Por Eduardo Corrales
En su discurso Elogio de la lectura y la ficción pronunciado en la Academia Sueca, en Estocolmo, el novelista peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, dijo: “Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales”.
El investigador Julio León, autor de ‘Anotación crítica de El zorro de arriba y el zorro de abajo, de José María Arguedas’, sostiene que “si hay que señalar un hilo conductor de toda la producción arguediana, debemos recordar que él fue o, mejor, se sentía ‘como un demonio feliz (que) habla en cristiano y en indio, en español y en quechua’ como él mismo lo dijo al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega, en 1968.
El estudioso explica que esta excepcional condición de hombre que pertenece a dos culturas inseparables y, a la vez, contradictorias, le hace observar y percibir su tiempo y su mundo con la mirada de dos cosmovisiones diferentes.
“Esa biculturalidad de Arguedas se enhebra —y esto es lo central e invariable en toda su obra— con una opción ética: Arguedas escribió para rescatar lo mejor de una cultura milenaria y que él consideraba silenciada por efecto de los siglos de dominación: el blanco Arguedas se sentía indio y con ese peso de su sentimiento indígena su obra interpela el poder en defensa del Otro”, anota.
El investigador Julio León, autor de ‘Anotación crítica de El zorro de arriba y el zorro de abajo, de José María Arguedas’, sostiene que “si hay que señalar un hilo conductor de toda la producción arguediana, debemos recordar que él fue o, mejor, se sentía ‘como un demonio feliz (que) habla en cristiano y en indio, en español y en quechua’ como él mismo lo dijo al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega, en 1968.
El estudioso explica que esta excepcional condición de hombre que pertenece a dos culturas inseparables y, a la vez, contradictorias, le hace observar y percibir su tiempo y su mundo con la mirada de dos cosmovisiones diferentes.
“Esa biculturalidad de Arguedas se enhebra —y esto es lo central e invariable en toda su obra— con una opción ética: Arguedas escribió para rescatar lo mejor de una cultura milenaria y que él consideraba silenciada por efecto de los siglos de dominación: el blanco Arguedas se sentía indio y con ese peso de su sentimiento indígena su obra interpela el poder en defensa del Otro”, anota.
En lo que concierne a la obra de ficción, José María Arguedas (Andahuaylas, 18 de enero de 1911 - Lima, 2 de diciembre de 1969) desarrolló una amplia obra que incluye no sólo cuentos y novelas sino también poesía; además, por supuesto, de su obra ensayística en donde se ocupó de temas inherentes a su profesión de antropólogo, “área que, afortunadamente, está a punto de ser editada, gracias a la paciente e incesante labor de su viuda Sybila Arredondo”, apunta.
Arguedas escribió seis novelas e innumerables cuentos que van desde sus escritos de Agua, su primer libro en 1935 hasta su novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).
Arguedas y el Boom
Luego de su muerte, los acercamientos críticos a la obra de Arguedas se han producido desde distintas perspectivas y metodologías y con diversos marcos teóricos.
El momento de mayor reconocimiento del escritor Arguedas se produce luego de la publicación de Los ríos profundos (1958) y continuó durante la siguiente década hasta su muerte.
Justamente, ese fue en el momento de esplendor y éxito de la literatura hispanoamericana, fueron los tiempos del surgimiento y vigencia de lo que se conoció como la nueva novela o el Boom (García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, por mencionar a los más notorios) cuando Arguedas escribía o ya había escrito lo mejor de su producción narrativa.
“Arguedas ya había alcanzado reconocimiento internacional, pero nunca lo tuvo al mismo nivel que sus contemporáneos del Boom, quizás debido a que siempre estuvo asociado a la narrativa indigenista pero sin serlo, y éste es uno de los grandes equívocos con relación a la literatura arguediana”, asegura.
