18.7.09

POETA VLADIMIR HERRERA ES ANTOLOGADO EN UN NUEVO LIBRO QUE TUSQUETS EDITORES ACABA DE PUBLICAR EN ESPAÑA.


20 años de poesía. Nuevos Textos Sagrados (1989-2009)
AA. VV. Soria Olmedo, Andrés
POESÍA (NF). Poemarios Junio 2009
Marginales M 256
ISBN: 978-84-8383-132-8
512 pág.


SINOPSIS

Los poemas son los nuevos textos sagrados del presente, incluso los que proclaman ser profanos. La colección Nuevos Textos Sagrados, dirigida por Antoni Marí, celebra sus veinte años —precisamente cuando Tusquets Editores cumple cuarenta— con una antología escogida de entre un conjunto extraordinariamente distinguido y extenso en el tiempo y en el espacio hispánico: a lo largo de estos veinte años, se han publicado 80 volúmenes de cincuenta autores españoles e hispanoamericanos.

Los autores antologados son María Victoria Atencia, Marcos Ricardo Barnatán, Felipe Benítez Reyes, Carlos Bousoño, Francisco Brines, José Caballero Bonald, Arnaldo Calveyra, Guillermo Carnero, Luisa Castro, Juan Gustavo Cobo Borda, Antonio Colinas, José Corredor-Matheos, Alfonso Costafreda, Rosa Chacel, Diego Doncel, Francisco Ferrer Lerín, Vicente Gallego, Antonio Gamoneda, Concha García, Dionisia García, Luis García Montero, Olvido García Valdés, Ángel González, Jorge Guillén, Rafael Guillén, Vladimir Herrera, Clara Janés, Juan Ramón Jiménez, Chantal Maillard, Juan Carlos Marset, Antonio Martínez Sarrión, Carlos Marzal, José María Micó, Enrique Molina, Luis Muñoz, Manuel Padorno, Juan Luis Panero, Virgilio Piñera, Jorge Riechmann, Claudio Rodríguez, Ángel Rupérez, Daniel Samoilovich, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles, Andrés Trapiello, José Ángel Valente, Vicente Valero, Álvaro Valverde, Luis Antonio de Villena e Ida Vitale.

Todos ellos son, asegura Andrés Soria Olmedo, antólogo y autor del prólogo, «autores de obras consolidadas que —más allá de la posición previa en la zarabanda de generaciones, grupos, centros y periferias— confluyen en un lugar editorial donde muchos de ellos han acabado por adquirir o confirmar un reconocimiento público que puede verse reflejado en un porcentaje muy alto de premios prestigiosos… Por debajo, el hilo conductor es siempre el mismo: lo que el lector identifica, aprecia y disfruta como poesía, en toda su variedad de tonos, registros y actitudes».


SOBRE EL ANTOLOGADOR:

Andrés Soria Olmedo es catedrático de literatura española de la Universidad de Granada desde 1990. Ha impartido clases en Bolonia, en Harvard, en UCLA y en New York University, y es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada desde su fundación. Es autor de, entre otros volúmenes, Vanguardismo y crítica literaria en España (1988), Una indagación incesante. La obra de Antonio Muñoz Molina (1998) y Fábula de fuentes: tradición y vida literaria en Federico García Lorca (2004). Es el editor de la Correspondencia (1923-1951) de Pedro Salinas y Jorge Guillén publicada en Tusquets Editores en 1992, y de dos volúmenes de las Obras completas de Pedro Salinas (2007), además de la antología Las vanguardias y la Generación del 27 (2007).

*Tomado del blog de Walter Bedregal.

16.7.09

“CONTINUIDAD DE LOS ALFILES”: UNA POÉTICA DE CLAROSCUROS


Escribe: Darwin Bedoya

Cada silencio, cada sombra, cada luz, cada herida, cada sentimiento y cada idea tienen su propio poema. La labor del poeta es siempre interminable; un laberinto en el que a la vez se busca la salida, se tiene que ir describiendo las paredes de los senderos por donde se va o se está. Continuidad de los alfiles (2009, 46 pp. Ediciones Súbita) de Juan Zamudio (Arequipa, 1980), es un poemario con una persistencia de orden vital en el panorama de ejercicio poético. Vital no significa simple, hablar de la vida (hablar de la existencia, hablar del amor, hablar del deseo, hablar de la poesía, ¿de qué más se puede hablar?) no significa malbaratar la lengua con pasajes o anécdotas transcritas. Es la vida que late, pero este poeta que habla de la vida no ha renunciado a la tarea de conquistar lo que en el lenguaje todavía puede ser conquistado. Si bien es cierto, sabemos bien que la poesía se caracteriza por proponer transformaciones, por mostrar imágenes que vienen vibrando dentro de uno: «Estoy desnudo / una pelota es lanzada / violentamente / hacia esta esquina / nadie vendrá a recogerla. / Lo de la pelota lo inventé / pero que nadie vendrá / es cierto. / Estoy desnudo / con un cartel colgado al cuello / que dice / estoy desnudo», («Avenida», p.26).

El cisma del siglo XXI induce que también somos muchos los que aún no nos hemos querido desconstruir, porque habiendo padecido (y padeciendo) tanta alienación como cualquier ser del planeta, sentimos que formamos, tal vez, parte de esta sensibilidad posmoderna. Creemos que la posmodernidad intenta, con festiva seriedad, la recuperación de viejos valores o la propuesta de reconstruir la civilización (porque de eso se trata, al menos idealmente) sobre la base de nuevas concepciones que sean visibles y profundamente humanas. Esta idea supone que todo pudiera ser una visión intuitiva, ahora que se puede reconocer esa esencialidad de la poesía y de la fe que nos señala el camino —o los innumerables caminos posibles, pensando como quizás lo haría Lezama Lima— hacia el cosmos, la poesía.

Zamudio, en Continuidad de los alfiles, parte del vacío, del desvarío, del hilo suelto, de la mancha o de la grieta para reconstruir no lo que fue, sino lo que late en el fondo y apenas se insinúa. Va tomando con pinzas una colección de ideas para interrogar lo fragmentario y huidizo, los cabos de una realidad que no terminan de mostrarse. Es con estas ideas que nos revela su concepción del hombre como naturaleza caída, no por la culpa sino a causa de la conciencia de la separación y de la muerte. El libro, esencialmente, se constituye a través de la variación. Una estructura que el poeta aprovecha con eficacia alrededor de las acciones artísticas (y es fundamental la consecuencia y la referencia de los paratextos que aperturan las tres partes del libro), o del análisis de determinadas alusiones: fetiches, clepsidras, extramuros, ritos, brisas, enigmas, etc. que el autor utiliza casi como un correlato objetivo; referencias que podríamos pensar son fundadoras de una concepción del poema y, como consecuencia, aquellas a partir de las que es posible esculpir los trazos de la propia identidad, presencia materializada en este libro en las múltiples reticencias a la reflexión intuitiva del ser: «Estar así, frente a la pantalla del computador, teclear rápido que algunas imágenes se alejan, o simplemente teclear y echarle mano a las imágenes que reposan mansamente en la memoria./ Enviarte palabras como postales» («Campiña de moche», p.16). El ser, parece decir Zamudio, se funda y se deshace en la soledad y el vacío. Creo que este es el motor y motivo alrededor del cual se estructuran y también se erigen buena parte de los textos de este poemario. Desde el primer poema, que funciona casi como una cosmogonía íntima: «En distinta madrugada, lejos de casa, croma perpetuado inmóvil en sábana de sed. / El fugaz horizonte de mis pensamientos advierte ligero movimiento de la imagen, cuyo aguijón me inyecta secuencias de atardeceres. / Perpetuado, inmóvil, persiste Cáncer con sus dioses y revelaciones culminantes.» («Fetiche», p.11). La esencia de lo ¿humano? es consecuencia de la dialéctica entre contrarios, de su fusión y punto generatriz, en consecuencia, de su meditación del silencio y del vacío.

Mientras se va leyendo el poemario, uno se va dando cuenta que el tono es muy desolador, de hecho los paratextos titulares anuncian ese designio. Todo en el libro es una sensación de melancolía y meditación frente al vacío que tenemos en general los seres humanos. En el camino de esta meditación se va fraguando lo cotidiano, digamos, se va fraguando la experiencia de todos los días y se va fraguando también la poesía como una posible solución, para enfrentar esta situación de ausencias y vacíos y este hastío dentro de la relevancia de lo cotidiano, pero curiosamente, después de retratar, como dice el poeta, estos parajes y situaciones de este «reino de cenizas», de la incompletitud donde lloramos; la poesía finalmente aparece en el libro como algo que no quiere fracasar en ese empeño de redención. No pensemos en la integridad de la palabra desolación. Tal vez sea mejor entender que Continuidad de los alfiles es un poemario, convengamos, para cultivar la melancolía, un poemario para regodearse en las abstracciones de este mundo, y lo es.

La misión de la poesía es la de juntar cabos y para lograrlo los inventa partiendo del desorden mismo de la vida. Los poemas de Continuidad de los alfiles con­figuran un ceremonial suntuoso e ideológico, una suerte de restauración realizada, milímetro a milímetro, por una voraz reflexión en la que no es difícil adivinar el ritmo insondable de lo poético. Una nueva y perturbadora metáfora del exilio. En verdad, la poesía ha venido padeciendo el peso pedantesco de los aparatos teóricos de la verdad racional, directa o indirectamente autoritaria, decidora de las soluciones definitivas sobre la base exclusiva de su verdad; verdad que, en el mejor de los casos, va adquiriendo una lógica sobre las experiencias de la vida y su paz interior. Continuidad de los alfiles, al margen de sus méritos intrínsecos, afianza en su búsqueda la peculiaridad de una voz poética que dialoga con el mundo interior y la realidad exterior, con el acontecer metafísico y emotivo del sujeto, y la estela de accidentes y fenómenos que suceden más allá de los límites individuales. Pero Juan Zamudio no plantea dicha coyuntura en términos dicotómicos; su propuesta, en todo caso, intenta nombrar la contradanza que sostienen la insularidad de la persona y las epifanías del entorno a través de un espectro de matices, pulsiones y gradaciones que conlleva una revaloración de los detalles y movimientos que conforman el cuadro poético.

