Por Juan Carlos Gómez
El Casanova y el Abanderado son dos personajes muy conocidos del mundo de la farándula de los hombres de letras. No es que siempre aparezcan juntos pero la Hierática me contó que uno de estos escritores, al que las señoras del gremio han motejado con el apelativo de Casanova, había sufrido un soponcio cuando una periodista lo enteró en el mismo acto de entrega de premios que había recibido la segunda mención de un concurso literario bastante importante. El Abanderado, ilustre integrante del jurado, lo coronó con lo que el Casanova creyó era el primer premio, hasta que la correveidile le acercó la infausta nueva. Tanto el Abanderado como el Casanova son miembros conspicuos del club de gombrowiczidas, pero con respecto a Gombrowicz ambos tienen posiciones negativas si bien diferentes: uno lo desprecia olímpicamente y el otro resolvió el problema de una manera más radical, sencillamente lo ignora.
“[…] De todos modos, sí le escribo para aclarar que no me siento gombrowiczida ni practico el gombrowiczismo. Me siento, en cambio, afectuosamente, muy dipaoliano […]”.
El comentario del Abanderado es mucho más amargo y audaz que el del Casanova y roza deliberadamente el descaro.
“[…] Gracias por el material sobre Gombrowicz, a quien en realidad no he leído, cosa que en mi caso no significa nada, dado el enorme déficit que arrastro. Pero estamos a tiempo […]”.
Pero el Abanderado, a más del de Gombrowicz, tiene otro complejo de inferioridad: la admiración que siente por la filosofía de la ciencia física, y su imposibilidad de comprenderla pues sus conocimientos de matemática son muy elementales.
Si el Abanderado hubiese leído a Gombrowicz hubiera descubierto que ésta no es una verdadera dificultad. En efecto, los conocimientos de matemática de Gombrowicz eran menos que elementales, ya desde joven había manifestado un antitalento muy marcado para asimilar las ciencias exactas, una incompetencia que no se le atenuó con el tiempo, sino todo lo contrario, se le fue acentuando.
Se paseaba con una aparente seguridad por las teorías de la física: la cuántica, la ondulatoria, la de la relatividad, aunque reconocía que cualquier cuestionario de lo más elemental lo hubiese puesto en verdaderos apuros.
Vivió un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto.
El bamboleo existencial entre el pensamiento y la vida le presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto Bohr con su noción de complementariedad para el caso de los protones y de los electrones. Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias son concurrentes.
Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del cuanto de acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto más se quiere precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace necesariamente vaga. Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran jamás en conflicto porque no existen al mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se completan de manera complementaria.
Esta concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está presente en el espíritu de la época, la época de la juventud de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.
Cuando se va de la Argentina siente que puede decir sobre ella una cosa u otra distinta y hasta contraria, veinte millones de vidas en todas las combinaciones posibles es demasiado para la vida de un solo hombre.
Quizás la Argentina lo atrajo porque se encontró en ella sin dinero, o porque había perdido los privilegios de los que gozaba en Polonia, o por la indolencia de su forma, o por su cruel brutalidad, no lo sabía.
En cuanto al Casanova vamos a decir que debe tener cuentas pendientes con Gombrowicz e intenta saldarlas apoyándose en el Asno, hasta pareciera que hace crecer demasiado a este discípulo para conseguir el propósito.
“[…] Dipi dejó que se le atribuyera una pertenencia y un legado; de él se dice que a su vez fue discípulo de Gombrowicz. Tal vez él mismo lo siga diciendo aún, yo no lo sé porque hace mucho que no nos vemos y este día del reencuentro no sirvió para actualizarnos del todo. Lo que quiero decir, o destacar, es que lo hecho por Dipi es mucho más arduo que la gesta gombrowicziana. Gombrowicz creó un círculo y utilizó su obra para crear su fama, lo que no era tan difícil, debido a que su figura tenía rasgos promocionales muy evidentes. No había manera de que a largo plazo la intelectualidad argentina se abstuviera de caer rendida a sus pies, independientemente de lo que pudiera pensar de sus libros. Yo creo que Dipi, hipotético discípulo, siguió el camino inverso […]”.
Leyendo estas palabras escritas de puño y letra por el Casanova me vino a la cabeza una idea que no es tan descabellada como pudiera parecer a primera vista.
Hasta el día de hoy la página en blanco ha sido la primera amenaza que enfrenta el hombre de letras cuando empieza a escribir, una amenaza que va disminuyendo a medida que va llenando las páginas, pero la última amenaza que debe enfrentar no está bien definida hasta el momento.
Supongamos que al terminar el trabajo las últimas palabras tuvieran la posibilidad de darle al escritor un fuerte puñetazo en un ojo, para el caso que hubiese escrito tonterías. Esta posibilidad, no puede ser de otra manera, debiera condicionar en parte la actitud del autor.
