“Nuestro César Vallejo, hablándonos
de la muerte, ¡qué lleno de vida está!”
Emilio Barrantes
Tomado del libro Luz de los ojos
Emilio Barrantes
Tomado del libro Luz de los ojos
Llama mucho la atención cómo 71 años después de muerto, César Vallejo sigue dando qué hablar, sigue estando en el centro del análisis literario, sigue presente en la vida de quienes buscan tener un mensaje significativo para sí mismos y para los demás, aún suscita pasiones y respuestas a la manera cómo él enfocó la vida, la familia, la patria, las vivencias del amor, la revolución, la opción por los pobres y Dios.
No conozco muchos peruanos que hayan salido del mundo andino para enarbolar su palabra que se nutre de la vertiente cordillerana y decir, con palabras salidas de la toponimia de esas realidades casi rurales del Perú, lo que es para él: la madre, la casa paterna, el labriego, el Apóstol Santiago, los Cristos del alma, los mineros, el niño de la escuela Paco Yunque, Rosada la mujer que vendía chicha a los mineros, los amigos, las convicciones y la muerte misma como realidades que nos acompañan cada día y configuran nuestro universo cultural y humano.
Pero ha muerto y, como lo gritaba en el frontis de su casa del pueblo de Santiago de Chuco en 1959, el profesor Numa Pompilio Romero Chávez, maestro del Colegio secundario local: ¡César Vallejo no ha muerto! Confieso que no entendí mucho esa expresión cuando fue pronunciada, porque en mi adolescencia provinciana muy poco sabía del poeta, cursaba el primer año de media. Ha sino necesario estar frente a su tumba, leer un poco de su obra, hablar de él con un poco de sinceridad en la idea y, lo que es más importante, escuchar lo que otros dicen sobre él, para darme cuenta que 71 años después de su deceso, nuestro poeta mayor sigue vivo.
Como Cristo, que dos mil años después seguimos proclamando su vigencia y su vida entre nosotros, uno comienza a preguntarse: ¿Qué hace que algunos seres humanos se vuelvan imperecederos?, ¿qué los hace estar siempre presentes en nuestros días y acompañar nuestro paso por la vida?, ¿qué hace que aún cuando nosotros dejemos este mundo, ellos continuarán presentes en la voz y el sentimiento de los que nos sucederán en el tiempo y en el espacio?
Hasta hoy, sólo tengo una respuesta. Lo que hace imperecedero a una persona es la claridad de su palabra y la limpieza de su vida. La coherencia entre esas dos dimensiones de la existencia cotidiana. Y eso es un mensaje muy significativo y oportuno para nuestro tiempo. En el evangelio hay un pasaje que narra la escena en que Cristo estaba predicando, y seguramente lo hacía tan bien que una mujer levantándose de entre la multitud le gritó: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Pero Jesús le contestó: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. Para Jesús la coherencia entre la apalabra y la vida era clave en la salvación. (Luc. 11, 27-28). Creo que ahí está lo más grande que rescatamos de César Vallejo, ese es su legado para nosotros, para nuestros hijos y para nuestro país.
Acabamos de ver el juicio a Alberto Fujimori y conocer que ha sido condenado a 25 años de prisión. Si alguien preguntase ¿por qué?, si nos damos cuenta, la respuesta es sencilla: porque una cosa es lo que decía y otra, muy distinta, es lo que hacía. Una incoherencia que alguien pagó con su vida, las víctimas; otros con un sufrimiento sin fin, los familiares; otros con la vergüenza y la humillación, sus hijos y partidarios; y otros lo pagan con la prisión, como el ex presidente y sus secuaces.
Por eso, soy un convencido que hablar de César Vallejo a quien quisiera escuchar, es proponerle un referente; porque la transparencia de su vida y la relación con su palabra en poesía, novela, cuento, teatro, artículo periodístico o en la sencilla carta familiar, ha hecho de él un faro de coherencia entre la vida y la palabra. Sin temor a decepciones, el autor de Trilce puede ser mostrado como ejemplo a quienes quieran tener un modelo al que asirse para organizar su vida.
