7.2.09

LUZGARDO MEDINA: POESÍA DE AMANTE


Por Alfredo Herrera Flores.

Probablemente Luzgardo Medina ha sido el primer poeta, así reconocido, de lo que se ha quedado en llamar la generación del ochenta en Arequipa. Mientras los jóvenes de entonces daban rienda suelta a su vocación dando recitales e imprimiendo revistas a mimeógrafo en los pasillos de las dos universidades de aquellos días, escapando de sus clases de derecho o ingeniería y recalando en los cafés de la Plaza de Armas o en las bancas de la Plaza San Francisco, Luzgardo recitaba versos de Shakespeare o declamaba el Hermano Lobo y el Canto Coral a Túpac Amaru en cuanta actividad cultural había y antes de la proyección de películas en el teatro Fénix. Las gentes lo reconocían en la calle y hasta lo señalaban, “es el poeta Luzgardo Medina”, decían y lo querían.

No era novedad, entonces, que medio Arequipa lo reconociera como amigo, más aún en esos días en que era posible encontrarse con los amigos en la calle, y él transmitiera su entusiasmo a quienes consideraba tenían el talento artístico a flor de piel. Luzgardo Medina se adelantaría también a sus compañeros de generación al publicar en 1981 y 1983 sus primeros libros, “La boda del dios harapiento” y “Cuervos en Sodoma y Gomorra”, inaugurando así una nueva etapa en el proceso de la literatura arequipeña y que seguirían inmediatamente después Oswaldo Chanove y José Gabriel Valdivia, que publican sus primeros libros en los cada vez más lejanos 1983 y 1984, respectivamente.

Desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes de la Ciudad Blanca. Las filas poéticas se engrosaron notablemente en número y calidad, varios premios nacionales fueron celebrados en sus plazas y calles, y aquellos jovenzuelos que desafiaron el orden y la recatada tranquilidad de sus portales con escandalosos recitales hoy publican nuevos libros esta vez cargados de madurez, ciencia y sapiencia.

Así, Luzgardo Medina aparece con un nuevo libro bajo el brazo, “Bajas pasiones para un otoño azul” (Ediciones Copé, 2008), esta vez encubierto tras los ardores, entusiasmos e ímpetus de una amante que, en la intimidad de sus soledades, le canta a su hombre.

Para acceder mejor a la lectura de los casi mil versos del libro, es necesario detenerse en uno de los epígrafes, en el que Álvaro Mutis dice: “Las mujeres no mienten jamás. De los más secretos pliegues de su cuerpo mana siempre la verdad”. Luzgardo le da voz a las amantes, casi siempre secretas, que terminan por desnudar la exactitud de sus pasiones, cuando se ha superado la desaforada temporada de la primavera. En palabras y versos sencillos, como podría hacerlo la mujer que debe despedir a su amante pasada la medianoche, el libro destila amor, frustración y dudas: “dame una oportunidad para enseñarte/ a construir otro infinito menos misterioso”.

A lo largo de sus años de aprendizaje, Medina ha demostrado capacidad para asimilar las diferentes técnicas y modelos poéticos de la poesía moderna, ha ido desde la poesía intimista hasta la social, del surrealismo al simbolismo, ha ensayado asumir “voces” y “espíritus”, magia y verdad, pero en todo su discurrir poético no ha abandonado su autenticidad, su franqueza y su ingenuidad: “El amor de un amante se goza sin pensarlo dos veces/ sea en la calle de un solo balcón o bajo un limonero/ sea en la playa donde se aparea la parda gaviota/ sea en los parques restaurados por la fantasía/ porque ese amor luego huye huyendo como la música”.

Algunos pasajes del libro hacen recordar la película “Los puentes de Madisson”, donde un amor otoñal y clandestino marca la vida secreta de sus protagonistas con mayor fuerza que el amor formal, pero no es la infidelidad el tema de la historia, sino el amor. La voz de la amante es, en el caso de la obra de Luzgardo Medina, el medio para hacer de la propia poesía la eterna protagonista del sortilegio de la palabra, palabra envuelta con el misterioso e inexplicable manto del amor.

*Este artículo ha sido publicado en algunos medios escritos, en la columna El barco ebrio, y posteriormente en La silla prestada.

4.2.09

MULTICULTURALIDAD E IDENTIDAD: ACTUALIDAD Y PORVENIR DEL DISCURSO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


Por: Darwin Bedoya

Parte I

«Su literatura es toda ella una postración y comprobación
de que es posible la fusión de las culturas. Pero esas operaciones
no se sitúan sólo al nivel de los asuntos… ni sólo al nivel
de los programas explicativos, sino que funcionan en la literatura misma,
en la escritura, en el texto.»

Ángel Rama: Señores e indios, p. 15.

Introducción:

La cultura literaria es una de las riquezas más significativas que la humanidad entera puede tener. En Puno, como en la mayoría de las ciudades de los Andes, la literatura, —especialmente la oral—, es una de las más exquisitas expresiones que el hombre ha venido construyendo desde tiempos inmemoriales para encontrarse con su propio espíritu. Y sin duda, la oralidad[i] ha traspasado el tiempo como traspasa al silencio el canto de un batracio en las orillas del Lago Sagrado de los Incas. El tiempo no ha detenido esa fuerza enorme de ecos narrativos que los hijos de la pachamama, como una especie de ritual, han venido contando alrededor de una k’oncha, donde la madre cocina el pesk’e mientras les narra a sus pequeños las historias ancestrales. Tal vez por ello tengamos en nuestro altiplano importantes escritores, entre los que han destacado, de alguna manera, los poetas. Dante Nava, por ejemplo, fue un importante poeta andino que en toda su obra, aunque breve, siempre sintió la necesidad de mostrar la imagen del hombre del Ande; esto se puede notar en uno de sus más antologados poemas que empieza así: «Soi un indio fornido de treinta años de acero, / forjado sobre el yunque de la meseta andina[ii]». Otro poeta, Alejandro Peralta, el más destacado poeta vanguardo-indigenista de Puno y del Perú, en los años veinte, ensalzó el brío del indio con estos versos: «Ha venido el indio Antonio / con el habla triturada i los ojos como candelas / EN LA PUERTA HA MANCHADO LAS CORTINAS DEL SOL[iii]». Un poeta más reciente, dentro de la poesía puneña contemporánea, aún vivo, es Efraín Miranda Luján[iv], aquel poeta que alguna vez escribió y gritó a los cuatro vientos: «¡No me grites de calle a plaza: cholo; / grítame de selva a cordillera, / de mar a sierra, / de Tahuantinsuyo a República: INDIO! / ¡Lo soi! / ¡A puntapiés, insultos y balas: lo soi! / ¡Explotado, robado, asesinado: lo soi! / ¡Con mi esqueleto, mi ecología y mi historia: lo soi!»[v]; Tiempo después, repleto de mayor autenticidad, firmeza e integridad, el tayta José María Arguedas (Apurímac, 1911 - Lima, 1969), escribió: «Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua»[vi], dándonos a conocer, de ese modo, su espacio e identidad, su sentir de peruano desde donde escribiría una vasta obra narrativa representando todo un mundo indígena, pleno de cosmogonía y tradición. En esa lista de obras que hoy se ha convertido en una fuente donde se han depositado todos los signos identitarios de un país como el nuestro, ahí descansa un discurso valedero y digno de ser el abrevadero para las generaciones de hoy y las futuras. Además, en la obra de Arguedas, encontramos una extensa cultura peruana que es el punto de partida para reflexionar sobre aspectos conflictivos de multiculturalidad, identidad e idiosincrasia peruana, o sobre la crisis histórica del presente.


Los signos reflexivos de «Todas las sangres» o el anhelo de José María Arguedas:

En Latinoamérica, el indio de los Andes, el peón de las explotaciones de caoba y el gaucho de la Pampa fueron personajes literarios hartamente tratados en la novelística indigenista. Así, el boliviano Alcides Arguedas (1879-1946) publica Raza de bronce (1919), obra que se caracteriza por su voluntad realista de describir la situación del indio dominado por los grandes terratenientes, gamonales que se habían apoderado, al transcurrir los siglos, de su tierra. La dureza de las escenas y la riqueza evocadora de las descripciones se compaginan con un análisis de las condiciones políticas que hacen de los personajes representantes de clases sociales antagonistas. El argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927), con la novela Don Segundo Sombra (1926) evoca al gaucho apenado y valiente, domador de caballos y educador de hombres. En Huasipungo[vii] (1934), el ecuatoriano Jorge Icaza alude a la explotación de las masas indias por una aristocracia débil, majadera y brutal, dominada a su vez por el imperialismo norteamericano. Finalmente, en Perú, el protagonismo del indio alcanza relieves considerables cuando en 1935 salen a luz dos libros rotundos: La serpiente de oro de Ciro Alegría y Agua de José María Arguedas; siendo el principio de una saga que, en 1941 continuará con El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y Yawar fiesta de José María Arguedas.

Estas novelas, aunque no signadas por un mismo indigenismo[viii], se desmarcan de todo reflejo exótico o idealización romántica; ya no pintan la tierra indígena en términos abusivamente sentimentales sino que, en sus páginas, hacen un retroanálisis que revela con detallismo y nitidez al indio como un ser humano capaz de expresar odios, de generosidades, de rencores, de ternura y de rebeldía; demostrando así que, en Perú, en Puno, en Apurimac, en Viseca o en cualquier lugar, las personas no se diferencian o, al menos no deberían ser tratadas de modos distintos, a pesar de que las culturas son tantas —y muchas también son las lenguas—, pero uno solo el sentimiento, uno solo el modo de llegar o estar en el fondo de la conciencia identitaria. Si bien es cierto, Arguedas no se reconoció como indigenista, por el contrario, dio a conocer los modos en que se identificaba con esta tendencia literaria: «Para él, eran indigenistas los que escribían sólo sobre los indios, los que se acercaban a ellos desde fuera y los trataban de modo paternalista. No hubo un indigenismo, sino muchos matices de un estado de ánimo que es, en mi opinión, el mejor modo de definir el indigenismo. No fue una doctrina política, ni menos un partido dispuesto a cambiar el país. Fue una actitud de solidaridad, de cierta defensa de los valores morales y artísticos de los pueblos indígenas, con diferencias y matices múltiples en la derecha de Víctor Andrés Belaúnde o en la izquierda del partido socialista con Hildebrando Castro Pozo[ix]». Todos sabemos que Arguedas, a la muerte de su madre, vivió entre indios, durmió con indios, comió con indios, habló como indio, tenía un corazón como los indios, en fin, era un indio, por eso supo escribir sobre el espíritu de los indios.

Entre los tres protagonistas culturales más grandes del Perú, sin duda, al lado de Mariátegui y Vallejo, está José María Arguedas Altamirano, estos son los tres escritores peruanos del siglo XX. El caso de Arguedas es uno de los más especiales, pues en toda su obra se puede palpar a uno de los más intensos escritores peruanos que supo, desde Agua (1935), hasta El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), penetrar al corazón mismo del alma peruana: el indio.

Si bien es cierto, hasta nuestros días recae la marginalidad sobre el nativo americano, en este caso el indio peruano, es a partir de la conquista española que empiezan algunos desmoronamientos terrígenos; por ello, esta lectura de la narrativa de Arguedas, condensada, de alguna manera, en Todas las sangres (1964), novela que nos permite revisar los aspectos multiculturales de un país como el Perú.

