Escribe: Juan Carlos Gómez
“Qué raro, ¿sabor acre?, ¿sabor dulce?, qué raro. Nunca supe por qué, sobre la base de qué datos clínicos, espirituales o varios supusiste un día que yo era ‘medio esquizoide’, gran enigma, ¿proyectivo? Bien, tampoco importa y, es cierto, que el tul hialino del espíritu Gombo abarca piadosamente defectos y virtudes. Te mando un deseo de felices fiestas en familia. Rodolfo Rabanal”.
El Esquizoide me está pidiendo explicaciones por el apodo que le puse, y aunque el origen de los motes debe quedar un poco en el misterio debo decir que se lo puse porque es un caso que los handbooks apuntan como de doble personalidad, pero vamos a ver cómo este gombrowiczida tan connotado nos muestra los síntomas de un síndrome que ha dado la vuelta al mundo.
Las películas polacas sobre Gombrowicz van de regulares a malas. Harina de otro costal es “Gombrowicz o la seducción”, una película dirigida por Alberto Fischerman, una de las mejores de los años ochenta para algunos críticos, para otros, una de las mejores del último cuarto de siglo, y para otros más una de las mejores filmaciones argentinas de todos los tiempos. Cuando la premiaron en el festival de Rotterdam en el año 1986, Hubert Bals, el creador y director de este festival dijo cosas interesantes y muy halagadoras para los que habíamos hecho la película.
“Un film como “Gombrowicz o la seducción”, por ejemplo, parte de una idea totalmente nueva y se convierte en una obra fascinante que no puede dejar de verse hasta el final, y así es como debe hacerse el cine. Es un film que enriquece al espectador”.
El suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a Gombrowicz fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto Fischerman, “Gombrowicz o la seducción”, con el guión del Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en el arte de escribir. Una doble personalidad muy evidente, por un lado, muy alejado del mundanal ruido al punto de pasarse largos meses del invierno en Gessel para escuchar el silencio, y por otro, muy apegado a los bienes terrenales al punto de sentirse amoscado porque Fischerman aparece en el film como coguionista, una función que a juicio del Esquizoide el director no desempeñó.
Los aportes intelectuales que hace el Esquizoide sobre Gombrowicz son de una extraña catadura.
Se atreve a decir, bajo un estado de ensoñación hipomaniacal intenso, que las ideas fundamentales del polaco son la inmadurez, la juventud y la inferioridad, un caso flagrante de tautología. De igual manera que el Orate Blaguer recurre a la Vaca Sagrada para darse lustre y cuenta que en 1983 la viuda le había regalado los tres tomos de “Journal”.
“Uno de esos tomos registra la etapa argentina, pero las referencias al país donde vivió los años más productivos, miserables y luminosos de su vida impregnan la mayor parte de su obra”.
Las ocurrencias que tuvo el Esquizoide sobre las tres ideas fundamentales y sobre que la Argentina impregna la mayor parte de la obra de Gombrowicz se deben, en parte, a que no la leyó, y en parte, a que no existe una verdadera penalidad para castigar los desatinos que se escriben.
El castigo que impone Gombrowicz muriéndose en las bocas de los que abusan de su nombre no es suficiente, la humanidad le ha dado a los escritores un bill de indemnidad y las maldiciones de Gombrowicz los tienen sin cuidado, para decir la verdad, no los alcanzan.
La Universidad Nacional del Litoral organizó en el año 1986 el Primer Encuentro Nacional de Literatura y Crítica. Allí se estrenó "Gombrowicz o la seducción", la película de Fischerman, y allí conocí al Vate Marxista, al Buey Corneta y al Boxeador Amateur.
Los integrantes del film nos fuimos a comer de madrugada a un restaurante cercano a la Universidad.
Mientras Fischerman hablaba en una punta de la mesa de asuntos hasídicos e iniciáticos, Rabanal y yo, en la otra punta, hacíamos una parodia teatral de la película, en la que yo representaba el papel del virrey Sobremonte huyendo a campo traviesa en un carruaje con las joyas de la corona. Lamentablemente allí también escuché por primera vez los desvaríos del Vate Marxista en los que Gombrowicz aparecía como el mejor escritor argentino del siglo XX, y en los que la novela argentina sería algo así como una novela polaca traducida a un español futuro.
Después del estreno de “Gombrowicz o la seducción” los discípulos empezamos a dar algunas dentelladas, el Esperpento, pongamos por caso, andaba diciendo es secreto que el Buhonero Mercachifle sobraba en la película, y Quilombo que el que sobraba era el Mariposón.