Veamos algunos ejemplos:
César Vallejo, en carta fechada el 14 de julio de 1923, le escribió a su hermano Víctor Clemente narrándole cómo a poco de llegar a París, el Embajador del Perú en Francia Don Mariano H. Cornejo, ofreció un banquete del que quedó muy impresionado no sólo por lo que allí se sirvió, sino por lo que de él se dijo. “Qué almuerzo más lujoso —escribió Vallejo—. Cornejo brindó por la alegría de tener aquí al poeta Vallejo”. Cuentan sus biógrafos que tiempo después falleció la hija del Embajador y le pidió a César Vallejo que escribiera y dijera un discurso póstumo, pero él se negó aduciendo que al no haberla conocido, le era muy difícil decir algo sobre ella.
El Dr. Marco Martos nos comentó en una conferencia sobre Vallejo en la Universidad César Vallejo, que en una oportunidad el Dr. Raúl Porras Barrenechea le pidió al poeta que escribiera, por encargo, un artículo, al tiempo que colocaba un dinero, en billete, en el bolsillo de su saco. César Vallejo, que necesitaba mucho de ese dinero, lo sacó y devolviéndoselo le dijo: “cuando lo tenga terminado, me paga”. Y no se habló más.
¿No es esta una muestra de rectitud?, ¿no es esto algo por lo que podemos sentirnos aleccionados?, ¿no es así como se conduce la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace? Aun en lo más íntimo. En carta escrita a Georgette un jueves de 1927, luego de haber tenido un encuentro amoroso y, al parecer, muy intenso, César Vallejo le escribe:
“Mi niña adorada,
Vengo a decirte adiós y mi corazón palpita aún con inefable dicha. Me has hecho feliz esta noche como no lo ha sido nunca. Me siento arrebatado y loco por la emoción de haberte tendido por completo entre mis brazos…
En otro párrafo le dice:
Tú partiste con un aire indefiniblemente pensativo, se diría incluso triste…
Para terminar su comunicación así:
Tal vez yo te lastimé con una palabra o con una actitud torpe pero de ninguna manera deseada… Hablaremos mañana. Buenas noches y todas mis caricias.”
¡Qué inmenso este sentido de responsabilidad mostrado ante la pareja!, es bueno que lo sepan muchos jóvenes de nuestro tiempo que suelen hacer del amor un encuentro trivial, al que a veces banalizan tanto hasta volverlo casi un acto ridículo.
Es por esto que César Vallejo no muere, porque nos sigue dando lecciones de vida, de vida sana, transparente, de cotidianidad muy humanizada.
Y a Juan Larrea, ese amigo español con quien alternó amigablemente por mucho tiempo y que siempre le ayudaba económicamente, (de lo que hizo gala la primera vez que vino al Perú), un 5 de mayo de 1927 César Vallejo le escribió:
“Pienso pagarte lo que te debo, cuanto antes. Tu deuda me mortifica hoy más que nunca. Ya te lo pagaré poco a poco. No siempre me ha de tener Dios en condición de deudor. Algún día debo ser acreedor, aunque es muy poca mi vocación para ello. Tú serás tan bueno de esperarme a que te vaya pagando poco a poco. Tú sabes que no podría hacerlo de otro modo. En todo caso, mi ansia de pagarte será demostrada pagándote aunque sea peseta a peseta.”
Y vaya que Larrea ganó el ciento por uno, porque después de muerto César Vallejo, Larrea escribió y habló sobre él mucho, con lo que logró sacar y obtener buenos réditos.
Esto es lo que hace de nuestro poeta de Santiago de Chuco una persona vigente y al que uno puede adherirse sin temor a descubrir la coartada o la incoherencia. En Capulí, Vallejo y su tierra, trabajamos por poner la palabra y la vida de César Vallejo como un ejemplo para nuestros jóvenes. Hoy que muchos políticos dan vergüenza, ahora que muchos de nuestros líderes quedan cortos y sus limitaciones saltan a cada paso, hoy que hasta nuestros futbolistas nos niegan el sano orgullo de sentirnos ganadores y exhibir un triunfo, hoy que abundan los escribas por encargo y los intereses personales se anteponen a los valores; hoy, levantamos la vida y la obra de César Vallejo para reconfortarnos y decirnos que no todo está perdido, que en el Perú siempre hubo y habrán peruanos y peruanas de hablar claro y de conducta transparente.
