Por Juan Carlos Gómez
Heidegger llegó a ser un personaje tan importante en al panorama de la filosofía occidental que filósofos como Ortega y Gasset y Jean Paul Sartre, para nombrar sólo a dos de los más populares, hacían peregrinaciones para asistir a las conferencias magistrales que daba en la Universidad de Friburgo donde eran deslumbrados por el giro lingüístico que el herr doctor profesor alemán le estaba dando a la exposición a sus pensamientos fundamentales, intrincados y profundos.
¿Cómo fue posible que Sartre publicara sus libros y artículos, y viera representadas sus piezas de teatro en el París ocupado por las tropas de Hitler, cuyos jefes se mostraban tan recelosos de cualquier manifestación intelectual francesa? Lo fue porque la estrecha relación de Sartre con la filosofía existencialista del profesor Heidegger, le dio a las autoridades germanas la impresión de que se hallaba de su lado.
A Gombrowicz lo impresionaba realmente la seriedad de Heidegger, es un respeto que había heredado de la madre que tenía adoración por los profesores y por los pensadores, una persona poco seria que sin embargo parecía seria.
“Usted parece interesarse más por los filósofos que por los escritores; —Sin embargo, la filosofía sigue siéndome tan extraña como la ciencia. Como escritor estoy más interesado que nunca en el mundo de las pasiones”.
Esta respuesta que le da a François Bondy en el año 1969 nos lleva directamente al punto, a la ambigüedad que tenía Gombrowicz en relación con la filosofía y con la madre. En el año 1959 había dado cuatro conferencias sobre Heidegger en el Círculo de Amigos del Arte de Buenos Aires, y el mismo año de la conversación con Bondy, en el último curso de filosofía que dictó en su casa de Vence, lo presentó como el filósofo más creador del pensamiento existencialista. No obstante, también mantiene con Heidegger algunas diferencias.
Es difícil saber qué le pasaba a Gombrowicz con la madre y con los filósofos, yo creo que estos conflictos tienen más que ver con sus diferencias caracterológicas que con sus puntos de vista. Marcelina Antonina era una persona poco seria que parecía seria; Heidegger era una persona seria que parecía seria; y Gombrowicz era una persona poco seria que parecía poco seria.
“Yo no me dejo embaucar por ellos; conozco este infantilismo que juguetea con el Infinito, sé demasiado bien cuánta despreocupación e irresponsabilidad hacen falta para entrar con orgullo en los terrenos de esos pensamientos impensables y de esa severidad inaguantable, conozco este tipo de genialidad. Y ese Heidegger, en su conferencia sobre Nietzsche, suspendido sobre esos abismos... ¡payasos! Despreciar el abismo y no digerir los pensamientos excesivos: hace tiempo que lo decidí así. Me río de la metafísica… que me devora”.
Heidegger fue el filósofo de los malos entendidos, tanto por sus simpatías con el nazismo, como por su obra inconclusa, oscura y poco sistemática. Mientras a los diecisiete años el filósofo se preparaba para su carrera sacerdotal, a la misma edad Gombrowicz resistía como podía la terminación de sus estudios en el liceo. Heidegger se casó a los veintiocho años con la hija de un oficial prusiano, Gombrowicz a los sesenta y cuatro con una estudiante canadiense. A los cuarenta y cuatro años, en el mismo año que muere el padre de Gombrowicz, el filósofo se afilia al partido nacionalsocialista cuando los nazis llegan al poder. A la misma edad Gombrowicz empieza a trabajar en el Banco Polaco. Ambos son desafectados del servicio militar por insuficiencias físicas, y ambos, nacidos católicos, se volvieron ateos.
Dar clases sobre Heidegger no es una tarea sencilla, pero Gombrowicz se las ingenió más o menos bien para dárselas a la Vaca Sagrada y al Hasídico en su casa de Vence.
El hombre es un decir inconcluso, un proyecto incompleto que debe asumir la muerte como fin radical. Estamos arrojados a un mundo que es nuestro espacio y nuestra posibilidad de realización y, por lo tanto, puede ser considerado un utensilio, un instrumento que utilizamos para realizarnos. En la medida en que nos servimos del mundo y lo instrumentalizamos para nuestras acciones y proyectos, creamos una relación con él que varía dependiendo no sólo de los condicionantes históricos y temporales, sino también de cada individuo. El hombre crea un mundo, hace un mundo según el uso que le da y de los fines que tenga.
