Por Juan Carlos Gómez
Dediqué horas enteras a estudiar el tipo de las relaciones que me vinculaban a los editores, comparé a las editoriales con cajas negras, y analicé el comportamiento de los editores y de sus auxiliares llamados lectores a los que motejé de pulgones. Asocié los extremos de su conducta al comportamiento de los asesinos seriales y de los rufianes melancólicos y determiné que su naturaleza sólo alcanza un desarrollo que no pasa del nivel de los protoseres.
Otros extremos entre los que se mueven los Protoseres son la dulzura y la aspereza, siendo los casos de la Hormiguita Viajera y de la Bestia Catalana, en ese orden y según mi experiencia, los más connotados. Dividí en cinco grupos las técnicas que utilizan los editores para contrariar a los autores y, en fin, estos personajes vinculados a la actividad de escribir desde hace tantos siglos terminaron por hacerme perder la paciencia y el humor.
En uno de los gombrowiczidas le abrí las puertas a ciertas tendencias tanáticas que a veces se apoderan de mí y declaré que ya que no podía doblegar a los editores entonces iba a tratar de destruirlos.
En medio de la penumbra y de una horrible tensión que me zumbaba en los oídos, y sin saber a qué santo encomendarme para salir de las entrañas de los Protoseres, una tarde caí en uno de esos estados hipomaniacales en los que de vez en cuando caen los genios, y en cierto momento, el destello de una luz intensísima que me venía desde la inteligencia me hizo ver con claridad meridiana que tenía que dirigirme al Guitarrón, a pesar de un mal entendido que ya había surgido entre nosotros siempre a propósito de Gombrowicz.
“[…] Una pregunta que me hago, Chitarroni, y que todavía no pude contestarme, es por qué manifestaste tanto interés en leer las cartas que yo le escribí a Gombrowicz sabiendo de antemano que no se las ibas a proponer a Sudamericana para que las publicara, ¿porque sos curioso, porque sos loco o porque sos payaso? […] No por nada yo presentía que tu barba era una señal preocupante, la última sensación que me queda de vos es parecida a la que uno podría tener si lo dejan colgado de un pincel”.
No es tan fácil ubicar al Guitarrón en el rango que cubren los Protoseres y que va desde los asesinos seriales a los rufianes melancólicos y desde la dulzura a la aspereza. La característica más sobresaliente de este distinguido gombrowiczida es la de que, en la mayor parte del tiempo aparece emboscado, con un aspecto parecido al que tenían los anarquistas eslavos prerevolucionarios de las historietas a los que presentan con trajes negros, sombrero y una bomba esférica en la mano con la mecha encendida.
En la misma época en que los rusos se preparaban para dar el golpe final en los acontecimientos revolucionarios más importantes que registra la historia contemporánea, Iván Pavlov realizaba unos experimentos que se me asociaron sorpresivamente con el Guitarrón.
Iván Pavlov, el fisiólogo ruso que realizó estudios sobre las glándulas digestivas, los reflejos condicionados, la actividad nerviosa superior y los grandes hemisferios cerebrales, les hacía mirar a los perros de su laboratorio unos círculos para asociar sus conductas primarias a elementos abstractos. Un día se le ocurrió ir estirando estos círculos que, poco a poco, fueron adquiriendo la forma de elipses hasta que los pobres pichichos, no pudiendo distinguir qué clase de figura estaban viendo, tuvieron trastornos de conducta.
No sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que Pavlov podía venir en mi ayuda para provocar, como lo hizo el ruso con los perros, trastornos en la conducta del Guitarrón. El procedimiento que se me ocurrió era benigno y podía ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que los perros de Pavlov no tenían.
Le propuse la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”, pero el libro no se lo mandé, y no se lo mandé con el pretexto de que tenía cuarenta mil palabras y que, quizás, para evitarse una lectura prolongada bastaba con que leyera el índice, la presentación y “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, una conferencia que había dado en el Malba pues contenía una parte importante del libro que quería editar.
Unos días después, y con la misma excusa anterior, le mandé “Gombrowicz y los argentinos”, mi ponencia en la mesa redonda del Malba que, del mismo modo que la conferencia contenía, aunque en menor cantidad, algunos pasajes del libro, pero tampoco esta vez le mandé el libro.
Y casi sin respiro realicé otro envío, el de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, con el pretexto de que, por si acaso no lo hubiera leído, le podría resultar de alguna utilidad para tomar un decisión más fundada, pero el libro no se lo mandé.
