacilante: una, la que tuvo con el prólogo que le pedí y otra, la que tuvo con la invitación que le hice para que participara en una mesa redonda de la Feria del libro el año del centenario de Gombrowicz. Ambas conductas me hicieron recordar al comentario sobre el Buey Corneta que me había hecho el Hombre Unidimensional.
“[…] Sea como fuere, Pauls, ahora sé de vos dos cosas que antes no sabía, que no sos puntual y que sos desconsiderado. La impuntualidad y la desconsideración son moneda corriente en Buenos Aires, no puedo quejarme de eso. Pero me preocupa que seás también un bufón y se te ocurra divulgar el contenido de las cartas que le escribí a Gombrowicz. Cuando las deposité en tus manos jamás imaginé que podías tener la misma conducta que tienen los payasos cuando se cambian de traje en el circo”.
El Buey Corneta, entre otros varios escritores argentinos, fue invitado a la mesa redonda del homenaje que se le hacía a Gombrowicz, pero se escondió detrás de la excusa de los compromisos anteriores. De tal modo los hombres de letras hispanohablantes desairaron a Gombrowicz, a los ponentes polacos, y al Embajador de Polonia.
Pasaron dos años y ahora sí, el Buey Corneta aceptó participar en una mesa redonda del la Feria del Libro: “La verdad tiene la estructura de la ficción”, una mesa en la que también hablaron como ponentes el Orate Blaguer y el Pícaro, un personaje este último oscuro y neurótico que tiene en su haber el extraño record de haber rechazado “in limine” y a libro cerrado la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”. Sería hora de que el Buey Corneta, éste representante de la ambigüedad y del mundo florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno.
En “Cuando un amigo se va” el Buey Corneta se detiene con fruición en una página de los diarios en la que Gombrowicz habla de un par de zapatos amarillos que había comprado en Ostende.
“Fui a Ostende, una tienda de moda, y me compré un par de zapatos amarillos que resultaron ser demasiado pequeños. Volví, pues, a la tienda y cambié ese par por otro, del mismo modelo y número y, en fin, idéntico en todos los aspectos, que también resultó ser demasiado pequeño. A veces me asombro de mí mismo”.
Sobre este pasaje de los diarios hay gente que se pregunta por qué Gombrowicz mete estas trivialidades en su mayor obra literaria. Si bien se podría creer que estas palabras tienen un tono ligero y socarrón, de tal modo que aparecen como gratuitas, sin embargo, no lo son, por lo menos no lo son a los ojos del autor.
Cuando Gombrowicz les explica a los jóvenes de Tandil la razón por la que los incluye como personajes en los diarios, aparecen los zapatos de Ostende.
“[…] Lo hago porque me gusta operar con lo insignificante, llevar lo insignificante a la altura, desconcertar… Lo hice una vez con un par de zapatos y otra con seis camisas de verano, metiéndolos en mi "Diario", así que no se imaginen demasiado… […]”.
Lo zapatos de Ostende también le han servido al Buey Corneta como enlace de un dietario intelectual que escribió después de haber leído el “Diario argentino” y “Cartas a un amigo argentino”.
“[…] Las ‘Cartas a un amigo argentino’ empiezan donde termina el ‘Diario argentino’ […] Durmió en pensiones, jugó al ajedrez en la confitería Rex, tartamudeó el castellano y sus lunfardos, se codeó con las señoras de la comunidad polaca local, compró zapatos amarillos en 'una tienda de moda' de Ostende que le quedaron chicos […]”.
“Trabó alguna amistad con Ernesto Sabato (que prologó ‘Ferdydurke’) y con Matronardi y ninguna con Borges (‘quizá el escritor argentino de más talento, dotado de una inteligencia que el sufrimiento personal agudizaba’), escribió dos novelas geniales (‘Transatlántico’ y ‘Pornografía’) y empezó una tercera, igualmente genial, que sería la última (‘Cosmos’), buscó aventuras nocturnas en los alrededores de Retiro, cambió los zapatos amarillos por otros exactamente iguales (que también le quedaron chicos), visitó Mar del Plata, Santiago del Estero, Uruguay y Tandil […]”.
Es bien sabido que una buena parte de la personalidad del Buey Corneta se le formó caminado por las playas de Cabo Polonio, tanto es así que en “La vida descalzo” recuerda un pasaje de los diarios de Gombrowicz en el que la mujer del farmacéutico juguetea con el piececito, mientras su talón desnudo despunta y asoma en las playas de Necochea.