Continuidad de los alfiles nos demuestra que poco a poco los vectores de la vida se van corriendo (se seguirán corriendo) hacia el misterio que nunca ha podido ser explicado por la ciencia ni por teoría alguna, y así la invención poética, debido a su inmanencia en el ser, ha comenzado a evidenciarse (aunque realmente en muchas sociedades la poesía sigue oculta y tal parece que es una insuficiencia humana) como verdad liberadora, al desplazar al racionalismo hacia el lugar que le corresponde, o lo que es mejor decir, al reubicarlo entre sus propios límites, dejando que en estos tiempos el ojo del animador que llevamos dentro interrelacione dialécticamente la inteligencia de lo racional —concreto— lógico con lo mágico de las intuiciones y la imaginación para convertirse en un ojo verdaderamente inverosímil. La poesía, por ser una inefable mentira, admite incluso la reflexión existencial (esto es lo que quiere decir la poesía de Zamudio), y en consecuencia sus conceptos; por lo que entonces proyecta un carácter filosófico; admite, asimismo la mística, cuando se ocupa de imaginar la fe religiosa y alcanza su grandeza en la religiosidad y hace subjetivos, en general, los aspectos de la vida. Sombras y luz. Vacío: claroscuros.

Creo que fue el elegante y sutil Saint-John Perse quien explicaba, en su recepción del Nobel, que la oscuridad que se le reprocha a la poesía no proviene de su naturaleza, sino de la noche que explora. ¿Cuál es la realidad que explora el lenguaje de los poemas de esta ópera prima de Zamudio? ¿A qué oscuridad se refería S. J. Perse? La obra de un poeta es siempre una respuesta a un sentimiento. La labor del poeta es interminable. A veces también responde a la nada. El poeta dice lo que dice, y al hacerlo está tomando una postura ante una realidad y/o sentido que lo asedia. Lo que hay aquí de particular es la incorporación de este hecho como tema ineludible del poema. Hay una insistencia en la mención de sucesos sublimes. Saltan entre tormentos cotidianos, entre confusiones emotivas y fieros impulsos. En estos versos se percibe una realidad invertida, un orden desordenado. La poesía, que es exteriorización de lo poético, a mi juicio —y aunque esto quiera ser objetado— sólo es superada por el proceso de la fe del creyente (entiéndase el concepto de «lo religioso» no como fanatismo obtuso, sino como fuerza dirigida al apego del amor total. La fe, en sus múltiples manifestaciones, coincide con lo poético. De aquí que la fe también contenga lo poético o contenga la poesía como estructura lingüística, y también la ciencia y la filosofía, cuando en su relación dan lugar al pensamiento y la meditación de la vida. Brumas y cielos nublados. Esa oscuridad no es otra cosa que el intenso encuentro de los sucesos que le ocurren al poeta y los muestra en forma de poesía. Aunque su poesía no siempre se muestra con la misma intensidad y verdad.

El discurso del sujeto poético deja entrever un intento por lograr una convivencia mejor entre la simbiosis de lo sentido y lo vivido. Casi como un paralelo de aquel lejano día que se cuenta desde Platón, esa idea posible de contar la historia de «la divergencia entre los dos logos», el poético y el filosófico. El logos filosófico se vive como unidad de pensamiento frente al encanto de la irracionalidad del poema. El filósofo, desde la conciencia y desde el resplandor de la sabiduría, verá con horror «el mundo de apariencias a las que se aferra el poeta.» En el reino de la razón, filosofía y poesía profundizan su enemistad, y no será sino con la crítica y la negación de «la verdad revelada», con el intenso proceso de desconstrucción categorial que se inicia con Nietzsche y Heidegger, y que en Derrida tendrá uno de sus más extremos y extraordinarios avatares, cuando se cierre la divergencia entre los dos logos y la palabra filosófica regrese a su condición primera de palabra poética. En ese regreso a la unidad de los dos logos, la filosofía tomará de la poesía «los lugares del ser por ella señalados», se convierte entonces en reflexión sobre el lenguaje como morada y, en la irradiación misma de los signos, esto deviene en formulación estética, señalamiento de la expresión poética como revelación y ocultación, complejo modo de lo que se viene a llamar la sacralidad del ser: «Dios en forma de un hueso rojo / me habla desde allá / donde el otro que no seré / eleva su cometa en la inmovilidad / de la infancia. / Me habla desde allá / donde el otro que no seré lanza una esfera líquida / hacia atrás / sobre el abecedario / lo más lejos posible de su piel (…) / Quizá su polvo y el mío / sean materia de un mismo principio. / Ahora entiendo lo que decía Dios / en forma de un hueso rojo / al recuerdo y a la duna / el viento demora en deshacerlos» («Espacio en blanco», p. 41-42).

Frente a los poemas de Zamudio resulta muy difícil descartar el concepto de lector a la hora de pensar el fenómeno estético. Sin embargo, conviene entender aquí las lecturas no como algo exterior a la escritura, sino como « el resultado de una alquimia entre lo claro y lo oscuro». Hay entre ese claroscuro una búsqueda que no está sólo en el contenido, abarca también la forma, la de un sentido poético en el que impera la simplicidad simbólica y temática, la pauta en la elaboración técnica de su trabajo, lejana a una confesión meramente de sentimientos y cercana a la irrupción explosiva de una poética que recién se encamina, pero que ahora resulta trabajada con puntilloso rigor, combinando poemas en prosa y poemas breves, que vuelven más interesante el proceso de su lectura, pues obligan al receptor a tratar de indagar más allá de la superficie e ir a ese otro espacio del texto donde toda palabra está cargada de múltiples sentidos. Así, en el universo poético de Zamudio importará menos la experiencia, que el recuerdo de esa experiencia, que el poeta evoca y reescribe a partir de sus lecturas. Aquí, lo que parece fruto de la observación y el recuerdo es, en realidad, reescritura. El poeta pasa a ser un lector de los textos que ve.

En Continuidad de los alfiles, la reminiscencia también representa una búsqueda, donde la evocación se convierte en un refugio para continuar en el ahora. Se percibe, desde lejos, una preocupación fundamental por un discurso poético que quiere empecinarse en recuperar el tema de la imperfección del alma, es decir, que el hombre busca afanosamente completar su deseo sin conseguirlo, en las cosas más nimias y aun en aquellas que definen su espíritu. Este primer poemario de Zamudio es una exploración del lenguaje, de la poesía. Esto se puede entender desde el punto de vista eminentemente lingüístico, hasta las evidentes progresiones retóricas y un dilatado discurso perturbado, nervioso y hasta cierto punto forzando armonías e imágenes. Empero, pienso que existen mitos acerca de lo que debe ser el gusto de la época, cuando desde la provisional preceptiva moderna se impone la casi sagrada obligación de establecer el sujeto poético, la respuesta será que la vanguardia no es el único refugio de la literatura actual.

Finalmente, se escribe para dejar memoria de lo vivido. Las imágenes, las vivencias, los olvidos, los vacíos que aparecen en este texto, tratan de ser testimonio de la maravilla que causa lo nuevo, lo recién recorrido. El poeta siempre está alerta de su entorno, observa con atención el mundo que lo circunda. En la poesía se reproducen estados de ánimo, conexiones anímicas con los espacios, las alucinaciones, las divagaciones, las costumbres. Cada idea, cada ausencia, tienen su propio poema. Buen inicio poético éste de Zamudio. Esperamos más de él.

Juliaca, junio de 2009

15.7.09

WITOLD GOMBROWICZ Y SERGIO PITOL


Escribe: Juan Carlos Gómez

En los años 60 Gombrowicz tenía unos pocos fans en Barcelona: Gabriel Ferrater, Joaquín Jordá, Jorge Herralde, Sergio Pitol…, y es también en los años 60 que nosotros empezamos a tener noticias de Pitol por las cartas que nos escribe Gombrowicz desde Vence buscando desesperadamente un traductor para poner en español el “Diario argentino”.

“En cambio no haces lo que debieras hacer, es decir, mandar un ejemplar de “El casamiento” argentino a Sergio Pitol, México, como te decía en la anterior”.

Por aquel entonces Gombrowicz lo estaba invitado a Pitol a colaborar con la traducción del “Diario argentino”, un collage que arma con fragmentos de los diarios que se refieren con algún detalle a los argentinos y a la Argentina.

“Un día el cartero me entregó una carta procedente de Vence, una población del sur de Francia. La firmaba Witold Gombrowicz. ¿Se trataría, acaso de una broma? Me resultaba difícil creer que fuera auténtica. La mostré a algunos amigos polacos y se quedaron estupefactos. ¡Una carta de Gombrowicz recibida por un joven mexicano residente en Varsovia! ¡Qué exceso, qué anomalía! Yo asentía y me regocijaba. ‘Como todo en la vida de Gombrowicz’, me decía. En la carta me explicaba que alguien había puesto en sus manos la traducción al español de ‘Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, y que le había parecido satisfactoria. Tanto, que me invitaba a colaborar con él en la traducción de su Diario argentino…”.

Podríamos decir que el mote de Niño Ruso se lo puso el propio Pitol en la infancia, y se lo puso con mucho gusto.

“El Viaje” es un libro mozartiano en el que se cruzan con inteligencia el drama, el humor y la belleza. Lo tuve que leer de apuro cuando el Niño Ruso se vino a Buenos Aires para presentarlo pues formaba parte de una trilogía dedicada que me había mandado desde México y que yo me resistía a leer como gato panza arriba.