Nuestra lectura de la obra de José María Arguedas empieza con estas líneas que pretenden adentrarse en su prosa indigenista. Específicamente en esta novela, la más ambiciosa de Arguedas[x]. Todas las sangres es la continuación de la tarea de ampliación e incorporación del mundo andino; el autor insiste en la pretensión de mostrar la gran diversidad de elementos humanos que componen la realidad social del Perú. En Todas las sangres, los personajes se multiplican concediendo a la obra una gran tensión narrativa. Aparecen todos los problemas del Perú que entraron en conflicto en el momento en que fue escrita. Lo verdaderamente innovador y vigente de Todas las sangres reside en la superación de la dualidad entre la cultura serrana y la cultura costeña para presentar al Perú como un todo integrador, donde aquellos sectores, antes opuestos, se convierten en aliados, sin perder cada uno su peculiaridad esencial y sin disminución de la lucha indígena por su liberación, frente a otro gran adversario superior y procedente del exterior: una compañía norteamericana que agrega, desnaturalizándolo, a un proyecto de desarrollo autóctono, otro ligado a sus intereses económicos capitalistas. Es decir, esta novela, ingresa a conflictos que dejan de tener valor nacional para alcanzar una proyección de amplitud internacional[xi]. La novela Todas las sangres es el intento mayor de abrir una perspectiva que dé cuenta del Perú de la sierra y la costa, del indio, del mestizo y del criollo. La novela se fragmenta en realidades múltiples que resulta un intento extraordinario por articular realidades contrapuestas de plasmación de la realidad peruana. La fundación de un espacio geográfico, la ciudad de San Pedro, trasunto literario probable de San Juan de Lucanas, del Departamento de Ayacucho, sirve de soporte para realizar una amplísima narración conflictiva de la sociedad en la que confluyen y se entrechocan elementos de la realidad contemporánea, con una indagación hacia el pasado y su peso determinante en el presente, que deja entrever el intento de reflexión globalizante: la pobreza, el mundo indígena campesino, el mundo industrial de la ciudad, etc. permite determinar una galería de tipos y conflictos en el interior de una ciudad aniquilada por el tiempo, cuyos signos de desgaste material construyen también una simbología de la historia arrasada en la perspectiva del Perú contemporáneo. Los grupos sociales (señores, comuneros, obreros, patronos, caciques, gamonales, etc.) son parte de una galería de tipos morales que entrañan un profundo pesimismo social, en el que el mismo conflicto adquiere la función de ser paralizante. La idealización del Perú indígena, serrano, andino, adquiere un valor sobresaliente, frente a la plasmación de las crisis contemporáneas en el Perú costeño e industrial, que significan, ya no sólo un enfrentamiento de mundo y lenguas, sino, de clases, en estructura ideológica que determina la construcción y la narración novelesca.

Tal vez uno de los factores para la concreción de Todas las sangres y, especialmente El zorro de arriba y el zorro de abajo, haya sido que, un año antes, en 1966, Arguedas había traducido una especie de Popol Vuh peruano para el resto de las generaciones venideras: Dioses y hombres de Huarochirí, uno de los textos más importantes en cuanto a información mitológica y cosmogónica que del Perú existe hasta hoy. Es a partir de estos relámpagos o chispazos de contemplación de lo andino que Arguedas hace planes para presentarnos su obra literaria con una única voz de carácter indigenista.

Así, la obra de Arguedas significa «la recomposición del discurso indigenista o neoindigenista» y también «la emergencia de un nuevo sujeto»: el sujeto migrante, distinto del mestizo. Y surge un nuevo concepto, el de sujeto migrante, que el crítico peruano Cornejo Polar explica así: «Mientras que el mestizo trataría de articular su doble ancestro en una coherencia inestable y precaria, el migrante, en cambio, aunque también mestizo en una amplia proporción, se instalaría en dos mundos de cierta manera antagónicos por sus valencias: el ayer y el allá, de un lado, y el hoy y el aquí, de otro, aunque ambas posiciones estén inevitablemente teñidas la una por la otra en permanente pero cambiante fluctuación. De esta suerte el migrante habla desde dos o más locus y —más comprometedoramente aún— duplica (o multiplica) la índole misma de su condición de sujeto»[xii]. Esta idea nos permite contemplar estos rasgos que se corporeizan como consecuencia de los cambios económicos, sociales, y políticos actuales, y del impacto aculturador de los medios de comunicación, a expresiones cada vez menos andinas, en sentido restringido, pero también más representativas del Perú de nuestro tiempo. Es decir, de un país cada vez más impregnado por ese factor constitutivo —sentimiento o sensibilidad especiales—, y en donde nuevamente chocan o se entretejen, con renovada violencia, las grandes fuerzas modeladoras de nuestra historia, en una reedición, por así decir, del trauma de la conquista.

«En la novela Todas las sangres, Arguedas intentó ofrecer una visión de conjunto de la sociedad peruana. Tiene la virtud de ser el primer esfuerzo en esa dirección y es su novela de mayor envergadura. Además de los universos y espacios que él ya había descrito y tratado en sus libros anteriores, la novela presenta tres novedades: 1.- Burgueses mineros y financistas aparecen en el contexto de los andes dirigiendo una red-imperio desde Lima. 2.- Un grave problema político es tratado literariamente: el conflicto entre la modernización capitalista y el pasado feudal-colonial encarnado en la oposición de los hermanos Fermín y Bruno Aragón de Peralta. 3.- La aparición de un migrante que regresa de Lima luego de haber aprendido castellano y que representa la esperanza de los indios quechuas. Estas tres novedades sumadas a la complejidad del universo andino definen la envergadura y el vuelo de la novela»[xiii]. La obra de Arguedas, desde sus inicios se preocupaba por la consolidación de una sola nación, porque de algún modo resaltaba las cuestiones políticas, las vivencias andinas, las condiciones sociales y la presencia de las varias clases de peruanos que, además, empleaban, para comunicarse, distintas lenguas.

Todo aquel que recorre el territorio peruano ahora puede encontrar pueblos de habla y de conducta cultural diversa. A simple vista, son los vestidos, o las creencias culturales, o los patrones de comportamiento, etc., o inclusive las variedades de una misma lengua, o las diferentes lenguas existentes a lo largo y ancho del país, aspectos que nos hacen ver el gran mosaico de variedad que es el Perú. La diversidad del Perú fue tan evidente a la llegada de los españoles que obligó a que muchos cronistas lo anoten por escrito. Uno de ellos, Cieza de León, para hacer evidente lo diverso y plural que era el Perú al tiempo de su llegada, habla de las muchas naciones y lenguas que existían en el territorio peruano (En nuestro espacio, por ejemplo podemos hablar de los puquinas, los kollas, los quechuas y los aymaras). Lamentablemente, aquella riqueza real o imaginaria percibida por este cronista, hoy se nos aparece muy disminuida, pues ya no están presentes las naciones y lenguas de la costa, y muchas de la sierra y de la selva son ahora extintas o están en vías de desaparecer.

En la actualidad la mayoría de países, especialmente hispanoamericanos, son culturalmente diversos. Esta diversidad plantea una serie de cuestiones importantes y potencialmente conflictivas. Así, minorías y mayorías se enfrentan cada vez con más insistencia respecto a temas como derechos lingüísticos, la autonomía regional, la representación política, el currículum educativo, las reivindicaciones territoriales, la política de inmigración, ahora último se habla, por ejemplo, de los cambios de nacionalidad en vista de la crisis que atraviesa nuestro Perú. Es bien sabido que muchas personas puneñas, tacneñas, viven en Bolivia y Chile, respectivamente. Tal vez sus sentimientos patrióticos hayan cambiado o simplemente hayan sido cambiados por una mejor forma de vida que al final se resume nada más que en ingresos económicos y bienestar familiar y social.


El laberinto de la identidad:

Los nombres de las personas, sin duda, son parte importante de las identidades culturales y revelan procesos de los cuales sus protagonistas no siempre son conscientes. En unas ocasiones se eligen libremente, en otras son estructuralmente inducidos. El historiador Augusto Ruiz Zevallos, en un recordado artículo toca el tema de los nombres y la identidad: «Un buen amigo que es sobre todo un destacado jurista de la mal llamada generación cincuenta, defensor de los igualmente mal llamados indígenas, ha renunciado a su nombre anglosajón para encabezar sus apellidos con una W de sonoridad andina. Un destacado alumno de derecho, líder de un movimiento cultural, es más firme aun: ha cambiado su nombre (Walter) por uno quechua (Pokra). Ambos casos, lejos de ser asuntos personales, en estos tiempos en que los discursos étnicos pueden convocar la acción, forman parte de un fenómeno social»[xiv]. Los cambios de nombres, e inclusive los cambios de apellidos, aceptando la nulidad de herencias, en estos días, es algo común y corriente. Resulta que muchas personas reniegan de sus nombres y de sus apellidos. Sin embargo, estas actitudes irreversibles, distan bastante de conservar una identidad, un sentirse auténtico de un lugar, de conservar una cultura propia. Pero muchas veces, reiteramos, las personas se sienten bien solo cuando han dejado atrás esos nombres o apellidos que de algún modo los atrofiaba o no los dejaba en paz. Ruiz Zevallos concluye su visión así: «No es la primera vez que se concluye de esa forma. Así pensaban conocidos líderes de la izquierda tradicional, cuando se hacían llamar Pumaruna, Santos Huaira o Yawar, y muchos otros militantes quienes, pese a no usar nombres typches o aymaras, sindicaban y sindican como alienante, incluso por escrito. A las jóvenes que tiñen su cabello o a los padres que bautizaban a sus hijos como Jhonny, Paul, Edwin, Evelyn, Wilder. Otros, desde una posición un tanto conservadora calificaron de huachafa la actitud de quienes anteponen estos nombres a unos apellidos quechuas. […] Por lo expuesto, no es bueno tildar de alienada a la joven mestiza que tiñe sus cabellos, cuida de su peso, no usa correas cuando viste jeans y exclama a la norteamericana cuando se sorprende; tampoco satirizar a quienes bautizan a sus hijos con nombres ingleses, finlandeses, griegos o latinos. Ellos también forman una etnia, la de los nuevos mestizos. Ninguna intolerancia es justificable. Y no puede merecer censura la renuncia a un nombre anglosajón .como en los amigos que mencioné al comienzo. Para adoptar un nombre quechua, sino, al contrario, merecer respeto. Porque tanto en el caso de la joven mestiza como en el de los amigos, sus decisiones son enteramente libres y comportan autenticidad, pues, como dice en sus entrevistas Pedro Almodóvar y pone en labios de La Agrado en Todo sobre mi madre: Uno es más auténtico cuando más se parece a lo que ha soñado de sí mismo…»[xv] Pero la identidad no solo se centra en los nombres, es, en verdad, mucho más amplia, abarca muchas otras formas de comportamiento y deja vacíos que urgentemente deben ser tomados en cuenta.

La cuestión de la llamada identidad tiene una larga data, desde la Conquista, la Emancipación y la República. El síntoma social que podemos nombrar como crisis de identidad afecta sobre todo a las capas altas y medias del cuerpo social, se aloja donde se mantiene un desarraigo, es decir, es un síntoma localizado. En un principio, las poblaciones andinas fueron dominadas por el poder imperial español, luego por los gamonales que Arguedas menciona y que noveló magistralmente en Los ríos profundos, aún ahora, a la luz de la armonía desplegada en algunos espacios culturales, no puede decirse que el resultado en la subjetividad del hombre andino sea un desequilibrio de sus referentes culturales en cuanto a pérdida de identidad.