Quizá fue por eso que confundió una tienda de la calle Florida llamada Ostende, donde Gombrowicz realmente compró los zapatos, con el balneario de Ostende donde el Buey Corneta cree que los compró.
Según parece el Buey Corneta está encaprichado, no quiere escribir ficciones y tampoco quiere escribir de política, entonces escribe diarios y los sazona para los lectores con un poco de Gombrowicz. Pero los diarios de Gombrowicz no se parecen en nada a los diarios del Buey Corneta que intenta ser más culto que los demás paseándose descalzo en la playa del Cabo Polonio y es por eso que dice tonterías, unas tonterías contra las que Gombrowicz estaba prevenido.
Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas.
De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor. No creo que estos escritores tan connotados, cada uno en su carácter, se hayan propuesto caricaturizar a Gombrowicz.
A mí mismo, siguiendo esa deriva de la miniaturización tan atractiva, se me ocurre decir que las actividades de mentir, de desmentir y de desmentirse se fueron convirtiendo en un hábito permanente de Gombrowicz.
Yo pienso, sin embargo, que no es por el lado de la pose, de la impostura o de la mentira que nos podemos acercar a Gombrowicz. Ese hombre, con un punto de vista moderno y ateo, que tanto desconfiaba de las ideologías y de la cultura, que nunca se valió de Dios ni siquiera por cinco minutos, debe tener otra dimensión.
La mala fe de la que se lo acusa va más allá de la mentira cínica, es más bien como si lo acusaran de que estuviera negando la propia verdad, como si estuviera engañándose a sí mismo, como si su mala fe fuera una fe.
Si bien es cierto que las concepciones de Gombrowicz son divergentes en algunos de sus puntos con las del existencilismo, no lo son tanto en su pretensión de llegar a ser una descripción moral del mundo, porque esta descripción nos revela el sentido ético de los distintos proyectos humanos.
Ambas concepciones intentan llevar al hombre a la renuncia del espíritu que le concede al mundo más realidad que al hombre y considera al hombre como un resultado del mundo, espíritu que los existencialistas llaman “espíritu de seriedad”.
Es tan tentadora la actitud reduccionista de los hombres de letras argentinos que nos permite entender a Gombrowicz con una sola idea, que se me está ocurriendo escribir sobre otra de sus características sobresalientes: el complejo de Eróstrato.
Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo de Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una intención parecida a la del griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a desmontar todas las posiciones de la cultura para hacerse escuchar.
Los escritores argentinos se cuidan de no caer en internas culturales, como las llama el Buey Corneta, cualquiera podría pensar que no caen en estas internas culturales porque son más educados que los polacos, pero yo pienso otra cosa.
Se cuidan por debilidad, no quieren poner a prueba la arrogancia que llevan en el pecho como la armadura de Don Quijote a la que, por si acaso, prefieren no probar, no vaya a ser cosa que todo se les venga abajo.
Cuando el Buey Corneta se enteró de las batallas campales que se estaban librando en Polonia donde hombres de letras insignes se acusaban unos a otros de homosexuales tradicionales y de planchados comemierda, se lo comunicó de inmediato a sus corresponsales, y en esto deben encontrar los gombrowiczidas una de las razones del apodo que le puse a Alan Pauls.
El Buey Corneta estaba encantado con “Gombrowicz o la seducción”, remata una larga nota que apareció un mes después del estreno de la película con una referencia al cuarteto.
“Ninguno de los cuatro discípulos (Rússovich, Gómez, Betelú y Di Paola) es actor, pero los cuatro representan sus papeles en “Gombrowicz o la seducción”. Obligados a repetir escenas, situaciones y textos que verdaderamente los unieron al escritor polaco, sus interpretaciones están impregnadas de una admirable extrañeza”.
El Buey Corneta escribió páginas memorables sobre Gombrowicz, y a pesar de que el Hombre Unidimensional lo acusa de cobarde por el partido que tomó en el asunto del premio medio vidrioso que le dieron al Vate Marxista, en el caso de la presentación de “Cartas a un amigo argentino” que se hizo en el Centro Cultural de España, fue audaz.
