26.6.09

WITOLD GOMBROWICZ Y FRANCESCO CATALUCCIO


Escribe: Juan Carlos Gómez

Las ideas dominantes que sedujeron al Cagamármoles para analizar el mundo de Gombrowicz fueron la juventud y la inmadurez, pero debido a su formación especialmente científica le interesaron más que los aspectos poéticos y metafísicos de estas ideas, los aspectos sociales sobre los cuales Gombrowicz también había hecho algunas reflexiones.

Las revoluciones son desencadenamientos sociales transformadores que realiza el pueblo y que por eso llegan a ser fuertes y espontáneos. Después de las primeras convulsiones vienen los razonamientos y los discursos con una avalancha de fórmulas prefabricadas, y este segundo momento de la revolución falsifica su autenticidad y debilitaba la energía del movimiento original. Este es más o menos el pensamiento de Gombrowicz.

Por tal razón consideró a los acontecimientos de mayo del 68 ocurridos en Francia como una derivación peligrosa de un aspecto de la cultura europea: la mistificación de las relaciones de los jóvenes con los adultos, y esta mistificación le parece peligrosa porque el adulto se estaba comportando como si tuviera miedo, perdiendo el control sobre la juventud porque no quiere hacer uso de su autoridad. El inmaduro, tentado a desempeñar un papel para el que no está preparado, actúa como revolucionario y como profeta de lo que resulta un teatro verdaderamente cómico y ridículo. Gombrowicz está seguro de que los jóvenes franceses eran víctimas de una deformación parecida a la que experimentaban los dos estudiantes polacos que entablan un duelo de muecas en uno de los capítulos de “Ferdydurke”. Uno de los estudiantes ensaya las muecas de un alma noble y el otro las de un alma vulgar, los dos están enmascarados, y si bien toman posiciones antitéticas, ambos caen en la vulgaridad y el anacronismo.

La juventud se comporta en forma salvajemente espontánea y es inferior al adulto en todo aquello que tenga un valor social. Débil e indolente frente al maduro es superior en un solo aspecto: en el de la propia juventud que es un valor en sí mismo, un valor cruel que destruye a los otros valores. Sin embargo, la juventud no quiere perdurar, quiere deshacerse de su falta de madurez lo más pronto que le sea posible, pero esta falta de madurez es, justamente, lo que fascina a los maduros. Dos adultos mirones y lascivos se desvelan por excitar a dos adolescentes en “Pornografía”, pero la fascinación que suscitan entre ellos los hace sentir inferiores. Esta superioridad del inmaduro sobre el adulto es la que legítimamente puede ejercer el joven, no la de las ideologías y las revoluciones, tan sólo muecas que encierran al joven en una inmadurez vulgar e inferior.

El hombre maduro de hoy siente que su etilo ha envejecido, desarmado frente al inmaduro como está le encarga a los especialistas que busquen en los movimientos de la juventud la mayor cantidad de problemas profundos para que los intelectuales puedan filosofar, se comportaron como sanguijuelas y le chuparon la sangre a los estudiantes de los acontecimientos de mayo. El acercamiento entre las generaciones está dominado en la actualidad por una retórica estúpida, una especie de revolución artificial que puede falsificar a la larga esta relación decisiva.

El problema que tiene el joven para situarse correctamente en la relación con el adulto es relativamente fácil de resolver, sólo necesita que el adulto le enseñe a ser maduro porque eso es, precisamente lo que quiere ser.

Para el adulto las cosas son bastante más complicadas porque quiere ser maduro pero también quiere ser inmaduro. Tiene sed de ligereza, de ausencia de responsabilidad y también de tontería. El joven no busca el poder que tiene el adulto, sabe que todavía es tonto, y si no lo sabe es más tonto todavía.

La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad.

El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una juventud sorprendente, los intelectuales nos exhortaban a que pensáramos nosotros mismos, con nuestra propia cabeza.

Las ideas podían tener un salvoconducto si se las comprendía personalmente, y no sólo eso, teníamos que experimentarlas en nuestra vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con nuestra propia sangre.

El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal del intelectual, una preocupación que fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia.

Después de este juego histórico ocurrido en la Francia de Charles de Gaulle Gombrowicz sigue tomando partido por el mundo mágico de la juventud, ése que busca un lugar junto al mundo racional.

La juventud era un estadio de la vida que le resultaba más familiar que la condición sofisticada de la madurez. Gombrowicz no quería ocupar su lugar de adulto en la sociedad y anduvo siempre conspirando aliándose con otros elementos, ambientes y fases del desarrollo.

En el tiempo que intentaba publicar las cartas que me había escrito Gombrowicz le escribí a Gabriella D’Ina de “Giangiacomo Feltrinelli”. Gabriella me respondió que la evaluación editorial de mi propuesta se la había pasado a Francesco Cataluccio.