El problema que se advierte en ciertos análisis acerca de la identidad radica precisamente en que reducen cuestiones importantes a un segundo proceso; esto es, no tienen ojos más que para las identidades como intento desesperado por construir comunidades en las nuevas condiciones globalizadas, que resultan precisamente de la destrucción de los anteriores tejidos comunitarios y que terminan siendo en verdad sus sustitutos en esta etapa de la sobremodernidad o la tan famosa posmodernidad. Se ha subrayado el laborioso trabajo de trazar fronteras como formas de dar vida a las identidades. Aquí también se advierten en realidad dos tipos de procesos. Por una parte, las fronteras se trazan o refuerzan para delimitar y proteger comunidades tradicionales, progresivamente amenazadas por los efectos globalizadores. En general, este sería el caso de los pueblos indígenas y otros grupos identitarios. Por otra parte, el esfuerzo social opera hasta cierto punto en sentido contrario: aquí es la acción de trazar las fronteras lo que insufla vida y permite dar sentido a la “comunidad” misma, con lo que las comunidades aparentemente compartidas, son subproductos de un febril trazado de fronteras. No es hasta después de que los puestos fronterizos se han atrincherado cuando se tejen los mitos de su antigüedad y se tapan cuidadosamente los recientes orígenes político-culturales de la identidad con los relatos de su génesis.

El renovado afán identitario de los indígenas a últimas fechas tiene mucho que ver con el hecho de que esa crisis también los ha tocado, a veces en partes vitales. Expresión de ello son los cambios drásticos en comunidades indígenas de apreciables regiones de Puno, Arequipa, Moquegua, y lugares comunes de la sierra por ejemplo, sacudidas por la migración masiva de su población y el consecuente vaciamiento de las provincias de sus miembros productivos que, al mismo tiempo, son piezas claves para la reproducción de relaciones e instituciones medulares. Los de la sierra emigran a la costa, Lima, sobre todo, y, los de Lima, buscan otros países para cambiar su vida, especialmente EE.UU[xvi]. Esto obliga a mirar hacia adentro, a una constante reconstrucción de la comunidad (lo que no es, de suyo, novedoso), pero ahora a una escala, a un ritmo frenético y en condiciones tan difíciles de mantener bajo control, que colocan a los conglomerados socioculturales en una situación de especial fragilidad y riesgo de quiebre. El nuevo contexto obliga a recomponer o readecuar los pilares tradicionales de la comunidad, por ejemplo los sistemas de cargo tradicionales, al tiempo que la estructura comunitaria se apoya ahora en nuevas columnas. No se puede decir que ya no operan o imperan países colonizadores (como todavía puede advertirse en las recientes ocupaciones colonizadoras de Afganistán e Irak por parte de EE.UU.), pues resulta evidente que aún las empresas y las instituciones «globales», de esas que hablaba ya José María Arguedas en Todas las sangres, tienen que recurrir a los servicios de los Estados para realizar sus propósitos de integración al capital universalizado.


Multiculturalidad e identidad:

Según Montoya Rojas, Arguedas estaba convencido de «perfeccionar los medios, de entender este país infinito mediante el conocimiento de todo cuanto se descubre en otros mundos. No. No hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores. No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacamac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso; Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren; la fiesta de Qoyllu Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a cuatro mil metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar a alguien desde aquí resulta algo escandaloso». A estas palabras de Arguedas podemos complementar lo que señala un reportaje aparecido en el suplemento Domingo, con motivo de celebrarse un homenaje más al Perú en las recientes fiestas patrias: somos «el primer país del mundo en variedad de orquídeas: 4,000 especies. El primer país del mundo en variedad de mariposas: 3,532. El primer país del mundo en especies de peces. El primer país del mundo con más platos típicos: 419. El primer país del mundo en variedad de plantas domesticadas nativas: 460 especies. El segundo país del mundo en especies de aves. El país con mayor cantidad de especies de papa en el mundo: 3,000. El tercer país con mayores reservas mineras en el mundo. El país que tiene 84 microclimas de los 103 que tiene el mundo. El país que tiene la ciudad de barro más grande del mundo antiguo, Chan Chan: 20 mil metros cuadrados de superficie»[xvii]. Esta enumeración de motivos patrios son las razones por las que los peruanos nos sentimos orgullosos, además de que obviamente, estos signos son la clara señal de la riqueza de nuestro suelo patrio. Pero no sólo eso, la socióloga y antropóloga Patricia Oliart, en una recopilación de conferencias publicadas en su libro Territorio, cultura e historia (2003), incluye estas líneas: «somos un país diverso y nos cuesta reconocerlo. Somos uno de los países más grandes del mundo. Ocupamos el lugar 19 en extensión entre el conjunto de casi 200 países. Si preguntamos a jóvenes estudiantes por el lugar que ocupa el Perú por el tamaño de su territorio, pocos acertarían. No sólo por ignorancia, sino por baja autoestima, pocos creerían que estamos ubicados entre los veinte países más grandes del mundo. Dentro de este inmenso territorio, poseemos una enorme diversidad geográfica, biogenética y también cultural. Las dos primeras son ya valoradas positivamente, pero nos cuesta hacer lo mismo con nuestra variedad de razas, lenguas, religiones, costumbres, tradiciones»[xviii]. Considerando todas estos motivos, realmente son contados los países como el Perú que pueden exhibir, no solamente lo enumerado, sino también, el variado resultado cultural de un constante mestizaje gracias a la adaptación de numerosas razas, lenguas y culturas provenientes de las geografías más diversas de la Tierra, ya que por múltiples razones nuestro país ha recibido, durante su historia, a tres principales grupos de migrantes provenientes de África, China y Japón, que han aportado lo suyo a la peruanidad; —la invasión de los españoles es otro tipo de migración—. Si consideramos que la multiculturalidad tiene enemigos poderosos y mortales, esto implica que debemos tener algunas formas de contrarrestar esos debilitamientos. La diversidad radical entre las culturas peruanas, así como el número de estas culturas, es una de las mayores riquezas de los peruanos. Gran parte de estas culturas son plenamente vigentes, con capacidad creativa alta; pero también hay varias culturas peruanas que corren el peligro de extinción a muy corto plazo y ahí está la tarea de nosotros como estudiantes, como personas que piensan y que se perpetuarán con las formas de su modus vivendi.


Conclusiones:

En la actualidad, las alternativas novedosas que centren su interés en la búsqueda de la unidad de pueblos mediante un diálogo con iguales caracteres, con rasgos incluyentes, con signos de pluriculturalidad, con banderas de libertad, en contextos de respeto, en geografías de democracia y con objetivos plenos de comunión, todo ello, más que una realidad, son objetivos que se pueden lograr trabajando colectivamente, de modo que se estará desmoronando los poderes de algunos que, a fin de cuentas son los que se encargan de decidir por los demás, esta es la gran verdad, no sólo de Perú, sino de todo nuestro planeta.

Tal vez, algún día, cuando ocurra el anhelo de Arguedas, cuando todos nos reconozcamos, al fin podremos vivir de una manera que nuestra convivencia sea la madre de la solidaridad y la fraternidad, ambas como el camino que nos conduzca hacia una paz y seguridad en esta pachamama, madre nuestra, como soñó aquel niño de nombre Ernesto[xix].

Es necesaria una discusión amplia sobre el tema de la multiculturalidad, una discusión que se concentre en aspectos como la realización de una concentración dentro de un rol de ejes temáticos, una revisión de los aspectos multiculturales dentro de los límites de un tiempo necesario, la creación de comisiones que laboren de manera exclusiva en este tema, pero con agendas definidas y que los integrantes de esta comisión sean personas idóneas, por ejemplo: sociólogos, antropólogos, académicos, especialistas y, especialmente representantes de etnias, líderes o autoridades que incluyan a sus comunidades, tribus, etc. Finalmente, darle al tema de la multiculturalidad una profundidad suficiente como para encontrarnos a nosotros mismos y saber que estamos ahí, aquí, hoy. Todas las sangres de nuestro país deberán flamear algún día como señal de respuesta a lo que un día quiso Arguedas.


Bibliografía

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ZÚÑIGA, C.: José María Arguedas. Un hombre de dos mundos. Quito, Ed. Abya-Yala, 1994.


[i] El Ande es el oasis de la oralidad. Muchas historias se registraron en estas tierras, inclusive aquellas que mencionan el origen del imperio incaico. Al incluir la oralidad dentro de la literatura se deconstruye el estatuto privilegiado de esta última como coronación de un proceso civilizatorio: la cultura oral no es el tiempo precedente de la cultura escrita y la literatura, sino un lugar sobredeterminado que permite visualizar los mecanismos de poder que han constituido lo literario como una hegemonía cultural. Coexisten múltiples relaciones de fuerzas que horadan el antagonismo oralidad/escritura, más aún cuando seguimos la historia de los entrecruzamientos entre estos dos polos aparentemente estables. Escritores de la talla de Antonio Cornejo Polar (Escribir en el aire), Walter Ong (Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra), ángel Rama (La ciudad letrada), además de otros estudiosos, han revisado con profundidad la relevancia de la oralidad en la traslación a la escritura literaria o el texto escrito.
[ii] Versos del poema ORGULLO AYMARA, texto clásico del poemario Báquica febril, único libro publicado por Nava.
[iii] PERALTA MIRANDA, Alejandro: Ande.
[iv] En el mes de noviembre de 2008, la UNMSM realizó un merecido homenaje a este poeta indio, el más importante de los poetas vivos con que cuenta la literatura de Puno.
[v] Estos versos pertenecen al famoso poema EE del poemario Choza, Lima, 1978.
[vi] Fragmento del discurso de José María Arguedas al recibir, en 1968, el Premio Inca Garcilaso de la Vega.
[vii] El título Huasipungo se refiere a una palabra quechua que utilizan los indios para designar la parcela por cultivar que les atribuye el hacendado para su supervivencia con la obligación de una diaria prestación laboral.
[viii] Un tanto alejado de indigenismos peruanos como el de Albújar y Ventura Calderón, el indigenismo de Arguedas se pretendió más auténtico. Por ejemplo, cuando Arguedas, en otro texto principal, Razón de ser del indigenismo en el Perú, pasa revista a las tradiciones culturales y la confrontación entre hispanistas e indigenistas, nos lleva a una tradición ideológica que responde a la razón de ser de dos ámbitos que son irreconciliables por las realidades sociales que representan. Aunque el mismo Arguedas haya rechazado una y otra vez la etiqueta de indigenista para su literatura.
[ix] MONTOYA ROJAS, Rodrigo: Todas las sangres: ideal para el futuro del Perú.
[x] Para el escritor Alberto Escobar, esta novela vendría a ser la más completa en pretensiones literarias que Arguedas pudo escribir.
[xi] MARTÍNEZ GÓMEZ, Juana: Ángeles y danzantes. Conflictos culturales en la narrativa del Perú (de José María Arguedas a Edgardo Rivera Martínez)
[xii] CORNEJO POLAR, Antonio: Escribir en el aire, p. 209.
[xiii] MONTOYA, Rodrigo: Visiones del Perú en la obra de Arguedas.
[xiv] RUIZ ZEVALLOS, Augusto: ¿Por qué Astocóndor se llama Kevin Arnold? En el suplemento Identidades Nº 5, p. 14, del diario El Peruano.
[xv] Ibíd.
[xvi] El escritor peruano Eduardo Gonzáles Viaña ha escrito uno de los libros más deslumbrantes mostrando la realidad de los que buscan un nuevo sueño en EE. UU.: Los sueños de América.
[xvii] LOAYZA, Jorge: Un país a medio camino, reportaje aparecido en el suplemento Domingo del diario La República, domingo 27 de julio de 2008, p. 10.
[xviii] DEGRÉGORI, Carlos Iván: Perú, identidad, nación y diversidad cultural, conferencia aparecida en el libro de Oliart, p. 214.
[xix] Ernesto es el alter ego de José María Arguedas. Aparece en la mayoría de sus obras, especialmente en Los ríos profundos, como personaje protagónico que relata las vivencias del autor cuando niño en el pueblo de Viseca.

