1.
Rodolfo Hinostroza pasaba por su período de pasión por la cocina y estaba insoportable. Ya se le había terminado la fiebre de inventor y venía de sufrir una gran decepción después de haberle propuesto a la RATP (autoridad encargada de los transportes) la publicación de un libro acerca de la Historia de cada estación de metro en Paris. Tuvo una entrevista con los directivos y la idea fue acogida con entusiasmo. Conmovido por la aceptación de su idea y de las palabras de aliento, Rodolfo les dejó el manuscrito .No supo más de él hasta que un día en su casa su mujer, que estaba viendo la televisión y mientras él cocinaba, lo llamó a gritos. Se estaba celebrando la presentación de su libro y el “autor” era nada menos que una de las personas que lo recibió en la entrevista.
Yo pensé en algún momento que Rodolfo aspiraba a ser inspector del Guide Blue, esos tipos que se presentan anónimamente en los restaurantes, comen, o mejor dicho tragan y después opinan.
La cocina era su nueva inquietud y como todo lo que hace él, lo había tomado con pasión. Para probarnos sus habilidades organizó una comida en mi casa en la que nos presentaría un menú especial. Seríamos solo cuatro comensales, Patrick Rosas, ………… yo y él. El menú nos lo anunció como si fuera un secreto y con mucha solemnidad dictó: entrada: un Salmón con Salsa Tátara, plato de fondo: Boeuf Bourguignon a la Provensal y de postre: Peras Almibaradas con una bola de helado de vainilla y crema de chocolate caliente.
Nos cotizamos con el monto que nos correspondía y él se encargó de hacer las compras. Una vez en mi casa, mientras nos tomábamos un Kir Royal como aperitivo, él se lucía en la cocina, haciendo gestos de un verdadero profesional picaba verduras, revolvía la sartén, abría la refrigeradora para inspeccionaba sus ingredientes y mil cosas más.
La cocina me la dejó hecha un desastre, habían manchas hasta en el cielo raso, pero no importa se trataba de nuestro futuro célebre Chef de Cuisine.
Nos sentamos a la mesa y empezó con mucha ceremonia a presentarnos los vinos que había seleccionado, un Sanciere blanco para la entrada otro tinto para las carnes y finalmente una botella de Champagne para el postre. La cosa estaba que prometía.
No habíamos acabado se saborear la entrada cuando inesperadamente sonó el timbre. Un silencio sepulcral se instaló en la mesa y nos miramos con interrogación. Me levanté y abrí la puerta. Se trataba nada menos que de Gregorio Martínez que se presentaba con Alfonso Barrantes “Frejolito” y un zampón más.
Rodolfo se puso furioso, ¿quién habría filtrado información?, ¿cómo se habrían enterado? ¿Quién les dio la dirección de mi casa?… era demasiado tarde. No nos quedó más remedio que invitarlos a compartir.
Rodolfo se mandó un rollo acerca de la importancia de las porciones para apreciar mejor los platos etc., les explicó inútilmente el menú, ellos no sabían ni de qué se trataba. Brindamos con el vino Saint Emilion que estaba destinado al Boeuf Bourguignon y Gregorio Martínez lo bebía sin saborearlo, como si fuera cerveza. El fracaso era total, de repente de manera inesperada Frejolito, mientras degustaba lo que le tocó de segundo, pidió ají, a Rodolfo se le cayeron los cubiertos. Semejante sacrilegio era imperdonable.
La historia de esta desgracia culinaria, que se sumó a las decepciones de Rodolfo, fue objeto de una nota publicada por Patrick Rosas que en esa época era corresponsal del diario El Comercio.
*“Jorge “Yoyo” Manrique es arquitecto. Practica la amistad con los poetas del sesenta y del setenta y guarda los secretos de ambas generaciones. Ahora se ha puesto a hacer memoria de los años mozos y no piensa dejar títere con cabeza. Por lo que en la Laguna Brechtiana que también es chismosa saldrán sus notas en calidad de primicia. Su foto es la que está bajo estas líneas. Reside en Urubamba”, dice el poeta Vladimir Herrera en su blog de donde hemos tomado esta nota.
