21.3.11

WITOLD GOMBROWICZ Y FRIEDRICH WILHELM NIETZSCHE


Por Juan Carlos Gómez

“¡A partir de este momento ya no quiero ser polaco! Estaré solo por completo; —¿Solo? ¿No ves que la soledad hará de ti la víctima de tus propias miserias?; —Entonces, ¡dadme un cuchillo! ¡Debo realizar una amputación más radical todavía! ¡He de amputarme de mí mismo! Imagino que Nietzsche habría definido mi dilema más o menos en esos términos. Procedí a amputar. El cuchillo verdugo fue el pensamiento siguiente: acepta, comprende que no eres tú mismo, pues nadie es jamás él mismo, con ningún otro, en ninguna situación, ser hombre significa ser artificial”.

En 1960 un diario alemán publicó una encuesta internacional a la que respondieron treinta y cinco grandes maestros de la literatura. La pregunta era: —¿Cuáles son los cinco escritores que más han influido en usted, y qué libros de ellos elegiría?

Entre los interrogados estaban Hermann Hesse, André Breton, John Dos Passos, Georg Lukács. Gombrowicz también figuraba en esa lista. Aún vivía en Buenos Aires, acababa de ser traducido al alemán y su fama europea crecía semana a semana, en medio de la más ciega indiferencia argentina.

“La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario mundial […] Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad […] Como ustedes habrán advertido ya aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta”.

Entre los cinco que eligió Gombrowicz estaba Friedrich Nietzsche, un alemán que mantuvo la ilusión sin fundamento de que sus antepasados habían sido nobles polacos. “Yo soy un aristócrata polaco pur sang”. Y Gombrowicz se refiere a este alemán pur sang polaco al que elige entre los cinco escritores que más lo habían influido.

“Nietzsche. Con frecuencia me irrita el ridículo de su Superhombre. No comparto sus opiniones. Y sin embargo le debo, como a Dostoievski, una agudeza de visión llevada al extremo y también, debo añadir, un orgullo irresistible. Esas cualidades son necesarias en una época como la nuestra, en la que el inevitable crecimiento demográfico conduce —como toda inflación— a la devaluación del ser humano. Entonces: La gaya ciencia”.

Tal como le ocurría con el existencialismo y con el marxismo, Gombrowicz está de acuerdo con el punto de partida del nietzschianismo, pero no con sus deducciones.

Andaba buscando puntos de apoyo para su filosofía de la insuficiencia y de la inferioridad, por aquel entonces aún no sabía que, por conflictos bastante parecidos a los suyos relacionados con el deseo de aprehender la vida en caliente, se estaban rompiendo la cabeza contra la pared los existencialistas que sólo después de la guerra llegaron a tener resonancia en el mundo. La afirmación de la vida de Nietzsche no andaba del todo bien con los nervios de Gombrowicz, le resultaba difícil imaginar algo tan artificial, ridículo y del peor gusto como la idea de su superhombre y de su bestia rubia, pero sí estaba de acuerdo con el alemán cuando ponía al descubierto cómo detrás de los sentimientos más nobles del hombre se ocultaba toda la suciedad de la vida.

Nietzsche no era un filósofo en el sentido estricto de la palabra, escribía aforismos, y de estas anotaciones iba surgiendo una moralidad que se basaba en el hecho de que la especie humana es como todas las demás, se mejora con la lucha y la selección natural.

La moral nietzschiana se pone en entredicho con la moral cristiana, una moral de los débiles que le ha sido impuesta a los fuertes, perniciosa para la especie humana y por lo tanto inmoral.

“En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y su mal. En verdad, no lo tomaron, no lo encontraron, no les cayó como una voz del cielo. Los valores los puso el hombre en las cosas para conservarse; dio un sentido a las cosas, ¡un sentido humano! Por eso se llamó hombre, es decir, valuador […] Valuar es crear. ¡Oidlo, vosotros los creadores! La valuación en sí es el tesoro y la joya de las cosas valuadas. Sólo por la valuación hay valor, y sin valuación estaría hueca la nuez de la existencia”.

Esta preocupación profunda de Nietzsche, que comienza a desconfiar de los sistemas abstractos, a sentir la vida cada vez más amenazada, y ese carácter de valuador que le da al hombre, influyeron profundamente en Gombrowicz.

El pesimismo es para Nietzsche una debilidad condenada por la vida, y el optimismo es una cosa superficial, sólo le queda al hombre elegir un optimismo trágico, elegir la adoración de la vida y de sus leyes crueles, a pesar de la debilidad del individuo. Gombrowicz y Nietzsche realizan una crítica cruel a todas las ideas, a la moral y a la filosofía, y demuestran que el pensamiento filosófico no se realiza fuera de la vida, sino que la acompaña y la expresa cuando no está falsificado. Pero el alemán tensa demasiado una cuerda que lo conduce a la admiración de la crueldad, de la dureza inmisericorde, del látigo y de las armas, una orientación que deviene en una filosofía casi militar.

“Cuando apenas estamos en la cuna, ya se nos provee de palabras pesadas y de valores pesados. Bien y Mal, así se llama este patrimonio […]”.

