El vate en trazos de Víctor Humareda. |
Arequipa, primavera del 2009
Hermano Alberto:
De ti tenemos esa magistral sencillez y respeto por el ser humano. Jamás sentí en ti la opulencia, el ego, jamás. Rara existencia en estos tiempos donde la crisis habita a muchos artistas y se llenan de ponzoña. Tú tienes un corazón de gorrión que canta a cielo abierto en la copa de los árboles. Tu cielo no es gris, es celeste. En tu cielo no hay nubes sino estrellas colgadas en los acantilados de tus nuevos libros.
En tus viajes continuos a esta ciudad te visité con la escritora española Lola Martínez que me obsequiara entre otros libros un sorprendente Las mujeres que escriben también son peligrosas por Stefan Bollmann. Del mismo modo te busqué con el escritor Richard Cacchione y su Rosa, te buscamos muy entrada la noche. Últimamente te visité con la extraordinaria poeta puertorriqueña Mayda Colón y su libro objeto Dosis que tomó como fuente de admiración a Carlos Oquendo de Amat. A ellos les diste tus libros. Te busqué con el joven narrador Christian Reynoso y muchos otros escritores de las nuevas generaciones como el poeta Carlos Quenaya. Entonces puedo decir, misión cumplida. Mientras otros poetas llegaban a esta ciudad en busca de Efraín Miranda, yo mostraba la imagen y la poesía de un hermano de mi generación. Yo quería que estuvieses bien atendido, me contacté con José Luis Ayala. Se consiguió. Misión cumplida, gracias Amarilis. Gracias poeta Erna Aros de Chile, me nombró mariposa mensajera porque yo era el nexo de saludos, cartas de preocupación, incluidos poemas dedicados a nuestro poeta. Gracias Winston Orrillo, gracias por tu llamada. Gracias Jorge Florez Aybar, por todo el respeto y admiración que le tenemos al poeta Alberto Valcárcel.
Pertenecemos a la misma generación de escritores puneños. Eres fiel amigo de los que conformamos al finalizar los 60 uno de los grupos más recordados de Puno, las Promoción Intelectual Carlos Oquendo de Amat. Allí nace tu intensa amistad con José Luis Ayala, Omar Aramayo y otros. Una amistad que nos persigue como cuando me consterné al extremo el día que me contaste, que los demás pacientes en el Hospital tenían Televisión y tú no. Se había percatado de este detalle José Luis y a la noche siguiente la generosa Norita estaba en tu habitación con un Televisor recién comprado. Ese gesto de hermandad va más allá de lo cotidiano. Es una muestra de cariño más allá de la sangre.
Cuando yo terminaba colegio en Juliaca, tú nos esperabas en el Café Dorado, allí acudía con otras amigas para conversar de poesía, fue en 1967, todavía recuerdo el año. La nuestra es una hermandad limpia acompañada de otros poetas que transitan en busca de más palabras y otros libros; 42 años después supervive el Café Dorado en Juliaca, nuestros rostros ya no son los mismos, el espejo del lago nos ha cambiado físicamente, muy adentro seguimos siendo los jóvenes que buscábamos la tertulia, la amistad. Hace pocos años coincidimos en Juliaca tres escritores convocados por René Calsín Anco en un Encuentro Internacional de Escritores, la Municipalidad Provincial de Juliaca nos nombró Hijos Predilectos a tres escritores: Alberto Valcárcel, Carlos Calderón Fajardo, y la que te escribe. Nos dieron las Medallas de Oro a la Cultura. Así la vida pasa y nos entrega sorpresas. Muchas veces recordé que nosotros los poetas de mi generación nunca fuimos parricidas en la literatura. Respetábamos a nuestros escritores mayores como Oquendo de Amat, Gamaliel Churata, Alejandro Peralta, Mercedes Bueno Morales, Efraín Miranda, Luis de Rodrigo, etc.
Celebro a mi generación, aquella que deja una verdadera estela de una nueva poesía en la historia para Puno y el Perú.
