1.2.10

WITOLD GOMBROWICZ Y MARTA LYNCH


Por Juan Carlos Gómez

“[…] Goma, póngase en contacto con Marta Lynch, Madero 222, Vicente López. Autora de una novela premiada, “La alfombra roja”, edad 30 años, casada o soltera, me escribió una carta dramática diciéndome que justamente cuando ella, después de terribles vacilaciones, se animó a acercarse al genio, el genio se fue. Leyó Ferdydurke, la Pornografía y el pedazo de Diario sobre Retiro. ¿Me ama? Parece inteligente y simpática, puede ser que usted, Goma, tendrá una buena compañera para charlas interminables sobre mí (es curiosísima de cada detalle), escríbale que yo le pedí que sea ante ella algo así como mi embajador plenipotenciario. Y a lo mejor póngala en contacto con la muchachada. Dice en su carta ‘Leí un fascinante reportaje o recuerdo en forma de tal de unos locos sueltos que me atraen a fuerza de fastidiarme y que escriben en Eco Contemporáneo’ (esto hágalo saber al Asno, pues los jóvenes autores son muy ávidos de tales datos) […]”.

“Para Marta Lynch, Certificado: Juan Carlos Gómez, alias ‘Goma’, es el argentino más iniciado en mi mundo y conoce mucho de mis secretos… Witold Gombrowicz 1963”.

A los primeros admiradores de Gombrowicz en la Argentina no se los puede ubicar fácilmente, quizás Manuel Gálvez, Roger Pla, Ernesto Sabato… pero a la última admiradora sí se puede ubicar, fue sin lugar a dudas Marta Lynch.

La idea de Gombrowicz de que me pusiera en contacto con ella fracasó, faltó a una cita que habíamos concertado en la Fragata. Le propuse con nos encontráramos en ese café, cuando me preguntó de qué manera nos reconoceríamos le respondí que llevara una gallina debajo del brazo.

“La alfombra roja” era una novela muy comentada en el Buenos Aires de aquel entonces, una obra que puso en verdaderos apuros a Gombrowicz cuando la recibió en Berlín, por lo menos eso es lo que nos decía en las cartas.

“[…] No venga tampoco haciendo líos con mujeres, ya sabe que esto de traducir mi diario transatlántico es excitante, cuide de que no haya complicaciones, déjelas en paz con mi diario. Ya tengo bastante líos. La novela de la Lynch resultó ilegible (no le diga esto, sabe) y con furia meditaba que es lo que tengo que contestar, por fin le escribí que tuvo una idea horrible mandándomela pues el hecho que se declaró mi admiradora me impide cualquier elogio y que en general me da lo mismo si la novela es buena o mala […]”.

“Ocurrió con la Lynch que no sabiendo qué decir de la novela (pues no la leí) dije que no es social sino erótica y ocurre que acerté pues me mandó carta diciéndome, ¡que grande!, cómo lo supo, esto es, nadie lo pescó aquí etc. etc. ¡Qué cosa!”.

Gombrowicz había escrito un prefacio para “Hernán”, la primera novela del Asno. Fue un prólogo muy criticado por los lectores al punto que Marta Lynch decía a los cuatro vientos que la mala suerte que había tenido el libro estaba muy relacionada con el texto de Gombrowicz.

Las palabras que le escribió Gombrowicz a Marta Lynch sobre “La alfombra roja” y los comentarios públicos que había hecho la escritora sobre el prefacio de “Hernán” terminaron malogrando hasta cierto punto la buena relación entre ellos. El Asno, para echar más leña al fuego, aprovechó la circunstancia de que ella era Lynch por el apellido de su esposo, un conocido abogado de la clase alta argentina, pero su verdadero nombre era Marta Lía Frigerio de Lynch.

Rogelio Frigerio funcionaba como la mano derecha de Arturo Frondizi, así que el Asno le metió en la cabeza a Gombrowicz que Marta Lynch era su hermana.

“[…] La Lynch, informa el Asno, parece que es hermana de Rogelio Frigerio. ¡Ojo! Me temo que la pobre al leer el fragmento sobre Retiro lo interpretó como si se tratara del amor al pueblo […]”.

Pasaron cuarenta y cinco años desde aquel lejano 1963, cuando Gombrowicz le certificó a Marta Lynch que yo era el argentino más iniciado en su mundo. Hace unos pocos días recibí una carta de Enrique Lynch, hijo de la escritora y profesor en la carrera de Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Enrique Lynch ha llevado a cabo una gran variedad de trabajos siempre relacionados con las letras, y encabeza su página web con una cita de Gombrowicz.

“Prefiero ser considerado como un conde ‘tout court’ que como un conde de las bellas artes, un marqués del intelecto y un príncipe de la literatura”.

La carta que me escribe es amable y hace referencia a un gombrowiczidas en el que hablo del Pato Criollo.