En “El Viaje” Billy Sully le pregunta a Sergio cómo se llama: —Iván; —¿Iván qué?; —Iván, niño ruso.

“Los problemas de mitomanía me duraron unos cuantos años, como defensa ante el mundo […] La única excepción fue la de mi identificación con Iván, niño ruso, que aún a veces me parece auténtica verdad”.

El Niño Ruso fue el único escritor que se interesó verdaderamente por las cartas que Gombrowicz le había escrito a Flor de Quilombo y que yo mandaba a los escritores gombrowiczidas. Los comentarios que me hacía sobre esta correspondencia eran amenísimos e inteligentes.

“¿Cuál era la verdadera relación entre Gombrowicz y Flor? En una carta que me enviaste, de las que Gombrowicz le escribió a Flor, parecería que Flor, cuando conoció al polaco, se le acercó demasiado físicamente, y el escritor no le correspondió explicándole que una aventura sexual no le interesaba porque eso arruinaría una amistad. Pero estas cartas últimas parecen matrimoniales. Y tú lo sabías, por eso lo incitaste a proponerle una vida en común con Flor”.

Estaba dándole vueltas a la cabeza a ver cómo podía atacar la actitud bondadosa y patriarcal del Niño Ruso.

“En tu excelente ‘Diario de Escudillers’ escribís sobre tu llegada a Barcelona empezando el 22 de junio de 1969 y terminando el 27 de septiembre […]”.

¿Recordás que entre esas dos fechas, el 24 de julio más precisamente, se murió Gombrowicz en Vence, ¿por qué no escribiste sobre Gombrowicz si había muerto en el tiempo de tu diario barcelonés?”.

Sin perder ni un poco de su calma y de su aplomo habituales me escribió una carta bondadosa y atinada.

“Siento algo de inquisidor en tus preguntas. ¿Por qué no mencioné la muerte de Gombrowicz en mi diario de Escudillers? Tal vez no lo supe entonces. En España fuera de un puñado de intelectuales nadie sabía de la existencia de él. Y la muerte de alguien que no existe en mi entorno más íntimo me parece natural, es el ritmo final de la comedia humana, y está muy cerca de nuestras raíces mexicanas. Me parece que el único autor cuya muerte me dolió fue la de Thomas Mann, cuando era yo muy joven”.

Desde el mismo comienzo de nuestra relación el Niño Ruso me alentó a que me pusiera en contacto con el Pato Criollo si es que quería llevar a buen puerto mis empresas literarias.

“Me parece bien que hayas acudido a Aira, hay conexiones con Gombrowicz en su excentricidad, en su libertad, en muchas cosas. No son iguales, claro, nadie lo es […]”.

“Yo lamento la ausencia de los conocimientos filosóficos que tan bien maneja Aira y que le dan un peso especial a sus novelas, como ‘Cumpleaños’. Aira es el más importante y radical de los nuevos autores latinoamericanos y a mí, que estoy en el umbral de los setenta años, leerlo me da una gran sensación de libertad”.

El Niño Ruso tiene ideas un poco diferentes de las mías respecto a la Vaca Sagrada y me lo hace saber muy amablemente.

“Me permito decirte que hay algo que no me gusta de tus cartas, la manera como te expresas al tocar a Rita Gombrowicz. Fue su compañera, su enfermera, su lazo con el mundo y con la vida en los últimos años. Él la eligió. Aún ahora continúa trabajando para que la obra de Gombrowicz no se pierda. Si también tiene ganancias de esa obra, eso es lo que menos debe contar […]”.

“Y si declara que tenía relaciones con otros, es explicable, por las discordancias de edades, por la enfermedad y por las características difíciles de Gombrowicz en cuanto al sexo. Y, sobre todo, porque los años sesenta en Europa y creo que en todo el mundo, fueron absolutamente disolutos, libertarios, anárquicos, cargados de una intensidad erótica soberbia, y un acto sexual no tenía la más mínima trascendencia. Era como tomar un vaso de agua”.

Y tampoco nos ponemos de acuerdo sobre mi ruptura con Gombrowicz, el Niño Ruso considera que el dolor de Gombrowicz pesaba más que el mío cuando dejamos de escribirnos.

“Es bueno haber leído a los dos protagonistas. Desde el inicio sentí que la ruptura sería el destino de esa amistad; era necesario Buenos Aires y el grupo de amigos, y el Rex y todo un mundo físico donde se oyeran las voces para que la amistad viviera […]”.

“La dura ruptura con Gombrowicz, me parece, se debe a una falta de captación de tu parte sobre las condiciones del polaco. Estaba muy enfermo y aturdido, y al parecer tú no se lo creías. También, el hecho de que se radicara en Europa y decidiera no regresar a la Argentina tuvo repercusiones en ti desesperadas […]”.

“Soy afecto de las Gombrowiczidas, personaje algunas veces y también crítico de tu incomprensión del Gombrowicz de Vence, famoso, deprimido, enfermo, lejos de Polonia y Argentina. Lo conociste de una manera radiante y no le perdonaste, ni aún lo haces, que no fuera siempre así. El derrumbe de la amistad tenía que suceder. Fue amargo y cruel porque le exigiste lo imposible. Eres fenomenal cuando escribes sobre Gombrowicz y la literatura y la excentricidad de ese hombre único que de repente llegó a Buenos Aires para vivir largos años. Me encantó lo que escribiste últimamente sobre la pasión por Thomas Mann”.

A menudo pensamos que si no lo hubiera hecho uno lo hubiera hecho otro, y esto sobre asuntos que han tenido alguna importancia para los hombres.

Hay muestras de todo color en las historias de la ciencia y del arte para ilustrar esta cuestión, siendo una de las más señaladas la del cálculo infinitesimal, cuyo invento unos atribuyen al inglés Newton y otros a Leibiniz, el alemán.

Los gombrowiczidas hispanohablantes bien sabemos que el primero que puso en español una obra de Gombrowicz fue Gombrowicz mismo, con la colaboración legendaria del comité de traducción del café Rex que lo ayudó a trasladar a nuestro idioma el inmarcesible “Ferdydurke”.

Sin embargo, hay que decirlo, existe otro gombrowiczida que compite con el mismísimo Gombrowicz en esta empresa: el Niño Ruso, un mexicano que vivía en Barcelona cuando fue invitado a traducir el “Diario argentino” y que trasladó del polaco al español buena parte de su obra.

“La vida lo dotó con un destino absolutamente ideal para perseverar en esa condición de inconforme, para afinar su personaje, volverlo extraordinario y aprovechar esa antipatía o desprecio hacia el mundo convencional, predeciblemente obtuso y correcto, para combatirlo y buscar lo nuevo, lo auténtico, lo joven, lo real: ésa fue su vocación, y al seguirla coherentemente, la convirtió en su gran triunfo […]”.

“Me interesa esa opinión de Gombrowicz sobre su libro inicial, reeditado muchos años después con el título de Bakakay, porque a mi juicio es uno de los tres libros que resistirán el cruel paso del tiempo al que toda obra está sujeta, y formarán parte de la pequeña lista de clásicos que cada siglo salva. Los otros son Ferdydurke, y sobre todo, el prodigioso Diario que comenzó a escribir en Buenos Aires […]”.

“Quienes habían zaherido al joven narrador por su supuesta inmadurez literaria encontraron en ese libro una respuesta contundente. Ferdydurke es la novela de la inmadurez. En ella todo lo que parecía seguro, firme, respetable en el mundo de los hombres es barrido a golpes, resquebrajado, ridiculizado, hasta terminar siendo risible, grotesco, lamentable, y el fenómeno desacralizador que logra esos resultados es precisamente la inmadurez, la energía de los que se resisten a crecer, el golpe que lo inferior asesta a lo superior, el triunfo de lo vulgar, la subcultura y la impureza sobre la exquisitez, la cultura y la pureza […]”.

“Gombrowicz no es un autor fantástico sino un realista radical; él lo sostuvo toda su vida. Un hiperrealista que se propone corroer todo lo que es falso en el mundo de los hombres para llegar, después de traspasar capas y capas de construcciones culturales falsas y obsoletas, hasta lo real, es decir, lo verdaderamente humano […]”.

El Niño Ruso es un hombre digno de ser querido, amable, cordial, afectuoso, que maneja de una manera discretísima su carácter mundano y sus conocimientos, que me trató siempre con una bondad increíble, que trató de encarrilarme pero con el que no siempre me pongo de acuerdo.

No nos pusimos de acuerdo, por ejemplo, en qué cosa era La Fragata. Una tarde de Buenos Aires en el Hotel Crillón le digo al Niño Ruso: —Sí, fue terrible para mí, su “acaso era posible prolongar indefinidamente ese jueguito nuestro en la Fragata?”, me envenenó; —Pero, ¿por qué?; —Y, bueno, imaginate, las conversaciones que yo tenía con él en la Fragata eran todo para mí; —Pero, ¿cómo, la Fragata no era una señora que ustedes se disputaban?; —No, hombre, no, era junto al Rex el lugar donde se había desarrollado nuestra amistad; —Mira, hasta hoy pensé que era una señora.

12.7.09

“SPARAGMOS” DE MAURIZIO MEDO POR RICARDO GONZÁLEZ VIGIL


SPARAGMOS DE MAURIZIO MEDO. CUERPO DESPEDAZADO

Escribe Ricardo González Vigil

“Limbo para Sofía” (2002) nos mostró a un Maurizio Medo (Lima, 1965) en plena madurez artística. Delataba un vuelo creador ambicioso, tanto en la compleja reelaboración del lenguaje y los recursos retóricos de la tradición poética, como en la solvencia con que articulaba un libro orgánico.

