31.3.11

WITOLD GOMBROWICZ Y NÉSTOR TIRRI


Por Juan Carlos Gómez

La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazos por otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para poner unos ejemplos. La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, o la fenomenológica de Husserl o la sociológica de Marx.

Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y el comunismo, pues estas dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época.

El existencialismo era una forma del pensamiento que no tenía una representación política pero el comunismo sí que la tenía, y este aspecto social y político del comunismo le daba a ese pensamiento un aspecto bifronte, porque una cosa era hablar de Marx y otra cosa era hablar de Stalin.

Gombrowicz estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de acuerdo también con la concepción marxista del valor que interpreta a la necesidad como su fundamento, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo valor que al lado de un río. Para Sartre, en cambio, un hombre tiene necesidad de agua en el desierto porque elige la vida y no la muerte; en cambio, tanto para el marxismo como para Gombrowicz no existe esta libertad de elección, el hombre está obligado a elegir la vida en todas las circunstancias.

Marx ha desenmascarado muchas mistificaciones históricas, del mismo modo que lo hicieron Freud y Nietzsche, son hombres que demostraron que detrás de nuestros sentimientos que parecen del todo nobles, se ocultan complejos, bajezas y todas las suciedades que tiene la vida humana.

Si bien el pensamiento marxista ha servido para poner al descubierto muchas hipocresías históricas, es también un pensamiento utópico que no conduce a ninguna parte, y es precisamente por su falta de captación de la realidad que Gombrowicz se animó a profetizar poco antes de morir que dentro de veinte o de treinta años el comunismo sería puesto de patitas en la calle. Sin embargo, sabía que en el sentido filosófico el marxismo propone la liberación de la conciencia para que no se presente deformada en la actividad que debe realizar, para que sea auténtica frente al mundo y le permita al hombre un verdadero conocimiento.

A la desconfianza que Gombrowicz le tenía a las ideologías se le podría agregar además la poca que le tenía a la cultura política y científica de los habitantes de nuestros pueblos del interior. En una de sus vacaciones en Tandil estaba tomando un café y conversando con un hombre experimentado, director de una empresa importante: —¿Qué le parece?, ¿cuántos muertos hubo en Córdoba durante la revolución contra Perón del 16 de septiembre?; —Veinte mil; —¡Pero qué bah, esa batalla duró dos días y no hubo más de trescientos muertos.

Y cuando fue a Goya, también en una mesa de café: —¿Cuántos muertos hubo en el bombardeo a la Casa Rosada del 16 de junio?; —Más o menos quince mil; —¡Pero ni siquiera trescientos! En Santiago del Estero un estudiante le decía que Sigmund Freud no le servía a los argentinos porque el psicoanálisis es una ciencia europea y nosotros somos americanos.

Y de vuelta en Tandil, le pregunta al comunista Mariposón si alguna vez había tenido dudas: —Sí, cuando prohibieron por abstracta la pintura de Kandiski. Sólo eso le había parecido un poco irregular: —Usted pone el cuadro de un pintamonas por encima de treinta millones de cadáveres. Cuentan los de la barra de Tandil que nunca lo habían visto tan enojado a Gombrowicz al escuchar este disparate.

La consecuencia que saca Gombrowicz de los desatinos de esta gente es que el mundo que sobrepasaba los límites concretos de la familia, de la casa, de los amigos o del salario era para ellos arbitrario.

Sea como fuere, los integrantes del cuarteto Gombrowicz considerábamos al Mariposón como a un partiquino, un advenedizo que con astucia había metido la nariz en “Gombrowicz o la seducción”, la película de Alberto Fischerman.

El Mariposón es un periodista gombrowiczida de larga trayectoria que de vez en cuando toma la pluma y escribe sobre Gombrowicz.

“A mediados de junio pasado, en mi familia se recordaron los cien años del nacimiento de mi padre, un italiano que había llegado a Buenos Aires de niño, en la primera década del siglo. Un mes y medio después, el 4 de agosto, se conmemora el centenario de Witold Gombrowicz, un polaco que llegó a la misma ciudad en 1939. Aunque después ambos personajes viajaron por el mundo, ninguno de los dos volvió a ver su tierra natal. Mi padre murió en Tandil en 1955, dos años antes de que por esas mismas serranías aterrizara el polaco irreverente que habría de convertirse en uno de los escritores capitales de la centuria pasada. Si bien se trata de la simple coincidencia de dos europeos que confluyeron en el mismo solar de destierro, para quienes conocimos al autor de Cosmos en la adolescencia la asociación no es antojadiza: el tema del padre ocupa un lugar significativo en la obra de Gombrowicz”.

Es tan desubicado el comienzo de esta nota que escribió el Mariposón que hasta cierto punto es explicable la irritación que le producía a Gombrowicz la presencia de este personaje.

El comunismo del Mariposón tiene un cierto parentesco con el de Stefan, uno de los protagonistas de los primeros cuentos de Gombrowicz.

Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante cupones en porciones iguales.

Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida en partes iguales entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones para aumentar su devoción; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya raza fuera poco satisfactoria para aumentar su dignidad.

Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado del programa fuera causal del castigo con la cárcel.

Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y los rostros brutales de esos intelectuales.

Es posible que Stefan no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía.

De la observación atenta que podemos hacer sobre el aspecto del Mariposón que aparece en la fotografía podemos deducir el carácter de un cura pecador que ha perdido el estado de gracia, una pérdida que lo hace pariente del padre del comunismo que también lo había perdido.

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