Yo creo que el Casanova hubiera tratado de reflexionar un poco más si hubiese tenido que enfrentarse con la perspectiva de recibir un puñetazo en un ojo por escribir tonterías sobre los rasgos promocionales de Gombrowicz. Pero no siempre la perspectiva de enfrentarse con ese tipo de puñetazo le hace cambiar el texto a un escritor, no creo por ejemplo que la perspectiva de recibirlo de un ciudadano alemán le hubiera hecho cambiar a Gombrowicz ni media palabra de los diarios que escribe sobre Berlín.
“[…] De todos modos, sí le escribo para aclarar que no me siento gombrowiczida ni practico el gombrowiczismo. Me siento, en cambio, afectuosamente, muy dipaoliano […]”.
El comentario del Abanderado es mucho más amargo y audaz que el del Casanova y roza deliberadamente el descaro.
“[…] Gracias por el material sobre Gombrowicz, a quien en realidad no he leído, cosa que en mi caso no significa nada, dado el enorme déficit que arrastro. Pero estamos a tiempo […]”.
Pero el Abanderado, a más del de Gombrowicz, tiene otro complejo de inferioridad: la admiración que siente por la filosofía de la ciencia física, y su imposibilidad de comprenderla pues sus conocimientos de matemática son muy elementales.
Si el Abanderado hubiese leído a Gombrowicz hubiera descubierto que ésta no es una verdadera dificultad. En efecto, los conocimientos de matemática de Gombrowicz eran menos que elementales, ya desde joven había manifestado un antitalento muy marcado para asimilar las ciencias exactas, una incompetencia que no se le atenuó con el tiempo, sino todo lo contrario, se le fue acentuando.
Se paseaba con una aparente seguridad por las teorías de la física: la cuántica, la ondulatoria, la de la relatividad, aunque reconocía que cualquier cuestionario de lo más elemental lo hubiese puesto en verdaderos apuros.
Vivió un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto.
El bamboleo existencial entre el pensamiento y la vida le presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto Bohr con su noción de complementariedad para el caso de los protones y de los electrones. Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias son concurrentes.
Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del cuanto de acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto más se quiere precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace necesariamente vaga. Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran jamás en conflicto porque no existen al mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se completan de manera complementaria.
Esta concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está presente en el espíritu de la época, la época de la juventud de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.
Cuando se va de la Argentina siente que puede decir sobre ella una cosa u otra distinta y hasta contraria, veinte millones de vidas en todas las combinaciones posibles es demasiado para la vida de un solo hombre.
Quizás la Argentina lo atrajo porque se encontró en ella sin dinero, o porque había perdido los privilegios de los que gozaba en Polonia, o por la indolencia de su forma, o por su cruel brutalidad, no lo sabía.
En cuanto al Casanova vamos a decir que debe tener cuentas pendientes con Gombrowicz e intenta saldarlas apoyándose en el Asno, hasta pareciera que hace crecer demasiado a este discípulo para conseguir el propósito.
“[…] Dipi dejó que se le atribuyera una pertenencia y un legado; de él se dice que a su vez fue discípulo de Gombrowicz. Tal vez él mismo lo siga diciendo aún, yo no lo sé porque hace mucho que no nos vemos y este día del reencuentro no sirvió para actualizarnos del todo. Lo que quiero decir, o destacar, es que lo hecho por Dipi es mucho más arduo que la gesta gombrowicziana. Gombrowicz creó un círculo y utilizó su obra para crear su fama, lo que no era tan difícil, debido a que su figura tenía rasgos promocionales muy evidentes. No había manera de que a largo plazo la intelectualidad argentina se abstuviera de caer rendida a sus pies, independientemente de lo que pudiera pensar de sus libros. Yo creo que Dipi, hipotético discípulo, siguió el camino inverso […]”.
Leyendo estas palabras escritas de puño y letra por el Casanova me vino a la cabeza una idea que no es tan descabellada como pudiera parecer a primera vista.
Hasta el día de hoy la página en blanco ha sido la primera amenaza que enfrenta el hombre de letras cuando empieza a escribir, una amenaza que va disminuyendo a medida que va llenando las páginas, pero la última amenaza que debe enfrentar no está bien definida hasta el momento.
Supongamos que al terminar el trabajo las últimas palabras tuvieran la posibilidad de darle al escritor un fuerte puñetazo en un ojo, para el caso que hubiese escrito tonterías. Esta posibilidad, no puede ser de otra manera, debiera condicionar en parte la actitud del autor.
Yo creo que el Casanova hubiera tratado de reflexionar un poco más si hubiese tenido que enfrentarse con la perspectiva de recibir un puñetazo en un ojo por escribir tonterías sobre los rasgos promocionales de Gombrowicz. Pero no siempre la perspectiva de enfrentarse con ese tipo de puñetazo le hace cambiar el texto a un escritor, no creo por ejemplo que la perspectiva de recibirlo de un ciudadano alemán le hubiera hecho cambiar a Gombrowicz ni media palabra de los diarios que escribe sobre Berlín.
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