Escribe: Odi Gonzales
La prolongada agonía y deceso de mi madre quechuahablante difirió hasta hoy mi sentir sobre el abuso contra la congresista quechuahablante Hilaria Supa.
De los quehaceres y oficios en el Perú actual —con honrosas excepciones— el del abogado y del periodista se enciman, como los más envilecidos.
Usaq sullun/feto de piojo se le llama en Runa Simi al mediocre fementido con delirios de grandeza y superioridad. Y un sujeto así, con la autoridad —a sí mismo atribuida— de un docto, encaramado en la dirección de un periódico ha insultado en la persona de doña Hilaria a quienes en el Perú hablamos la lengua materna y, por las consabidas interferencias idiomáticas —propias de cualquier bilingüismo— nos expresamos o escribimos con dificultad o errores morfosintácticos.
El erudito akakutirpa/rumiador de sus propias heces ideó en su página la ocurrencia de que el conocimiento, la cultura, provienen únicamente de la instancia de los letrados. Y más aún. Refiere que en el Perú quien habla o escribe en español es el que ‘sabe’. Por tanto, los saberes de la cultura oral —que no están en los libros— no son conocimientos. Bajo este raciocinio de Cantinflas, un PhD o un periodista abyecto, sólo por ser parte de una cultura dominante, sería holgadamente superior, por ejemplo, a una tejedora de Chinchero que en el intrincado diseño de una faja logra configurar los saberes de toda una cosmovisión transmitida mediante códigos más arcanos, y en el decurso de generaciones.
En el Perú, el conflicto escritura/oralidad, proclive al limbo cultura/barbarie es una reyerta de añejos forajidos. Persiste desde la tarde en Cajamarca, cuando un fraile letrado alcanzó al emperador Inka el objeto libro [Biblia] haciéndole saber, a través del intérprete, que allí estaba la palabra de Dios. El monarca —arquetipo del código oral— fastidiado de que ninguna dicción divina emergiera de la grafía, terminó arrojando la Biblia, por lo que sería escarnecido como blasfemo y alma negra.
Me pregunto si este ganapán del periodismo peruano le reprocharía errores de ortografía al tayta Guaman Poma si leyera un párrafo de ese prodigio Nueva Coronica y Buen Gobierno cuya configuración discursiva —grafía castellana, sintaxis quechua— devela las dificultades expresivas de un bilingüe andino:
“Desto los jueses no lo rremedia; por ser cohechados como los saserdotes y padres, se llaman dotores y lisenciados, bachelleres, maystros, no teniendo titulo ni derecho y no sauer letra. Esto es dezir que ay mundo al rreués, pero la justicia deue ajustar y castigar”
Ya Arguedas, incitado por la irrupción de los legendarios líderes campesinos Saturnino Huillca y Emiliano Huamantica que —en los sesentas— propalaron la congénita oralidad en sus discursos, advirtió en Llamado a algunos doctores: “Dicen que no tenemos saberes, que somos el atraso, que nos van a descabezar”.
La prolongada agonía y deceso de mi madre quechuahablante difirió hasta hoy mi sentir sobre el abuso contra la congresista quechuahablante Hilaria Supa.
De los quehaceres y oficios en el Perú actual —con honrosas excepciones— el del abogado y del periodista se enciman, como los más envilecidos.
Usaq sullun/feto de piojo se le llama en Runa Simi al mediocre fementido con delirios de grandeza y superioridad. Y un sujeto así, con la autoridad —a sí mismo atribuida— de un docto, encaramado en la dirección de un periódico ha insultado en la persona de doña Hilaria a quienes en el Perú hablamos la lengua materna y, por las consabidas interferencias idiomáticas —propias de cualquier bilingüismo— nos expresamos o escribimos con dificultad o errores morfosintácticos.
El erudito akakutirpa/rumiador de sus propias heces ideó en su página la ocurrencia de que el conocimiento, la cultura, provienen únicamente de la instancia de los letrados. Y más aún. Refiere que en el Perú quien habla o escribe en español es el que ‘sabe’. Por tanto, los saberes de la cultura oral —que no están en los libros— no son conocimientos. Bajo este raciocinio de Cantinflas, un PhD o un periodista abyecto, sólo por ser parte de una cultura dominante, sería holgadamente superior, por ejemplo, a una tejedora de Chinchero que en el intrincado diseño de una faja logra configurar los saberes de toda una cosmovisión transmitida mediante códigos más arcanos, y en el decurso de generaciones.
En el Perú, el conflicto escritura/oralidad, proclive al limbo cultura/barbarie es una reyerta de añejos forajidos. Persiste desde la tarde en Cajamarca, cuando un fraile letrado alcanzó al emperador Inka el objeto libro [Biblia] haciéndole saber, a través del intérprete, que allí estaba la palabra de Dios. El monarca —arquetipo del código oral— fastidiado de que ninguna dicción divina emergiera de la grafía, terminó arrojando la Biblia, por lo que sería escarnecido como blasfemo y alma negra.
Me pregunto si este ganapán del periodismo peruano le reprocharía errores de ortografía al tayta Guaman Poma si leyera un párrafo de ese prodigio Nueva Coronica y Buen Gobierno cuya configuración discursiva —grafía castellana, sintaxis quechua— devela las dificultades expresivas de un bilingüe andino:
“Desto los jueses no lo rremedia; por ser cohechados como los saserdotes y padres, se llaman dotores y lisenciados, bachelleres, maystros, no teniendo titulo ni derecho y no sauer letra. Esto es dezir que ay mundo al rreués, pero la justicia deue ajustar y castigar”
Ya Arguedas, incitado por la irrupción de los legendarios líderes campesinos Saturnino Huillca y Emiliano Huamantica que —en los sesentas— propalaron la congénita oralidad en sus discursos, advirtió en Llamado a algunos doctores: “Dicen que no tenemos saberes, que somos el atraso, que nos van a descabezar”.
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