Sobraran o no sobraran la cuestión es que el que se hizo famoso fue el cuarteto Gombrowicz, integrado por sus discípulos dilectos: Mariano Betelú, Jorge Di Paola, Alejandro Rússovich y yo. El nombre de cuarteto se lo puso el Esquizoide, coguionista del film junto a Alberto Fischerman, un rasgo de la lucidez que tiene este hombre de letras hispanohablante tan destacado.
“Mariano Betelú guarda las llaves del reino. Su haber es la memoria del detalle, el documento fichado, los originales de cartas, las inesperadas fotos, el más rico anecdotario. Betelú es, además, un caso afortunado de transparencia. Dueño de un amor artero e inclaudicable y de una ironía tan fina como sus caligráficos y enigmáticos dibujos, representa la posibilidad del equilibrio en el cuarteto por momentos tempestuoso”.
“Rússovich, el filósofo de Goya, es, tanto como Gómez, un hombre que ha cultivado largamente la máscara. En su caso, esta persona se encuentra a la total merced de su inteligencia, él opera sobre ella, él decide y define a cada momento su personalidad en un juego de alternativas que durante largos meses de entrevistas previas a la filmación, llegó por momentos a fascinarnos […]”.
“Pero la máscara es también un atributo de Juan Carlos Gómez, salvo que en él ha adoptado formas permanentes. Sospecho que Gómez —el matemático y filósofo— es quien más profundamente ha sido marcado por la ácida influencia de Gombrowicz en ese particular sentido de la representación como una de las maneras de la espontaneidad. Es curioso, y estimulante, comprobar de qué modo Rússovich y Gómez entran inmediatamente en conflicto —amistoso, por cierto—, disputándose el legendario afecto de Gombrowicz o la propiedad original de un concepto referido a la estética personal del escritor polaco”.
“En cuanto al narrador Jorge Di Paola, supo siempre —y desde muy joven— moverse en la irreverencia. Dipi, que buena parte de este año estuvo oculto en Tandil escribiendo una novela, volvió para aportar al cuarteto esa enorme capacidad que posee para desarreglar las cosas y volverlas a disponer según sus designios”.
El anárquico Asno, sin embargo, contra todo lo que podría parecer, preparó con mucho cuidado la bajada por una escalera con Quilombo, una de las escenas más logradas del film, estudiando de memoria las palabras de Antonio frente al cadáver de César en el drama de Shakespeare. Lo que sí es cierto también es que hubo que repetir la toma una docena de veces porque se olvidaba del parlamento.
El Esquizoide estaba subyugado con la película, tanto es así que le pidió permiso a Fischerman para disfrazarse de mozo y servirnos unos cafés mientras nos filmaban.
El Esquizoide me está pidiendo explicaciones por el apodo que le puse, y aunque el origen de los motes debe quedar un poco en el misterio debo decir que se lo puse porque es un caso que los handbooks apuntan como de doble personalidad, pero vamos a ver cómo este gombrowiczida tan connotado nos muestra los síntomas de un síndrome que ha dado la vuelta al mundo.
Las películas polacas sobre Gombrowicz van de regulares a malas. Harina de otro costal es “Gombrowicz o la seducción”, una película dirigida por Alberto Fischerman, una de las mejores de los años ochenta para algunos críticos, para otros, una de las mejores del último cuarto de siglo, y para otros más una de las mejores filmaciones argentinas de todos los tiempos. Cuando la premiaron en el festival de Rotterdam en el año 1986, Hubert Bals, el creador y director de este festival dijo cosas interesantes y muy halagadoras para los que habíamos hecho la película.
“Un film como “Gombrowicz o la seducción”, por ejemplo, parte de una idea totalmente nueva y se convierte en una obra fascinante que no puede dejar de verse hasta el final, y así es como debe hacerse el cine. Es un film que enriquece al espectador”.
El suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a Gombrowicz fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto Fischerman, “Gombrowicz o la seducción”, con el guión del Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en el arte de escribir. Una doble personalidad muy evidente, por un lado, muy alejado del mundanal ruido al punto de pasarse largos meses del invierno en Gessel para escuchar el silencio, y por otro, muy apegado a los bienes terrenales al punto de sentirse amoscado porque Fischerman aparece en el film como coguionista, una función que a juicio del Esquizoide el director no desempeñó.
Los aportes intelectuales que hace el Esquizoide sobre Gombrowicz son de una extraña catadura.
Se atreve a decir, bajo un estado de ensoñación hipomaniacal intenso, que las ideas fundamentales del polaco son la inmadurez, la juventud y la inferioridad, un caso flagrante de tautología. De igual manera que el Orate Blaguer recurre a la Vaca Sagrada para darse lustre y cuenta que en 1983 la viuda le había regalado los tres tomos de “Journal”.