Luego nos entregó una serie de breves poemarios haciendo más nítida su audacia creadora. Su aventura verbal ha despertado el entusiasmo de reconocidos poetas hispanoamericanos, entre ellos Eduardo Milán, quien lo ha incluido en su importante, a la par que provocadora, antología “Pulir huesos / Veintitrés poetas latinoamericanos 1950-1965” (editada por el prestigioso sello Galaxia Gutenberg); y ha opinado sobre “Manicomio” lo siguiente: “Una impresión de irrealidad campea a ventana cerrada y a focos encendidos —el lenguaje es violento, más que expresivo, expresionista, en continuo estado de grito, de fricativas chirriantes— [...] es la penúltima, no la última poesía peruana. No conozco un caso de la última poesía peruana cuyo lenguaje registre esta fuerza”.

Valga la aclaración: en la última poesía peruana tenemos la fuerza explosiva, expresionista, de César Gutiérrez, ya actuante en “La caída del equilibrista” (1997) e intergenéricamente incontenible en el poema-novela “Bombardero” (2008). Menos dinamitero, pero intensamente innovador, resulta también el lenguaje poético de José Carlos Yrigoyen. De hecho, la poesía peruana de los últimos veinte años ha presenciado el logro de monumentos mayúsculos a cargo de voces de diversas generaciones: Carlos Germán Belli y los mil versos de “¡Salve, Spes!”, Walter Curnosisy y el conjunto poliédrico “Rehenes del tiempo”, Verástegui y su “Ética”, y, en la misma hornada que Medo, Mariela Dreyfus y “Pez”.

Medo ha trans-escrito los textos editados después de “Limbo para Sofía” y agregando otras secciones ha articulado las 362 páginas de “Sparagmos”. En el trasfondo, reelabora el sacrificio de Jesucristo, “devorado” en el rito eucarístico, aunque la versión de Medo no es salvífica ni celestial, sino infernal. En otro plano, remite al mito griego de Orfeo (arquetipo del poeta) despedazado por las bacantes. Además, la inmolación del autor y de la palabra dialoga con las exploraciones de Huidobro en “Altazor” y de Eielson en “Poesía escrita”.

ARGUMENTO

Libro de poemas de sólida arquitectura, compuesto por “capítulos” o “actos”, en el sentido teatral. En su primera parte, aborda el cuerpo; en la segunda, el lenguaje se impregna de trance extático y desencadena el desmembramiento del cuerpo; y en la tercera asistimos a “El cuerpo muerto del autor”: el cuerpo del autor es devorado, lo que se ve simbolizado por la reescritura que hacen de sus textos los poetas Zurita, Santiváñez, Mazzotti, Hernández Montecinos, etc.

*Tomado del diario El Comercio.

SOBRE “EL HUÉRFANO ILUSTRE”, UNA NOVELA DE JAIME CORREAS


El huérfano ilustre, una novela de Jaime Correas revela los pormenores de los sonetos apócrifos de Jorge Luis Borges.

La leyenda, publicada por Anamagra, es la atracción de la Feria del Libro de Bogotá. El Festival Malpensaste ofrecerá una recepción en el Salón Terciopelo de El Panóptico donde llevarán la palabra la totalidad de los sobrevivientes de la sangrienta historia, menos uno, que ha inhibido la evocación de su nombre.

El que está perdido colabora en su perdición. En la primavera de 1898 un pelotón de granaderos fusiló en un pueblito de los Andes argentinos, a Tom Castro, embustero que procuraba ser el retoño extraviado de una rica heredera, quien de tanto desear recuperarlo nunca notó que el tramposo era distinto, por dentro y por fuera, a su hijo. La patraña teje un artículo de Thomas Seccombe (1866-1923), profesor de historia de la Universidad de Londres, en la onceava edición de la Encyclopaedia Britannica y de allí pasó a Historia Universal de la Infamia de Jorge Luis Borges.

La historia se repite como comedia o como tragedia: un despacho de la agencia Efe sobre una novela mendocina da cuenta de ello.

La aventura de los poemas que engañifa Jaime Correas comienza en New York el 16 de Diciembre de 1983, a media tarde, cuando Emir Rodriguez Monegal y Roberto Piccioto dejan a JLB en el portal del 170E 84th Street, donde HAT, que deseaba concluir una conversación iniciada en Madrid, hacía casi un lustro, en torno a un proemio que había colocado a uno de sus libros de poemas atribuyéndolo a JLB. HAT reveló a JLB la confección de su centón introductorio a partir de las propias frases del suplantado y tal fue la sintonía que Georgie le obsequió con cinco sonetos sin terminar, arrancados de su poderosa memoria, para que algún día “escribiera una historia que le hiciera rico, si mi gloria durase hasta entonces” y “María te lo permite”, según dijo al colombiano. Los únicos testigos oculares de estos hechos son un venezolano y una divina argentina que por casualidad se encontraron con HAT, al cruzar Lexington Avenue a la altura de la calle 86 frente a los almacenes Macy’s.

Doce años después, en la sauna de un hotel pekinés, HAT redactaría la ficción que le hubiese favorecido, si un político, asesinado en las calles de Medellin el 27 de Agosto de 1987, no hubiese llevado en el bolso de su sayuela uno de los versos del gaucho, instalado allí por la mano de su verdugo, que así cumplía los deseos de Clemencia Boneta, postrera prometida del letal Fidel Castaño Gil, alias La Misericorde. Nadie sabe para quién trabaja, dijo Castaño cuando Correas le preguntó, en la Hacienda Las Tangas, por el poema, mientras Jesús Ignacio Roldán Pérez, declamador y parricida, alias Mono de leche, criado a punta de sonetos, desgranaba sobras de otro:

No recibió la herencia del cuchillo
y con la droga reemplazó al coraje.
Se enroló en el moderno malevaje
de inconscientes con dedo en el gatillo.
Es la historia de siempre, se me antoja.
Que al que cruza el destino con luz roja,
no le falta quien le haga la boleta.

Hoy sabemos, por Correas, cómo llegó el poema al bolsillo del interfecto y cómo había llegado a manos del fundador de las AUC: su amante obtuvo del mismísimo HAT un plagio del cuadernillo impreso por don Ernesto Vigora del Taller de Marquetería con una nota y en la tapa los concisos JFILB/5/ Podenco/1986.

Sin duda varios de los entresijos que desenreda Correas en su novela son fascinantes. Uno de ellos recorre los asaltos, numerosos, de constipación padecidos por la congoja del célebre abandonado ante la imposibilidad de hallar salida al asunto de los sonetos, sin tener que recurrir a los prefabricados de HAT, a quien con razón, por cuestiones más de clase que de educación, consideró siempre un ser inferior, indigno de los parias de Vargas Vila. Otro, quizás el más verosímil, reconstruye el encuentro en una zapatería de tango de El Abasto porteño entre el actor italiano Horacio Romairone y Jorge Valderrama Restrepo, su viejo amigo colombiano de los días de Paris, el 8 de Setiembre de 1985, cuando Borges, aun estando indispuesto, y haciendo honor a la promesa de recibirles, les dejó copiar, directamente de su memoria, las versiones finales que se publicarían en Bogotá de los poemas neoyorkinos.

El resto c’est literature. Harold Alvarado Tenorio, es verdad, y lo demuestra Correas, no sobrevivirá como enredador; no da para tanto. Pero como María Kodama, alcanzó a vivir en carne propia las iluminaciones de esa confluencia de Buda y Homero que no volverá a repetirse sino al final de los tiempos. Abad Faciolince, concluye Correas, apenas fue su copista.

D. B. from The Borges Center at Bergen.

9.7.09

CÉSAR HILDEBRANDT: DANTE EN LOS SUBURBIOS (HOMENAJE A ENRIQUE CONGRAINS MARTÍN)


DANTE EN LOS SUBURBIOS

Escribe César Hildebrandt

Se ha muerto Enrique Congrains, el Dante que nos llevó a conocer los arrabales a los muchachos que estábamos seguros de que Lima no tenía marujas ni infiernos, el De Sicca del realismo urbano que nos paseó por los parajes negados y que hizo por el descubrimiento de la ciudad lo que Alegría y Arguedas habían hecho por el descubrimiento del mundo andino.

La cruel descripción que de él hizo Vargas Llosa en su autobiografía precoz la devolvió Congrains diciéndole a todo el mundo, la última vez que estuvo en Lima, que para él quien mejor escribía en el Perú era Gregorio Martínez.

Vargas Llosa lo pintó, con cuatro crayolazos maestros, como un fenicio chiflado que lo mismo podía vender pulidores de ollas que novelas y que escribió desde los cuentos de “Lima, hora cero” hasta la novela breve “No una sino muchas muertes” con el único propósito de ir de puerta en puerta ofreciendo su mercadería textual al contado o en cómodas cuotas mensuales.

La verdad es que Congrains nunca fue un escritor al que le sobraran brillos y también es verdad que su asilo en el realismo seco y duro parecía más una coartada que un modo de entender la literatura. Y es que el realismo tiene que ser el de un Dos Passos o el de un Solztjenitzin —realismo-río, plenitud mediocre, laborioso retrato de penurias— para llegar a ser arte. Y lo de Congrains tenía enormes méritos pero como que dejaba ver costuras, propósitos de conmover, trucos dramáticos.

También es cierto que nuestra crítica oficial fue siempre roñosa con Congrains. Pero eso no es de sorprender. Con la excepción del Oviedo original y del González Vigil de siempre, ¿de qué crítica podemos hablar que no sea esa que Clemente Palma podría reclamar como suya?

