4.6.11

ARS LÁSER: (CAOSMOS DIGITAL EN “BARRIDO DE CAMPO” DE JUAN JOSÉ RODRÍGUEZ)


Por Darwin Bedoya

I. (Sermo artifex) primera resurrección de la poesía:

[…] Run: en Esfera, la forma de un movimiento, uno de los libros más extensos de Archie Randolph Ammons, el poeta elabora un discurso en base a ciertos elementos compositivos que el sujeto poemático va haciendo suyos en torno a tres frecuencias que arman la unicidad expresiva: la geología, la física y la cibernética. Tal vez de ahí derive el título del decimoquinto libro de este poeta norteamericano que escribe un poco alterno a compatriotas suyos como Langston Hughes, Amy Lowell o Theodore Roethke. En la página actual, empleando un paratexto de Ammons, el poeta ecuatoriano Juan José Rodríguez Santamaría (Ambato, 1979), publicó Barrido de campo, el baile de la esfera (Cascahuesos Editores, 2010, 72pp.). Quizá transponiendo una paramagnética electrónica que oscila entre una percepción sensorial y un discernimiento intelectivo, Rodríguez desarrolla una amplitud y una frecuencia de modulación, casi bebiendo algunos sorbos del mismo arroyo que Ammons y que Alexis Naranjo pareciera haber gustado para escribir Ámbar negro. O, en esta misma continuidad, el poema en prosa Estado sólido de Rafael Courtoisie, Carne de píxel de Agustín Fernández Mallo y Coagula del poeta uruguayo José Manuel Barrios. Todos ellos con ciertas alusiones a la modernidad; a sugerencias físicas, cuánticas; a pintores cardinales, a filósofos del lenguaje, a cirujanos plásticos, a biólogos moleculares, a músicos de post-rock, etc. En esta línea de rizomas apunto una conciencia temática y de actualidad poética que envuelve esta tendencia en la poesía de hoy: Resurrección de la poesía.

En barrido de campo, también es posible advertir ciertos cronotopos que Gilles Deleuze apuntaba acerca del vacío y la ceniza, sobre las escrituras nómadas y rizomáticas, especialmente sobre el asunto de las multiplicidades. Esto supone que se considera, de modo especial, la constitución del libro en sus varias interpretaciones, y como ocurre en este caso, barrido de campo está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes. Velocidades de barrido. Velocidades de escape. Ars láser. Homo digitalis. Pixeles. Plasmas. Iones. El poema rompe los vidrios y la luz. El poema penetra los astros. En el libro se pigmentan las ideas, se atiende a las materias y a la exterioridad de sus relaciones. Se perciben movimientos electrónicos, líneas de articulación o de segmentaridad, estratos y territorialidades digitales, reproducciones de vídeo, filmaciones del interior cerebral; pero también líneas de fuga y movimientos de desterritorialización. Las velocidades comparadas de flujo que generan fenómenos de retraso relativo, barridos de campo. Todo eso, en imágenes y líneas y velocidades insondables. Por esa temperatura, por su registro expresivo, por la ubicuidad del sujeto poemático, por la unicidad de las seis partes que estructuran barrido de campo, puede entonces afirmarse que este texto es un libro que se sitúa en la contemporaneidad, además de su lúcida y profunda conciencia para considerar y leer el mundo digital de hoy, todo bajo el orden de una rigurosa geometría poética. Los libros, como bien dice Sloterdijk, conforman esferas, círculos de resonancias, imágenes, señales, huellas, expresiones… rostros escritos. Lecturas láser. Lecturas posibles como una propuesta o puesta en práctica de la reprogramación del mundo contemporáneo, un mundo poético escrito en prosa y con una conciencia absoluta de la brevedad y la contención del lenguaje, una contemplación del tiempo que, como se puede percibir en el libro, va entrecruzando discursos y avalanchas digitales de memoria que van aportando una cadencia desafectada pero constante, para lograr una poesía como ésta que leemos en coordenadas con el más reciente poemario que Rodríguez Santamaría ha publicado Cromosoma, en la editorial Eskeletra, 2011.