Heidegger advierte de los peligros de la técnica cuando ésta menoscaba nuestra relación originaria con el ser y nos hunde en la facticidad de los entes, instrumentalizándonos a nosotros mismos y dejándonos atrapar por los propios objetos que hemos creado. Nuestra existencia es una preocupación surgida de la angustia de vernos proyectados en un mundo en el que tenemos que ser a nuestro pesar. Provenimos de una nada y nos realizamos como un proyecto encaminado hacia la muerte, por eso la angustia es constitutiva del Dasein y la condición de un ser caído y solitario que no puede contar con Dios ni con remedio alguno para su condición. La verdadera dimensión de la nada aparece recién con Heiddeger. La nada no es para Heidegger la negación de un ente sino aquello que posibilita el no y la negación.
La nada es el elemento dentro del cual flota, braceando para sostenerse, la existencia, una nada que descubre su carácter existencial en la angustia. El ser por el cual viene la nada al mundo debe ser su propia nada, sólo la libertad radical del hombre, entendida como nada, permite enunciar significativamente tales proposiciones.
El problema de la libertad condiciona la aparición del problema de la nada, por lo menos en la medida en que la libertad es entendida como algo que precede a la esencia del hombre y la hace posible.
Debemos hacernos responsables de nuestra propia vida, asumir nuestra propia muerte sin dejarnos fagocitar en nuestra relación con los objetos y sus funciones. La vida inauténtica nace del ocultamiento de lo terrible de nuestra condición.
La autenticidad consiste, según Heidegger, en reconocer que somos un ser para la muerte, única vía de acceso a la libertad. Pese al rechazo que ha supuesto su posición política frente al nazismo, es indudable que Heidegger ha sido uno de los filósofos más importantes e influyentes en el nuevo panorama de la filosofía contemporánea, muchas de cuyas corrientes, como por ejemplo el existencialismo, se han configurado en un inevitable diálogo con su obra.
“Las cosas son absurdas porque están aquí sin decir nada, no tienen historia y no están en el tiempo. Las cosas no tienen límites, no puede decirse dónde termina una mesa, por ejemplo, y dónde empieza el suelo, los define el hombre de acuerdo a sus necesidades y a sus proyectos”.
Esto lo dice Gombrowicz en 1969, en el curso de filosofía que da en su casa de Vence, tres años después de la aparición de “Cosmos”, pero ya antes, en 1961, ocurrían algunas cosas respecto a su última novela y a esta idea de Heidegger. Para la época de nuestro viaje a Piriápolis Gombrowicz había empezado a escribir “Cosmos” y aunque no me participaba del plan general de la obra —quizás en ese momento él tampoco lo tenía— empezó a ejercitar conmigo las ideas sobre las cuales la ciencia y la filosofía forman la noción de realidad.
Mientras paseábamos por los bosques de Piriápolis Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la naturaleza, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá?, ¿y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecían los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad.
Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: —¿Qué es esto? El silencio empezó a incomodar a los Swieczewski y a mí también: —Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo, según parece había dado en el clavo sobre los contenidos de su imaginación. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad. El arbusto tenía pues, para los propósitos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma? Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz no me fue tan difícil hacerlo arrodillar.
“El existencialismo por su naturaleza nos es próximo a los polacos, y debería encontrar entre nosotros a seguidores entusiastas. Yo personalmente no soy partidario del existencialismo en un cien por cien, al contrario, soy muy crítico en relación con sus logros; esta filosofía me parece plagada de lagunas evidentes que no achaco a la incapacidad de sus creadores, sino a la dificultad inusitada, imposible de salvar, de esos problemas […]”.
“Pero, al igual que todas las corrientes espirituales surgidas de una necesidad esencial del hombre, el existencialismo no se plantea dificultades, se afirma con tenacidad a pesar de todas sus contradicciones, a veces suicidas, y no hay nada que pueda detenerlo. Probablemente sufrirá todavía unos enormes cambios y perfeccionamientos, en este momento apenas está en su fase inicial […]”.
“Sin embargo, una cosa es la filosofía estricta contenida en obras como “El ser y el tiempo” de Heidegger o “El ser y la nada” de Sartre, y otra muy distinta la postura existencialista que posiblemente se manifiesta mejor en el arte contemporáneo que en la filosofía”.
