2.2.10

MAURIZIO MEDO: “HEMOS PASADO DE LO NEOBARROCO A LO NEOBERRACO” [ENTREVISTA DE DARWIN BEDOYA Y LILIAN DIEZ]

Poeta peruano Maurizio Medo junto al poeta ecuatoriano César Eduardo Carrión.

DB: Creo que Sparagmos está inserto dentro de una serie muy especial de la poesía contemporánea de Latinoamérica (Los hábitos de la ceniza, El deseo postergado, Las jaulas, El fulgor del vacío, El señor del vértigo, [coma], [guión], Principio de incertidumbre, Aires de Ellicott City, La muerte de Caín, Demonia factory, El hijo de todos, La tumba de Keats, Oscuro mediodía, Náufrago cantando un himno urbano, La invención del día, Deux es machina, Todos los cadáveres soy yo, En las manos, la niebla, Vida de nadie, Piedra vacía, etc.), que si bien es cierto son distintas tendencias, pero confluyen como voces de la contemporaneidad, además por el logro, el esfuerzo poético, la madurez y el reconocimiento que han alcanzado. ¿Cuál es la propuesta de Sparagmos a la luz de este panorama?


MM: La propuesta de Sparagmos es la configuración de una novela poética, si bien sus capítulos hayan sido entregados por partes, casi al estilo de las dime novels —aquellos libros populares entregados quincenal o mensualmente—, y desde distintos puntos geográficos (New York, Boston, Santiago de Chile o Guayaquil) ¿Qué ocurre dentro de esa novela? Argumentalmente no mucho pero, “adentro”, hay un lenguaje que fusiona gramáticas, sintaxis y géneros, lo textual desborda hasta lo visual y, al final del mismo, el lector “ve” que el autor —devorado en el Sparagmos— es escrito por otros —a través de sus intervenciones textuales—. ¿Hay personajes? Probablemente. Aquel escrito como Μηδο —¿cuántos lectores abordan el texto sabiendo que Μηδο es una apropiación del griego Μηδος, Mêdos en un juego léxico-gráfico que hace referencia al nombre del autor, Medo?—, aquellos de Manicomio —donde en realidad podríamos hablar sólo de Gilda, Mandril, las enfermeras y, por supuesto de Μηδο, pues los otros probablemente sean soñados por estos—, y aquella profesora quien, luego de explicar la literatura a sus alumnos termina por enloquecer de soledad. ¿Otros?, sí: Santiváñez, Guillén, Zurita, etc. Pues son quienes devoran al personaje-concepto, el autor. Como ves Sparagmos, temáticamente, no propone nada nuevo, desde el mito aquel donde Orfeo muere despedazado por las ménades hasta el momento en que respondo esta entrevista. Desde la idea de una “novela poética” dialoga con otras ([coma] o Demonia Factory).

DB: Si atendemos la idea de epicidad en tu discurso, ¿Cómo crees que Sparagmos se relaciona con la tradición clásica: Homero, Dante y Virgilio, especialmente?


MM: Me pregunto si hoy podríamos hablar de Virgilio sin contar con La Odisea de Homero. Virgilio, al no aceptar el desenlace de esta epopeya opta por su reescritura La Eneida. Me pregunto también si Dante hubiera podido emprender la travesía de su Comedia sin haber estado Virgilio. En la Comedia Virgilio no sólo es el guía, sino aquel que evoca los mitos —y los héroes— de la poesía latina, es el vaso comunicante de Dante con la tradición, la cual aparece reinterpretada. La escritura es la vuelta al texto original. Es su re-elaboración y trans-contextualización de acuerdo con el lenguaje —que es la realidad— exigido desde el presente.

DB: ¿Tu poesía seguirá desarrollándose dentro de esta tendencia neobarroca? ¿Hacia dónde va?