3.2.09

EL MUNDO QUE ES MAÑANA: UN DIÁLOGO ENTRE MARIO VARGAS LLOSA Y 4 JÓVENES


Desde tempranas horas una larga fila de jóvenes y no muy jóvenes entusiastas bordeaba el auditorio principal, incluso rebasaba hasta los stands de las editoriales. La espera y el ingreso confiscado por el parámetro de la edad eran tolerables porque tendrían la oportunidad de escuchar al novelista peruano más importante de nuestros tiempos, Mario Vargas Llosa.

A pesar que no todos podían hacer uso de la palabra para indagar sobre el mundo que les ha tocado vivir y resolver sus inquietudes, porque solo cuatro eran los escogidos. En los demás no había ilusiones perdidas, era de suponer que se veían reflejados y admirados por esos cuatro estudiantes universitarios.

Se trataba de Hernán Hernández (UPAO), Nicole Plasencia (UCV), Andrea Fernández (UPN) y Oscar Chumpisuca (UNT). A su turno cada uno de ellos, intervino con una solvencia y lucidez, que el público creía ya, que se trataba de aquellas ceremonias que rayan en la perfección de tener todo controlado, parecíamos estar participando de la ceremonia de los premios Óscar.

El conversatorio estuvo moderado por Christopher Acosta Alfaro, presidente de la 4ª FLT, quien luego de mencionar las pautas que debían seguir los participantes, dio paso a las primeras palabras de Mario Vargas Llosa, él un tanto preocupado y sorprendido por lo novedoso que resultaba este tipo de reuniones dijo: la literatura no convoca tanto a los jóvenes como a los adultos. Y esta vez estoy sorprendido, espero mitigar las preocupaciones de los jóvenes de hoy.

Acto seguido reseñó toda la convulsionada vida política social que se vivió en su época, en la que la única manera de hacer vida política era la clandestina.

De inmediato Nicole le pidió su opinión sobre la crisis económica mundial y la situación actual de nuestro país en relación a ella. A lo que Vargas Llosa dijo que el capitalismo no había fracasado, si no que la legalidad del sistema capitalista se ha trasgredido. Lo que merece una corrección profunda.

Luego, Hernán manifestó que el pensamiento y literatura vargallosiana, a diferencia de Nicole quien reconoció haberle servido para reafirmar su vocación, a él le sirvió para confundirla. Pasó de Derecho a Comunicaciones para no terminar como “Zavalita”, personaje central de su obra Conversación en la catedral. En su interrogante planteó ¿Qué influencia tiene el Internet en el campo concreto de la literatura? A lo que el novelista respondió: La verdad no lo sé, no creo que la literatura libresca desaparezca. El libro irá a un mundo de catacumbas. Esto no necesariamente será malo. Será una literatura menos elitista. Quizás ahí se produzcan textos minoritarios, pero de exquisita calidad”, refirió.

Por su parte Andrea manifestó su preocupación por la crisis medioambiental, citando una polémica columna que publicó por Vargas Llosa en el diario el País de España. A lo que Vargas Llosa comentó que este tema tiene posturas radicales, pero se quiere encontrar un mundo de identificación entre la sociedad industrializada y los que profesan la defensa medioambiental. Y eso es una utopía, señaló.

“No podemos sacrificar el desarrollo industrial, hay que conciliar de manera pragmática la preocupación por el medio ambiente y el acceder a la sociedad industrial” Ejemplificó este pensamiento manifestando: yo creo, sin embargo, que conservar la Amazonía tal como está es sacrificar el desarrollo del Perú. Y necesitamos dejar atrás la pobreza y la desigualdad.

Luego Oscar cerró el ciclo de preguntas indagando sobre el papel de los intelectuales en el mundo contemporáneo. A lo que es escritor comentó que hoy en día vivimos una devaluación de las ideas. Hoy prima el pragmatismo y se evita el debate. Atribuyó esta situación a los mismos intelectuales, citando como ejemplos terribles a Paul Eluard y Pablo Neruda quienes fueron estalinistas. “Entonces era la voz del intelectual defendiendo lo indefendible, los intelectuales crearon una aureola significativa, pero solaparon otra aún peor”.

Ya casi al término, Mario Vargas Llosa recalcó la importancia que tiene el intelectual para la política, señalando que: es malo para la política que se vuelva un monopolio. La política tiene que impregnarse de los sueños, del pensamiento de una sociedad. El intelectual tiene algo que decir para el arte, para la cultura, es importante el baño con la realidad, la hace más viva, le aporta autenticidad.

En su intervención final Mario Vargas se mostró optimista sobre la situación que vive el Perú. Reconoció que nuestro país vive un buen momento en el contexto de América Latina. Tiene una vida democrática a diferencia de Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua. Es una democracia que está funcionando, en la que la mayoría no quiere alternativas entre dictaduras militares o revoluciones. Hay nostálgicos que piensan que Fujimori debe volver a gobernar y eso lo veo con espanto. Así destacó la viabilidad de la democracia peruana.

La noche cerró con la firma de libros, el novelista se dio el tiempo para atender a todo el público que estaba esperando. Autografió un total de 210 libros.

Oficina de Prensa ATAL (prensa@atalperu.org)

LA SONRISA DE BUSTER KEATON: UN CUENTO DE CAROLINA LOZADA


LA SONRISA DE BUSTER KEATON

Imágenes en blanco y negro se asoman desde la pantalla del televisor. Buster Keaton corriendo y saltando obstáculos para llegar a su boda. La puerta del baño está cerrada, la ventana del cuarto sólo lo está a medias. Buster Keaton sigue corriendo dentro de la pantalla. En la habitación no hay más sonidos que el de la película muda y el minucioso roer de una cucaracha sobre un olvidado pedazo de galleta. Sobre la mesita de noche no hay fotografía pero sí un reloj despertador con una gallina picoteando cada segundo. Las gavetas de la cómoda están mal cerradas, algunos calcetines se asoman en sus puntas y talones. Buster Keaton pelea con un señor gordo y embigotado. Tocan el timbre, nadie responde. La música de la película se escapa por la puerta de la habitación. El hocico de un pequeño ratón husmea en la desordenada cocina. Un almanaque del año pasado sigue colgado en la pared. El motor de la nevera produce mucho ruido, debe ser muy viejo.

Iván Chernenko es el nombre que aparece en el recibo de energía eléctrica que el cartero deslizó por debajo de la puerta. Los platos están muy sucios, algunos tienen yema de huevo adherida a sus paredes. Huelen mal. El teléfono vuelve a repicar, nadie responde, dice el vendedor de computadoras por vía telefónica a su compañera de oficio. Cuelga, no vuelve a discar. En la pantalla Buster Keaton y la clásica escena de la locomotora.

El agua de la ducha humedece los recuerdos del viejo judío. Recuerdos que recorren distancias. El pequeño Iván quejándose del dolor en sus pies cuando huían de Rusia. Vienen los soldados, vienen las botas, viene la muerte. Camina Iván, no podemos detenernos le decía su madre, llevando en brazos a Alevna, apenas una bebé. En la ducha, Iván viejo recuerda los cabellos rubios de la madre, los caminos sembrados de abedules, la llegada a América, su oficio de periodista sin título. Alevna en la memoria, no le dio tiempo de crecer. Su padre desaparecido en la guerra. Europa alojada en su infancia.

El viento golpea la ventana semiabierta, produciendo un ruido tímido pero constante. El sonido de la ducha apenas es perceptible entre los viejos sonidos de la película. Un close up en la cara de Buster Keaton mientras corre y su corbata es echada hacia atrás. El viento mueve la foto rusa clavada en la pared. Una mujer aún joven, un hombre de ojos pequeños y grandes bigotes, dos niños de ojos claros. Iván y Nicolás.

Buster Keaton se acerca a la iglesia donde le espera una mujer enamorada. Apenas tiene tiempo de arreglar su corbata y el cabello despeinado. La ducha no cesa en el baño. La novia ansiosa abraza al novio de rostro descafeinado.

Hace meses el médico le dijo que su corazón estaba delicado. El viejo sonrió con una mueca triste y salió del consultorio. El sacerdote bendice a los novios. El corazón de Iván se detiene bajo la lluvia de la ducha. Buster Keaton sonríe para la fotografía de la boda con su mueca torcida. El adornado letrero anuncia: The End.
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* Carolina Lozada. Escritora venezolana (Valera, 1974). Licenciada en letras mención lengua y literatura hispanoamericana y venezolana (Universidad de Los Andes, ULA, Mérida). Es investigadora de la Cinemateca Nacional. Ganadora del I Certamen Internacional de Relato Breve “El País Literario” con el cuento “Viejo bar. Viejo tango” (Madrid, 2005); del Premio Municipal de Narrativa Oswaldo Trejo por el libro de relatos Memorias de azotea (Mérida, 2006) y del Premio Nacional de Narrativa Solar por su libro Adictos y transeúntes (Mérida, 2007). Además, su libro Historias de mujeres y ciudades obtuvo mención publicación en el I Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2006) y mención de honor en el II Concurso de Narrativa Antonio Márquez Salas de la Asociación de Escritores de Mérida (Mérida, 2005), y Los cuentos de Natalia obtuvo mención publicación en el II Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2007). Dirige, junto al escritor Luis Moreno Villamediana el Blog 500 ejemplares. Imagen tomada de aquí.

2.2.09

CÉSAR GUTIÉRREZ, ISAAC GOLDEMBERG, ALONSO CUETO Y MARITA TROIANO EN LA 4ª FERIA DEL LIBRO DE TRUJILLO


Un bombardeo audiovisual y literario

En la que fue la más espectacular presentación de lo que va del programa de la 4ª Feria del Libro de Trujillo, César Gutiérrez mostró el jueves 29 de enero su más reciente libro, “Bombardero”, en una performance que unió música, video y poesía. “Bombardero”, que ha sido destacado como el acontecimiento literario del año por el diario El Comercio, es una mezcla de diversos géneros y formas radicales de escritura.

La presentación del libro contó con la introducción de Jorge Hurtado, quien ganara el concurso de cuento de la 2a Feria del Libro de Trujillo. Seguidamente se presentó un micro vídeo pop experimental que, a modo de collage, fue editado por Fernando Torres y musicalizado en vivo por Tito Domínguez, Jardín Solar.

César Gutiérrez se presentó en una suerte de poema con once secciones en orden descendente. La primera fue un elogio de Trujillo, su cultura autóctona y Vallejo, de quien en cierto modo dijo sentirse continuador. En las siguientes, habló de su vida, del proceso de creación de “Bombardero” y de las dificultades para editar su obra; y finalizó agradeciendo a los organizadores de la Feria por el apoyo recibido.

Cabe decir que “Bombardero” fue editado por primera vez en Arequipa, de forma independiente. Luego, en vista de la calidad de la obra, Norma ha publicado la primera de las tres partes, que cuenta en su contraportada con elogiosos comentarios de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo, entre otros.

La presentación tuvo lugar en el Auditorio César Vallejo a las 6 p.m. con notable concurrencia de público.
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Vida y obra al contado: Isaac Goldemberg y Blasco Bazán dialogaron

Trescientos sesenta y uno escritores tiene La Libertad, de ellos cuarenta y uno son mujeres, y hoy estamos reunidos dos chepenanos, dijo Blasco en el conversatorio que sostuvo en el auditorio “César Vallejo” de la 4ª Feria del Libro de Trujillo con su compañero Isaac Goldemberg.

