I. BALADA POR EMILE
Desnudas de su forma inteligente, —e imperfectas, porque ahora
cuando para nosotros existe sólo la menor compañía del agua: arde
Ha dispuesto se abran todos los párpados, el susurro descienda
desde la memoria, ese árbol atacado por cada nueva costumbre—,
nuestras pocas palabras. Así, no a todos les fue dado olvidar
el interior de ciertas cajas, abrir aquella puerta, o palpar
una remota fractura; o porque ante la mañana que amenaza llover
resignamos la duración de esas canciones buenas, su desdén: porque
a las palabras permitiste pacer en tu animal planicie. Fueron las manos
los pueblos, los sinceros vapores de un café que no tardaría en amargarse
entonces, piensas, ¿cómo, aquello que tanto se te opone: el mundo, cómo?
pero has vuelto a nombrar, a mirar tu silueta dibujarse sobre las piedras
Bajo la nube, en el árbol, tras la mirada, y ante cada persona
que ha sabido de ti, y entonces, vuelves a pensar, quizás ocurre
que nacemos con un enorme y callado secreto, que ese secreto comparte
la dulzura radiante de las aguas extáticas o los frutos llamados al derroche
Pero esa voz inmóvil, esa obertura que ocupa su lugar entre otras tantas
formas de viviente silencio, que se disculpa siempre aunque hayas sido tú
quien se tardara: es cierto que una túnica
elevada, flotante, con lo claro y oscuro, decidiera verdad
sobre todos los labios, pero es cierto, además, que muchas veces
era apenas la sangre, tu oración desvanecida, o el infinito corredor
que se interpone entre el sueño y la muerte, y que a solas acude
hacia esa suave mañana pensativa cuando ya nada más puede decirse
II. LA HONESTA SANGRE
Cuando feliz y en comunión porque te has sabido multiplicar
orientes tu pacífico linaje hacia las playas, en ellas persiste
nuestra más antigua certeza, —libertad, cosa hallada
muchísimo después, la de morir si atrapados entre un prójimo insolente
emblanquecido por la codicia, y esa electricidad que nos iluminaba: nunca
facilitarles sino nuestra última desesperación y decidir
ese que sería desde entonces su eterno horizonte—
Piensa, hoy parece haber cambiado todo: los muslos de las muchachas
de ébano cuando, reflejada, la caricia solar palpa impunemente
y sonreír se hace tan cálido como todo el amanecer
reunido sobre una mano, pero arriba, más allá de las nubes, nuestros
antepasados y su justa verdad están puliendo sus armas: hijo
que no haya sido vencedor o vencido en batalla sólo merece
el examen de las caparazones de los cangrejos
muertos tal vez por una ola, tal vez devorados desde dentro por el tiempo
pues el tiempo ha concluido para ellos, o caminar hacia el rincón alejado
donde no pueda experimentar sino una poca vergüenza
por yacer embriagado, botella que en los tumbos primero
y luego en olas enormes pero de pacífica apariencia
asuma responsabilidad diciendo a las galaxias, repetir el mensaje
tal cual fue pronunciado, quizás, sólo por eso el giratorio cielo
al que no ha ascendido aun, astro recluso, hacia los universos verdaderos
quizás, sólo por él, ese cielo horadado ofrece sus corderos
para que el desterrado obtenga una carnicería jubilosa, ésta
le sería imposible compartir ni siquiera con los dioses que a su vez
están decidiendo acerca de lo bueno del mundo, lo malo, y escuchan
rumores de reciente matanza seguramente conmovidos
por la inútil generosidad de la sangre; entonces, no te parezca extraño
si a ese ahíto comensal le cayesen encima desde lo más abierto
la divina abominación y las tropas, o que a ti, cuando valoras
cantidades del agua con que la sed de tus hijos saldará todas sus deudas
también a ti… pero desde lo opuesto de dos orillas
hermanadas por una época hostil responde sólo a quien se te muestre
más digno de desprecio: han sido muchas las familias que sin poder entender
milagro cualquiera han acudido orgullosas a calzar sus cuellos
con el hacha y han llamado equivocadamente verdugo a sus sombras
porque sólo las sombras carecen de espíritu
III. NOSOTROS
Dulce amor el de las piedras cuando esperan en lugar exacto, conocen:
las aves de ojos desérticos están hablando, ostentan sus siluetas
firmamento más luminoso que la noche
dibujada con candelas por nuestra obstinada multitud
Es bueno creer que este será el momento, es bueno saber
que este no será el momento: nunca se conquista a plenitud
una honrada paciencia, el vértigo enceguecedor de la tierra
posee enseñanza; dulce, dulce amor
Habían aprendido a obsequiarnos extenso el sonreír
Miraban tan lejos que casi podíamos sentir su corazón lloviente
de tormenta, de caravana enfrentada contra denso barro
Pero agosto y lo dorado del viento porque posa su mano sobre la piel
de las cosechas, y aquella primavera fluvial y las nubes
solares que atizan cada deshielo, nunca dejan de llegar
invocadas por nuestro viejo dios de manos agricultoras, sabemos
Al igual que en todos los cielos, el silencio entre nosotros
querría ofrecer hasta su propia sangre para que aprendamos a callar
pero nuestros sueños se han convertido en canto
único y sensato: así las flores, así las cifras astronómicas
Poco importa si alguien dispuesto a segarlas ha recorrido universo
Ha cerrado esos cuerpos que hoy la atmósfera intenta consumar con caricias
—Cerrados por la avidez, y rotos como ángeles de coral y de suavísimo cuello—
Poco importa lo oscuro que atrae desde otro lado de la distancia
Todo infinito llegará a ser real para nosotros, y todas las bocas
se habrán apresurado a decir imprescindible doctrina:
Ejércitos se desmoronan sobre sus armas
Planetas que preveían destrucción despiertan hoy al vuelo redundante
y océanos de paralíticos se adueñan de las mejores arterias; el sol
¿habrá llegado más pronto a la mañana del siglo cuando se hace tan necesario
callar a gritos, amar por debajo de la carne, al vivo dispersarse
del fruto entre atmosféricas líneas fundamentales?