MM: Hace poco leí una entrevista donde Mario Bojórquez explicaba ese neobarroco como algo natural del ser latinoamericanos. Concuerdo completamente. A veces me enoja que se hable del neobarroco como de una especie de militancia o de práctica esotérica. La escritura es irrestrictamente personal. Si por neobarroco entendemos una actitud desafiante al lenguaje poético puedo estar dentro de esta expresión como, por ejemplo, lo están José Kozer, Eduardo Milán o Eduardo Espina. Pero, ¿qué semejanza hay entre la singularización de Kozer —el sujeto— con el lúcido autismo de Milán —otro sujeto específico— y el barrococó de Espina —donde el sujeto cede ante el lenguaje?—. Son propuestas diametralmente distintas. La mía también lo es. No sé si sea barroca o neobarroca. Mi biografía lo es (el padre eslavo, la madre italiana, la vida en la provincia insiliado ahí de otra que es la capital) y lo histórico se filtra en la escritura o, mejor, dejo que se filtre en la escritura. Te decía antes: Sparagmos es un solo libro, toda mi obra lo es. Actualmente estoy dando más importancia a lo visual (calendarios, pentagramas, viñetas) pero esto tiene un fundamento en lo escrito antes, no se puede leer de forma aislada.

LD: Sin embargo en Cuenca señalabas que el neobarroco era un discurso superado.


MM: Ahí hablamos de un discurso y bajo la idea de una militancia, como te decía, o un subgénero. Como si aquellos así considerados tuvieran que seguir las líneas expresivas de Medusario (las cuales varían según cada autor) y entonces eso, originalmente neobarroco —que es un discurso madre, cómo no, el cual nos llega a través de Lezama Lima, Haroldo Campos o del mismo Carlos Germán Belli— se convierte en pura pirotecnia verbal, manierismo y no, esto lo dice muy bien Hinostroza, en una escritura. Tamara Kamenszain, ya que hablamos de Cuenca, señalaba que aquello “neobarroso”, visto así lucía, más bien, como algo “neoborroso”.

LD: Pero en tu escritura está presente.


MM: Como también lo están el discurso conversacional, en función de la ruptura del enclaustramiento del lenguaje intrínsecamente poético —Cornejo Polar dix—, el antilirismo, lo visual y otras temperaturas expresivas, ¿no? Me interesan indudablemente autores considerados como “neobarrocos” (Kozer, por ejemplo; Wilson Bueno es otro) también aquellos muy próximos pero con una aventura personal (García Vega, Santiváñez, Espina, Montalbetti, Arteca, Yrigoyen o Del Pliego). Sin embargo, creo yo, que hemos pasado de lo neobarroco a lo neoberraco. Las densidades de los diversos tipos de lenguaje se han unido generando propuestas aún inclasificables, sea por sus topos como por los registros desde donde nos hablan, muchos de los cuales incluso están en un ámbito mayor a lo que comprendemos como lo literario.

LD: De acuerdo, me refería principalmente a tus diálogos, conexiones e intertextualidades.


MM: Mis diálogos y conexiones se dan con la tradición y si de ésta lo que resuena es cierta reverberación, ok. Sin embargo no creo que autores como Spicer, por ejemplo, Ashbery, otro, o Deniz, respondan necesariamente a lo que se considera, entiende o interpreta como barroco o neobarroco. Pasa que todo discurso situado fuera de la norma conversacional pareciera ser idóneo para convertirse en algo o neobarroco o patafísico o experimental pero, como te repito, las temperaturas de los discursos hacen que la sola idea de una dicotomía conversacional-neobarroco sea una simple perorata didáctica. Mis diálogos, los fundamentales, ocurren con las disidencias respecto de un centro canónigo o modal. No es tan complicado.

DB: Después de los dos grandes y últimos proyectos latinoamericanos por la conquista de una nueva poesía, tanto la antipoesía de Parra y la poesía concreta de Brasil, ¿Cómo ves la nueva poesía de la región latinoamericana?