Blasco empezó describiéndolo: Isaac es de aquellos hombres de recia personalidad, con una lectura facetada de lo peruano y lo judío. De inmediato Isaac motivado por las palabras de su colega y amigo, por la afluencia de público, y por la presencia de sus patrocinadores, representantes de la Embajada Americana, sentados en primera fila, caminó hacia el podio y empezó a leer para todos, el primer capítulo de su novela, El escorpión.

Blasco preguntó además por sus inicios como escritor, a lo que muy brevemente Isaac respondió que él se inició como escritor por el cine: … de pronto me convertí no en un espectador si no en un lector de las películas. Esto me proporcionó una entrada indirecta a la literatura, refiriéndose a aquellas películas adaptadas de obras literarias.

Luego me mudé para Lima, continuo diciendo, a una casa de un pariente que había viajado y descubrí que había dejado una biblioteca atiborrada de libros de literatura europea y judía, pero nada de libros de autores peruanos […] de niño no me importaba nada de los grandes nombres de autores, solo las historias que me atrapaban. Hasta tal vez no entendía lo que decían, pero sí el cómo se decían.

Después hizo varios intentos de escribir, pero confesó que las historias no funcionaban. Ya estando el en Nueva York logró conjugar en su historia el mundo judío y el peruano en un lugar tan cerrado como Chepén y esta historia empezó a fluir. Así surge su novela del viejo mercachifle, “La vida a plazos de Don Jacobo Lerner”.

A lo que Blasco comentó que Chepén es una cantera importante en la obra de Isaac, reconoció también su prosa elegante y la nostalgia que le ha hecho escribir poesía. Acto seguido Isaac recita al público “Oración fúnebre”.

Ya casi al final de su presentación Goldemberg habló sobre la función del narrador en cada novela suya, comentando que cada obra necesita de uno diferente. Y que por eso él para no aburrir siempre empieza una obra pensando en quién va a narra la historia; piensa en su edad, en su género, en sus experiencias, en cuánto sabe de la historia, en qué va a contar; para encarnarlo y narrar.



Sueños reales

Alonso Cueto presentó en la 4ª Feria del Libro de Trujillo su más reciente obra Sueños reales un libro para comprender la literatura universal, acompañado de Luis Eduardo García.

La obra reúne un conjunto de ensayos que revela sus preferencias, sus perspectivas de lectura y hasta sus temores en relación a sus autores favoritos como Henry James, Vladimir Nabokov, Gustavo Flaubert, Víctor Hugo, Raymond Carver, Nerval, Lewis Carroll, Juan Ramón Jiménez y peruanos como Martín Adán, Bryce Echenique, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro.

Escritores que como Alonso comenta han empleado el lenguaje de manera tan extraordinaria que hacen que sus escritos nos parezcan reales. Escritores que nos hipnotizan con sus sueños, porque ellos con sus escritos formalizan un instinto natural: la imaginación como parte de nuestra manera de vivir, explicó.

En la presentación de su libro contó lo afortunado que se siente de haber compartido momentos de su vida con escritores reconocidos y de qué modo se ha relacionado con ellos, explicó que con Julio Ramón Ribeyro jugaban al ajedrez, pero que al inicio el respeto era tal que nadie se atrevía a ganar la partida. Con José María Arguedas eran los almuerzos compartidos en familia y con Borges la influencia de la moralidad, cómo explicar el no tener una vida bohemia y ser un genio.

Por su parte Luis Eduardo citó a Borges diciendo: Hay escritores que se enorgullecen de lo que otros han escrito, pero yo me enorgullezco de lo que he leído, para preguntarle cómo se sentía él al no alcanzarle la vida para leer todo lo que quisiera.

Cueto respondió que de hecho esto representa una preocupación, pero que “compartir un libro es compartir un autor, y cuando se ingresa al mundo de un personaje tu vida cambia, por eso uno es en cierto modo lo que ha leído. La lectura te hace apreciar a la gente de una manera más profunda, más compleja. Te ayuda a vivir no sé si con más felicidad, pero sí con más plenitud”.

Con introducciones inteligentes Luis Eduardo García volvió a decir: uno escoge autores que le son afines a uno ¿Los escritores son lectores profesionales? ¿Cómo haces para escoger un libro, te agencias de información de la vida de los autores o adquieres un libro por recomendación?

Uno adquiere un libro por afinidad, o porque te sientes identificado con los personajes representados; solitarios, vulnerables, obsesivos; pero por lo general él adquiere un libro que pueda releer al cabo de dos años.

En este conjunto de ensayos encontraremos los encuentros y desencuentros entre los sueños y la realidad, entre lo imaginado y lo visible. El público que acuda a la 4ª FLT lo puede adquirir en el stand de Planeta a veintiocho soles.



Las increíbles aventuras de Rafo, Mati, Nico y Esperanza

El viernes 30 de enero, Marita Troiano, quien fuera considerada como latina destacada en el año 2006 por el diario “La Prensa” de Nueva York, presentó su libro “Las increíbles aventuras de Rafo, Mati, Nico y Esperanza” en el auditorio Watanabe al mediodía, en el marco de la 4ª Feria del Libro de Trujillo.

La obra, encomendada y financiada por la fundación sueca Save the Children, ha sido la primera incursión de su autora en la literatura infantil y fue parte de un proyecto que buscó difundir los derechos de la infancia a los niños. Este proyecto se dio en forma de talleres y de cursos. En segundo lugar, se pensó en un material, “que pudo haber sido un libro o un mensaje televisivo, porque es el medio más consumido”, según palabras de Troiano.

“Fueron los mismos niños quienes terminaron decidiéndose por un libro y quienes escogieron el formato de éste: gordo y con imágenes a todo color” refirió Troiano durante la presentación, quien recordó la ayuda del educador Constantino Carvallo y del colegio Los Reyes Rojos para el desarrollo del proyecto.

La presentadora, Sara Kcomt de Hernández, refirió la importancia del libro, que busca enseñar a los niños la importancia de la convivencia en un “estado social de derecho, pues los personajes de la obra simbolizan el crisol de razas que existe en América Latina”. “Los niños representan el anhelo de un mundo con más justicia”, dijo también Sara Kcomt.

“Ésta es la primera novela sobre los derechos de los niños y ya ha sido presentada en 5 países de Latinoamérica”, mencionó Marita Troiano.

Oficina de prensa (prensa@atalperu.org)

LA NUEVA CRÓNICA: CARLOS MONSIVÁIS ENTREVISTADO POR JULIO VILLANUEVA CHANG


El reconocido cronista del México contemporáneo fue el invitado especial de la 4ª Feria del Libro de Trujillo, en la que se reunió con Julio Villanueva Chang para describir la problemática de cupos, secuestros y matanzas que se vive en su natal México por el narcotráfico y las migraciones.

Monsiváis dijo que la narrativa y la crónica se ocupan excesivamente del tema en mención y auguró que los próximos linderos de la crónica sería el tema de la seguridad.

Julio Villanueva, otro brillante cronista latinoamericano dedicado a la escritura de perfiles de personajes, preguntó ¿Qué lenguaje puede usar un joven cronista mejicano para abordar estos temas? ¿Hay lenguaje que esté a la altura del horror y no caer en la pornografía del horror? A lo que Monsiváis respondió que no hay reportero que no sienta el asco de la muerte, carente de sosiego.

Complementó diciendo que: si estás trabajando en la frontera norte de México no puedes permitirte el humor, porque no hay manera de habituarse a tanta matanza, no hay forma de habituarse a la cotidianeidad de los muertos. Uno no puede contar esto con un lenguaje crispado, porque simplemente no va a funcionar. En todo este periodismo no hay intención literaria. Y si el tema de la crónica es tan agudo hay que abordar el lenguaje con sobriedad.

De pronto, hicieron un alto en la plática, y a las descripciones tan descarnadas porque Monsiváis comentó que estaban llevando la conversación a un tema de empavorecimiento.

Al finalizar la entrevista Julio Villanueva le preguntó ¿Qué le dirían los narcos si publicara algo impublicable? Monsiváis haciendo gala de ese humor pétreo que le caracteriza contestó: “Le prometemos que iremos a su entierro”.

Oficina de Prensa ATAL (prensa@atalperu.org)

CARLOS VARGAS SALGADO: AVIÑÓN Y EL TEATRO QUE PERDÍ


Ese año capicúa, 1991, sentado en una pileta que impunemente la Alianza Francesa de Arequipa ha hecho desaparecer, tenía yo el problema de ponerle un nombre a un grupo de teatro que arrancaba. Me arrepentí después, varias veces de lo que hice, confieso de entrada, pero la decisión fue ésta: lo llamaríamos Aviñón por el Festival de teatro más famoso en el mundo, festival que en suelo francés todavía impresionaba mis ilusiones (entiéndase: difícilmente a los diecinueve uno ha leído a Frantz Fanon para quitarse toda esperanza en la egalité-fraternité-etceterá y todas esas fantasías produites en France).

Bueno, el nombre de Aviñón me llevó, y esto fue lo mejor, a buscar al hombre, o sea, a quien lo propuso. Y leer De la tradición teatral, de Jean Vilar en esa pileta que ya referí, debe de haber sido lo mejor que hice en toda mi vida de teatrero sin rumbo en mi ciudad. Lo que digo es que el buen Vilar fue para mí mejor que un maestro: no le conocí sino lo que me convino conocerle, y lo interpreté a mi modo sin que anduviera oponiéndose, hallando en él muchas respuestas que seguro su propio texto no tenía. En fin, así son las alucinaciones del hambriento en medio del desierto.

De ahí en adelante me la he pasado diecisiete años castellanizando y explicando el nombre. Casi pidiendo disculpas a mis compañeros del Movimiento de teatro Independiente (no en vano llamado MOTIN), para que no me juzguen por lo que no soy, y menos sumariamente. Diciendo que por debajo de ese afranchutamiento en el nombre, lo nuestro era simple, boba, adherencia a la idea central de Vilar: un teatro para todos, masivo, pero un buen teatro, que al final es un pleonasmo, porque Moliere, Goldoni, Jarry, Hugo son en realidad teatro popular (secuestrado por la incipiente industria de la cultura de su tiempo, eso sí). Yo interpreté ese Vilar y ese Aviñón, el del teatro que clava uñas y dientes en una tradición, que la reinventa, la niega de paso, pero no clasea, ni racea. ¿Romanticismo? Seguramente, échenme la culpa a mí y no al maestro Vilar, por supuesto.

Por eso cuando llega cada verano europeo, ahora que ya me vino la consciencia, y veo desfilar la cartelera del Festival de Aviñón, siento que entre el nombrecito de mi agrupación y el portentoso mecanismo de mercancías teatrales que es la ciudad de los Papas en julio, hay poquísimo, poquísimo en común. Miren los anuncios de este año, y esta Programación, si se les facilita el francés. Se presentará de estrella Castelluci, aquí tienen mis impresiones cuando lo vi en Minneapolis.

¿Algo de popular? No pues, masivo no es popular, ahorita sí se lo discutiría a Vilar, y popular en la posguerra europea, no es popular en la pos... qué tenemos nosotros?

Nada, que los fines ahora son otros, y a los libros como De la tradición teatral, ahora se los lleva el viento. Ah, y esa frase creo que la repiten los Papas, sí, pues, creo que a Vilar le hubiera venido bien fundar el festival en ciudades con suelo menos impregnado de feudalismo cristiano, qué tal en Marruecos o en Martinica, allí sí hubiéramos hablado de otra cosa, mon cher Jean.

*Tomado del Blog Mundo de teatro de Carlos Vargas Salgado. Foto: Vilar en el Palais des Papes, el escenario principal del Festival (Jean Vilar in the Pope's Palace in 1952 © Agèns Varda / Agence Enguerand).