II. (Lectura láser) segunda resurrección de la poesía:

[...] Next: son ineludibles y por lo mismo inconfundibles aquellas obras en las que se puede entrar y respirar, que tienen atmósfera y clima. Que señalan rupturas y exponen propuestas. Ahora sé (está confirmado) que cada poema debe ser causado por un imperioso escándalo en la sangre. Nadie en su vida pavorosa puede llegar al paraíso con los ojos secos, nadie. No se puede escribir con la imaginación sola o con el intelecto solo; es necesario que la memoria, la sapiencia, la vida, el olvido, la lejanía, la distancia, el corazón y, los grandes miedos; y las ideas, y la sed y el lenguaje y de nuevo la sapiencia y el miedo; el riesgo, la experimentación, todos trabajen yuxtapuestos, al unísono. Mientras uno se inclina hacia la hoja, mientras el poeta se despeña en el papel e intenta nombrar la ceniza, el vacío. El paraíso está en otro lugar. Hay un pequeño ruido en la sangre. El humo, cigarrillos. Una sombra es el miedo, mientras alguien se despeña en el papel. Y esta escena nos remite, de algún modo, a lo que se decía desde las postrimerías de las vanguardias, cuando se afirmaba que la poesía, a partir de un cierto nivel, se burla absolutamente de la salud mental del poeta y de quien la lee: su más alto privilegio —de la poesía— consiste en extender su imperio mucho más allá de los límites determinados por la razón humana. Para la poesía, los únicos escollos serían la banalidad y el consentimiento universal. Desde Rimbaud y Lautreamont sabemos que los más bellos cantares son a menudo los más extraviados y lúcidos. Cantares de Nerval, Hölderlin, Donne, Blake, Eliot; Trakl, Kavafis, Celán, Pound, Rilke, todos mostraron lo más alto de su creación, de sus obras. Manifiestos que lejos de haberlos aprisionado en sus compartimientos, les dieron alas, fue como si el delirio hubiese desatado el lenguaje, como si por un puente aéreo ellos hubiesen entrado en comunicación fulgurante con nosotros. Velocidad de barrido. Por eso, releyendo barrido de campo, uno entra en la cuenta de que sucede un clima fulgurante, digital, electrónico, un aura de alta tecnología se transfigura en un decir poético. Si en este libro de Rodríguez Santamaríallueven iones, átomos, imágenes evanescentes; diremos que estamos alejándonos de las composibilidades reiteradas que tenía la poesía y que a partir de las poéticas —heterogéneas— de Héctor Hernández, Ernesto Carrión, Javier Bello, Maurizio Medo, Alejandro Tarrab, Victoria Guerrero, Miguel Ildefonso, Paula Ilabaca, Rocío Cerón, etc. La poesía ha empezado a encontrar —desde hace rato— una nueva pluralidad, una contemporaniedad que requiere nuevos espacios.

Para acercarnos un poco más a la poesía de Rodríguez Santamaría, nada mejor que transitar por el camino que conduce al proceso de apropiación de la poética del autor. Esta es una obra configurada por los matices que pulsa la poesía, que arrastran al lector hacia las esencias recreadas en un sentimiento interior de lo diferente y de la propuesta. Esto también se manifiesta en el simbolismo de determinadas imágenes recurrentes que captan la esencia de la condición humana y la desesperanza: Soy un cuerpo fracasado (p. 15). Soy un cuerpo fracasado, pero mi vergüenza ya carece de rostro (p. 18). Y mi rostro es una piedra arrojada en cada uno de mis huesos concéntricos donde no hay nombre para mí (p. 21). Este día sueño con destruirme. Volarme con un pájaro la sien del cielo para que mi cerebro se haga espuma en el mar (p. 63). El cielo es fiesta sin mí (p.52). En realidad, buen aspecto tiene el cielo sin mí (p.59). No quiero morir, pero quiero (p.33). Mi cuerpo es ahora un objeto para definir la muerte en sus extremos de aplauso (p.62). El vivir para la muerte heideggeriano constituye una dimensión inseparable de la escritura.

Sobre este espacio inerte sólo pueden erigirse bastimentos de lenguaje. El lenguaje está construido de pasado y futuro —tecnológico—, y se torna en un contenedor de la muerte. Vacío, silencio, lenguaje y muerte. Arte, ciencia y tecnología cohabitan en un mismo plano. La muerte es una hora que existe. Lo mejor de la vida debe ser, sin duda, la muerte. En barrido de campo se muestran una y otra vez, casi como norma y no como excepción, las manifestaciones de libertad y desasosiego del sujeto poemático que como tal, deja de oponerse a nociones ideales de transformaciones. Sólo unas palabras bastan para indicar la posición del yo lírico y sus contextos: Cada palabra es una vuelta al silencio (p.15). «No entres acá, hermosa palabra destruida» (p.16). Mis arterias son ramas de un eucalipto sumergido en un cielo de agua (p.60). Esta reiterativa sensación de ruina y vacío introducen al lector en un sistema único, de manera que éste se siente como parte de una totalidad más amplia en la que está, de una u otra manera, implicado. El sujeto poemático instaura un mundo particular, transforma el sistema de referencias y de relaciones con las cosas características del mundo en que impera la vida práctica —la poesía— e instala al lector en un microcosmos extraño en el que viven las sensaciones de un caosmos digital, y dentro de este submundo, se suceden las alusiones a la tecnología, en especial a la electrónica: Reproduzco un vídeo ya reproducido dentro del cerebro: el cielo pausado (p.40). Abrimos la canilla de las imágenes virtuales hasta la embriaguez (p.42). El ojo es como un faro halógeno frente al reino de este mundo. Canal aleph (p.43). Una onda hertziana dibuja una hipérbole en el cielo (p.58). Transmisión en directo de mí. Difusión de mí. Exento (p.44). Vibran mis párpados como un control remoto del espíritu (p.47). El mundo digital del yo lírico en el que caben silencio, dudas, vacilaciones y temores, supone apremios, ansias de atrapar la esencia. Es posible, a través de estas imágenes digitales, percibir la particularidad de este mundo, del propósito de la vida, del vacío, y junto con él, la reinterpretación de la existencia desde la perspectiva de la esperanza. El sol se hunde en el mar y aparece la espuma de un cerebro reventado. Ars láser. Y entonces, la misión del poeta es inventar lo que no existe.