“Uno de esos tomos registra la etapa argentina, pero las referencias al país donde vivió los años más productivos, miserables y luminosos de su vida impregnan la mayor parte de su obra”.
Las ocurrencias que tuvo el Esquizoide sobre las tres ideas fundamentales y sobre que la Argentina impregna la mayor parte de la obra de Gombrowicz se deben, en parte, a que no la leyó, y en parte, a que no existe una verdadera penalidad para castigar los desatinos que se escriben.
El castigo que impone Gombrowicz muriéndose en las bocas de los que abusan de su nombre no es suficiente, la humanidad le ha dado a los escritores un bill de indemnidad y las maldiciones de Gombrowicz los tienen sin cuidado, para decir la verdad, no los alcanzan.
La Universidad Nacional del Litoral organizó en el año 1986 el Primer Encuentro Nacional de Literatura y Crítica. Allí se estrenó "Gombrowicz o la seducción", la película de Fischerman, y allí conocí al Vate Marxista, al Buey Corneta y al Boxeador Amateur.
Los integrantes del film nos fuimos a comer de madrugada a un restaurante cercano a la Universidad.
Mientras Fischerman hablaba en una punta de la mesa de asuntos hasídicos e iniciáticos, Rabanal y yo, en la otra punta, hacíamos una parodia teatral de la película, en la que yo representaba el papel del virrey Sobremonte huyendo a campo traviesa en un carruaje con las joyas de la corona. Lamentablemente allí también escuché por primera vez los desvaríos del Vate Marxista en los que Gombrowicz aparecía como el mejor escritor argentino del siglo XX, y en los que la novela argentina sería algo así como una novela polaca traducida a un español futuro.
Después del estreno de “Gombrowicz o la seducción” los discípulos empezamos a dar algunas dentelladas, el Esperpento, pongamos por caso, andaba diciendo es secreto que el Buhonero Mercachifle sobraba en la película, y Quilombo que el que sobraba era el Mariposón.
Sobraran o no sobraran la cuestión es que el que se hizo famoso fue el cuarteto Gombrowicz, integrado por sus discípulos dilectos: Mariano Betelú, Jorge Di Paola, Alejandro Rússovich y yo. El nombre de cuarteto se lo puso el Esquizoide, coguionista del film junto a Alberto Fischerman, un rasgo de la lucidez que tiene este hombre de letras hispanohablante tan destacado.
“Mariano Betelú guarda las llaves del reino. Su haber es la memoria del detalle, el documento fichado, los originales de cartas, las inesperadas fotos, el más rico anecdotario. Betelú es, además, un caso afortunado de transparencia. Dueño de un amor artero e inclaudicable y de una ironía tan fina como sus caligráficos y enigmáticos dibujos, representa la posibilidad del equilibrio en el cuarteto por momentos tempestuoso”.
“Rússovich, el filósofo de Goya, es, tanto como Gómez, un hombre que ha cultivado largamente la máscara. En su caso, esta persona se encuentra a la total merced de su inteligencia, él opera sobre ella, él decide y define a cada momento su personalidad en un juego de alternativas que durante largos meses de entrevistas previas a la filmación, llegó por momentos a fascinarnos […]”.
“Pero la máscara es también un atributo de Juan Carlos Gómez, salvo que en él ha adoptado formas permanentes. Sospecho que Gómez —el matemático y filósofo— es quien más profundamente ha sido marcado por la ácida influencia de Gombrowicz en ese particular sentido de la representación como una de las maneras de la espontaneidad. Es curioso, y estimulante, comprobar de qué modo Rússovich y Gómez entran inmediatamente en conflicto —amistoso, por cierto—, disputándose el legendario afecto de Gombrowicz o la propiedad original de un concepto referido a la estética personal del escritor polaco”.
“En cuanto al narrador Jorge Di Paola, supo siempre —y desde muy joven— moverse en la irreverencia. Dipi, que buena parte de este año estuvo oculto en Tandil escribiendo una novela, volvió para aportar al cuarteto esa enorme capacidad que posee para desarreglar las cosas y volverlas a disponer según sus designios”.
El anárquico Asno, sin embargo, contra todo lo que podría parecer, preparó con mucho cuidado la bajada por una escalera con Quilombo, una de las escenas más logradas del film, estudiando de memoria las palabras de Antonio frente al cadáver de César en el drama de Shakespeare. Lo que sí es cierto también es que hubo que repetir la toma una docena de veces porque se olvidaba del parlamento.
El Esquizoide estaba subyugado con la película, tanto es así que le pidió permiso a Fischerman para disfrazarse de mozo y servirnos unos cafés mientras nos filmaban.
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