1.2.09

UN POEMA DE EDUARDO MILÁN ACERCA DEL CONFLICTO EN GAZA


Cualquier excusa (territorio, religión, poder, petróleo, agua, aire, y más poder; etc.) para hacer la guerra es sólo de procedencia humana, y sus causas pueden ser justificadas, pero sólo desde la lógica humana; y pocas veces —o casi nunca— las consecuencias son importantes (para el hombre y el mass media). Se puede destruir vastas extensiones agrícolas, derribar miles de viviendas y edificios, hasta ciudades enteras; se puede tener varios miles de millones (imprescindibles para otras cosas) en pérdidas, desplazar a pobladores de ciudades enteras; pero, sobre todo, pueden morir miles de estas personas (pues paradójicamente los que hacen la guerra siempre son pocos, los más son los civiles e inocentes), pueden morir miles de mujeres, miles de ancianos y niños (los que además en adelante tendrán que afrontar otros conflictos personales producto de la misma guerra: muchos deseos de venganza, resentimiento y rabia; y la cosa, así no termina nunca), pero como dije, para la lógica humana eso no importa: pues, esa es la lógica del hombre (y para eso, qué tan útil es la tecnología).

Entonces, enterados por los medios de comunicación acerca de la guerra, los demás podemos salir a protestar, hacer marchas, y “gracias” también a ello (la televisión y los periódicos), tomar partido —y con mucho más prejuicio que otra cosa— por las “víctimas”, por los que nos dicen que son buenos y así poder detestar —y hasta odiar— a los malos, los terribles e “inhumanos”. (Y, ¿quién más nos puede decir la verdad?, ¿acaso existe la verdad?, ¿cuándo ha existido?) Se pueden unir miles de hombres, se puede tener a todos los hombres de la tierra con un ruego común (al estilo “Masa” de Vallejo); pero la guerra, siempre seguirá llevándose a cabo. Y qué nos queda…

Esto no acabará mañana. Habrán otras guerras, muchas más de lo que uno piensa, y será en otros territorios, con otros hombres, producto de “otras causas”, lo único que no cambiará será el método: las armas, los ríos de sangre, la destrucción, el hambre, y los niños huérfanos de todo. Y todo para beneficio de unos cuantos, para el lucro de unos pocos. Lástima. El mundo es sólo un teatro del crimen. Felizmente existe la poesía que nos sirve para decir algo (José Córdova).
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[Detrás del humo, de lejos…] Por Eduardo Milán
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Detrás del humo, de lejos
Dance Dance
palabras de este color

Dance Dance
es el frente de una época
su fachada
su facha brava
Dance Dance


Más del mismo asesino
sobre los campos
de arena
—entre asesino y arena
hay árabes—
exterminio del niño menos
por ejército total Dance
cada rincón, cada casa
bajo sospecha de pechos
que se le oponen


Dance Dance
alrededor del fuego
que la conciencia consume
como alimento del día,
como noticia de noche,
a la distancia hay estrellas,
a la distancia hay esferas
pero la fiera está suelta,
cerca más de lo que puedes
saltar, de ti


Bate palmas, bate pies
unas contra los otros
fuera del ser humano
—hay quien no lo quiere ser—
clap your hands
—esas manos, esos pies
salidos del ser humano
—hay quien no lo quiere ser—
requetesuenan al fondo
adiós, adiós
moove your feet
bajo el de arriba moonlight
como el agua, claro

Aro por donde entra,
caño por el que sale
nuestra conciencia, fuego
prendido en las ropas blancas
talares


El día que se reúnan
las partes con ese todo—
totalidad que es el cuerpo
habrá justicia
—no basta con la memoria
en este mundo o en otro


Matar, señor, es matar,
no hay metáfora que valga
una vida, no hay repuesto
sobre ese lugar vacío,
hierbas y flores

Lina AISA, palestina,
niña de tres años
refugiada de Burej,
pleno corazón de la franja
de Gaza, murió de miedo
bajo un ataque aéreo israelí
de madrugada, de miedo
su corazón se detuvo,
no el horror, que sigue intacto

Los números hablan, era
la 488

No era tan blanca la página
como parecía ser
antes de su contacto
con el mundo,
una paloma es más blanca


Clap your dance contra la dura
roca de la memoria
·
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* Tomado del libro de Eduardo Milán Unas palabras sobre el tema (México, Libros del Umbral, 2005) pp. 95-97. Y la imagen de aquí.

30.1.09

“DE CERCA NADIE ES NORMAL”. ¿CÓMO ES ESCRIBIR EL RETRATO DE UN PRESUNTO FAMOSO?


Luis Eduardo García, el reconocido poeta trujillano empezó la entrevista a Julio Villanueva Chang tratando de entender al personaje, a lo que dijo: Julio es capricornio, es el director fundador de la revista Etiqueta Negra, ha publicado Mariposas y murciélagos una recopilación de sus historias en el diario El Comercio de Lima, donde fue reportero principal; Un día con Julio Villanueva Chang, y Elogios Criminales una antología de sus perfiles. Es un editor maniático y buen verificador de datos.

Textos suyos han aparecido en El País de España, La Nación de Argentina; Gatopardo y El Malpensante de Colombia; Reforma de México; Vogue en español y The Virginia Quarterly Review de Estados Unidos. Ha sido conferencista en la Harvard’s Nieman Conference on Narrative Journalism y en la Universidad de Yale. Antes de desnudar al personaje con sus interrogantes terminó la presentación diciendo “no sabe nada de astrología, ni de mandarín. Vive en Lima como si estuviera de visita”.

Le preguntó sobre la relación que tenía con su abuelo materno. A lo que Julio Villanueva respondió que la opresión barrial le hizo crear el ideal de ser un chino de ojos grandes. “Mi abuelo, él fue un cantonés con un raro sentido apostador de caballos”.

La curiosidad de su buen amigo Luis Eduardo se colaba en sus palabras y preguntó ¿Cuál es la idea de normalidad que tú tienes? A lo que Julio, citando a Caetano Veloso, dijo: de cerca nadie es normal. De inmediato lanzó una reflexión “… pasas con los personajes unos minutos y luego tienes la arrogancia de decir cómo son creando situaciones artificiales”.

Cuando indagó sobre el oficio de Julio, éste le dijo que le gustaba escudriñar en la vida de determinados personajes. Su oficio era el de la indiscreción. Asombrarse sobre lo que nadie sabe. De ahí numeró la serie de perfiles que había hecho, de los que destacó los realizados a Juan Diego Flores; Gabriel García Márquez; Apolinar Salcedo, el gobernante colombiano ciego. Este último personaje llamó su atención porque se trataba de un tipo tres veces marginado: era ciego, negro y pobre; y a Werner Herzog.

De ahí surge la repregunta del entrevistador ¿Qué llama la atención de Julio Villanueva? Esa mezcla entre extraordinario y lógico.

En medio del diálogo mencionó a los periodistas que influenciaron su carrera como periodista y cronista, a pesar de haber estudiado pedagogía en la Universidad de San Marcos. La lista era selecta, como él suele llamarlos “las vacas sagradas del periodismo: Alma Guillermoprieto, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Jon Lee Anderson y Ryszard Kapuscinski”.

Luego le preguntó por el nombre de su libro “Elogios criminales” que en Perú saldrá publicado en mayo por la editorial Planeta. Julio explicó “cuando uno escribe un buen perfil, desde la admiración tratando de contar su vida. Uno no sabe si le vas a hacer más bien, o mal al personaje. Por eso no hagan el trabajo infame que estoy haciendo”.

Al final de la entrevista Luis Eduardo cerró con una crítica que le hizo César Hildebrandt: «¿Y las crónicas? Las últimas dignas de llamarse así las escribió hace pocos años, en El Comercio, Julio Villanueva Chang. Pero Villanueva Chang huyó de la prensa de masas y se refugió en un experimento tan brillante como minoritario. Y como él, los mejores se han ido yendo y las redacciones se han llenado de espectros obedientes».

Oficina de prensa (prensa@atalperu.org)

EL NOVELISTA DEL MAR: MARIO VARGAS LLOSA Y “LOS SECRETOS DE UN NOVELISTA” EN HUANCHACO

Mario Vargas Llosa.
La maquina de arcilla, el ocaso, los caballitos de totora, la arena y el mar de Huanchaco fueron los elementos indispensables para que Mario Vargas Llosa nos confiese los “secretos de un novelista”.

El reconocido escritor de La fiesta del chivo, Los cachorros, Conversación en la catedral y La guerra del fin del mundo dio su charla magistral el pasado viernes por la noche, en la que contó cómo desarrolla su labor, y lo hizo de una manera divertida y poco usual, desdoblándose en dos personajes, en la de periodista y escritor entrevistado.

La idea de su conferencia fue contar a los concurrentes lo que está detrás de una novela, las imágenes, cómo se inventa la historia y los personajes. Cada novelista tiene su método de trabajo y Vargas Llosa lo hizo de la manera más llana posible, desdoblándose, como si fuera un periodista.

Su charla la inició con una broma que soltó la carcajada moderada de las aproximadas 3 mil personas que compartieron con él en Playa Azul. ¿Señor Vargas Llosa, cómo escribe usted?, se preguntó asimismo. “Escribo de derecha a izquierda”, respondió. La repregunta vino de inmediato. “muy bien señor Vargas Llosa, muy divertido, pero usted sabe que la pregunta era más seria, más profunda”. A lo que por fin respondió: Depende. Cuando escribo mis artículos […] lo hago en forma diferente a cuando se trata de una novela. Trabajo una sola idea traída de la actualidad. Mientras que al escribir una novela lo hago en forma muy misteriosa, fuera de lo racional.

Al quedar el “periodista” un poco confundido le pide mayor precisión, a lo que Vargas Llosa explicó amparándose en la nueva novela que está escribiendo “El sueño del celta”. Muy cuidadoso él, no nos contó la trama, sino, cómo concibe la idea, y quién es el personaje, dando respuesta a ¿Cómo empezó? ¿Cómo surgió la idea de escribir esta historia? ¿Qué cosas descubrió? ¿Hasta qué punto respeta la verdad histórica? ¿Está bien que se permita mentir?

El personaje de la nueva novela de Vargas Llosa tiene el título provisional de “El sueño del celta” y se llama Roger Casement. Su interés por él surgió leyendo una de las biografías de Joseph Konrad a su paso por el Congo, a lo que dijo: “la realidad del Congo era una realidad atroz. Me encontré tratando de imaginar por qué fueron importantes las revelaciones y testimonios de Casement para Conrad. Fue un personaje extraordinariamente importante en su tiempo y que había caído en el olvido por razones muy dramáticas. Denunció ante Inglaterra y Europa las atrocidades indescriptibles que se cometían en el Congo en la época de la colonización belga, a fin de que los horrores cesaran o disminuyeran”.

Vargas Llosa al describir a Casement, narró incluso que había estado en la Selva amazónica, en la zona cauchera de Colombia, Perú y Brasil, elaborando informes para el gobierno británico acerca de la explotación de esta materia prima.

“Documentó minuciosamente lo que ocurría. Hizo una denuncia sobre la situación de los indígenas y demostró que algunas comunidades simplemente habían desaparecido por las condiciones impuestas por los caucheros”, acotó.

Lo que se conocía de Casement cambió pronto. Durante la Primera Guerra Mundial fue acusado de facilitar armas a los nacionalistas irlandeses y fue condenado a muerte. Mientras esperaba la ejecución, “aparecieron fragmentos de un supuesto diario que había descubierto Scotland Yard en la casa de Casement. Eran unos textos escandalosos, escritos con una inmensa vulgaridad”.