Rodolfo Hinostroza pasaba por su período de pasión por la cocina y estaba insoportable. Ya se le había terminado la fiebre de inventor y venía de sufrir una gran decepción después de haberle propuesto a la RATP (autoridad encargada de los transportes) la publicación de un libro acerca de la Historia de cada estación de metro en Paris. Tuvo una entrevista con los directivos y la idea fue acogida con entusiasmo. Conmovido por la aceptación de su idea y de las palabras de aliento, Rodolfo les dejó el manuscrito .No supo más de él hasta que un día en su casa su mujer, que estaba viendo la televisión y mientras él cocinaba, lo llamó a gritos. Se estaba celebrando la presentación de su libro y el “autor” era nada menos que una de las personas que lo recibió en la entrevista.
Yo pensé en algún momento que Rodolfo aspiraba a ser inspector del Guide Blue, esos tipos que se presentan anónimamente en los restaurantes, comen, o mejor dicho tragan y después opinan.
La cocina era su nueva inquietud y como todo lo que hace él, lo había tomado con pasión. Para probarnos sus habilidades organizó una comida en mi casa en la que nos presentaría un menú especial. Seríamos solo cuatro comensales, Patrick Rosas, ………… yo y él. El menú nos lo anunció como si fuera un secreto y con mucha solemnidad dictó: entrada: un Salmón con Salsa Tátara, plato de fondo: Boeuf Bourguignon a la Provensal y de postre: Peras Almibaradas con una bola de helado de vainilla y crema de chocolate caliente.
Nos cotizamos con el monto que nos correspondía y él se encargó de hacer las compras. Una vez en mi casa, mientras nos tomábamos un Kir Royal como aperitivo, él se lucía en la cocina, haciendo gestos de un verdadero profesional picaba verduras, revolvía la sartén, abría la refrigeradora para inspeccionaba sus ingredientes y mil cosas más.
La cocina me la dejó hecha un desastre, habían manchas hasta en el cielo raso, pero no importa se trataba de nuestro futuro célebre Chef de Cuisine.
Nos sentamos a la mesa y empezó con mucha ceremonia a presentarnos los vinos que había seleccionado, un Sanciere blanco para la entrada otro tinto para las carnes y finalmente una botella de Champagne para el postre. La cosa estaba que prometía.
No habíamos acabado se saborear la entrada cuando inesperadamente sonó el timbre. Un silencio sepulcral se instaló en la mesa y nos miramos con interrogación. Me levanté y abrí la puerta. Se trataba nada menos que de Gregorio Martínez que se presentaba con Alfonso Barrantes “Frejolito” y un zampón más.
Rodolfo se puso furioso, ¿quién habría filtrado información?, ¿cómo se habrían enterado? ¿Quién les dio la dirección de mi casa?… era demasiado tarde. No nos quedó más remedio que invitarlos a compartir.
Rodolfo se mandó un rollo acerca de la importancia de las porciones para apreciar mejor los platos etc., les explicó inútilmente el menú, ellos no sabían ni de qué se trataba. Brindamos con el vino Saint Emilion que estaba destinado al Boeuf Bourguignon y Gregorio Martínez lo bebía sin saborearlo, como si fuera cerveza. El fracaso era total, de repente de manera inesperada Frejolito, mientras degustaba lo que le tocó de segundo, pidió ají, a Rodolfo se le cayeron los cubiertos. Semejante sacrilegio era imperdonable.
La historia de esta desgracia culinaria, que se sumó a las decepciones de Rodolfo, fue objeto de una nota publicada por Patrick Rosas que en esa época era corresponsal del diario El Comercio.
*“Jorge “Yoyo” Manrique es arquitecto. Practica la amistad con los poetas del sesenta y del setenta y guarda los secretos de ambas generaciones. Ahora se ha puesto a hacer memoria de los años mozos y no piensa dejar títere con cabeza. Por lo que en la Laguna Brechtiana que también es chismosa saldrán sus notas en calidad de primicia. Su foto es la que está bajo estas líneas. Reside en Urubamba”, dice el poeta Vladimir Herrera en su blog de donde hemos tomado esta nota.
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