Como los críticos con diplomas lo ignoraron, Congrains se reafirmó desapareciendo. Y un día partió míticamente a Venezuela, donde hizo negocios inverosímiles que terminaban tas con tas con el fracaso, y otro día acoderó en Cochabamba, donde escribió sus dos últimos y olvidables libros. La última vez que estuvo en Lima, hace dos años, un sector de escritores reconoció su deuda con él y la saldó con algunas semblanzas y uno que otro ágape más bien chifoso. Las “autoridades” brillaron gracias a su ausencia.

Congrains tuvo el mérito de descubrirnos, proféticamente, el infierno de Lima. Necesitaríamos cien Congrains para novelar la pesadilla que es Lima hoy. Porque si los críticos jamás homenajearon a Congrains, quien le rindió culto y tributo fue Lima, que cada año se pareció más a sus libros y que hoy es como el borrador del libro crispado que Congrains debió escribir.

En todo caso, prefiero, como lector, a Congrains y su rudeza de arenal y estera que a los escritorcitos ovejados (meeeeeeeeee) que hacen todo lo posible por seguirle la corriente a los que cortan el jamón. El jamón serrano, claro está. Porque hablamos de una promoción de evasores que el viejo Lara y sus pandillas han domesticado desde el Planeta del entretenimiento. Porque para Lara todos los libros debían ser para el bolsillo. Y Planeta jamás hubiera editado a Congrains.

*Tomado del diario La Pr1mera.

DELIRÍUM ESTÉTICUS: MURIÓ EN EL CORAZÓN DE JULIACA, VICENTE BENAVENTE


Escribe Fernando Chuquipiunta Machaca

Lamentable noticia la que me he llevado desde hace pocos días atrás de la muerte del poeta Fermín Vicente Benavente Calla (Juliaca 1926-2009). No lo conocí muy personalmente pero conocí su poesía a través del volumen antológico de sus poemas: El mensaje de Vicente Benavente en el corazón del viento, publicado por el escritor tacneño Walter Bedregal Paz. Su muerte se ocasionó a raíz de un delicado estado de salud que lo venía aquejando en los últimos años y del cual muy pocos allegados sabían.

Cabria además decir, que Fermín Vicente Benavente Calla, publicó los siguientes libros: “Julia”, “Vientos de Amor”, “Mural de Latidos”, “Cantos Encendidos”. Éste último es, quizás, uno de sus libros más conocidos. Fue publicado por la editorial pregón calcetero y tuvo una gran acogida en Puno.

Con la muerte de Fermín Vicente Benavente Calla, nuestra literatura puneña pierde a uno de sus mejores representantes emblemáticos, sobre todo en la senda poética. Porque Vicente Benavente Calla, hombre de gran cepa, que en el desarrollo de su ejercicio literario estuvo inmerso en la cultura andina, cuando solía fantasear gustaba trasladarse a otras esferas, a otras latitudes, a otros seres, a otra realidad.

De igual modo, su pluma fue suficientemente fructífera, es por esa razón, que escribía con una interesante mezcla cultural y luego se conjugó para formar los referentes de una poesía en la que la naturaleza tiene un papel fundamental en permanente referencia a lo más esencial. Su desaparición física no anula su obra que, por supuesto, se encuentra ya en un púlpito de largo alcance milenario.

Por ello, Vicente Benavente Calla creía saber que es necesario identificarse con el pueblo y con el arraigo del Ande, donde, valgan verdades, demostró su grandioso talento y su profundo amor por la tierra que le vio nacer.

WITOLD GOMBROWICZ Y LA INMADUREZ


Escribe Juan Carlos Gómez

Para analizar unas cartas recientes del Esquizoide y del Benevolente utilicé el algoritmo del mínimo común múltiplo, un algoritmo que arrojó como resultado el tema de la inmadurez.

El Esquizoide recorta el tema de la inmadurez en medio de observaciones secas y amargas que me hace sobre el guión de “Gombrowicz o la seducción”, sobre el “Diario” de Gombrowicz y sobre la Vaca Sagrada.

“[…] Cabe señalar que nunca me importó un bledo acercarme a Vaca Sagrada alguna, jamás me preocupó apoyarme en figuras estelares para dar brillo a mi propia estrella, tengo muchos defectos pero no soy cholulo ni mitómano, más bien le huyo a esas desgracias proyectivas. De modo, mi viejo, que estás equivocado. Lo de la inferioridad, la juventud y todo el resto, daría mucho que hablar y no tengo ni el espacio ni las ganas de hacerlo […]”.

El Benevolente también recorta el tema de la inmadurez pero en medio de observaciones amables que me hace sobre el mundo fatuo de la literatura en el que yo entro con mi pala dialéctica para sacar del medio mucha basura, pala en la que Gombrowicz no aparece como un Sumo Pontífice sino como un factor desencadenante, como el ojo de la tormenta.

“[…] No digo que no aparezcan también cuestiones que van más allá de un espontáneo movimiento higienizador ni tampoco que no sean interesantes; la última que leo, el trasegado tema de la inmadurez y la madurez: habrá que respetar la idea de Gombrowicz al respecto pero me parece que es una idea de observador, no de sufridor; en otras palabras, moraliza cuando el tema da también para cierto faustismo. En otras palabras, no es sólo que ‘los jóvenes’ deseen dejar de serlo o que los adultos los miren con reprimida envidia o voluntad reeducadora sino también, dicho con toda prudencia, que en todo ser humano hay un sentimiento de pérdida […] y un complejo fáustico, saber que no hay caso y, sin embargo… ¿Lo habría asumido Witold Gombrowicz? […]”.

Para llenar el vacío que deja el Esquizoide negándose a hablar del tema de la inmadurez y para no darle la razón a la concepción fáustica del Benevolente vamos a decir algunas palabras sobre las ideas que tenía Gombrowicz sobre la inmadurez y sobre la forma.

Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo, el bien y el mal… Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo que apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas.

Echa mano a varios recursos para malograr el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan generalmente en comportamientos quebrados y fracasados. No se propone construir una moral nueva, le da una buena paliza a la que ya tenemos para que se aligere y se ponga a andar, para entretenerse con él mismo y para que nosotros nos entretengamos con él. Las ideas de la forma y de la inmadurez emprenden la marcha por dos caminos distintos, el de la conciencia y el del pensamiento, y es este tránsito doble de los dos universos opuestos el que convierte su línea binaria de pensamiento en una actitud fundamental.

A Gombrowicz se le ocurrió que la única arma de la que disponía para convertirse en un fenómeno de pleno derecho en la cultura consistía en no ocultar su inmadurez, al contrario, tenía que confesarla.

Con esta confesión podía tomar distancia de su inmadurez y de la cultura. Si Gombrowicz hubiera entrado en la cultura como un campesino polaco libertario absoluto los expertos lo habrían ubicado inmediatamente en el casillero de los autores destacados del primitivismo en estado puro y el problema quedaba resuelto, pero no fue así, Gombrowicz entró a la cultura de otra manera y lo más que se atrevieron los especialistas franceses fue a clasificarlo entre los anarcoexistencialistas.

Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir, entonces, que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir.

Escribiendo, poco a poco, esa visión del mundo se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión.

La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio.

Esto ocurre así cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad y que, a juicio de Gombrowicz, nos deforman.

Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas…

Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.

Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la adolescencia por la inmadurez y la madurez.

Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros. Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes, es el sueño del doctor Fausto, es el sueño fáustico. Pero, este sueño no era el sueño de Gombrowicz, es un sueño que él no podía tener.

El personaje más poderoso de Fausto es Mefistófeles, es el único que está por encima de Fausto, y Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud: la que le resulta de su crecimiento natural y la de su pacto con el diablo. El sueño de Fausto es volver a ser joven, puede ver a su juventud desde afuera, por eso su sueño es una añoranza. En cambio, es difícil saber cuál es el personaje más poderoso de esa obra titulada Witold Gombrowicz. Por encima de él no está ni siquiera Dios porque no cree en él, y no tiene sentido decir que Gombrowicz está por encima de Gombrowicz.

Digamos que Gombrowicz atraviesa toda su vida, desde la niñez hasta la vejez, con una inteligencia y una conciencia agudísimas, y esa inteligencia y esa conciencia tan perfiladas fueron formando un personaje que se puso por encima de todo lo demás, es el personaje más poderoso de esa obra llamada Witold Gombrowicz.

Gombrowicz no es un hombre que haya pasado por su juventud, se quedó en ella, se quedó en su inmadurez a pesar de su degradación biológica. La inteligencia y la conciencia profundas son su madurez encarnadas en un ser inmaduro que no logra ponerse a su altura, nunca se volvió maduro, se volvió viejo, un viejo inmaduro.

Fausto le vende el alma al diablo para volverse joven; Gombrowicz le vende el alma a esa conciencia agudísima para volverse maduro. Fausto es un hombre que pasa dos veces por la juventud y por eso puede añorarla; Gombrowicz no logra salir de su juventud, hace el simulacro de que se convierte en maduro en su obra pero es sólo una ilusión que utiliza para ponerse fuera de su inmadurez. Todo esto resulta ser una quimera, él no puede añorar su juventud pues permanece dentro de ella.

Los sueños de Fausto y de Gombrowicz son muy distintos aunque ambos sueñan con la juventud, uno para añorarla y otro por temor a perderla.

Si fuera necesario agregar algo más sobre la presencia permanente de la inmadurez en la vida y en la obra de Gombrowicz recordemos como termina dos de sus novelas, la primera y la última. Siendo la seriedad un atributo de la madurez y la falta de seriedad de la inmadurez hay que decir que las termina de una manera poco seria, insubstancial, trivial. Ferdydurke es una obra en la que Gombrowicz se rebela contra lo perfecto y contra la cultura entablando una lucha consciente para dominar sus impulsos inmaduros. Pugna como la crisálida, quiere convertirse en una mariposa para buscar una forma que lo ponga en el camino de la madurez pues las manifestaciones de la cultura y de las ideas, paradójicamente, lo ponen en el camino de la inmadurez. Es una comedia dramática caracterizada por el fracaso de los ideales y del amor, pero este fracaso culmina en una chanza: “Punto y coma el que lo leyó se embroma”.

