Por Harold Alvarado Tenorio
Hace un par de semanas Roberto Burgos Cantor, Santiago Gamboa y Andrés Hoyos lamentaron el fin de las colecciones “Vitral” de ensayo y “La otra orilla”, y su premio homónimo de narrativa, de la editorial Norma de Carvajal y Cía., luego de un cuarto de siglo de la más obstinada, metódica, maliciosa y fulera aventura editorial que se haya cometido en América Latina. El premio, con un remoquete de 100.000 dólares, duró siete años, y contaba con el arbotante de Proartes, una fundación que lucra a Carvajal controlada por Amparo Sinisterra, ex bailarina que ha ocupado poderosos cargos en la industria cultural colombiana como ordenadora del gasto y directora de Colcultura y el Ministerio de Cultura de ese país.
Porque a nadie más que a unos terceros sirvieron esos veinticinco años de publicaciones de una pretendida nueva literatura: nadie cree hoy que Alfonso Carvajal, Alvaro Mutis, Antonio Garcia, Daniel Samper, Fernando Cruz, Fernando Quiroz, Gioconda Belli, Hector Abad, Juan Carlos Botero, Juan David Correa, Juan Gabriel Vasquez, Juan Manuel Roca, Julio César Londoño, Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli, Nulida Piñon, Oscar Collazos, Patricia Lara, Ricardo Silva Romero, Roberto Burgos, Santiago Gamboa, Santiago Mutis o William Ospina hayan cambiado, en algo, la sintaxis, prosodia o las ideas en una América Latina donde sólo sirvieron de publicistas del despilfarro de cientos de millones de pesos del dinero público que Carvajal y Cía. usó para convertirse en una multinacional de la educación.
Una aventura que tuvo varios nigromantes comandados por ese ideólogo de la dilapidación que es Alvaro Mutis junto a los hermanitos Moises y Jorge Orlando Melo y sus alfiles Adriana Mejia, Ana Roda, Araceli Morales, Consuelo Araujo, Doris Angel, Elvira Cuervo, Gloria Triana, Isadora de Norden, Juan Luis Mejía, Laura Restrepo, Marcela Moreno, Maria Candelaria Posada, Maria Paulina Espinosa, Marta Zen, Ramiro Osorio y Rocio Londoño, quienes desde los puestos públicos se dieron a la tarea de llenar las arcas de Carvajal y el conglomerado Prisa, de Jesús de Polanco, que viviera en la Colombia de la marimba sus mejores días, con más de ochenta empresas de fachada en la misma capital de la república. La historia menuda de este tigre de papel es la siguiente.
Todo comenzó, como ha sugerido entre líneas y mala leche Andrés Hoyos, con el fin de la revista Alternativa y la aparición de la Editorial Oveja Negra, convertida de la noche a la mañana en una poderosa empresa editorial y política merced al triunfo literario de GGM y a las astucias y componendas financieras del gobierno de Lopez Michelsen y José Vicente Kataraín, su gerente estrella. Fue en esa vieja casa de la Calle 18, al lado del restaurante El Trébol, donde crecieron uno por uno los personajes que han decidido la vida cultural de Colombia desde entonces. Allí están no sólo los jefes guerrilleros sino los pintores, periodistas, poetas y escritores que han contralado los medios y las empresas de las artes, con Belisario Betancur, conocido entonces como “La Mirla” ocupando todo el cielo de ese mundo.
Pero un dia Carmen Balcells oyó que en América se vendían sobre tirajes de las ediciones del ya Premio Nobel y tratando de escurrir el bulto Katica, como le decían entonces, acusó falsamente a sus colaboradores de piratería. Eso explica la astucia de Roberto Posada al pregunta si GGM era tan leal con sus amigos cómo dejaba que la implacable catalana dejara fuera del gran negocio a quien para entonces exportaba más de 10 millones de dólares en libros, falsos o verdaderos, cada año. Por algo fue el editor estrella de los años de auge de la ventanilla siniestra de que habló Carlos Lleras Restrepo.