Todas las circunstancias por las que atravesó el personaje central de la nueva obra de Vargas Llosa fueron lo que los que lo motivaron. Luego explico otro de los pasos que él sigue para crear sus novelas, y es la elaboración de fichas de trayectoria, en las que registra el inicio y el fin de la vida de los personajes, en las que ubica dónde se entrecruzan y lo considera el punto de apoyo para empezar a fantasear.

Luego viene la documentación del personaje, entender el medio en el que se desenvuelve. Ante estas revelaciones, el periodista vuelve a preguntar ¿Hasta qué punto respeta la verdad histórica? Vargas Llosa respondió citando La guerra y la paz de Tolstoi. Un texto histórico plagado de inexactitudes.

Al despedirse dijo que “Toda buena novela dice la verdad y toda novela mala miente. Yo espero que esta novela esté plagada de mentiras históricas y verdades literarias”.

Oficina de Prensa ATAL (prensa@atalperu.org)

MATEO YUCRA: UN CUENTO DE JUAN PABLO HEREDIA PONCE


MATEO YUCRA
·
Sabe que todo empezó en la calle de los bancos, por eso regresa todas las noches a buscar la hebra inicial de un recuerdo que se le rompe siempre. Avanza por la misma vereda, esforzándose para evocar episodios perdidos, ayudado por los letreros luminosos, los vitrales, las puertas ole hierro. Pero yendo de un objeto a otro, su memoria se enreda hasta romperse.

Camina en el sentido del tránsito. Al llegar a una esquina se detiene y escoge un rumbo. Luego continúa. En trescientas veinte noches de búsqueda ha elegido rumbos diferentes, según las posibilidades abiertas en cada esquina, pero diariamente el amanecer lo sorprende sin encontrar a Mateo Yucra.

Incitado por el fracaso, la noche trescientos veintiuno advirtió que podía ir contra el tránsito y acaso corregir el error que le había impedido ubicar a Mateo. Tal alternativa le rehabilitó la esperanza, ya roída y desorientada a pesar de su convicción de no perderla hasta anudar su memoria; mas el nuevo vigor le duró sólo hasta el final de la cuadra, donde se percató que hacia delante tenía las rutas suficientes para ocupar otras trescientas veinte noches. La posibilidad de repetir el largo periodo de caminatas en soledad, ingresando a cuanta comisaría o cuartel encontraba, lo hizo cambiar de metodología: decidió recorrer en líneas paralelas todas las calles, desde el río hasta el pueblo joven más lejano. Toda la noche transitó calles llenas de curvas y cruces obtusos, que lo hicieron negar el supuesto paralelismo, y en los calabozos sólo encontró rostros que no eran el de Mateo Yucra.

Horas después, con el sol ya enseñoreado en el cielo, conoció al hijo de la señora Vargas. Como en las últimas tres semanas, ella llegó a la ocho de mañana y se sentó en el tosco banco de madera ubicado junto a la puerta de la Fiscalía, en un solitario zaguán. Vestía la falda de siempre, medio azul y simplona, de cuyos bordes sobresalía por vez primera una enagua muy blanca, de encajes sensuales. Sobre ellos apoyaba la cabeza un muchacho; sentado en el suelo con las piernas dobladas. Sobrecogía su estampa. A pesar de su juventud evidente, su cuerpo lucía un extraño y difuso deterioro. Lo más sorprendente radicaba en las órbitas de sus ojos, tan profundas que pese a su aguda percepción, el hombre que buscaba a Mateo Yucra no pudo descubrir el color de sus pupilas. Tenía los músculos fláccidos y nuca movía el brazo izquierdo. Lo único que parecía verdaderamente móvil era su mano derecha, con ella se agarraba el pecho y se frotaba las rodillas. A veces lagrimeaba, y la suciedad de sus mejillas se rasgaba como una cartulina.

Su madre, la señora Vargas, llevaba tres semanas acudiendo a la morgue central, a las siete de la mañana y luego a las seis de la tarde, para preguntar si no habían llevado el cuerpo de un chico de quince años. Pero esa mañana disponía de tiempo, ya que el Fiscal, a cuya puerta pasaba el resto del día, había anunciado que no asistiría a su despacho, y por primera vez pospuso su visita a la morgue. Aprovechó las horas frescas para visitar la Primera Comisaría y recordar a la policía que estaba buscando a su hijo Hugo Gonzáles, detenido a tres cuadras de distancia y conducido a esa dependencia según cuatro testigos. La policía volvió a negar el arresto, y ella salió injuriando en voz baja, convencida de que no tenía provecho hacerlo a gritos. Pero ni ella ni los uniformados se fijaron en un muchacho que caminaba con las piernas dobladas, que se le acercó apenas cruzó la guardia y que al salir la siguió dando saltos de perro.

El muchacho la siguió hasta la Fiscalía, sin lograr que sus recursos de perro enano atrajeran su atención. Por eso, cuando ella se sentó en el tosco banco, él, rendido, sólo atinó a pegarse a sus piernas. Así, sin importarles la presencia del hombre que buscaba a Mateo Yucra, permanecieron esperando. De la oficina salía el sonido del lento tableteo de una máquina de escribir, accionada por el secretario. El resto era silencio, la semi desolación esperada, que, sin embargo, la señora Vargas quiso comprobar, no fuera que el Fiscal incumpliera su anunció. Y no quedó convencida, sino cuando llegó una mujer cíe vestido apretado, que llenó la oficina con sus risas. Recién entonces abandonó su asiento para ir a la morgue.

La suspensión de labores en la Fiscalía dejó también al hombre que buscaba a Mateo Yucra sin nada que hacer, y desde el mediodía recorrió la ciudad sin ninguna lógica, dejándose llevar por la nostalgia de la época en que caminaba de día. Se desorientó tanto que en la noche, cuando llegó a la calle de los bancos, no hizo más que pararse junto a una puerta y evocar la otra noche, la que ahora es un hilo roto en su memoria.

Se vio caminar solo, bostezando en el preciso momento en que sonaba una explosión a pocas cuadras. “Mierda”, murmuró, adivinando lo que ocurriría en los minutos siguientes. Sabía que tenía escasos segundos para alejarse del lugar, y sabía mejor que no debía correr. La prudencia le recomendaba caminar deprisa y meterse a cualquier establecimiento o coger un vehículo, pero la calle estaba desierta y todos los establecimientos cerrados. Trató de pensar cómo defendería su inocencia y no logró hacerlo porque la necesidad de alejarse le descuajaba la atención; ni siquiera sintió el acercamiento del patrullero. “Para, conchetumadre, o disparo” le gritaron desde la ventana, y él levantó los brazos como vaquero sorprendido. Luego tartamudeó, habló, enredó argumentos. Todo en vano, nada impidió que recibiera un culatazo de fusil en el pecho. Con el golpe cayó de espaldas sobre una puerta de hierro. De inmediato una mano brutal lo cogió del cogote, empuñando chompa y camisa, y haciéndolo trastabillar lo acercó al patrullero. Fue en ese momento que por sus retinas cruzaron letreros luminosos, vitrales y puertas de hierro, que en su mente quedaron gravadas como sombras irreconocibles.

Recuerda bien que lo tiraron dentro de la maletera y que el vehículo emprendió su marcha a gran velocidad. A partir de ahí empieza a fraccionarse su memoria. Le es imposible determinar la distancia recorrida y los giros dados. Sólo sabe que le subieron la chompa hasta que le cubriera el rostro, que lo descendieron entre dos y que lo tiraron en un lugar muy oscuro, donde ocurrieron escenas de pesadilla que rebullen en su mente y que él prefiere evadir, abandonarlas como hilachas inútiles, encontrar a Mateo y seguir.

Interrumpido otra vez su recuerdo, parado en la calle de los bancos volvió a sentir frío. No lo había sentido ni en las noches que la temperatura descendió a cinco grados. Pero ahora lo helaba una imagen que se le cruzaba como un hilo de plomo en la trama de su memoria. Era la imagen cíe la señora Vargas y del hijo pegado a sus piernas. Lo atormentaba irremediablemente y durante los días que siguieron permaneció dentro de la oficina del Fiscal para no verlos afuera, junto a la puerta.

A las nueve de la mañana, cuando el Fiscal se encontraba en pleno trabajo, hacía su primer ingreso para derribar el pequeño estandarte que adornaba un ángulo del escritorio. Desde entonces permanecía en el despacho, escuchando las conversaciones del magistrado y leyendo cada documento que él cogía. Redujo al mínimo sus salidas a la secretaría o al zaguán. No obstante, fue gracias a tina de sus fugaces salidas que, al quinto día de la llegada del muchacho de las piernas dobladas, encontró a la señora Vargas saliendo a la calle con un cartel hecho de un pedazo de cartón y un palo de escoba.

Era la calle de los abogados, donde se encontraba la Fiscalía. Junto a todas las puertas había placas de bronce clavadas sin concierto. La señora Vargas caminaba confundiéndose con individuos muy serios y apurados y mujeres que de pronto dejaban estallar su mal humor y divulgaban sus conflictos en voz alta. Iba a reunirse con las personas que horas más tarde realizarían la protesta más insólita de ese año. Para eso le serviría el cartel, y no resignándose a dejarlo colgar; con su mensaje invertido y desperdiciado, lo levantó sobre su cabeza. A esa altura nadie dejó de observarlo, ni siquiera los hombres que llevaban en la solapa del terno una diminuta estrella.

Al ver aparecer el cartel sobre las cabezas de los tipos más altos, el hombre que buscaba a Mateo Yucra empezó a seguirla. Como desde atrás era imposible enterarse de su contenido, se adelantó y esperó en un puesto donde vendían, en delgados folletos, las últimas leyes y decretos promulgados por el gobierno.

Junto a la señora Vargas iba su hijo, separado siempre por el silencio. A pesar de caminar contorsionándose penosamente al ras del suelo, nunca se rezagaba ni era obstáculo para nadie. Cuando llegaron cerca del hombre que buscaba a Mateo Yucra, éste pudo leer en la parte superior del cartel la frase: “vivo lo llevaron, vivo lo queremos” escrita en dos líneas. En el medio figuraba el rostro de un muchacho. Abajo, como si fuera una inscripción hecha sobre el pecho, decía: “Hugo González Vargas. 15 años”. El hombre que buscaba a Maleo Yucra examinó el retrato trazado a lápiz y supo que era del muchacho tullido. No obstante, sorprendido e incrédulo, cuando lo tuvo cerca le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

—Hugo —contestó el tullido, y sin darle tiempo para convencerse, preguntó a su vez: ¿Cómo te has quemado el cabello?

El hombre que buscaba a Mateo Yucra se llevó las manos a la cabeza y se tocó un cráneo áspero, con restos de cuero cabelludo tras las orejas.

—Con razón siento olor a quemado —dijo, y sus palabras quedaron como letras sobrepuestas a otras que no llegó a pronunciar y que decían ya entiendo porqué tu madre nunca te hace caso.

Cuando el hombre que buscaba a Mateo Yucra se sobrepuso a la truculencia de su descubrimiento, la señora Vargas se encontraba a veinte cuadras de distancia, en la última avenida de la ciudad. Había tomado lugar en una fila de personas que portaban carteles similares al suyo. Allí esperó unos minutos. A las once de la mañana la fila se puso en movimiento. Llegó a la carretera de ingreso y según su turno las personas se echaron de espaldas sobre el asfalto, manteniendo erguidos sus carteles. Cuando se echó la última persona, nueve kilómetros de carretera quedaron interrumpidos. Los vehículos fueron inmovilizados como inútiles islotes y los pasajeros que venían de la capital o de la frontera tuvieron que atravesar a pie la campiña circundante.