Y Cosmos es su obra más grande, trágica y tan negra que la muerte le empieza a golpear la puerta. Como un cíclope medio ciego está combatiendo con las antesalas de la realidad, una realidad que es atacada por una forma que la fragmenta y la debilita pero que, finalmente, sucumbe ante ella. Gombrowicz no podía consagrar por mucho tiempo ninguna situación dramática, así que tampoco podía presentarse ante los lectores como un hombre trágico. Tomado por sus impulsos inferiores también termina esta novela en forma ligera: "Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno”.

La atracción fatal que tenía para Gombrowicz el mundo de la inmadurez tiene origen en un doble mundo que nunca perdió ni quiso perder. La inmadurez fue el salvoconducto que le permitía entrar en el campo del enemigo cuando iba de la clase social a la intelligentsia, y viceversa.

Quien conozca bien sus obras podrá descubrir también como una inmadurez premeditada es la llave que utiliza para componer literariamente los pasajes de situaciones contradictorias, de lo que se sigue que su inmadurez no era tan inmadura que digamos.

“Ferdydurke es la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a esos dos mundos, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos”.

Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en “Ferdydurke” ve en el pasado, la extinción de su familia de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice.

“Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia.

De los fondos de una gigantesca cloaca provienen la substancia y el alimento para el desarrollo de todos los valores y de toda la cultura. El complejo de formas de segundo orden encadenado a nuestra inmadurez está incorporado a nuestra vida como un viejo hábito.

La envoltura de las formas maduras y convencionales le rinde homenaje a los valores elevados y sublimados mientras nuestra vida esencial se desarrolla en una esfera familiar y sucia, con ligereza y libre de sanciones. Su energía emocional es cien veces más pujante que la de aquella otra en la que se tejen las telas de las convenciones, una esfera detestable y vergonzante en la que prospera una vida exuberante y lujuriosa.

Gombrowicz pone en entredicho la posición aislada y privilegiada atribuida a los fenómenos psíquicos destruyendo el mito de su divinización, y pone al descubierto una genealogía zoológica escabrosa y poco reluciente que repudia toda vanidad. Descubre una naturaleza común entre las esferas de la cultura y de las subculturas y vislumbra en la región de la inmadurez el modelo y el prototipo del valor en general, y en el mecanismo de su funcionamiento la llave para la comprensión de la maquinaria de la cultura. En el salón que da a la calle todo obedece a lo que es conveniente, pero en la cocina de atrás de nuestro yo se practica la economía de la peor de las conductas. Gombrowicz domina esta maquinaria psíquica ridícula y caricaturesca al punto de llevarla a una zona de cortocircuitos violentos y de explosiones que condensan en forma grotesca.

8.7.09

NO UNA, SINO MUCHAS MUERTES: UN MERECIDO ADIOS A ENRIQUE CONGRAINS MARTÍN

Enrique Congrains Martín (1932-2009)
Por José Córdova

La primera vez que leí a Enrique Congrains fue a mitad del colegio, cuando en el curso de Lenguaje y Literatura hallé su cuento —clásico e inolvidable en nuestras letras— El niño de Junto al cielo. Claro, en ese tiempo, el efecto que me causó al principio fue lo anecdótico, jugó más la historia del personaje: Esteban, un pequeño inmigrante que proveniente de Tarma, terminó viviendo en un cerro, es decir, un pueblo joven de Lima (en El agustino).

Pero la historia iba mucho más allá de lo contado. Y todo ello lo fui descubriendo a medida que pude conseguir dos de sus primeras obras: el libro de cuentos Lima, hora cero, y la novela, No una, sino muchas muertes, ambas editadas en la desaparecida editorial Populibros peruanos.

Las dos obras retratan los avatares de esa Lima descubierta y nombrada irónicamente en El niño de Junto al cielo como “La bestia con un millón de cabezas” (y que 50 años más tarde ha aumentado a ocho millones de cabezas, y algo más) volviéndose más “horrible” que la Lima de Augusto Salazar Bondy; ya que por ese entonces se encontraba en plena y caótica expansión debido a las grandes olas de inmigrantes provenientes de todas partes del país, tras la conquista de una ciudadanía esquiva desde los inicios de la República, o mejor dicho, tras la nueva “conquista del Perú”.

Y, además, de todos aquellos testimonios de una época de cambios que comenzaron a darle otro rostro al país (el que también fue plasmado por las geniales plumas de Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, Carlos Eduardo Zavaleta, entre otros), Lima era descrita o mejor dicho, cuestionada desde todo punto de vista: sus habitantes “criollos” indiferentes, abusivos, malvados, explotadores, que junto a la ironía de los desposeídos que persiguían el sueño de tener un lugar donde vivir, hacían de esta “bestia” un paisaje literario lleno de retratos de dramas y tristezas, de crueles desengaños (como en Lima, hora cero por ejemplo), y cuya entropía nunca le ha permitido —ni permitirá— ver, más allá de sus propias narices, lo que sucede con lo más distante del Perú (sino, veamos lo de Bagua por ejemplo).

Es así que quizá la única vez que “la capital” volteó la cabeza para ver lo que había en su periferia cercana (y un poquito más allá) fue cuando el conflicto “interno” llegó hasta (su) la cabeza, y se dio cuenta que estos inmigrantes soñadores estaban tan cerca y tan lejos de sus aspiraciones que la convirtió en “chicha”, para luego volver nuevamente a enterrarla (misma avestruz) con la satisfacción de que esa migración por fin se ha convertido en la representación de “lo peruano”, (por ello hoy en día es denominada como clase provinciana emergente).

Nunca ha habido una, sino muchas muertes. Es cierto. Sobre todo, cada vez que muere un escritor nuestro. Y quizá nunca terminemos de reflexionar sobre el significado de sus vidas, pero quizá también, esto sirva para darnos cuenta de lo necesarios que han sido, y de lo importante que seguirán siendo en nuestras vidas, todo el legado que nos van dejando.

Enrique Congrains Martín (1932-2009).

A continuación transcribo el colofón de la contratapa de su novela No una, sino muchas muertes, sólo para que se sepa lo importante que siempre ha sido Congrains en y para nuestra literatura:


En 1954 un joven de apenas veintidós años, que acababa de aparecer en las letras peruanas con algunos cuentos, publicó su primer libro: “Lima, hora cero”. Este muchacho, Enrique Congrains Martín, aun inexperto en el manejo del idioma pero dueño de un poder de observación de la realidad y de una inteligencia capaz de interpretar los hechos en forma literaria, concitó la admiración de los medios intelectuales. Su personalidad era, además, singular. Antes de ser escritor, había sido inventor, pequeño industrial, vendedor de objetos domésticos, y esa habilidad comercial la puso al servicio de su producción narrativa siendo así escritor, editor y vendedor al mismo tiempo, y convirtiéndose en agente de otros escritores.

Su segundo libro, “Kikuyo”, fue también recibido con elogios. Inquieto, Congrains salió entonces al extranjero: recorrió Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Centroamérica, México, como vendedor de los libros que editaba. En el exterior redactó su novela “No una, sino muchas muertes”, que ahora Populibros incluye en esta serie como expresión de la literatura realista que prospera en el país, no porque ella halague con referencias a temas escabrosos, sino porque pinta con fuerza y profundidad un medio en que miseria y ternura se alternan al modo de un contrapunto acertadamente conducido por una siempre afortunada calidad narrativa. Dementes, muchachos violentos, pequeños y grandes explotadores, ansiedad y pureza en una palabra, son materia en “No una, sino muchas muertes” de una verdadera poetización.

A propósito de la reciente novela de Mario Vargas Llosa premiada en Europa, Mario Castro Arenas ha proclamado la superioridad de ésta de Congrains: es “la más valiosa novela de los narradores peruanos jóvenes”, dijo. Y añadió el citado crítico: “Congrains logró una atmósfera, una cierta fuerza narrativa para incorporar a su citada novela el aire infecto de la barriada, el aroma de abyección que, por igual, corroe en las zonas marginales a humanos y objetos materiales, a todo ese vasto mundo heteróclito que desfallece, agoniza, muere, entre túmulos humeantes de basura y tiznadas casuchas de esteras”.

7.7.09

ECUADOR DE LUTO: MUERE ESCRITOR JORGE ENRIQUE ADOUM


Considerado como el intelectual más importante y uno de los escritores contemporáneos más grandes de Ecuador, tanto por su obra literaria como por su antropológica, Jorge Enrique Adoum murió a los 84 años, falleció la madrugada del 3 de julio víctima de un paro cardiorespiratorio. Sus restos convertidos en cenizas, fueron enterrados este domingo en una vasija de barro al lado del pintor Oswaldo Guayasamín, otro grande del arte ecuatoriano, cumpliendo así, su último deseo.

En su trayectoria literaria obtuvo el Premio Casa de las Américas, de Cuba, el Premio Xavier Vallaurrutia de México y estaba nominado para el Premio Cervantes 2009. También recibió el Premio Nacional de Poesía de Ecuador y el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, considerado la más alta presea cultural del gobierno ecuatoriano.

Entre sus obras destacan la novela “Entre Marx y una mujer desnuda”, las obras teatrales “El sol bajo las patas de los caballos” y “La subida a los infiernos” y más de veinte publicaciones entre las que constan “El amor desenterrado y otros poemas” y “Notas del hijo pródigo”.

MURIÓ POETA JULIAQUEÑO VICENTE BENAVENTE CALLA

Vicente Benavente Calla, poeta juliaqueño.