Pero que quede claro, para nosotros, César Vallejo no es un fin, es un medio para ponernos de pie y siguiendo su ejemplo de vida entonar: “Tengo el orgullo de ser peruano y ser feliz, de haber nacido en esta hermosa tierra del sol…”
No conozco muchos peruanos que hayan salido del mundo andino para enarbolar su palabra que se nutre de la vertiente cordillerana y decir, con palabras salidas de la toponimia de esas realidades casi rurales del Perú, lo que es para él: la madre, la casa paterna, el labriego, el Apóstol Santiago, los Cristos del alma, los mineros, el niño de la escuela Paco Yunque, Rosada la mujer que vendía chicha a los mineros, los amigos, las convicciones y la muerte misma como realidades que nos acompañan cada día y configuran nuestro universo cultural y humano.
Pero ha muerto y, como lo gritaba en el frontis de su casa del pueblo de Santiago de Chuco en 1959, el profesor Numa Pompilio Romero Chávez, maestro del Colegio secundario local: ¡César Vallejo no ha muerto! Confieso que no entendí mucho esa expresión cuando fue pronunciada, porque en mi adolescencia provinciana muy poco sabía del poeta, cursaba el primer año de media. Ha sino necesario estar frente a su tumba, leer un poco de su obra, hablar de él con un poco de sinceridad en la idea y, lo que es más importante, escuchar lo que otros dicen sobre él, para darme cuenta que 71 años después de su deceso, nuestro poeta mayor sigue vivo.
Como Cristo, que dos mil años después seguimos proclamando su vigencia y su vida entre nosotros, uno comienza a preguntarse: ¿Qué hace que algunos seres humanos se vuelvan imperecederos?, ¿qué los hace estar siempre presentes en nuestros días y acompañar nuestro paso por la vida?, ¿qué hace que aún cuando nosotros dejemos este mundo, ellos continuarán presentes en la voz y el sentimiento de los que nos sucederán en el tiempo y en el espacio?
Hasta hoy, sólo tengo una respuesta. Lo que hace imperecedero a una persona es la claridad de su palabra y la limpieza de su vida. La coherencia entre esas dos dimensiones de la existencia cotidiana. Y eso es un mensaje muy significativo y oportuno para nuestro tiempo. En el evangelio hay un pasaje que narra la escena en que Cristo estaba predicando, y seguramente lo hacía tan bien que una mujer levantándose de entre la multitud le gritó: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Pero Jesús le contestó: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. Para Jesús la coherencia entre la apalabra y la vida era clave en la salvación. (Luc. 11, 27-28). Creo que ahí está lo más grande que rescatamos de César Vallejo, ese es su legado para nosotros, para nuestros hijos y para nuestro país.
Acabamos de ver el juicio a Alberto Fujimori y conocer que ha sido condenado a 25 años de prisión. Si alguien preguntase ¿por qué?, si nos damos cuenta, la respuesta es sencilla: porque una cosa es lo que decía y otra, muy distinta, es lo que hacía. Una incoherencia que alguien pagó con su vida, las víctimas; otros con un sufrimiento sin fin, los familiares; otros con la vergüenza y la humillación, sus hijos y partidarios; y otros lo pagan con la prisión, como el ex presidente y sus secuaces.
Por eso, soy un convencido que hablar de César Vallejo a quien quisiera escuchar, es proponerle un referente; porque la transparencia de su vida y la relación con su palabra en poesía, novela, cuento, teatro, artículo periodístico o en la sencilla carta familiar, ha hecho de él un faro de coherencia entre la vida y la palabra. Sin temor a decepciones, el autor de Trilce puede ser mostrado como ejemplo a quienes quieran tener un modelo al que asirse para organizar su vida.
Veamos algunos ejemplos:
César Vallejo, en carta fechada el 14 de julio de 1923, le escribió a su hermano Víctor Clemente narrándole cómo a poco de llegar a París, el Embajador del Perú en Francia Don Mariano H. Cornejo, ofreció un banquete del que quedó muy impresionado no sólo por lo que allí se sirvió, sino por lo que de él se dijo. “Qué almuerzo más lujoso —escribió Vallejo—. Cornejo brindó por la alegría de tener aquí al poeta Vallejo”. Cuentan sus biógrafos que tiempo después falleció la hija del Embajador y le pidió a César Vallejo que escribiera y dijera un discurso póstumo, pero él se negó aduciendo que al no haberla conocido, le era muy difícil decir algo sobre ella.