Variar su forma de escribir, saltar barreras y levantarse en una delirante fragmentación poética y reflexiva, cercana o dentro del vacío: Sobre el vacío, las moléculas del señor se mueven a la velocidad de mi fe más oscura (p.12). Mi cabeza siente en su mejilla la ceniza de una estrella no caducada todavía (p.19). No hay lunas colgadas como tallo de trébol. Ceniza cayéndose a la tierra, trepando la escala, gravedad abajo (p.31). Sólo estos huesos tienen una extraña solidez para el llanto (p.34). Las aves serán profecía de otra cosa. Una vez más. Otra cosa. Siempre (p.34). De ahí el clamor final que tiene intenciones autodefinitorias del comportamiento humano, la señal que se transfigura en la profunda innovación, el disloque de la asimilación estilística y conceptual del pensar y obrar de otros coetáneos suyos aunque exista el temor, la presencia de la muerte, la desaparición como algo natural, humano. Poco a poco la palabra y su ritmo se internan en una especie de sueño y tratan de explicar la fuerza de la imaginación: Temo al mundo, el mundo: esa carta navegada de la muerte (p.25), La muerte: un ticket de descuento. Dos tickets de descuento. Tres. Ocho (p.48), La muerte es una pulserita folklórica (p.37).

Esta es una meditación que parte de la palabra para llegar a la poesía. Explora la nada a través de la poesía en una singular plenitud. Abandona los rasgos convencionales de la escritura como testimonio de una época de fragmentaciones y discursos superpuestos. Rodríguez acompaña sus códigos estéticos, exhibiendo una habilidad vertiginosa para moverse, por momentos, en un registro variado de simbologías tensadas y llenas de resignificación. Así, empiezan a derrumbarse las fronteras de los terrenos reservados al conocimiento científico. La poesía comienza a explorar otras instancias, con su precisión del lenguaje, de la plasticidad de la palabra poética, de la construcción de una poética renovada como esta que se lee en barrido de campo. Este es un discurso lúcido y desconcertante.

III. (Velocidad de Barrido Technicolor) tercera resurrección de la poesía:

[...] Bam: La poética de Rodríguez va eligiendo silencios y vacíos para crear un nuevo lenguaje de lo no dicho y de lo borrado. Hay un retorno a la resurrección y la poesía vive. El silencio escrito es la poesía. Ese silencio poético suena de manera natural, en una poética de la exploración, del diálogo humano, de un nuevo significado en las letras de la poesía hispanoamericana. Rodríguez Santamaría, en barrido de campo procesa un ritmo sincopado que da voz al silencio, a la imposibilidad de revertir las cenizas y el vacío, pero también al deseo de mantenerlas como fuente de luz. El fuego —y con él la ceniza— desdice su poder destructor y se ampara en su aspecto iluminativo. Así, la poesía va discurriendo dentro de una escritura en prosa para alcanzar el centro de la poesía misma: Abres los ojos como faros y la realidad es objeto desechable y la calle está cerrada por obras (p.53). Los ojos se reemplazan pero no se cancelan de por vida, la idea es enfrentar a la lengua, al lenguaje. Porque se trata de despojar a las palabras de sus atributos, de su significado anterior para que recuperen un sentido moderno, electrónico, y entonces aplicarlo a la imagen digitalizada de esta época. El esfuerzo del sujeto poemático consiste en hacernos volver a entender cada una de las palabras como si fueran pronunciadas o leídas por primera vez. Lectura láser. A menudo, en barrido de campo, el pensamiento se violenta hasta la depuración total de la palabra y, sobre todo, provoca el imposible deseo de definir el silencio en silencio: Callejones mentales que son callejones reales en mi cerebro de islas y cobijas manchadas. La pantalla es un imago tumoral de reproducción geométrica. Este proyector de fiat lux en technicolor con su tentáculo de pulpo cordial lame mis ojos (p.41).