Este sábado 4 de julio a los 83 años de edad y tras una larga enfermedad que arrastraba y que lo mantenía en un delicado estado de salud, dejo de existir en el Hospital de ESSALUD de Juliaca, el padre de las letras juliaqueñas, el poeta Vicente Benavente Calla. Esta noticia ha conmocionado al pueblo juliaqueño y ha causado un profundo pesar en los intelectuales del ámbito literario puneño.

En estos últimos años su obra estaba siendo revalorada y difundida, y en su última aparición en público, (15 de abril, día del poeta peruano) Benavente recibió el Premio “Carlos Oquendo de Amat” a las letras puneñas 2009, en el género de poesía; de manos de la presidencia de la ANEA-San Román, patrocinado por la Universidad Andina “Néstor Cáceres Velásquez”, la Municipalidad Provincial de San Román-Juliaca y los Grupos editoriales “Hijos de la lluvia” y LagOculto editores.

Por su parte, los Machu Aychas también expresaron su reconocimiento por sus grandes aportes a la cultura de Juliaca, destacando que muchas veces brindó buenos consejos. Por eso se le rindió tributo con melodías propias de la celebración del Carnaval Chico, fiesta en el que Vicente Benavente quedará en la memoria colectiva tocando su tocoro, y con su chalina.

Luego de realizada la misa de cuerpo presente en el templo Santa Catalina, con presencia de familiares, amigos, autoridades y población, los restos del poeta recibieron el último adiós y fueron enterrados el día de ayer en el cementerio central de Juliaca, ciudad que tanto amó y que ahora vigilará por siempre.

*Noticia extraídas de La silla prestada y el diario Los Andes.

6.7.09

RICARDO GONZÁLEZ VIGIL: “FAULKNER Y WHITMAN: GRANDES MAESTROS DE LA LITERATURA CONTEMPORÁNEA”


Por Giuliana Catari P.

Ricardo González Vigil, Miembro destacado de la Academia Peruana de la Lengua y una de las voces poéticas de la generación del 70, vino para la incorporación del poeta José Ruiz Rosas a la Academia Peruana ya mencionada, y, días después, dio la conferencia: “Faulkner y Whitman en la Literatura Peruana Contemporánea”, en el Teatro del Centro Cultural Peruano Norteamericano.


¿Por qué Faulkner y Whitman son considerados como escritores representativos en la literatura contemporánea?

Dentro de la década del 50, Faulkner y Whitman se destacan no sólo por su temática sinó por la innovación de la técnica en cada unos de sus géneros. Faulkner antes sólo era una “curiosidad regional”, vale decirlo, pero la riqueza de sus obras dieron cuenta e iban más allá de las tribulaciones y conflictos de su tierra natal (Mississippi). Ese sur viejo y nuevo que iba creciendo a su alrededor fue el inicio de un gran artista y esa percepción no puede ser ajena a la inquietud de los escritores, no sólo peruanos, sino, hispanoamericanos, que cansados del panorama ya tradicional y lógico de ese entonces, tomaron otro rumbo.

En Whitman, su ruptura con la poética tradicional, tanto en los contenidos así como en su versificación de los poemas sentimentales fue un gran salto para la poesía en Estados Unidos, Chile y Perú sobre todo.

¿Cuáles son los autores contemporáneos peruanos más influidos por Faulkner y Whitman?

En cuanto a Faulkner existen pocos autores como el cuentista Carlos Eduardo Zavaleta, de la generación del 50 quien hizo una tesis sobre Faulkner o e introdujo la obra faulkneriana; así mismo, su obra El Cristo Villenas (1955) es prueba de ello. Luego, también fueron Eleodoro Vargas Vicuña, Miguel Gutiérrez, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa (con Pedro Camacho en la Tía Julia y el escribidor) quienes destacan en la construcción, la realidad y, sobre todo, la polifonía representados en pequeños relatos extraordinarios y estructurados como novelas; y en poesía destacaría Vallejo.

¿Qué elementos técnicos de la escritura de Faulkner han pasado a nuestra literatura?

Los elementos que hacen tan personal a Faulkner y la vez universal son el montaje de lo real, la polifonía de narradores, construcción de hechos, superposición de planos espacio-temporales y sobre todo los puntos de vista manejados con especial cuidado. Por ello uno de sus más severos seguidores es Mario Vargas Llosa, aunque con una técnica más vanguardista, y también Miguel Gutierrez, y Carlos Eduardo Zavaleta; estos últimos en temática de cuento y juego de imágenes.

¿Cuáles son los elementos temáticos de la obra de Faulkner que han pasado a nuestra literatura?

Agua y Sur son muestras perfectas de ello, la primera contrasta el origen andino, las razas y costumbres, una gama de personajes y mitos aunque muy al estilo de Arguedas; la segunda es una obra que aborda el regionalismo; la complejidad de los pueblos, etnias y tribus se vuelve única en Faulkner. Otros factores están en la descripción del Condado de Yocknapatwpha, la guerra por abolir la esclavitud, la cultura afroamericana, la presencia del dominio europeo; todo ello con un sustrato indígena.

¿Por qué Vallejo es el poeta más representativo de la literatura contemporánea en cuanto a Whitman?

En Whitman prevalece Vallejo no sólo por su sensibilidad sino por la construcción de los versos, también por ser un poeta del pueblo y encontrar en la democracia un elemento auxiliar y espiritual de búsqueda permanente.

¿Es cierto que hasta ahora sólo hay traducciones engañosas y deficientes de la poesía de Whitman?

Probablemente no sólo en Whitman, sino también en otros poetas como Vallejo. Este último caso de la lengua inglesa. Esta comparación, aunque difiere la temática poética, me es pertinente porque en poesía los elementos rítmicos son importantes no sólo por los planos de contenido sino por el estilo. Hay palabras que no se pueden reproducir y el mismo significado se pierde y con ella la base rítmica, sonora, la prosodia, en general es algo extralinguístico.

¿Qué otros escritores norteamericanos han influido en nuestra literatura?

Tenemos en la generación del 50 a Hemingway, por el minimalismo —realismo sucio— que se ha dado para entonces; luego Henry James, Edgar Allan Poe —por la construcción argumental y la morbidez de su inventiva—, Steinbeck, y finalmente, en poesía, tenemos a Emily Dickinson, todos por lo concisión de sus obras.

¿Qué criterios usa para hacer sus antologías? ¿No ha encontrado omisiones luego de publicarlas?

Es muy difícil describir criterios puntuales, sobre todo en poesía, en cuánto influye la subjetividad del antólogo; sin embargo, considero el de selección y valoración. En cuanto al primero los estudios literarios en el pasado han sido muy escasos y eso es quizá por el poco aprecio y trascendencia de producción literaria, mientras que en el segundo, todo este análisis temático y de obras es relativo y sólo contrasta si el autor refleja espíritu y riqueza extralinguística ,no sólo para la época sino también por consenso autorial; y es este criterio precisamente el más riesgoso, en lo personal, porque puedes omitir autores por desconocimiento de producción o de generación, más no por juicios de valor.

En Arequipa ¿Cuáles son las influencias literarias contemporáneas que advierte en los jóvenes escritores?

En Arequipa es muy poca, y existe una inclinación hacia lo postmoderno, a excepción Teresa Ruiz Rosas.

3.7.09

ALFREDO HERRERA Y SU “LABERINTO” ESPIRITUAL


Escribe: Fernando Chuquipiunta

El legendario poeta lampeño Alfredo Herrera Flores está nuevamente en Puno y ha llegado para presentar su hermosa obra literaria: “El Laberinto”. Las palabras de los comentaristas estarán a cargo del poeta Boris Espezúa Salmón, del escritor Feliciano Padilla Chalco y del reconocido crítico puneño Bladimiro Centeno Herrera.

Este acto cultural y presentación del libro “El Laberinto”, se realizará en las instalaciones del Club Kuntur, ubicado en la Plaza de Armas de la ciudad de Puno, a horas 18:30 p.m. Entrada libre.

Cabe decir que Alfredo Herrera Flores es ante todo un hombre que tiene fe en la capacidad creadora de versos, y sobre todo su esfuerzo considerable por decir con los poemas es el que realiza Herrera en este libro, que seguro nos habrá de llevar a situar la poesía como lo que fue en su origen: la ceremonia del descubrimiento, del primer nombre a las cosas y los acontecimientos, un acto de redención espiritual.

WITOLD GOMBROWICZ Y HÉCTOR MANJARREZ


Escribe: Juan Carlos Gómez

Cuando por alguna razón los mexicanos y Gombrowicz aparecen mezclados me vienen a la memoria unas palabras del Orate Blaguer que junta en unas pocas líneas al Niño Ruso con el Hábil Declarante y el Cacatúa.

“[…] ‘Me creo a mí mismo a través de mi obra. Primero combatiré, y después sabré lo que soy’, le oigo decir a Gombrowicz […]”.

“Sé el tiempo empleado en leerla, pero no el que tardé en comprender esa vida, que en realidad es esencialmente una obra. Pero sí sé que un día le oí decir a Christopher Domínguez Michael que aún no sabía si Gombrowicz fue un genio que sólo el nuevo siglo comprenderá o una extraña criatura de la vanguardia que incubaba en la gran Polonia escritores como Schulz y Witkiewicz. Y también sé que le oí decir que había cruzado con muy poca gente palabras en torno a la obra de Gombrowicz (citaba a Pitol y Manjarrez entre otros), ‘pues entre las características que delatan a este misántropo es que poco puede decirse de él’ […]”.

El Cacatúa escribió hace un cuarto de siglo una nota prodigiosa en la que compara a Gombrowicz con Thomas Mann con tanta maestría que no tiene nada que envidiarle a las “idas paralelas” de Plutarco, sin embargo, no siempre hace comentarios atinados, y no los hace porque el Cacatúa tiene un ‘capiti diminutio’ como muy cumplidamente vamos a mostrar en este gombrowiczidas.