MM: A estas alturas ya nadie, ni siquiera los representantes del conservadurismo más recalcitrante, podrán negar la calidad manifiesta en la “nueva” poesía latinoamericana, entrecomillo lo de “nueva” pues me refiero a la producción escrita desde mediados de los 90. Lo que ocurre hoy es parte de un proceso que se inicia en los primeros años de los 90, en donde se busca romper con cierto tipo de conversacionalismo, heredado a los 60s y 70s. En el año 1983 la revista Hueso Húmero publicó SOBRE LA POESÍA PERUANA ÚLTIMA / Una conversación. En esta ya se hablaba del conversacionalismo como de un “callejón sin salida”. Entonces los poetas, entonces jóvenes, se lanzaron en búsqueda de expresiones alternativas, las cuales ya estaban —las de Blanco y José de Jesús Sampedro, de México; las de Zurita, Martínez y Maquieira, de Chile; las de Echavarren y De Giorgio, de Uruguay; las de los Lamborghini y Perlongher, de Argentina; etc., etc.—, y llegaban a muchos de nosotros casi como mercadería de contrabando. Ya luego, en los 90, la aparición de Medusario (como una antología de poesía latinoamericana y no neobarroca) nos hizo ver que la poesía cantaba más alto sin los melindres de la cháchara urbana —en el Perú esto se evidenciaba con las escrituras de Hinostroza, Morales Saravia, Montalbetti, Chocano y Santiváñez—. En los 90 la escena se caracterizaba por las dicotomías coloquial-neobarroco, línea fina-línea espesa, pero las mismas, en los 2000, se condensan. Así llega la escritura a los autores nacidos a fines de los 70. Desde ahí se realizan una serie de experimentaciones las cuales incorporan al discurso una serie de formas marginales, aquellas “que no eran poesía”, (prosa poética, pictogramas, etc.) hasta llegar a la babelización del presente.

LD: ¿Desde esta perspectiva cómo podríamos ubicar libros como Manicomio?

MM: Como el final de una escritura llevada al extremo, casi a lo indecible, para luego reinventarla en Influenza, un libro —nuevo— mucho más prosaico, narrativo, y ¿por qué no? lineal. El lenguaje es una realidad únicamente en función de su dinámica. Es, en la medida en que se transforma, si permanece estanco “eso hablado” muta en retórica y, creo al menos, que con la poesía uno no pretende esto. Ahora, como ya lo he aclarado, no me gusta la idea de “libros”, aunque Influenza vaya por un derrotero distinto (al de Sparagmos) para constituirse en una suerte de testimonio de época.

LD: ¿Cómo explicar que tu obra se venga imponiendo desde abajo —fundamentalmente por los lectores jóvenes— y entre así al ámbito latinoamericano?


MM: Mis primeros libros fueron “bien vistos” por la crítica de mi país. Tenía que ser así pues se trataba de construcciones correctas, casi sin riesgo —por eso soy muy crítico al momento de releerlas y carezco de ese fervor hacia los hijos primogénitos—. Había que hacerlo así. Al menos, pienso yo, que para poder hablar un lenguaje propio uno tiene que haber conocido (al menos algo) de los diversos dialectos que se hablan (y hablaron) en un ámbito al cual se pertenece —la tradición—. Yo no me fui “abajo” a buscar un nuevo lector, un nuevo tipo de lector —la sola idea de que el lector joven esté abajo me parece equivocada, en todo caso más acertado sería decir “adelante”—. Podría decir que me “encerré”, simplemente eso —y así continúo, “encerrado”— respecto al diálogo con un tipo determinado de poesía —uno modal— y con quienes dialogué fueron quienes hablaban con otra dicción. La mayoría de ellos jóvenes, es cierto, pero yo pienso en escrituras no hago censos o catastros. Me atrevería a decir que fui “adoptado” por ellos pues mi generación, la de la crisis, se fue callando. No creo tampoco sea un “mérito” o una “consagración” ser leído (y viajar a conocer a esos lectores) en un ámbito mayor a lo “nacional”, eso funcionaba como una categoría en los 60s.

*Tomado de la revista de escritura & poéticas sie7edesie7e.

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