El docente del Departamento de Lenguas Extranjeras del Queensborough Community College (CUNY) agrega que “a esta asociación con el indigenismo, que lo confinaba a una narrativa regional y provinciana (recuérdese la infortunada polémica que sostuvo con (Julio) Cortázar y que ilustra el tamaño del error) se le debe sumar la otra equivocada percepción de su incapacidad para articular las nuevas técnicas de la vanguardia narrativa. El zorro… es una demostración de lo falaz de esta suposición”.
Después de su muerte se empezó a estudiar la obra de Arguedas en la Academia y se puede decir que se ha convertido en parte importante de los estudios literarios de Hispanoamérica.
“Aun así, un gran sector de la crítica todavía lo sigue considerando indigenista, ignorando que el discurso de Arguedas al inscribirse en una postura ética que nace en ciertas formas andinas de solidaridad y reciprocidad se articula en lo universal”.
Una pelea feroz
Arguedas empezó a escribir artículos y ensayos sobre la cultura andina durante las décadas del treinta y cuarenta del siglo pasado y que se publicaban en el diario La Prensa de Buenos Aires, Argentina.
“En estos primeros trabajos no sólo se revela su íntima cercanía y vinculación con la cultura andina sino su espíritu solidario y de indignación exaltada frente a la injusticia”.
Posteriormente se dedica de manera profesional a la antropología y se doctoró en esta disciplina para lo cual viajó a España en 1958 con la finalidad de recoger materiales para su tesis.
En muchos de los trabajos de ficción, Arguedas utilizó su profesión de antropólogo para documentarse y poder manejar de esta manera la información necesaria para la construcción de sus creaciones.
“Esto se evidencia, sobre todo, en El zorro…; en esta novela, muchos de los personajes han sido tomados de modelos reales que existieron y que fueron observados por Arguedas como parte de sus investigaciones antropológicas”.
León incide en que este servicio que la antropología le brindaba para su documentación no debe llevar “a la ingenua conclusión” de que sus novelas y cuentos son un documento antropológico.
“Todo lo contrario: Arguedas tuvo que desarrollar una pelea feroz para sacudirse del lastre de ser un antropólogo y así poder escribir novelas, o ¿alguien puede imaginar a un etnógrafo o antropólogo al margen o en sentido opuesto a las corrientes del pensamiento progresista de izquierda?
(“La teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aun más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico”, sostuvo Arguedas en el referido discurso de 1968).
“Si esto es así, si ser de izquierda y progresista implica cierta corrección política y una posición ética que Arguedas la tuvo en grado sumo, entonces, con esta carga ¿cómo escribir novelas que capten el mal y el barro de la condición humana, con personajes e historias que nos convenzan? ¿Cómo desde esta corrección política conseguir personajes que contradigan estas posturas éticas y a la vez nos conmuevan?”, se cuestiona el investigador.
León admite que el racionalismo de las ciencias sociales no es una buena ayuda para elaborar historias y personajes de ficción. “La relación de un antropólogo con su condición de novelista no es pues sencilla; se hace necesario escapar de esa atadura que mencionamos para escribir buenas ficciones. Pero Arguedas lo logró. Un ejemplo de ello es su última novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo”.
Todas las sangres
Las reflexiones y los juicios de Mario Vargas Llosa acerca de Arguedas y su obra fueron recogidas en el volumen La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996) y no están libres de controversia.
”Se trata de un conjunto de ensayos que Vargas Llosa escribió durante años y en los que expresa lo que, al entender de muchos observadores, es su percepción de la realidad peruana y que se encuentra esencializada en lo que vendría a ser el ‘síndrome de Uchuraccay’”, sostiene León.
Al producirse en el año 1983 el asesinato de ocho periodistas y su guía en las alturas andinas de Uchuraccay, el gobierno de Belaunde Terry nombró una comisión investigadora que presidía Vargas Llosa y que luego emitió el conocido Informe de Uchuraccay, refiere.
El investigador asevera que ya en ese informe Vargas Llosa “sostiene lo central de su pensamiento: el atraso de los pueblos andinos, la ignorancia de sus habitantes, la miseria de sus condiciones de vida, así como el primitivismo de sus hábitos culturales y cotidianos” hicieron que estos pobladores confundieran a los periodistas con miembros de Sendero Luminoso y los asesinaran”.