Certeza es aquello que en su multiplicidad de playa, o galaxia
oceánica contiene equivocado al vencedor, una esquina del cielo
o el antiguo vocerío de las orquestas ante ese muro de piedras enamoradas
angulares, notoriamente esforzadas por la creciente magnitud
de la más ingenua pregunta
IV. SALUDO Y SENSATO ÁNIMO
Secuestrados, a veces, o forzosos; con alegría de desalado plumaje, estamos
Cuando la sangre quiera comenzar a llover: sobre nuestra ciudad
Inconfesable; porque hemos caído, porque no tardaremos en levantarnos
Sacados de una meditación escandalosa, apremiados
Maderos o nubes, rodado el río, el trazo, la astilla, y cerrados
por nuestros ojos abiertos, buscados a matar, en habitaciones eventuales
o de cara a la más ominosa de todas las sonrisas
y atados a una mano cuya piel infinita, lectores
en medio de cromática desfiguración, agachados
ante la confidencia elemental del charco, todos los nombres, su escritura
en la arena de los frascos sobre los cuales alguien a quien nadie conoce
nos observa girar: alargados, obsolecidos, ajados por la perspectiva
que aplasta; limpios al igual que las calles, postrados de rodillas ante el vello
Esa boca de niebla, esa ensordecida autopista litoral que ya no nos presiente
A carcajadas, estamos, estamos con el humo, con la sensación de navegar asidos
por una implacable numeración de embajadores
Más ajenos que la verdad, que nuestro sol y su época, y el pasto
cuando brota a través de una juntura entre los cráneos, salidos muchas veces
Opuestos al oleaje empedrado de las calles escarnecidas, y por haber embestido
contra el miedo animal con una antorcha siempre en peligro de ser alcanzada
por el escupitajo, tras haber bebido sudores y vegetación
tras haber cantado con el viento en el agujero de río
de nuestros propios huesos, —alguien quiso
trastornar nuestra red, sus pisadas de luna hocico adentro
de la separación, son lo que queda—, ninguno de nosotros se atreverá jamás
a convocarse enceguecido hacia la pétrea masa, ninguno de nosotros
ha consagrado ese aullido con el que durante otra felicidad
pudimos ser reconocidos, mañana existe para echar sobre la tela más suave
nuestra incuestionable fortuna… volvemos para decir hasta nunca
Nadie contestará, y por segunda vez volvemos
para encontrar llovido el fuego, crecidas como nubes las florestas
del hacha porque viene azotando al árbol; sobre nuestras vestiduras, y descritas
por su insana pobreza, las palabras han comenzado a recordar, nadie
sabrá decir si atados o renuentes hemos
conquistado la violencia del rayo, la miseria del más puro arcoíris
Antes que devorar cualquier semilla preferimos enumerarla sabiamente
Nuestra vejez ya no la necesita, y nuestra juventud es incapaz de restituirla
a la tierra de la que no nos deseamos herederos; a veces, y haciendo un hoyo
con las manos, atesoramos lagunas y toros apacibles, y a la campana
que ya nunca esperaremos oír ofrecemos incineración de todas las barcas
Sepultados el oro y la matriz, nacidos los que nacen para su intensa exclamación
Nacidos los que van a morir con su equipaje de fúnebres delicias
Oteamos río desde tan lejos como nos permite esta cruda inocencia
que encuentra inmaterial al muslo comestible de los ángeles, desierta la región
corrompida del aplauso, queremos
conocer tanto que nuestros rudos pies
Calientes por el fuego de los mapas, ya no entienden de ninguna distancia
Hemos tanto avanzado y sólo podemos encontrarnos iguales
Cortados por la mitad, desde el presente, desde hoy, desde mañana
Desde el fuego hasta la combustión, corroídos por la inmóvil geometría
de los arbustos, exhalados como agua sobrante desde los pulmones, atacados
por pública salubridad de pantorrillas, descompuestos, y
primeros en una fila que se habrá detenido, y abandonados al acaso
de aquella descomposición que ya no nos describe, así, salidos
por una puerta en el silencio, por el rastro de la serpiente cuando odia
Con la burbuja del sol y con la fresca y corriente avenida de la sangre
Con el adjetivo y con la mirada, mientras
cada emoción recobra su espejismo, y adquiere natural soberanía
el rítmico desdén de un voz sobre la ventana, el brillo intimidante
de la mañana de la sed, del arma, de los sensuales adormecimientos, y
por la sangre, cuando quiera llover, para esa boca anhelante
a cuyo reclamo ninguna libertad habrá logrado hacerse prófuga
Porque así derrotados nos sabemos de pie, porque así sonrientes
nos sabemos desnudos, trepanados, porque la voluntad que nos incendia
halla por brisa este pasado que intentamos predecir de dientes para adentro
de futuro para la roja incidencia de nuestros canos sesos, aun inteligentes
aun nuestros, florecidos, cincelados, tiránicos, mortales, exhumados
profundamente vueltos hacia los Espacios
Infinitos
* Más poemas de Luis Ormachea aquí.
1 comentario:
hermoso y rotundo como una patada.... viejo saurio.
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