21.3.11

TEXTOS ESCOLARES, UN NEGOCIO QUE INVOLUCRA A TODOS


Por Ricardo Ayllón
Marzo 2011

Para cuando usted empiece a repasar estas líneas, quizá el reciente escándalo de las mafias de libros escolares ya se haya extinguido (pues a los peruanos se nos maneja informativamente solo a ritmo de escándalos). Sin embargo, los que andamos en el día a día del trabajo literario, pegados a los libros y enterados de lo que ocurre tras bambalinas en temas de educación y lectura, sabemos que este problema tiene un dilatado antecedente, y estamos seguros de que, pese a cualquier medida o prohibición del Ministerio de Educación por combatirlo, los involucrados encontrarán pronto un modo de sacarle la vuelta.

Lo que logró el informe transmitido hace una semana por el programa “Panorama” (Panamericana Televisión), fue revelar algo que acontece no solo en Lima, si no en todo el país. Y es que para ningún padre de familia peruano que tenga hijos en colegios particulares, es desconocido el sistema de ventas que estos utilizan, aquel de enviarnos como borreguitos a una librería específica o establecimiento exclusivo para adquirir los libros de su lista de útiles escolares. Obviamente esto no tendría nada de malo si es que los precios de los textos no estuvieran por las nubes, no existieran monopolios editoriales, los márgenes de ganancia que se adjudican los colegios no fueran abusivos y la forma con que las editoriales ofrecen tales sobrecostos no fuera una práctica delictiva.

Ahora que lo tenemos claro, y que el Ministerio de Educación está tomando cartas en el asunto con formulas que según sus cálculos serán la solución al problema, cabe preguntarse cuáles son, en el fondo y más allá del mero afán de lucrar, las raíces de este negocio. Me parece que gran parte de la responsabilidad nace cuando, en nuestra reciente historia, un gobierno con visos de dictadura “liberó” la educación en el país y dio carta abierta a los empresarios para hacer de aquella un mero ejercicio monetario. Al igual que lo ocurrido con las farmacias y boticas (las cuales pueden ser gerenciadas no necesariamente por un farmacéutico), los colegios, institutos y universidades tienen ahora la libertad de manejarse como cualquier empresa, con una gran autonomía y arbitrariedad en sus métodos de enseñanza, cobros de pensiones y espacios para su funcionamiento. Tengo muchos amigos docentes, y la mayoría de ellos siempre repite que el verdadero negocio está en poner un colegio y no en salir adelante como profesor. Es por eso que las editoriales la tienen fácil a la hora de proponer estos negociados bajo la mesa, pues la mayoría de dueños y promotores de instituciones educativas (vaya nombrecito pomposo con que se ha bautizado ahora a los colegios, como si ello les va a proporcionar un valor agregado), han dejado sencillamente de pensar en estos como en el sagrado templo del saber, y los han convertido en factorías de hacer dinero.

Con universidades creadas al amparo de influencias políticas; con autorizaciones de funcionamiento otorgadas a colegios sin una infraestructura apropiada; con docentes egresados de una instrucción universitaria realizada al guerrazo (muchas carreras se hacen ahora a distancia, la Educación entre estas); con institutos pedagógicos en crisis pues es cada vez menor el número de jóvenes con vocación docente y sí con la ilusión de ser “alguien de éxito”, no se podía esperar otra cosa.

Y la solución no está solo en salvaguardar los bolsillos de los padres de familia, como se le ha ocurrido a las autoridades dictaminando la devolución del dinero excedente por el sobrecosto de libros, en que las editoriales publiquen su lista oficial de precios (muchos sabemos que esta “oficialidad” tendrá de todas maneras el sobrecosto incluido pues dudo que las editoriales se echen para atrás) y tampoco en volver al antiguo sistema de usar los mismos libros año tras año (el constreñirse a una solución económica solo fragmenta el problema), sino más bien en pensar en que muchas de las injusticias de este tipo se pueden prevenir si nos convertimos en actores de nuestro tiempo, si recordamos que la educación es un derecho fundamental y, por lo tanto, resulta un imperativo participar de su planificación y organización. La forma de hacerlo es interesándonos por las políticas educativas del Estado, preguntándonos si este y sus especialistas también consideran a la educación un eje de nuestro avance social o solo su obligación laboral. Mientras nos mantengamos al margen de lo que ocurre con la realidad del país, y ni siquiera nos interesen temas puntuales como las movidas que se hacen tras la educación de nuestros hijos, seguiremos observando con abatimiento e indignación cómo los más vivos no solo lucran con nuestra indiferencia, sino también echan a perder a generaciones de jóvenes que ahora ven cómo sus maestros se interesan más en ganarse alguito que en constituirse en guías de su formación y futuro.

*Tomado de Libros peruanos.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...