¿Cómo fue posible que Sartre publicara sus libros y artículos, y viera representadas sus piezas de teatro en el París ocupado por las tropas de Hitler, cuyos jefes se mostraban tan recelosos de cualquier manifestación intelectual francesa? Lo fue porque la estrecha relación de Sartre con la filosofía existencialista del profesor Heidegger, le dio a las autoridades germanas la impresión de que se hallaba de su lado.
A Gombrowicz lo impresionaba realmente la seriedad de Heidegger, es un respeto que había heredado de la madre que tenía adoración por los profesores y por los pensadores, una persona poco seria que sin embargo parecía seria.
“Usted parece interesarse más por los filósofos que por los escritores; —Sin embargo, la filosofía sigue siéndome tan extraña como la ciencia. Como escritor estoy más interesado que nunca en el mundo de las pasiones”.
Esta respuesta que le da a François Bondy en el año 1969 nos lleva directamente al punto, a la ambigüedad que tenía Gombrowicz en relación con la filosofía y con la madre. En el año 1959 había dado cuatro conferencias sobre Heidegger en el Círculo de Amigos del Arte de Buenos Aires, y el mismo año de la conversación con Bondy, en el último curso de filosofía que dictó en su casa de Vence, lo presentó como el filósofo más creador del pensamiento existencialista. No obstante, también mantiene con Heidegger algunas diferencias.
Es difícil saber qué le pasaba a Gombrowicz con la madre y con los filósofos, yo creo que estos conflictos tienen más que ver con sus diferencias caracterológicas que con sus puntos de vista. Marcelina Antonina era una persona poco seria que parecía seria; Heidegger era una persona seria que parecía seria; y Gombrowicz era una persona poco seria que parecía poco seria.
“Yo no me dejo embaucar por ellos; conozco este infantilismo que juguetea con el Infinito, sé demasiado bien cuánta despreocupación e irresponsabilidad hacen falta para entrar con orgullo en los terrenos de esos pensamientos impensables y de esa severidad inaguantable, conozco este tipo de genialidad. Y ese Heidegger, en su conferencia sobre Nietzsche, suspendido sobre esos abismos... ¡payasos! Despreciar el abismo y no digerir los pensamientos excesivos: hace tiempo que lo decidí así. Me río de la metafísica… que me devora”.
Heidegger fue el filósofo de los malos entendidos, tanto por sus simpatías con el nazismo, como por su obra inconclusa, oscura y poco sistemática. Mientras a los diecisiete años el filósofo se preparaba para su carrera sacerdotal, a la misma edad Gombrowicz resistía como podía la terminación de sus estudios en el liceo. Heidegger se casó a los veintiocho años con la hija de un oficial prusiano, Gombrowicz a los sesenta y cuatro con una estudiante canadiense. A los cuarenta y cuatro años, en el mismo año que muere el padre de Gombrowicz, el filósofo se afilia al partido nacionalsocialista cuando los nazis llegan al poder. A la misma edad Gombrowicz empieza a trabajar en el Banco Polaco. Ambos son desafectados del servicio militar por insuficiencias físicas, y ambos, nacidos católicos, se volvieron ateos.
Dar clases sobre Heidegger no es una tarea sencilla, pero Gombrowicz se las ingenió más o menos bien para dárselas a la Vaca Sagrada y al Hasídico en su casa de Vence.
El hombre es un decir inconcluso, un proyecto incompleto que debe asumir la muerte como fin radical. Estamos arrojados a un mundo que es nuestro espacio y nuestra posibilidad de realización y, por lo tanto, puede ser considerado un utensilio, un instrumento que utilizamos para realizarnos. En la medida en que nos servimos del mundo y lo instrumentalizamos para nuestras acciones y proyectos, creamos una relación con él que varía dependiendo no sólo de los condicionantes históricos y temporales, sino también de cada individuo. El hombre crea un mundo, hace un mundo según el uso que le da y de los fines que tenga.