El procedimiento me resultaba tan estimulante que acto seguido le mandé “Goma”, “Goma 2” y “Goma 3” del Viejo Vate, para que se informara de la repercusión que tenían mis escritos en Polonia, la patria de Gombrowicz, pero el libro no se lo mandé.
De todo esto iba a resultar al final de la historia que el Guitarrón habría leído, si es que no interrumpía el procedimiento en algún momento, cincuenta mil palabras, diez mil más de las que tenía “Gombrowicz, y todo lo demás”, un libro que por su ausencia sistemática debería, pensaba yo, haber despertado en el Guitarrón un deseo incontenible de poseerlo y de publicarlo. Pero las cosas no ocurrieron así.
La carta que me escribió el Guitarrón me puso sobre aviso de que al desempeñar su papel de Protoser se había emboscado.
“[…] el material que me mandás me encanta. Creí que estabas enojado conmigo porque dije la palabra ‘cuartillas’ en la presentación del libro de Pitol. O por alguna otra cosa. César me lo había dicho, emir de las intrigas. En fin, muy agradecido. Sigamos comunicándonos indirectamente”.
Pero como yo estaba decidido a llevar hasta el final el experimento seguí haciendo maniobras de aproximación.
“Habiendo dejado fuera de combate al Pato Criollo y al Orate Blaguer ha llegado el momento de que le encargués a ‘Sudamericana’ la redacción del contrato, la impresión, la edición y la posterior distribución y venta de “Gombrowicz, y todo lo demás”, un libro que vuela con este mail rumbo a tu escritorio”.
El Guitarrón no es persona de ir directamente al grano, igual que las gallinas, cloquea mientras gira en círculos alrededor del maíz antes de comerlo. En vez de desestimar de entrada la publicación de mi libro o de poner la respuesta en un futuro incierto, puso la respuesta que me iba a dar en un futuro cierto, pero la respuesta por supuesto no me la dio. Y aquí nace una ruina.
Guitarrón: —¿Por qué sos tan insubstancial?; —Guasón: ¿tanto te gusta que te contesten que no? ‘¿Insustancial?’ ¡Qué vocabulario de monaguillo! Guitarrón insustancial. ¿Pensaste dedicarte a la poesía lírica?
De la observación atenta de la foto que forma parte de este gombrowiczidas se puede deducir fácilmente que al Guitarrón sólo le falta la bomba esférica con la mecha encendida para tomar la apariencia de un anarquista eslavo prerevolucionario.
Otros extremos entre los que se mueven los Protoseres son la dulzura y la aspereza, siendo los casos de la Hormiguita Viajera y de la Bestia Catalana, en ese orden y según mi experiencia, los más connotados. Dividí en cinco grupos las técnicas que utilizan los editores para contrariar a los autores y, en fin, estos personajes vinculados a la actividad de escribir desde hace tantos siglos terminaron por hacerme perder la paciencia y el humor.
En uno de los gombrowiczidas le abrí las puertas a ciertas tendencias tanáticas que a veces se apoderan de mí y declaré que ya que no podía doblegar a los editores entonces iba a tratar de destruirlos.
En medio de la penumbra y de una horrible tensión que me zumbaba en los oídos, y sin saber a qué santo encomendarme para salir de las entrañas de los Protoseres, una tarde caí en uno de esos estados hipomaniacales en los que de vez en cuando caen los genios, y en cierto momento, el destello de una luz intensísima que me venía desde la inteligencia me hizo ver con claridad meridiana que tenía que dirigirme al Guitarrón, a pesar de un mal entendido que ya había surgido entre nosotros siempre a propósito de Gombrowicz.
“[…] Una pregunta que me hago, Chitarroni, y que todavía no pude contestarme, es por qué manifestaste tanto interés en leer las cartas que yo le escribí a Gombrowicz sabiendo de antemano que no se las ibas a proponer a Sudamericana para que las publicara, ¿porque sos curioso, porque sos loco o porque sos payaso? […] No por nada yo presentía que tu barba era una señal preocupante, la última sensación que me queda de vos es parecida a la que uno podría tener si lo dejan colgado de un pincel”.
No es tan fácil ubicar al Guitarrón en el rango que cubren los Protoseres y que va desde los asesinos seriales a los rufianes melancólicos y desde la dulzura a la aspereza. La característica más sobresaliente de este distinguido gombrowiczida es la de que, en la mayor parte del tiempo aparece emboscado, con un aspecto parecido al que tenían los anarquistas eslavos prerevolucionarios de las historietas a los que presentan con trajes negros, sombrero y una bomba esférica en la mano con la mecha encendida.