“A causa de estos valores se nos perdona la vida… Ésta es la obra del espíritu de pesantez. Y nosotros arrastramos fielmente la carga que se nos impone, con fuertes espaldas y a través de áridas montañas. Y si sudamos se nos dice: —¡Sí, la vida es una carga pesada! ¡Pero la única carga pesada es el hombre! Porque el hombre arrastra consigo y lleva sobre los hombros una porción de cosas extrañas. Semejante al camello, se arrodilla para que lo carguen bien, sobre todo el hombre vigoroso y paciente, tocado de veneración: carga sobre sus hombros demasiadas palabras y valores extraños y pesados; ¡entonces la vida le parece un desierto!”.

Pero algunas ideas de Nietzsche le producían hipo a Gombrowicz. “La idea es y siempre será un biombo detrás del cual ocurren cosas más importantes”.

“Vivo en un mundo que todavía se nutre de sistemas, de ideas, doctrinas, pero los síntomas de indigestión son cada vez más evidentes, el paciente ya tiene hipo”.

Una idea que le pone los pelos de punta a Gombrowicz es la idea más abisal de Nietzsche: la idea del eterno retorno, que libera al espíritu de las venganzas, que supera el tiempo que pasa y el tiempo que se aproxima, y que confiere al devenir el carácter del ser.

“Yo no me dejo embaucar por ellos; conozco este infantilismo que juguetea con el Infinito, sé demasiado bien cuánta despreocupación e irresponsabilidad hacen falta para entrar con orgullo en los terrenos de esos pensamientos impensables y de esa severidad inaguantable, conozco este tipo de genialidad. Y ese Heidegger, en su conferencia sobre Nietzsche, suspendido sobre esos abismos… ¡payasos! Despreciar el abismo y no digerir los pensamientos excesivos: hace tiempo que lo decidí así. Me río de la metafísica… que me devora”.

Las ideas del superhombre y de la bestia rubia, que le gustaban a Hitler, y la idea del eterno retorno que le gustaba a Borges, lo ponían hecho una furia. Ese hombre de Nietzsche, que como fenómeno pasajero tiene que ser superado, ese ser problemático que no puede ser un fin en sí mismo sino un medio para llegar al ser superior, que requiere un amor y una devoción más importantes que el amor al prójimo, le resultaba a Gombrowicz una quimera insoportable.

La bestia rubia, que habita en el fondo de todas las razas nobles, lo convoca a Nietzsche a ser de nuevo bárbaro. Pero su idea del eterno retorno en la que el tiempo tiene un principio y un fin, un fin que vuelve a generar un principio ateniéndose a las estrictas leyes de la causalidad, es más insoportable aún.

No nos las estamos viendo con ciclos sino con, exactamente, los mismos acontecimientos que se repiten en el mismo orden, sin ninguna posibilidad de variación. Se repiten los acontecimientos, los sentimientos y las ideas vez tras vez, en una repetición infinita e incansable.

“La creencia en que el mundo, tal como debiera ser, existe realmente, es la convicción de los hombres improductivos que no quieren crear un mundo tal como debiera ser […] ¿Qué es la libertad? Es la voluntad de sentirnos como únicos responsables de crearlo”.

Mientras que para Nietzsche el individualismo moral creador de valores es sólo un privilegio de unos pocos seres excepcionales, pues el que no puede mandarse así mismo tiene fatalmente que obedecer; el mundo de Gombrowicz es más elástico, o de temperaturas medias como le gustaba decir a él.

“Para elevarse, luchando, de este caos a esta configuración surge una necesidad, hay que elegir: o perecer o imponerse. Una raza dominante sólo puede desarrollarse en virtud de principios terribles y violentos. Debiendo preguntarnos: ¿dónde están los bárbaros del siglo XX? Se harán visibles y se consolidarán después de enormes crisis socialistas; serán los elementos capaces de la mayor dureza para consigo mismos los que puedan garantizar la voluntad más prolongada […] ¿Vas a juntarte a mujeres? Pues, ¡no te olvides del látigo!”.

Aparte de la agudeza de visión y del orgullo irresistible que Gombrowicz comparte con Nietzsche, me parece que la idea del hombre como valuador es la que más los aproxima. El polaco, igual que el alemán, valuó el mundo rebelándose contra todas las posiciones de la cultura y se preparó para amputar en sí mismo todo lo que los polacos tienen de exagerado: la virilidad, la violencia psíquica, el amor a la patria, la fe, la honradez, el honor.

Trató con sangre fría y sin reparos sus sentimientos más queridos a la espera de que otros valores le salieran al encuentro.

Valuó a la familia, a la cultura, a Dios, a la patria, a la realidad y a la historia. Se fugó de una cárcel en la que tropezaba todos los días con estos obstáculos y creó un mundo superior soñando con la libertad. Pero las cimas del espíritu que alcanzó con su conciencia terriblemente perfilada se le convirtieron otra vez en una cárcel.

Valuó la existencia y se rebeló contra el mundo en su obra y en su vida y no le fue tan mal. Fue nimbado con la aureola del genio y se convirtió en un héroe que peleó contra un mundo muy pesado que le habían puesto sobre los hombros desde el nacimiento. Empezó a rebelarse contra la familia en “Ivona” y terminó rebelándose contra la historia en “Opereta”, convirtió a su vida en un Campo de Marte y declaró una guerra muy vasta con muchas batallas, como lo había hecho Nietzsche.

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