La voz que había contado todo a Carmen Balcells no era otra que la más dolida, aun cuando aparentemente feliz, con el triunfo de GGM. Y esa misma voz ofrecía la solución: ceder los derechos de autor del Nobel a una empresa muy sólida pero que carecía de una línea editorial dedicada a la literatura: Norma, eso si, siempre y cuando se colaborara también con la expansión del mercado del libro para el grupo Prisa en América con su correspondiente nicho para Norma en España. Desde entonces Alvaro Mutis sería promocionado, a la sombra de GGM, como uno de los grandes escritores, y novelistas, óigase bien, de América Latina. 8 novelas en 6 años produjo el iluminado ganador del Premio Príncipe de Asturias, Reina Sofia y Cervantes, concedidos bajo el imperio de José María Aznar [1996-2004] y sus ministros de Cultura Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Mariano Rajoy y Pilar del Castillo.
“La historia había comenzado —dice una crónica de esos años escrita por el mutisiano Fernando Quiroz— el 24 de agosto de 1993, la víspera del cumpleaños número setenta de Alvaro Mutis, otro de los escritores manejados por Balcells y editados por Norma. Esa noche, la editorial ofreció un coctel en honor de Mutis, en el Teatro Colón de Bogotá, al que estaban invitados, entre otros personajes, García Márquez y su agente literaria. Unas horas antes, sin embargo, Moisés Melo se había reunido con Carmen Balcells en un restaurante del norte de Bogotá, y había conocido las reglas del juego para aspirar a los derechos del Nobel, toda vez que la catalana había logrado convencer a Gabo de la inconveniencia de seguir con la Oveja Negra”.
A este entramado se agregó desde entonces la peregrina idea de que había que dotar a América Latina de hermosas bibliotecas llenas de libros españoles. Lo que permitió a Moises Melo y su hermano Jorge Orlando desde el sillón mullido de la red de Bibliotecas del Banco de la Republica distribuir por el orbe los libros de “Vitral” y “La otra orilla”, donde por supuesto se publicaron primero a Roberto Burgos Cantor y Santiago Mutis Durán, dándose aquel el lujo de disfrutar “del hábito que consistía en mandarles a libreros y reseñadores un ejemplar anticipado del libro por salir, en papel rústico y tapa de cartulina”. Hoy hay en Colombia más de 2000 bibliotecas, la mayoría de ellas en casas podridas y abandonadas, repletas de cajas de libros publicados por Prisa y sus socios. Burgos Cantor es otro invento de Alvaro Mutis.
La ruina de Norma comenzó el dia que Carmen Balcells descubrió que también le habían pirateado los libros de Gabito. Pero lo más grave era que el Banco de la Republica, en cabeza de su gerente cultural, Dario Jaramillo Agudelo, no estaba dispuesto a permitir que se siguieran comprando las mismas enormes cantidades de los libros de Norma para los canjes mundiales de la Biblioteca Luis Angel Arango, porque lo que a él le interesaba era el Fondo de Cultura Económica de México, una empresa tan corrupta como la misma sub-gerencia del Banco de la República y a quien incluso Jaramillo Agudelo instaló una librería ambulante en los sótanos de la Luis Angel, y la editorial española que lo haría invisible, Pre-textos. Por esas y otras causas debió dejar su puestico de izquierdista en reposo Don Jorge Orlando Melo.
Norma llegó a tener un catalogo de 80 pretendidos escritores nacidos en Colombia, unos 280 de diversos orígenes y edades y un premio anual de 100 mil dólares. Ninguno de ellos dijo nunca que Alvaro Mutis es un pésimo novelista y un mediocre poeta. Y todos, hasta los difuntos, han bebido escocés en su casa de Ciudad de México y han pasado por la Feria de Guadalajara.
A los contribuyentes colombianos está debiendo Álvaro Mutis, desde aquel año en que enviara la mujer de Julio César Turbay Ayala en una avioneta de la Esso para que un médico le curara el asma, en Estados Unidos, su gloria y su fama.
1 comentario:
Definitivamente el mundo cultural de este pais es una basura...con razon aca no hay verdadera cultura...solo atraso, el cual es fomentado burgueses pseudo-intelectuales que no hacen sino justificar con verborrea sus "lagarteadas" depuestos publicos, sus oportunistas acciones y sus ganas de enriquecerse. Que horror :S
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