Yo había conseguido la participación del Pterodáctilo para la presentación de ese libro inmarcesible, pero entonces la Hierática me preguntó si no sería conveniente la presencia de las dos generaciones de gombrowiczidas: —Sí, claro, invitalo a Alan Pauls, es el más fotogénico de nuestros hombres de letras y nos asegura, por la parte baja, la presencia de dos docenas de mujeres. Presentó el libro con mucho entusiasmo pero un poco intimidado por la presencia del Pterodáctilo.
“Pero la vida epistolar de Gombrowicz sigue siendo doble, tan doble como la que llevaba en Buenos Aires: un ojo en la Forma, el otro en lo Informe, un pie en el Centro, el otro en las turbias periferias […] De Gómez sólo hay una carta en todo el libro, pero tiene un papel estelar: es la carta que cierra el libro. Seca, hastiada, lapidaria: menos una carta, casi, que un ajuste de cuentas”.
Las dos defecciones más señaladas del Buey Corneta conmigo tienen que ver con su conducta vacilante: una, la que tuvo con el prólogo que le pedí y otra, la que tuvo con la invitación que le hice para que participara en una mesa redonda de la Feria del libro el año del centenario de Gombrowicz. Ambas conductas me hicieron recordar al comentario sobre el Buey Corneta que me había hecho el Hombre Unidimensional.
“[…] Sea como fuere, Pauls, ahora sé de vos dos cosas que antes no sabía, que no sos puntual y que sos desconsiderado. La impuntualidad y la desconsideración son moneda corriente en Buenos Aires, no puedo quejarme de eso. Pero me preocupa que seás también un bufón y se te ocurra divulgar el contenido de las cartas que le escribí a Gombrowicz. Cuando las deposité en tus manos jamás imaginé que podías tener la misma conducta que tienen los payasos cuando se cambian de traje en el circo”.
El Buey Corneta, entre otros varios escritores argentinos, fue invitado a la mesa redonda del homenaje que se le hacía a Gombrowicz, pero se escondió detrás de la excusa de los compromisos anteriores. De tal modo los hombres de letras hispanohablantes desairaron a Gombrowicz, a los ponentes polacos, y al Embajador de Polonia.
Pasaron dos años y ahora sí, el Buey Corneta aceptó participar en una mesa redonda del la Feria del Libro: “La verdad tiene la estructura de la ficción”, una mesa en la que también hablaron como ponentes el Orate Blaguer y el Pícaro, un personaje este último oscuro y neurótico que tiene en su haber el extraño record de haber rechazado “in limine” y a libro cerrado la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”. Sería hora de que el Buey Corneta, éste representante de la ambigüedad y del mundo florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno.
En “Cuando un amigo se va” el Buey Corneta se detiene con fruición en una página de los diarios en la que Gombrowicz habla de un par de zapatos amarillos que había comprado en Ostende.
“Fui a Ostende, una tienda de moda, y me compré un par de zapatos amarillos que resultaron ser demasiado pequeños. Volví, pues, a la tienda y cambié ese par por otro, del mismo modelo y número y, en fin, idéntico en todos los aspectos, que también resultó ser demasiado pequeño. A veces me asombro de mí mismo”.
Sobre este pasaje de los diarios hay gente que se pregunta por qué Gombrowicz mete estas trivialidades en su mayor obra literaria. Si bien se podría creer que estas palabras tienen un tono ligero y socarrón, de tal modo que aparecen como gratuitas, sin embargo, no lo son, por lo menos no lo son a los ojos del autor.
Cuando Gombrowicz les explica a los jóvenes de Tandil la razón por la que los incluye como personajes en los diarios, aparecen los zapatos de Ostende.
“[…] Lo hago porque me gusta operar con lo insignificante, llevar lo insignificante a la altura, desconcertar… Lo hice una vez con un par de zapatos y otra con seis camisas de verano, metiéndolos en mi "Diario", así que no se imaginen demasiado… […]”.
Lo zapatos de Ostende también le han servido al Buey Corneta como enlace de un dietario intelectual que escribió después de haber leído el “Diario argentino” y “Cartas a un amigo argentino”.
“[…] Las ‘Cartas a un amigo argentino’ empiezan donde termina el ‘Diario argentino’ […] Durmió en pensiones, jugó al ajedrez en la confitería Rex, tartamudeó el castellano y sus lunfardos, se codeó con las señoras de la comunidad polaca local, compró zapatos amarillos en 'una tienda de moda' de Ostende que le quedaron chicos […]”.