“La mayoría de las fotos de Gombrowicz que conozco lo muestran fumando en pipa. Un hombre de orejas muy grandes, patas de gallo en crucigrama, ojos que no miran la cámara […], nariz de grandes ventanas, pelo ralo, tórax ancho […] y una mano grande… que agarra una pipa”.

Las palabras del Cacatúa sobre el aspecto de Gombrowicz son poco felices, en cambio, sus reflexiones sobre la santidad y el satanismo del polaco y del alemán son incomparables.

Desarrolla la idea de que Gombrowicz se atiene a la esencia de lo que Mann le había enseñado en Tonio Kröger, vincula la grandeza a la enfermedad, el genio a la decadencia, la superioridad a la humillación y el honor a la vergüenza. No es tan fácil hablar de la santidad de Gombrowicz a la vista de su egoísmo, del solipsismo del artista puro, de la esquizofrenia que le impedía desdoblarse de sus personajes.

Conoció la vergüenza y aunque no pudo regresar a su país, se atrevió a la grandeza, al genio y a la superioridad. Gombrowicz, que empieza en las letras como diletante, como aristócrata despectivo, como campesino sardónico, hizo de sí mismo un artista santo.

“Veo caminar juntos a Thomas Mann y Witold Gombrowicz, el doble del uno junto al doble del otro. Qué par de mentirosos. Efectivamente, cuán lejos estamos de los tiempos de Montaigne, cuando decir la verdad era tan difícil como siempre, pero más simple”.

No están nada mal estas meditaciones del Cacatúa, la perversidad que destilan las confusiones entre la santidad y el satanismo, entre la inocencia y la obscenidad y, para decirlo con las propias palabras de Gombrowicz, entre la inmadurez y la forma, son una clave conspicua para comprenderlo, aunque no sé si eso es lo que Gombrowicz andaba buscando, si eso es lo que él quería, si ése era el lugar a donde quería ir.

Pero antes de deambular por pensamientos tan atinados el Cacatúa nos muestra su debilidad, nos hace conocer sus sentimientos de inferioridad.

“Estoy seguro, sin embargo, que en ‘El casamiento’ Gombrowicz afirma, insinúa y despliega la idea de que lo inferior es también superior… sin que por ello deje de ser inferior. Esta es una idea extraña, efectivamente, el 68 no la consagró, pero Gombrowicz, sumamente apolítico en el sentido más amplio y estricto del término, pensaba que era una idea revolucionaria”.

“El casamiento” no parece una obra en la que Gombrowicz haya puesto especialmente el énfasis en el asunto de la inferioridad, aunque las relaciones entre la inferioridad y la superioridad aparecen en todos sus escritos. Pero el Cacatúa piensa que sí y sigue adelante con esta idea adornándola con pasajes del epistolario de Gombrowicz.

“En la carta a Juan Carlos Gómez del 15 de noviembre de 1964 se observa cómo Witoldo entendía perfectamente el espíritu español, pero no sus reglas… Gombrowicz entendía la inferioridad de América Latina, pero no toleraba el discurso sobre la injusticia del subdesarrollo […] En esta carta a Juan Carlos Gómez, Gombrowicz dibuja un pequeño plano de su departamento, destacando y subrayando que tiene tres balcones […]”.

El Cacatúa comienza su excepcional nota a la que dio en llamar “El padre es el doble del hijo”, un título por sí mismo llamativo, con una declaración increíble.

“De 1968 a 1974 leí mucho a Witold Gombrowicz. Acabo de poner sobre la mesa todos los libros suyos que leí en esa época… Son más que los que tengo de Tolstoi o Dickens, pongamos por caso… […]”.

“El casamiento” es el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible; un acorde disonante entre el individuo y la forma, y no entre lo inferior y lo superior como piensa el Cacatúa.

Es extraño que el Cacatúa se haya confundido de esta manera, pero en verdad no es una confusión, él mismo nos aclara cómo su propia inferioridad se le vinculó con “El casamiento”, nos abre las puertas de su ‘capiti diminutio’.

“Cerca de una ventana había cinco personas: una francesa muy atractiva, inteligente y rica, un pintor mexicano que gozaba entonces de un cierto prestigio parisino nada inmerecido y otros tres varones franceses […] Sin negarle su talento, el pintor me era antipático; de no ser por su cierto prestigio, yo lo hubiera refundido fácilmente en la gama de lo Inferior… además, era bello y sabía comportarse en París […]”.

“Sin mirarme nunca, pero dirigiéndose a mí tanto como a aquella hembra atrayente, culta y bien vestida, dijo una palabra que me angustió […] Gombrowicz: —Hay una obra de teatro de Gombrowicz deliciosa, extravagante, subversiva: “El casamiento” […]”.

“Yo me había convertido en un Gombrobichito de la especie más baja e inferior… me alejé unos pasos, a un sitio donde aún pudiera oír al pintor […]”.

Sobre el propio aspecto y sobre el aspecto en general Gombrowicz hace reflexiones más atinadas que las que hace el Cacatúa sobre su pipa, sus orejas grandes, su nariz de enormes ventanas y sobre su mano grande.

Gombrowicz devoraba a los polacos con la vista para investigar las características de su aspecto, sus movimientos, su forma de hablar y sus caras. Mientras vivió en Polonia no estuvo seguro de las impresiones que le despertaban los polacos, pero aquí, en la Argentina, pudo contrastar esas impresiones con un material humano de lo más variado, compuesto de todas las razas y de todas las naciones posibles.

“Es para mí como una especie de placer doloroso el mirar de improviso a un polaco y verlo de esta nueva forma, igual que se ve a un extranjero, pudiendo verificar de ese modo mis impresiones anteriores cuando estaba aprisionado por la polonidad y, ¿para qué ocultarlo?, bastante atormentado por ella”.

“Hace poco, en Buenos Aires, experimenté de un modo repentino e inesperado una confrontación así […] Fui por casualidad a un concierto, llegué tarde, entré en la sala cuando ya sonaba el tema del primer alegro de la ‘Eroica’; no tenía idea de quien era aquel tipo delgado que dirigía, pero la ejecución de la sinfonía beethoveniana era notable y en algunos detalles tan original que discutí sobre el asunto con Gómez, el amigo argentino que me acompañaba”.

Cuando terminó el concierto fuimos a ver a Stanislaw Skrowaczewski, un compositor y director de orquesta polaco. Las características físicas y espirituales del maestro que Gombrowicz había notado durante el concierto, se le organizaron en esa forma de tipo polaco que ya conocía, igual que lo que ocurre con un paisaje cuando un detalle nos lo permite identificar como algo familiar.

“Pero al mismo tiempo, creedme, todo eso estuvo acompañado de una desagradable puntada en el corazón, quizás a causa de tantos enfrentamientos míos con aquel ‘tipo polaco’ al que yo también pertenecía”.

No hay que buscar en esta reacción un complejo de inferioridad de Gombrowicz, su condición de forastero impenitente lo había curado de ese problema y se sentía cómodo en cualquier ambiente. Ese exotismo de su país que le recodaba el director de orquesta no era solamente misterioso, también parecía una forma de huir de las preocupaciones y de las luchas de cada día muy típica de los polacos.

“Lo captó el ilustre Marcel Prust al describir sus encuentros con un pequeño grupo de ‘muchachas en flor’ […]”.

“Al conocerlas más de cerca, cuando le fueron reveladas sus preocupaciones, intereses, sueños y penas, las encantadoras muchachas dejaron de encantarle; y lo mismo le ocurrió con los salones de la aristocracia parisina, que se le convirtieron en aburrimiento cuando dejaron de ser algo desconocido y misterioso. Pero para Proust la vida consistía sobre todo en conocer, o sea en matar el encanto que nace de nuestra ignorancia”.

El propósito que tenía Gombrowicz cuando se encontraba con algún polaco era el de verlo en su misterio, como lo verían, por ejemplo, un español o un boliviano, en su calidad de extranjero. No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo, no pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban la atención por sus extravagancias.

A pesar de todo, el misterio polaco existe, una cierta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.

Yo quiero que los gombrowiczidas juzguen con su propia cabeza el aspecto que tiene Gombrowicz en la foto de esta historia verdadera tomada en uno de los balcones de su piso en Vence.

A mí me parece, cuando la miro, que la descripción que hace el Cacatúa de Gombrowicz no está a la altura de las circunstancias, me da la impresión de que Héctor Manjarrez se ha convertido en una cacatúa, una cacatúa que sueña con la pinta de Carlos Gardel.

1.7.09

POETA AREQUIPEÑO HUGO YUEN CÁRDENAS GANA EL CONCURSO DE POESÍA ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN YACANA


GANADORES DEL CONCURSO DE POESIA JAVIER HERAUD


La FUNDACION YACANA, respetando la decisión del jurado comunica que los ganadores del Primer Premio del Concurso de Poesía Javier Heraud 2009 son:

El poemario Parafernalia escrito por seudónimo LIVOR que pertenece a HUGO ANTONIO YUEN CARDENAS y el poemario Ágape de espectros escrito por seudónimo SUA SIBILINO que pertenece a JULIO FELIX PINEDA MENDEZ. Ellos se hacen acreedores a $1000 dólares cada uno y la edición de su poemario. Los resultados del Segundo y Tercer premio se darán próximamente.

Por otro lado, este viernes 3 de julio a las 8:00 p.m. en Jirón de la Unión 892 (segundo piso), la Fundación Yacana, se complace en presentar en una nueva velada poética a:

• José Pancorbo
• Nivardo Córdova
• Rocío Fuentes
• Milagros Martínez
• Ronald Vega
• Jano Burmester
• John Martínez

*Información extraída de Sol Negro. Imagen: Hugo Yuen en los trazos del caricaturista y Arquitecto Luis Cornejo Arenas.
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