17.6.11

LUZGARDO MEDINA EGOAVIL: IN MEMORIAM (POEMAS PÓSTUMOS)


Yo soy el hijo de puta


Se me hace difícil
explicar una despedida
por tercera o quinta vez;
no me preocupan ya
los vendedores de perfumes
ni las mujeres de los puertos.
He dejado de entender
la venta pública de un beso
y el exacto contenido
de una semana sin viento.
Hace tiempo, no sé cuánto,
que he desertado a la muerte
y prefiero seguir, al menos,
aprendiendo del miedo,
de ese miedo que suplica ayuda
a los parientes sin dormitorio,
de ese miedo que va dejando tizne
en las aguas y en los remordimientos,
de ese miedo que se arrastra descalzo
por la noche cuando las noticias
llegan desnudas y espléndidas.

Soy el hijo de puta,
el mismo que no reconoce
ni el oscuro taller
donde se fabrican las palabras
ni los siete oficios
del que perdió su corazón.
Soy el hijo de puta
a quien todos negaron posada,
al que le tiraron los perros
y le gritaron pestes,
al que le quitaron
su poema anarquista
y le dieron, solamente,
un retrato brevísimo.
Soy el hijo de puta
que se orinó feliz
en la buena reputación
del héroe y de la beata,
pero que amó sin temor ni duda
más allá de la luz medieval
y los excesos de un error.

Soy el verdadero hijo de puta,
que descendió a los infiernos
a través de una rama de amapola,
el mismo que se ocultó
detrás de un arbusto para
robarle un beso a la nostalgia,
el que nunca creyó en la religión
de los caballeros ni en los aretes
que se venden a precio de oferta.
Soy el mismo que nació sumiso,
hablando de temas aburridos,
discutiendo entre carpinteros,
intercambiando revistas
y regalando buenos consejos.
Soy ése o aquel o nadie.
Soy, al final, la tilde con hombros
que se pinta sobre la esdrújula,
la fechoría verdinegra de un sueño,
la autenticidad sin blancas tetas,
los brazos de una tarde sin par
que está pronto a parir su delirio.

Soy el mismo blasfemo en esencia:
al que arrojaron fuera del prostíbulo,
al que investigaron como pagano
durante 16 días y, una larga pestaña,
sin recibir nada a cambio.
Soy el hijo de puta que hizo llorar
a la piedra con la que se podía
endulzar cualquier explicación,
soy el mismo que pintó ojos y orejas
al que se murió de tiempo o que fingía
tener resentimiento cada puesta de sol.
Soy el que no sabe conservar
una taza de té alejada de angustias,
de marzos y de muelas postizas.
Si me dijeran ¡muérete de una vez!,
¡muérete de prisa sin volver la vista!
¡muérete mil veces en un cielo!
No dudaría en morirme o de arrancarme
hasta el último vello de mi pubis,
no dudaría en irme, abrazándome
de nadie, con las rodillas algo lastimadas.

Yo mismo me espero en la puerta,
en la puerta oscura y sin quicios
donde todos escupen de pena.
Yo mismo me despido y me lloro.
Nadie sabe que existo a espaldas
del asilo en donde toda está cansado,
vivo en una constante fiebre amarilla.
Yo soy el hijo de puta. No quepa duda.
Vivo en este ángulo enloquecido
en donde las leyes y el buenos días
se dan con otros argumentos,
en donde los padres obligan a creer
en lo útil de lo inútil,
en donde la pureza moral
enseña su primitiva nalga crítica,
y en donde las tejedoras sin edad
siguen predicando en nombre
de quienes dicen, solamente dicen,
amarse esporádicamente.
Yo soy el hijo de puta que no cree
en los triunfos ni en los fracasos literarios.

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