“Trabó alguna amistad con Ernesto Sabato (que prologó ‘Ferdydurke’) y con Matronardi y ninguna con Borges (‘quizá el escritor argentino de más talento, dotado de una inteligencia que el sufrimiento personal agudizaba’), escribió dos novelas geniales (‘Transatlántico’ y ‘Pornografía’) y empezó una tercera, igualmente genial, que sería la última (‘Cosmos’), buscó aventuras nocturnas en los alrededores de Retiro, cambió los zapatos amarillos por otros exactamente iguales (que también le quedaron chicos), visitó Mar del Plata, Santiago del Estero, Uruguay y Tandil […]”.
Es bien sabido que una buena parte de la personalidad del Buey Corneta se le formó caminado por las playas de Cabo Polonio, tanto es así que en “La vida descalzo” recuerda un pasaje de los diarios de Gombrowicz en el que la mujer del farmacéutico juguetea con el piececito, mientras su talón desnudo despunta y asoma en las playas de Necochea.
Quizá fue por eso que confundió una tienda de la calle Florida llamada Ostende, donde Gombrowicz realmente compró los zapatos, con el balneario de Ostende donde el Buey Corneta cree que los compró.
Según parece el Buey Corneta está encaprichado, no quiere escribir ficciones y tampoco quiere escribir de política, entonces escribe diarios y los sazona para los lectores con un poco de Gombrowicz. Pero los diarios de Gombrowicz no se parecen en nada a los diarios del Buey Corneta que intenta ser más culto que los demás paseándose descalzo en la playa del Cabo Polonio y es por eso que dice tonterías, unas tonterías contra las que Gombrowicz estaba prevenido.
Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas.
De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor. No creo que estos escritores tan connotados, cada uno en su carácter, se hayan propuesto caricaturizar a Gombrowicz.
A mí mismo, siguiendo esa deriva de la miniaturización tan atractiva, se me ocurre decir que las actividades de mentir, de desmentir y de desmentirse se fueron convirtiendo en un hábito permanente de Gombrowicz.
Yo pienso, sin embargo, que no es por el lado de la pose, de la impostura o de la mentira que nos podemos acercar a Gombrowicz. Ese hombre, con un punto de vista moderno y ateo, que tanto desconfiaba de las ideologías y de la cultura, que nunca se valió de Dios ni siquiera por cinco minutos, debe tener otra dimensión.
La mala fe de la que se lo acusa va más allá de la mentira cínica, es más bien como si lo acusaran de que estuviera negando la propia verdad, como si estuviera engañándose a sí mismo, como si su mala fe fuera una fe.
Si bien es cierto que las concepciones de Gombrowicz son divergentes en algunos de sus puntos con las del existencilismo, no lo son tanto en su pretensión de llegar a ser una descripción moral del mundo, porque esta descripción nos revela el sentido ético de los distintos proyectos humanos.
Ambas concepciones intentan llevar al hombre a la renuncia del espíritu que le concede al mundo más realidad que al hombre y considera al hombre como un resultado del mundo, espíritu que los existencialistas llaman “espíritu de seriedad”.
Es tan tentadora la actitud reduccionista de los hombres de letras argentinos que nos permite entender a Gombrowicz con una sola idea, que se me está ocurriendo escribir sobre otra de sus características sobresalientes: el complejo de Eróstrato.
Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo de Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una intención parecida a la del griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a desmontar todas las posiciones de la cultura para hacerse escuchar.
Los escritores argentinos se cuidan de no caer en internas culturales, como las llama el Buey Corneta, cualquiera podría pensar que no caen en estas internas culturales porque son más educados que los polacos, pero yo pienso otra cosa.
Se cuidan por debilidad, no quieren poner a prueba la arrogancia que llevan en el pecho como la armadura de Don Quijote a la que, por si acaso, prefieren no probar, no vaya a ser cosa que todo se les venga abajo.
Cuando el Buey Corneta se enteró de las batallas campales que se estaban librando en Polonia donde hombres de letras insignes se acusaban unos a otros de homosexuales tradicionales y de planchados comemierda, se lo comunicó de inmediato a sus corresponsales, y en esto deben encontrar los gombrowiczidas una de las razones del apodo que le puse a Alan Pauls.
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