“[…] No me extraña, porque si algo llama la atención en Aira es la cantidad de ideas que se le ocurren. En cualquier caso, lo que importa es que se trata de una buena idea. Leo con interés y curiosidad sus desaseadas misivas sobre la Galaxia Gombrowicz y le agradezco que me las haya dado a leer […]”.

Estos comentarios de Enrique Lynch, al que de ahora en más conoceremos como el Aseado, acerca de la falta de aseo de mis misivas sobre la Galaxia Gombrowicz, se me asociaron con otros del Benevolente.

“[…] En mis (aparentes) días de ocio en Córdoba leo con interés sus notas. No pierden ácido y eso es bueno y a veces Gombrowicz no aparece en la pasarela. Pero ahora le quiero decir algo muy trivial y que tal vez no suene benevolente: hay en sus escritos, a veces, no sé si en todos, un pequeño problema de concordancia y una especie de temor sacro al verbo en potencial. Debe ser que muchos lo utilizan porque no entienden el subjuntivo y ostentan con estrépito unos ‘si yo habría’ que estremecen. Lo que yo le señalo es el estremecimiento contrario: como a veces hay que variar, en lugar de un oportuno ‘hubiera’ pone un deslizante ‘hubiese y en lugar de un ‘habría’ pone un rotundo ‘hubiera’. Nada de importancia, la lengua cambia por estos estremecimientos, después de todo, el francés ocupó el territorio del imperfecto de indicativo para sustituir el dificultoso imperfecto del subjuntivo: ‘si j’avais’ en lugar de ‘si j’eusse’, que suena tan fuerte […]”.

Y estos comentarios del Benevolente se me asociaron con otros del Orate Blaguer, unos que hizo en su último viaje a Nueva York en los que se refiere a mí, aunque sin nombrarme, de una manera insolente.

“Se ha dicho que le he dado mantenimiento a los clásicos de Borges (a Melville y su Bartleby), pero también es cierto que he acompañado los éxitos de librería de Robert Walser (a quien saqué modestamente del invernadero de las solapas y lo convertí, gracias a Doctor Pasavento, en un santo laico), de Georges Perec (uno de los autores que he decidido doblar, duplicar), de Fernando Pessoa (propongo que se multipliquen, como los peces, los heterónimos) y de Witold Gombrowicz, el noble polaco al que algún imbécil debería dejar de manosear”.

No puedo tomar a la ligera las reflexiones sobre el aseo, la concordancia y el manoseo que me están haciendo el Aseado, el Benevolente y el Orate Blaguer, aunque Gombrowicz haya tomado a la ligera unas reflexiones que le había hecho una lectora canadiense.

En efecto, después de una narración metafísica y bucólica que remata con la aparición de un cocodrilo Gombrowicz sigue todavía muy inspirado y mete en los diarios los relatos de la casa de los Pueyrredón, del cretino de la columna de Creta y del fotógrafo impostor.

Finalmente una lectora de Canadá se cansa de tantas historias superficiales y le manda una carta amarga reprobándole la costumbre que estaba adquiriendo de escribir tonterías, una carta con la que Gombrowicz no está de acuerdo.

“Al principio, lo que usted escribía tenía carácter polémico, despertaba controversias, producía reacciones, incluso negativas, pero fuertes. Los últimos fragmentos no me producen ninguna reacción aparte del estupor de que usted los escriba y de que Kultura los publique”.

Gombrowicz lee con atención la carta y reconoce que el diario publicado en noviembre le salió un poco frívolo, especialmente con el cuento del cocodrilo, pero no está dispuesto a escribir sólo para la satisfacción de los lectores, les pide que le dejen cierta libertad y que no se entrometan demasiado en su trabajo.

“Cuidad de que mi diario tenga el mínimo indispensable de inteligencia y vitalidad, la cantidad exigida por el nivel medio de la palabra impresa, pero en cuanto al resto, dejadme las manos libres […]”.

“En este saco meto muchas cosas distintas: todo un mundo al que sólo os acostumbraréis en la medida que adquiera superioridad sobre vosotros; mientras tanto, muchas cosas de este diario os parecerán innecesarias e incluso os quedaréis sorprendidos de que se acepte su publicación”.

Pero Gombrowicz no puede con el genio, e inmediatamente después de estas reflexiones tan atinadas que hace para la lectora de Canadá mete en el diario unos versos indecentes que escribe en la puerta de un baño.

“A señoras y señores, para nuestro beneficio / No lo hagan en la tapa, háganlo en el orificio”.

En seguida le advierte a los lectores que había dudado antes de confesar esta manía, pero le había resultado tan fascinante que se lamentaba de haber perdido tanto tiempo sin conocer un placer tan barato y desprovisto de riesgo.

“Hay en esto algo…, algo extraño y embriagador… debido probablemente a la terrible evidencia de la inscripción unida al absoluto ocultamiento del autor, al que es imposible descubrir. Y también al hecho de que se trata de algo absolutamente inferior al nivel de mi creación”.

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