De este modo, el crimen de los periodistas es resultado del primitivismo y la barbarie del hombre andino que vivía de espaldas al progreso y la civilización, anclado a una edad premoderna y no el resultado de una política de estado que no dudó en alentar el linchamiento de los senderistas unas semanas antes de los sucesos, anota.
León considera que lo importante es que allí se establece “un modo de percibir e identificar a una parte importante de la sociedad y la cultura peruana —la andina— como opuesta al progreso y la modernidad”.
Decir que el otro es primitivo y que esa es la causa de los males ocultando las reales aspiraciones de modernidad con justicia es decir una media verdad, es persistir en la ceguera de pensar al otro como inferior y continuar con el modelo fijado por el ‘síndrome de Uchuraccay’, acota.
“Pensar que la propuesta de Arguedas de defensa de la sociedad andina como una nostalgia del pasado idílico del Perú prehispánico es una invención que trata de esconder su profunda vocación moderna”, asegura León y agrega que el mismo equívoco que se sostiene cuando se le llama indigenista se repite en La utopía arcaica”, asegura.
Transformación permanente
“Arguedas no añoraba ni idealizaba el pasado prehispánico, más aun, sostenía que la rica y milenaria tradición andina ya no existía, pues lo que se pudo salvar de ésta se mimetizó con occidente y se produjo un nuevo producto que se encuentra en permanente transformación”, dice.
“No nos olvidemos de su Oda al Jet (1966) que es un canto de alegría y elogio a la modernidad vivificadora”. (En ese mundo estoy, sentado, más cómodamente que en ningún sitio, sobre un lomo de fuego, hierro encendido, blanquísimo, hecho por la mano del hombre, pez de viento. Sí, Jet es su nombre).
León precisa que al mismo tiempo que Arguedas rechazaba las evocaciones de la arcadia perdida y apelaba por un mundo andino moderno, “no cesaba en su defensa de la humanidad del hombre indígena y su integración en la nación peruana en condiciones de justicia”.
El estudioso afirma que al cumplirse el centenario del nacimiento del escritor peruano su propuesta estética no sólo está vigente sino que posee una extraordinaria actualidad.
“Su obra narrativa estuvo diseñada con la clara intención de interpenetrar —a través de su cosmovisión andina— la visión occidental de la realidad. En sus novelas y cuentos esto se evidencia no sólo en la incorporación de la oralidad de la cultura quechua en el entramado de un producto escrito y occidental como estos géneros literarios, sino en la persistencia por mostrar un modo distinto de conocer y atrapar la realidad y, a la misma vez, válido”.
“En El zorro…, por ejemplo, el dialogo que sostiene en el Primer Diario con el pino gigantesco en Arequipa, como si éste fuera un amigo cualquiera de toda la vida, “sólo podría ser entendido desde este tipo de racionalidad donde la naturaleza no es que se humanice a la manera de los pueblos primitivos o bárbaros como sostiene Vargas Llosa”.
León explica que el respeto y la casi unción de la conversación que Arguedas sostiene con el pino responde al respeto que las antiguas comunidades peruanas sentían por la naturaleza y que es, quizás, lo mejor de la herencia de esa tradición andina casi perdida.
Con motivo de conmemorarse los cien años del nacimiento de Arguedas, una serie de asociaciones internacionales de profesores, grupos de investigación latinoamericanista y revistas culturales han declarado este 2011, “Año de José María Arguedas en Estados Unidos”, en virtud de “una obra cuya fe en la creatividad cultural del mestizaje y las mezclas, son ejemplo y desafío de inclusividad, pertenencia y universalidad”.
“En tiempos de globalización y fin de la historia quizás convenga recordar que todavía hay otras formas de observar la vida y la naturaleza como ya nos lo recordó Levi Straus hace cuatro décadas”, dice León.
*Tomado de iblnews.
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