Heidegger advierte de los peligros de la técnica cuando ésta menoscaba nuestra relación originaria con el ser y nos hunde en la facticidad de los entes, instrumentalizándonos a nosotros mismos y dejándonos atrapar por los propios objetos que hemos creado. Nuestra existencia es una preocupación surgida de la angustia de vernos proyectados en un mundo en el que tenemos que ser a nuestro pesar. Provenimos de una nada y nos realizamos como un proyecto encaminado hacia la muerte, por eso la angustia es constitutiva del Dasein y la condición de un ser caído y solitario que no puede contar con Dios ni con remedio alguno para su condición. La verdadera dimensión de la nada aparece recién con Heiddeger. La nada no es para Heidegger la negación de un ente sino aquello que posibilita el no y la negación.
La nada es el elemento dentro del cual flota, braceando para sostenerse, la existencia, una nada que descubre su carácter existencial en la angustia. El ser por el cual viene la nada al mundo debe ser su propia nada, sólo la libertad radical del hombre, entendida como nada, permite enunciar significativamente tales proposiciones.
El problema de la libertad condiciona la aparición del problema de la nada, por lo menos en la medida en que la libertad es entendida como algo que precede a la esencia del hombre y la hace posible.
Debemos hacernos responsables de nuestra propia vida, asumir nuestra propia muerte sin dejarnos fagocitar en nuestra relación con los objetos y sus funciones. La vida inauténtica nace del ocultamiento de lo terrible de nuestra condición.
La autenticidad consiste, según Heidegger, en reconocer que somos un ser para la muerte, única vía de acceso a la libertad. Pese al rechazo que ha supuesto su posición política frente al nazismo, es indudable que Heidegger ha sido uno de los filósofos más importantes e influyentes en el nuevo panorama de la filosofía contemporánea, muchas de cuyas corrientes, como por ejemplo el existencialismo, se han configurado en un inevitable diálogo con su obra.
“Las cosas son absurdas porque están aquí sin decir nada, no tienen historia y no están en el tiempo. Las cosas no tienen límites, no puede decirse dónde termina una mesa, por ejemplo, y dónde empieza el suelo, los define el hombre de acuerdo a sus necesidades y a sus proyectos”.
Esto lo dice Gombrowicz en 1969, en el curso de filosofía que da en su casa de Vence, tres años después de la aparición de “Cosmos”, pero ya antes, en 1961, ocurrían algunas cosas respecto a su última novela y a esta idea de Heidegger. Para la época de nuestro viaje a Piriápolis Gombrowicz había empezado a escribir “Cosmos” y aunque no me participaba del plan general de la obra —quizás en ese momento él tampoco lo tenía— empezó a ejercitar conmigo las ideas sobre las cuales la ciencia y la filosofía forman la noción de realidad.
Mientras paseábamos por los bosques de Piriápolis Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la naturaleza, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá?, ¿y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecían los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad.
Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: —¿Qué es esto? El silencio empezó a incomodar a los Swieczewski y a mí también: —Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo, según parece había dado en el clavo sobre los contenidos de su imaginación. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad. El arbusto tenía pues, para los propósitos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma? Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz no me fue tan difícil hacerlo arrodillar.
“El existencialismo por su naturaleza nos es próximo a los polacos, y debería encontrar entre nosotros a seguidores entusiastas. Yo personalmente no soy partidario del existencialismo en un cien por cien, al contrario, soy muy crítico en relación con sus logros; esta filosofía me parece plagada de lagunas evidentes que no achaco a la incapacidad de sus creadores, sino a la dificultad inusitada, imposible de salvar, de esos problemas […]”.
“Pero, al igual que todas las corrientes espirituales surgidas de una necesidad esencial del hombre, el existencialismo no se plantea dificultades, se afirma con tenacidad a pesar de todas sus contradicciones, a veces suicidas, y no hay nada que pueda detenerlo. Probablemente sufrirá todavía unos enormes cambios y perfeccionamientos, en este momento apenas está en su fase inicial […]”.
“Sin embargo, una cosa es la filosofía estricta contenida en obras como “El ser y el tiempo” de Heidegger o “El ser y la nada” de Sartre, y otra muy distinta la postura existencialista que posiblemente se manifiesta mejor en el arte contemporáneo que en la filosofía”.
1 comentario:
Heidegger no es ambiguo, su vínculo con el nacionalsocialismo es como el de Lukács con el comunismo, es un crítico, pero un crítico INTERNO que comparte lo esencial de la idea. Véase el blog:
http://nacional-revolucionario.blogspot.com/
Muy buen artículo el suyo.
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