En esta propuesta se percibe, además, que en ciertos momentos ocurre una suerte de ausencia, pareciera que todo sabe a ausencia: Ahora este mapa es un pliego de arcilla y ahora es una línea que se hace fronda en mi retina junto a la carretera (p.17). En la cama, mi cerebro es una bola de goma que observa sola, parpadeante (p.40). Se asume la nada y, la mayoría de poemas asumen un silencio, casi como una excavación o un precipicio. Y entonces se manifiesta la sensación de que el discurso es una carrera en la que cada vez que damos un paso, el suelo se derrumba detrás de este, y como que apareciesen grietas, cicatrices que se van borrando. Velocidad de barrido. Lo real pocas veces se plasma en ningún lugar y, por lo mismo, también sabe a ausencia, vacío. Lo que queremos decir, o en este caso leer, no está escrito en las palabras, con las palabras, sino en los espacios que hay entre poema y poema. En las imágenes reproducidas por un cabezal láser. Vídeos. Aporías. Velocidad de escape. Esto, también supone que las modulaciones en barrido de campo no están en el escritor, sino en su palabra, como debe ser. Así, cada vez que intentamos signar la ausencia y el vacío, nos enfrentamos a la imposibilidad del lenguaje como una unidad inquebrantable en este poemario, volvemos al lugar del cual no se puede dar cuenta y al que asistimos sin tener claro cuándo será el retorno, o cerrarnos la boca con la idea de que tal vez no exista como tal. Velocidad de escape. La estética que surge de una ausencia que puede encontrar su metáfora solamente en la poesía. Velocidad de barrido.

Finalmente, seis lecturas láser: anotaremos que si en DE TU DIALECTO [caosmos] se suscita, contrariamente a una conjunción, una bifurcación simulada entre poeticidad y realidad, simulada, porque al final convergen en una línea casi coral. En tanto que en ÁLBUM DE AUTOR [caosmos], notaremos traducciones de ocho rostros hablados, pero hablados con otro lenguaje, el pictórico a modo de ubicuidad y traslación en el tiempo: fisura y distinción. Mientras que en MARCA DE LÁSER [caosmos] los rastros digitales se hacen más notorios, casi como viéndose en una pantalla plasma de HD. En TALA Y LUGAR [caosmos] la ausencia y el vacío retornan a lo poético. Esta es una pieza de impresión pulcra sobre una forma de malestar existencial, una ineludible ausencia interior: una vocación nueva o un vicio exquisito del sujeto posmoderno. Pero sólo así la ceniza se hace fuego y ausencia presente. Tal como ocurre en el libro Fundido en negro de Jesús Jiménez Domínguez, cuando en uno de sus versos dice: al otro lado de las cosas / donde siempre llueve en un idioma secreto/y conviven intactas todas las ausencias. La idea de la ausencia y de la finitud se hace más gruesa, más tiznada en esta zona del libro. Discursos [fade in] / [fade out]. Films. Sistemas audiovisuales donde impera la oscuridad, pareciendo que de pronto la imagen terminara, pero no: todo comienza otra vez. Nada concluye. Por la misma línea [organicidad discursiva], TU CÉLULA QUE EXPLOTA [caosmos] revisa los vacíos, presencias, escritura o habla, palabra, o nuevamente el vacío.

En esto de la palabra escrita, quizá se encuentre velado el anhelo de la presencia, razón primera que provoca la desconfianza en la escritura. Velocidad de escape. Para terminar, VUELVES DE TU DIALECTO [caosmos] es la escritura, y justamente por eso, al igual que el habla, dejan de ser tales, y sólo es posible que todo se torne en un borde entretejido alrededor de una ausencia que intenta asirse de la presencia, usurpando así un lugar que no le corresponde o que siempre le correspondió. Velocidad de barrido. En barrido de campo la escritura sigue siendo una máquina de líneas de fuga. Poesía que empieza por resolverse con imágenes desemejantes. Una ars láser que fecunda los nuevos pliegues de la literatura latinoamericana. Un acierto poético que va leyendo nuestros días actuales, abandonando, poco a poco, los sedimentos, los segmentos comunes, para inscribirse/escribirse dentro de la última poesía latinoamericana [movimientos ready-made, work in progress].

*Tomado del diario Los Andes de Puno, del 22 de mayo de 2011.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente... buen estilo.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...