El extraño suceso hizo que el hombre que buscaba a Mateo Yucra se olvidara temporalmente de la señora Vargas y de su hijo. Con la máxima agilidad de su vista leyó cada cartel y revisó cada rostro. Corrió enloquecido entre los cuerpos desordenados, extendidos como túmulos de un cementerio, y no encontró persona conocida.

Así comprendió que era el único que buscaba a Mateo Yucra. Sin embargo, no se desanimó completamente. La protesta de los cuerpos tendidos le permitió conocer a muchas personas tan perseverantes como la señora Vargas. Algunas llevaban buscando más de quinientos días. Fue por los comentarios que oía de ellas que se enteró que el Fiscal de la Defensoría del Pueblo apenas esclarecía el uno por ciento de las denuncias, que por eso desconfiaban de él. A partir de entonces empezó a buscar con nuevos métodos, ya sólo acudía a la oficina del Fiscal para derribar el pequeño estandarte. Deseaba informarse de cuanto ocurrió en los meses posteriores a su detención, pero no averiguó mucho, pues los días siguientes fueron muy agitados para los protagonistas de la protesta.

Los mantenía ocupados el rumor de que unos niños habían descubierto restos humanos a tres kilómetros de la ciudad. El lugar señalado formaba parte de una zona militar y patrullas permanentes impedían confirmar o desmentir el rumor. Fue su gran insistencia la que hizo posible que tres días después de la protesta de los cuerpos tendidos un grupo de gente llegara hasta una quebrada llena de cactus. Todos eran autoridades, periodistas o militares, las personas que deseaban saber si el familiar que buscaban estaba enterrado allí, fueron detenidas por un cerco policial a quinientos metros de distancia. El único que pasó sin dificultad fue el hombre que buscaba a Mateo Yucra.

La comitiva llegó hasta un cúmulo de cactus muertos y dos soldados empezaron a desbaratarlo, bajo él apareció el primer cadáver. En realidad era sólo un entrevero de huesos a medio quemar. Todos parecían corresponder a la misma persona, pero, sucesivos traslados los habían desencajado. Constituían el indicio delator. Tres niños que ingresaron a la zona militar en busca de balas usadas los descubrieron cuando jugaban a bombardearse con corotillas y uno de ellos, impactado en la espalda, intentó coger un tronco de San Pedrito para usarlo como porra. “Pucha —dijo el pequeño—, miren una calavera”. Suponiendo que era una estratagema, los otros no se acercaron. Tampoco lo hicieron cuando el primero cogió una tibia y la levantó en el aire. “No jodas, oe, —le reprocharon—. Mejor vámonos”. De inmediato dejaron caer las corotillas y partieron. Nadie sabe quiénes eran esos niños, pero describieron con tanta precisión el lugar que no fue necesario identificarlos.

A pesar del ensañamiento que mostraba el primer cadáver, la ausencia de materia pútrida permitió que lo observaran con cierta aceptación. No sucedió lo mismo con los otros cuerpos desenterrados luego. Aún conservaban completos sus órganos, descomponiéndose aceleradamente, y al extraerlos de la tierra llenaban el aire de un hedor tan fuerte que pudo sentirlo un centinela ubicado a seiscientos metros. “Hay olor a perro muerto” dijo a su compañero.

La pena y el asco hacían que la tarea se cumpliera con lentitud reumática. Al menos así pensaba el hombre que buscaba a Mateo Yucra y, no pudiendo soportarlo, a partir del tercer cadáver empezó a girar raudamente dentro de la fosa. Lo hacía con intención de ayudar a retirar la tierra; no se daba cuenta que, los remolinos que formaba, dificultaban la labor de los excavadores, quienes casi trabajaban a ciegas. A él, en cambio, le bastaron breves miradas para convencerse de que ninguno de los dieciséis cadáveres putrefactos era el de Mateo Yucra. Al único que no pudo identificar fue al primero, al de los huesos chamuscados. Tuvo que contentarse con la rápida e insuficiente conclusión de los médicos forenses: “Masculino. Veinte años. Muerto hace diez meses aproximadamente”.

Cuando el Juez instructor comprobó que no quedaban más restos en la fosa, el hombre que buscaba a Mateo Yucra caminó cerro arriba y se sentó en una piedra, descorazonado.

Regresó a la ciudad al día siguiente. Tomó el rumbo de la Fiscalía y a la nueve en punto derribó el pequeño estandarte. Luego salió. Vio desocupado el tosco banco donde antes se sentaba la señora Vargas y recordó que entre los cadáveres exhumados un rostro le resultó conocido, a pesar de la hórrida desfiguración. Entonces derribó el tosco y pesado banco, y antes de que se apagara el ruido causado por la caída, dijo: “uno de ellos era tu hijo, ahora estarás tranquila”.

El recuerdo de la señora Vargas volvió a atormentarlo. Se había salido con el gusto de encontrar el cadáver de su hijo y, sin saberlo, lo salvó de seguir dando inútiles saltos de perro. Eso lo hizo dudar de alcanzar éxito él solo. Había decidido no pedir ayuda a la familia, dejarla suponer que asistía normalmente a la universidad, la distancia entre su pueblo y la ciudad le permitió mantener el secreto durante trescientos veinte días, pero la experiencia de la señora Vargas lo hacía pensar, contra su deseo, que su madre sería capaz de acabar con más de ocho mil horas de vigilia.

Durante el resto de la mañana no encontró forma de escapar de ese pensamiento. Volvió a descontrolarse como el día que decidió provocar al Fiscal derribando diariamente, a la misma hora, el estandarte de su escritorio. Le bastaba con pasar raudamente cerca de él, pues había descubierto que moviéndose velozmente producía una corriente de aire capaz de mover las cosas. Así, víctima de un nuevo descontrol, un minuto antes de las doce ingresó a todos los juzgados, comisarías y cuarteles y con el mismo procedimiento arremolinó cuanto documento había en ellos. Vano intento, no obtuvo ni siquiera el susto de la gente, que se limitó a cerrar las ventanas.

Y no era sólo el recuerdo de la señora Vargas el que lo atormentaba, sino también la voz de Hugo, su hijo, preguntándole: “¿cómo te has quemado el cabello?” Esa interrogante lo obligaba a recordar hechos que él intentó saltar para siempre.

Hasta entonces había creído que le bastaba con ubicar el calabozo preciso para que la existencia de Mateo Yucra siguiera su curso, y evitaba con insistencia revivir el sufrimiento de su estancia en aquel oscuro recinto. Mas la persistente necesidad de saber cómo se había quemado el cabello, lo obligaba a recordar.

Al comienzo fue una tortura común, con la única y gran diferencia de que la sufría en carne propia. Sabía que no le iban a creer, pero dijo la verdad. Ahí se agudizó su problema. Ellos no le creyeron nada y profundizaron su sapiencia de verdugos impunes. ¿Cuánto del tiempo exterior pasó? No le importa. Sólo sabe que una sombra esmirriada demoró un largo día para levantar un revólver y dispararle en el pecho, superficialmente, desviando el cañón para que la bala le hiciera sólo un surco en la carne. Sabe también que ya era un anciano en la madrugada, cuando a pesar de su edad le clavaron una bota en las vértebras para que despertara.

Pero no sabe si en realidad despertó o si los policías se metieron en su sueño para interrogarlo. Le ataron los brazos al cuerpo con tiras de tela mojada y jugaron con él a la botella borracha. Como insistía en que se llamaba. Mateo Yucra y que regresaba de tirarse una perrita, en una ida de su cuerpo no lo agarraron y se fue de cara. Desde el suelo contestó que la perrita se llamaba Romualda, y ellos “qué, conchetumadre, ya nadie se llama Romualda”. Entonces lo rociaron con una manguera hasta que un charco lo circundara. Enseguida introdujeron en el agua desparramada un cable eléctrico pelado en la punta, y su cuerpo saltó como un monigote manteado. Al séptimo salto el charco empezó a enrojecerse y los policías suspendieron de mala gana su trabajo.

Recuperó la conciencia sólo para pensar en su madre. Era inevitable desear que le limpiara ese líquido pegajoso, como lo hacía cuando tenía fiebre en la infancia. “Mamita”, llamó.

Su madre estaba en el patio de su casa. Había luna llena y corría el viento de madrugada. Mateo llevaba a cuestas una súplica de ayuda, pero al verla lavando los baldes de la leche, dijo:

—No te mojes mamá.

La madre levantó la cabeza y lo buscó en el patio. “Acá, en tus cabellos” quiso decir él, pero esta vez el aire atravesó su garganta sin vibrar.

—¿Qué le habrá pasado a mi hijo? —susurró la mujer. Emitió un largo suspiró y volvió a su tarea.

—No puedes verme porque estoy en un calabozo —dijo Mateo Yucra—. Y es mejor que no lo sepas.

Había desaparecido el dolor que lo llevó hasta ella y no quería dejarle más preocupaciones, no sabía que le' dejaba la pesadilla de los huesos, como ella la llamaría después.

Abandonó el pueblo por un sendero que se perdía en los cerros. El regreso fue largo. No reconocía el caminó y en cada bifurcación se perdía. Iba a dar a otros pueblos, o subía por sendas de zorros hasta cumbres imposibles. Sin embargo, nada le impidió volver al calabozo antes de la aurora. Lo encontró desierto. No estaba su cuerpo ni las manchas de sangre. Apeló al recurso de oler el piso, y en lugar de sangre olió orines frescos. Esa evidencia lo persuadió de que se había equivocado de lugar.

Desde ese momento recorrió la ciudad en busca de su cuerpo.

En su memoria no existe la ruta por donde salió a buscar a su madre. Su viaje fue inmediato y no le quedó ningún punto de referencia. Por eso regresó a la calle donde lo apresaron. Primero intentó guiarse por el olfato. Siguió una corriente de olor a pólvora, pero a dos cuadras de distancia se confundió, hasta que en un parque encontró tantas corrientes de olor a pólvora que se convenció de que así nunca tendría éxito.

Al día siguiente acudió a la Fiscalía de la Defensoría del Pueblo, a esperar que el Fiscal cumpliera con el trabajo de encontrarle los restos. Sólo en las noches regresa a la calle de los bancos, a intentar rastrear la otra parte de su memoria, la que aún permanece dentro de su cráneo, y que debe saber cómo se ha quemado el cabello.

Han pasado trescientos treinta días y Mateo Yucra no ha vuelto a ver su cuerpo. Sólo ha descubierto que es un alivio que a uno lo encuentren, aunque sea muerto. Y convencido de que sus fuerzas no son suficientes, ya no hace otra cosa que pensar en su madre.

Ella, bajo su techo de paja y barro, ha vuelto a tener la pesadilla de los huesos: camina dentro de una iglesia abandonada y al acercarse a la nave más oscura caen a sus pies un montón de huesos. Esta vez tarda en moverse y puede notar que están ennegrecidos por el fuego.

Al despertar recuerda casi al pie de la letra la información oída esa tarde, referida a los restos óseos, parcialmente quemados, de un hombre de veinte años de nombre desconocido. La agitación de su pesadilla ha despertado también a su marido y al verlo con los ojos abiertos le dice:

—Voy a ir a ver al Mateo.


* Considerado como uno de los mejores relatos (por no decir, el mejor) de los años de violencia en el Perú; este cuento mereció el primer premio del “Segundo concurso nacional de Cuento” organizado por la Municipalidad distrital de Paucarpata de Arequipa, en el año 1992. JUAN PABLO HEREDIA PONCE nació en Arequipa en 1963. Egresado de la Universidad Católica de Santa María, actualmente es abogado de profesión. También estudió Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y tiene reconocimientos locales y nacionales como narrador. Ha publicado el libro de cuentos Recursos para la soledad (Arequipa, Akuarela Editores, 2001).
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