5.1.12

MUSSÓ Y LAS LUCES LITERALES QUE NO LO QUIEREN SER (SEGUNDA PARTE)


Por Wilfrido H. Corral

Puede leer aquí la primera parte.

Mussó hubiera podido ordenar los capítulos de acuerdo al sentimiento que convencionalmente expresan los misterios; digamos comenzar con los gozosos (la vida temprana, y el futuro que no llegó a ver), seguir con los gloriosos (su acogida por sus coetáneos), pasar a los dolorosos (la tragedia de su vida final, en cursiva) y terminar con los luminosos (lo que se ha quedado en el aire). Si se sigue esas categorías los miércoles y domingos revelan los tiempos de esplendor de Palacio. Tras publicar algunos relatos, todos bien recibidos, su existencia transcurre entre su Loja juvenil, su vida profesional en Quito y su final trágico, aun joven, en Guayaquil. De la misma manera, los jueves (de luz) proveen los eslabones que ayudan a comprender el todo, a unir la información. La vida nunca es tan ordenada, y lo peor que se le puede pedir a un autor es coherencia. Después de todo, la oscuridad es sólo relativa respecto a la ausencia de luz visible.

Además Mussó tiene amplio conocimiento de que el orden era algo que Palacio no quería privilegiar o monopolizar, sobre todo en su literatura. Por ende, la narración alterna entre segunda y tercera personas, y el lunes (misterio gozoso) que sirve de epílogo deja la puerta conceptual entreabierta: ¿murió o vive Palacio, a sus noventa y tantos, como un anciano casi anónimo en Guayaquil? Esta es sólo una de las dudas sobre la figura del autor con que nos deja Oscurana. Si iba a haber una biografía cabal sobre Palacio, tenía que recordar que el mejor biógrafo de Palacio es Palacio, y que su responsabilidad es buscar el secreto de la fascinación con el autor y lo que no se ha dicho sobre él. En todo este deseo de no revelar la trama no se puede olvidar que Oscurana es tal vez mucho más libresca (con la ventaja del tiempo) que las obras más librescas de Palacio, aunque naturalmente con diferentes propósitos.

Decía anteriormente que esta novela es una deferencia literaria, y desde el principio hay un desfile de escritores nacionales (Humberto Salvador) e internacionales (Tito Monterroso en el capítulo 13) y obras de todos los tiempos, con numerosas citas y menciones, apartes e intervenciones directas de personajes de obras de Palacio, figuras y figurones culturales, o con fragmentos de otros autores contemporáneos, todo lo cual termina reconstruyendo y actualizando el mundo que se conoce del autor de Débora. El gatillo para el imaginario que construye Mussó es el capítulo 3, uno de los gozosos, en que se recrea el ambiente quiteño que recibió a Palacio con brazos abiertos, y la envidia que nunca dijo su nombre. Por eso, Mussó provee una lista de la crema de la crema de ese momento cultural ecuatoriano, y es la ficcionalización acabada del novelista que permite que varios hechos archiconocidos adquieran una pátina novedosa, frecuentemente placentera. Pero no es una utopía, y el cambio de tipo de letra, que no se limita a las citas, lo indica: “Lo que más temo es recordar estando muerto, Recordar, recordarte”.

Si los capítulos 13 y 14 recrean el interés de Palacio por producir varios metamensajes a través de diferentes tipografías, el 15 es una caravana de escritores, algunos vivos, la mayoría muertos (entre ellos Bolaño y Panero), y algún apócrifo (el “Marcelo Chiriboga” de Donoso). En este capítulo abundan los diálogos, reaparecen los diminutivos de capítulos anteriores, y sobre todo una sensación de agotamiento respecto a las posibilidades que ofrece la narración novelesca. La necesidad de expresar la vida con otro género literario se nota en las intervenciones de Carmita, la viuda de Palacio, que ofrecen un adelanto formal al capítulo 18, el último “Misterio de la luz”. Éste es un drama en un acto llamado En el otro, las respuestas. El “otro” es el fantasma de Palacio, y las acotaciones para su discurso, muy imaginativas, están en blanco. El capítulo 19, el misterio doloroso más largo de Oscurana, es un documental llamado El documental, y está en otra letra.

En todo ese conglomerado de palabras y acciones —como también ocurrirá con cualquier biografía apócrifa/imaginaria sobre Palacio que amenace con hacerle sombra al escritor con la fama o imagen de su persona (lo que los franceses llaman hoy alterfiction)— los intérpretes no pueden más que decir algo así como “la literatura sobre Palacio comienza a ser vasta, pero no satisface”, porque no todo está dicho o hecho respecto a él y su obra. Que la consagración haya sido súbita en los años veinte y treinta del siglo pasado no quiere decir que no sea merecida, o que haya tenido un guión que haga que dure más de quince minutos, y piénsese en cómo habría sido la de Vargas Llosa si cuando publicó su primera ficción hubiera habido computadoras, la red mundial, o lectores formateados para ellas.

Y si iba a ser necesario mencionar la crítica significativa de Palacio (con la excepción del excelente trabajo de María de Carmen Fernández, Mussó discretamente evita dar nombres), tenía que tener las cualidades de su mejor ficción y prosa no ficticia, ser inexorablemente divertida, menos siniestra e indirecta, nada parecida a los “análisis” estrictamente académicos que no logran más que su propio agotamiento seudofilosófico. En este sentido, Oscurana de Luis Carlos Mussó es un antídoto, un partir de las aguas sobre qué no hacer con Palacio, y un gran logro. Es así porque al mezclar lo conocido con lo inventado (por ejemplo, que la UNESCO “iba” a publicar una edición de las Obras completas de Palacio, que en verdad salió hace diez años —pero no “existe” para los ecuatorianos) los detalles biográficos ficticios proveen un sentido dramático generalmente ausente de los testimonios “empíricos” proveídos por los amigos cercanos o seudo-amigos de Palacio, y observar su ficción a través de ese prisma de Mussó enaltece sus logros.

Que en momentos como el de Palacio se haya bienvenido los paradigmas europeos no quiere decir que se haya seguido su ejemplo ciegamente, porque las condiciones culturales y sociales latinoamericanas no habían llegado al momento en que sólo se puede hacer literatura de ellas. Por esto las biografías imaginarias tienen un papel ambiguo, porque dan memoria y dignidad a obras insignificantes o subestimadas que podrían ser semejantes en valor a las canónicas, más allá de los guiños al público enterado. Oscurana se instala en esa dinámica, y es a la vez un misterio que se abre y se sigue abriendo, vida tras vida, para abrazar otros mundos. Por esto el pasado que inventa esta novela no se queda en el pasado, y se lanza al presente, agobiándolo hasta el punto de que sus personajes casi se convierten en notas a pie de página, como todos nosotros.

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