En la misma época en que los rusos se preparaban para dar el golpe final en los acontecimientos revolucionarios más importantes que registra la historia contemporánea, Iván Pavlov realizaba unos experimentos que se me asociaron sorpresivamente con el Guitarrón.
Iván Pavlov, el fisiólogo ruso que realizó estudios sobre las glándulas digestivas, los reflejos condicionados, la actividad nerviosa superior y los grandes hemisferios cerebrales, les hacía mirar a los perros de su laboratorio unos círculos para asociar sus conductas primarias a elementos abstractos. Un día se le ocurrió ir estirando estos círculos que, poco a poco, fueron adquiriendo la forma de elipses hasta que los pobres pichichos, no pudiendo distinguir qué clase de figura estaban viendo, tuvieron trastornos de conducta.
No sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que Pavlov podía venir en mi ayuda para provocar, como lo hizo el ruso con los perros, trastornos en la conducta del Guitarrón. El procedimiento que se me ocurrió era benigno y podía ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que los perros de Pavlov no tenían.
Le propuse la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”, pero el libro no se lo mandé, y no se lo mandé con el pretexto de que tenía cuarenta mil palabras y que, quizás, para evitarse una lectura prolongada bastaba con que leyera el índice, la presentación y “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, una conferencia que había dado en el Malba pues contenía una parte importante del libro que quería editar.
Unos días después, y con la misma excusa anterior, le mandé “Gombrowicz y los argentinos”, mi ponencia en la mesa redonda del Malba que, del mismo modo que la conferencia contenía, aunque en menor cantidad, algunos pasajes del libro, pero tampoco esta vez le mandé el libro.
Y casi sin respiro realicé otro envío, el de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, con el pretexto de que, por si acaso no lo hubiera leído, le podría resultar de alguna utilidad para tomar un decisión más fundada, pero el libro no se lo mandé.
El procedimiento me resultaba tan estimulante que acto seguido le mandé “Goma”, “Goma 2” y “Goma 3” del Viejo Vate, para que se informara de la repercusión que tenían mis escritos en Polonia, la patria de Gombrowicz, pero el libro no se lo mandé.
De todo esto iba a resultar al final de la historia que el Guitarrón habría leído, si es que no interrumpía el procedimiento en algún momento, cincuenta mil palabras, diez mil más de las que tenía “Gombrowicz, y todo lo demás”, un libro que por su ausencia sistemática debería, pensaba yo, haber despertado en el Guitarrón un deseo incontenible de poseerlo y de publicarlo. Pero las cosas no ocurrieron así.
La carta que me escribió el Guitarrón me puso sobre aviso de que al desempeñar su papel de Protoser se había emboscado.
“[…] el material que me mandás me encanta. Creí que estabas enojado conmigo porque dije la palabra ‘cuartillas’ en la presentación del libro de Pitol. O por alguna otra cosa. César me lo había dicho, emir de las intrigas. En fin, muy agradecido. Sigamos comunicándonos indirectamente”.
Pero como yo estaba decidido a llevar hasta el final el experimento seguí haciendo maniobras de aproximación.
“Habiendo dejado fuera de combate al Pato Criollo y al Orate Blaguer ha llegado el momento de que le encargués a ‘Sudamericana’ la redacción del contrato, la impresión, la edición y la posterior distribución y venta de “Gombrowicz, y todo lo demás”, un libro que vuela con este mail rumbo a tu escritorio”.
El Guitarrón no es persona de ir directamente al grano, igual que las gallinas, cloquea mientras gira en círculos alrededor del maíz antes de comerlo. En vez de desestimar de entrada la publicación de mi libro o de poner la respuesta en un futuro incierto, puso la respuesta que me iba a dar en un futuro cierto, pero la respuesta por supuesto no me la dio. Y aquí nace una ruina.
Guitarrón: —¿Por qué sos tan insubstancial?; —Guasón: ¿tanto te gusta que te contesten que no? ‘¿Insustancial?’ ¡Qué vocabulario de monaguillo! Guitarrón insustancial. ¿Pensaste dedicarte a la poesía lírica?
De la observación atenta de la foto que forma parte de este gombrowiczidas se puede deducir fácilmente que al Guitarrón sólo le falta la bomba esférica con la mecha encendida para tomar la apariencia de un anarquista eslavo prerevolucionario.
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