ALBERTO VALCÁRCEL (Por Erna Aros, poeta chilena)
I
Mariposa mensajera,
hay Chasquis, palomas, halcones,
aviones, barcos, carteros,
pero sólo una mariposa carga en sus alas un poema
Si hay mucho viento norte,
baja al jardín y refúgiate bajo un manto de violetas,
que no se mojen tus alas…
guárdate para llevar mi mensaje
II
Alberto, esta alevilla lleva a ti mis palabras,
será nuestra albacea y celestina…
III
No te caigas querido poeta
agárrate de mi mano
aún hay fuerzas para alzarte sobre
esta cornisa que nos da la vida.
Soy quien te envía un soplido de aliento
que me quedó escondido
dentro del bolso de cosméticos
ese día que regresé del nosocomio público
Ahí estaba la loca sidosa que no sabía
que su útero quedó en un frasco para los deshechos sanitarios.
La desvegigada orinando por un tubo
que termina en una bolsa plástica no eglógica.
La adolescente de aborto clandestino,
que no la dejaron tomarse la píldora del día después
La puta que se esteriliza para no parir hijos sin padres.
Y yo que salí enroscada, ahuecada de mi vientre,
después de pasar no se cuantas noches en la sala de las desuteradas
sin parir el hijo del hombre de mi vida
Todas sobrevivimos aquel dolor
V
Alberto, no me has enviado una palabra
Me contó nuestra mariposa que estabas muy cansado
y no tenías a mano la pluma de tus baladas
por ello el mar está furioso,
sus olas golpean una y otra vez mi playa.
Desde el balcón de mi palomera
se muestra la noche negra rota por los faroles de las calles
y sólo diviso la espuma de esa masa de agua
que como postal se abre entre los edificios que rodean mi morada.
En un momento llegó a mí
el ruido de tambores de los danzantes
que le bailan a la Virgen del Carmen por tres días
en una pequeña iglesia que esta en la población de los pobres.
Esos pobres que llegan con plegarias para sustentar sus vidas,
algunos danzan incansables expiando culpas leves
otros llegan arrastrándose hasta llegar los pies de la madonna
pidiéndole perdón, el milagro de la salud, la lotería
y mil cosas que sus almas dolidas necesitan
Me uno a ellos en el pensamiento y en sus peticiones.
Después me culpo
de ser una burgués feligresa que ora en la tranquilidad de su casa
acudiendo a lo divino sin hacer el esfuerzo de esos danzantes
y para expiar mi propia simpleza de creyente prendo un candil
en el pequeño altar que hay a la entrada del pasillo
dejando entre todos mis santos la luz que lleva tu nombre
en eso no miento, tu imagen Alberto
llena mis paredes.
Hemos muerto tantas veces
que una vez más, no importa.
No sé si ya ha pasado la noche, si es madrugada o amanecer
VI
No sé si ya ha pasado la noche, si es madrugada o amanecer
Me he dado cuenta hace unos minutos que los giros del
reloj no tienen importancia
Pasa un ebrio gritando palabrotas bajo mi ventana
mientras leo el mensaje de mi loco y bigotudo amigo Gastón
que dice “El maestro ordena
no morir lentamente a esta hora indescriptible”
Se me hace difícil acatar su mandato
porque siento Alfredo tu lucha contra la muerte
VII
Tengo escondido el tiempo
para cuando sienta que se va la vida sin poder contenerla
He guardado mil días dentro de un especiero de arroz
para llegar a ti poeta
un día manso
abrigando miradas resucitadas
y cantar bajo la garúa de otoño
en la plaza de Lima
Donde las hojas mutan del verde al rojo, del rojo al amarillo,
y caen
dejando desnudos los árboles y un jergón sobre la tierra.
Por ti caminaré descalza sobre ese manto
cubierta de hojas a tonos de otoño
que huelen a los días felices de mi niñez.
VIII
Dejemos que eso nos ocurra,
Llévame a bailar al bar de mala muerte
donde canta el ebrio que cruza por la calle
aun borracho hasta los tuétanos
las cuerdas de su desvencijada guitarra
expulsan consumados sones que invitan
Tal vez tu huesudo cuerpo
y mis ojos, origen de manantial cada ocaso
necesiten la fragilidad de un bolero
en la esquina del oscuro salón.
a veces la noche me permite la palabra
y me decida hacerte insinuaciones incorrectas
como escribir una línea,
una palabra tú, una palabra yo
con plumas de colores
hasta terminar la página de la noche,
hasta ver el alba
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