El Dr. Marco Martos nos comentó en una conferencia sobre Vallejo en la Universidad César Vallejo, que en una oportunidad el Dr. Raúl Porras Barrenechea le pidió al poeta que escribiera, por encargo, un artículo, al tiempo que colocaba un dinero, en billete, en el bolsillo de su saco. César Vallejo, que necesitaba mucho de ese dinero, lo sacó y devolviéndoselo le dijo: “cuando lo tenga terminado, me paga”. Y no se habló más.
¿No es esta una muestra de rectitud?, ¿no es esto algo por lo que podemos sentirnos aleccionados?, ¿no es así como se conduce la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace? Aun en lo más íntimo. En carta escrita a Georgette un jueves de 1927, luego de haber tenido un encuentro amoroso y, al parecer, muy intenso, César Vallejo le escribe:
“Mi niña adorada,
Vengo a decirte adiós y mi corazón palpita aún con inefable dicha. Me has hecho feliz esta noche como no lo ha sido nunca. Me siento arrebatado y loco por la emoción de haberte tendido por completo entre mis brazos…
En otro párrafo le dice:
Tú partiste con un aire indefiniblemente pensativo, se diría incluso triste…
Para terminar su comunicación así:
Tal vez yo te lastimé con una palabra o con una actitud torpe pero de ninguna manera deseada… Hablaremos mañana. Buenas noches y todas mis caricias.”
¡Qué inmenso este sentido de responsabilidad mostrado ante la pareja!, es bueno que lo sepan muchos jóvenes de nuestro tiempo que suelen hacer del amor un encuentro trivial, al que a veces banalizan tanto hasta volverlo casi un acto ridículo.
Es por esto que César Vallejo no muere, porque nos sigue dando lecciones de vida, de vida sana, transparente, de cotidianidad muy humanizada.
Y a Juan Larrea, ese amigo español con quien alternó amigablemente por mucho tiempo y que siempre le ayudaba económicamente, (de lo que hizo gala la primera vez que vino al Perú), un 5 de mayo de 1927 César Vallejo le escribió:
“Pienso pagarte lo que te debo, cuanto antes. Tu deuda me mortifica hoy más que nunca. Ya te lo pagaré poco a poco. No siempre me ha de tener Dios en condición de deudor. Algún día debo ser acreedor, aunque es muy poca mi vocación para ello. Tú serás tan bueno de esperarme a que te vaya pagando poco a poco. Tú sabes que no podría hacerlo de otro modo. En todo caso, mi ansia de pagarte será demostrada pagándote aunque sea peseta a peseta.”
Y vaya que Larrea ganó el ciento por uno, porque después de muerto César Vallejo, Larrea escribió y habló sobre él mucho, con lo que logró sacar y obtener buenos réditos.
Esto es lo que hace de nuestro poeta de Santiago de Chuco una persona vigente y al que uno puede adherirse sin temor a descubrir la coartada o la incoherencia. En Capulí, Vallejo y su tierra, trabajamos por poner la palabra y la vida de César Vallejo como un ejemplo para nuestros jóvenes. Hoy que muchos políticos dan vergüenza, ahora que muchos de nuestros líderes quedan cortos y sus limitaciones saltan a cada paso, hoy que hasta nuestros futbolistas nos niegan el sano orgullo de sentirnos ganadores y exhibir un triunfo, hoy que abundan los escribas por encargo y los intereses personales se anteponen a los valores; hoy, levantamos la vida y la obra de César Vallejo para reconfortarnos y decirnos que no todo está perdido, que en el Perú siempre hubo y habrán peruanos y peruanas de hablar claro y de conducta transparente.
Pero que quede claro, para nosotros, César Vallejo no es un fin, es un medio para ponernos de pie y siguiendo su ejemplo de vida entonar: “Tengo el orgullo de ser peruano y ser feliz, de haber nacido en esta hermosa tierra del sol…”
Carlos Castillo Mendoza
Docente Cátedra Vallejo UCV
Lima, 15 de abril del 2009
Docente Cátedra Vallejo UCV
Lima, 15 de abril del 2009
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