Enseguida supe que estaba perdido, el Cagamármoles había convencido a la Vaca Sagrada de publicar “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”. Me quedé esperando el ruido del trueno después de haber visto la luz del rayo. Y así fue.

“[…] Cataluccio le escribirá personalmente porque existen problemas (¿con los herederos?, ¿con la mujer?), para la publicación. Te he hecho mandar “Una giovinezza in Polonia”.

El Cagamármoles se estaba transformando en un demonólogo del infantilismo, una especialización que hizo desembocar en una obra a la que dio en llamar “Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo”, un libro que dio la vuelta al mundo. Sea por la inmadurez, sea porque igual que Gombrowicz estaba subyugado por la filosofía, la cuestión es que el Cagamármoles se convirtió en el campeón de los gombrowiczidas italianos, en un asesor filosófico de la Vaca Sagrada, y en un personaje que le sacó bastante jugo a las ideas de la juventud y la inmadurez.

Estaba convencido de que entre las numerosas enfermedades del siglo XX, la inmadurez se había extendido velozmente como un virus hasta convertirse, en la segunda mitad del siglo, en un auténtico fenómeno de masas. Año tras año, el culto a la infancia se ha transformado y radicalizado: hoy los adultos se ven empujados de forma creciente a conservar, por todos los medios, su juventud, a pensar como un joven, a comportarse, a vestirse, incluso a jugar como niños. El niño se ha impuesto como paradigma de un ser ideal, y volver a serlo o seguirlo siendo parece ser ahora el destino de nuestra civilización. Este libro es una reconstrucción histórica —a través del análisis de novelas, poemas, pinturas, películas, ensayos de psicología, filosofía y sociología— de la difusión, en el siglo XX, de la voluntad de no crecer.

Una actitud que tiene sus orígenes en una cultura que, fuertemente influida por la religión del Hijo (el cristianismo), ha impuesto a la cultura occidental una visión de la infancia como bien, inocencia, belleza y felicidad. El psicoanálisis y Peter Pan, a principios del siglo pasado, pusieron en entredicho esta visión, junto con la crisis de la figura del Padre. La inmadurez es entonces para el Cagamármoles la causa de la decadencia del mundo occidental y del nacimiento de los totalitarismos.

“[…] ‘Peter Pan’ fue reescrito por lo menos dos veces en el siglo XX. La primera en 1937 por el polaco Witold Gombrowicz, en su novela “Ferdydurke”; y la segunda en 1959, por el escritor alemán Günter Grass, en “El tambor de hojalata”. Son dos versiones de Peter Pan, dos destinos diferentes […]”.

“En cada una de estas novelas se perfilan rumbos distintos, itinerarios diferentes para los Peter Pan. La bondad que le adjudica Gombrowicz contrasta con la maldad que le endosa Grass al niño protagonista de su novela. Si en un caso la juventud se presenta como promesa en la otra se la postula como problema”.

“En la novela de Gombrowicz el protagonista es un adulto que, al igual que el Gregorio Samsa de Kafka, por un extraño hechizo, una mañana se sorprende haciendo el papel del pavo, degradado a la condición de adolescente”.

“Pero a la confusión original le sucederá un estado de plenitud. Al fin y al cabo no se la pasa tan mal siendo un niño. Se tiene el privilegio de la verdad y no hay que rendirle cuentas a nadie por ello […]”.

“La vida es un divertimento donde la trasgresión a las reglas del mundo de los adultos, carga con el consuelo de que se trata de una etapa que, tarde o temprano, va a pasar”.

“En cambio, Oskar, el protagonista de “El tambor de hojalata”, es un niño que vive con vergüenza el mundo de los adultos. Alguien que se atrevió a pispiar el mundo mediocre de los padres y decidió no crecer más. Se convirtió en una freeki a los 3 años de edad, un enanito monstruoso que se la pasa taladrando el tímpano de los mayores con el repiqueteo de su tambor y los gritos distorsionados que pegaba”.

“La juventud es ambivalente. La inocencia puede asumir formas distintas, descabellar experiencias muy diferentes entre sí. En los dos casos la juventud es algo más que una estética, es una manera de habitar la sociedad […]”.

“En el primer caso la juventud se vuelve una idea positiva, está relacionada —como sostenía Nietzsche en “Las tres transformaciones” del Zarathustra— al santo decir sí del niño, la juventud es la oportunidad de poner a la voluntad en el centro de la escena, una voluntad que apunta a la creación, que lucha para conquistar su mundo; para Günter Grass, por el contrario, la juventud está vinculada a experiencias negativas, autodestructivas, que socavan las bases de cualquier sociabilidad, que no tardará en volverse contra su mundo”.

A mí se me había formado la idea de que una persona tan lúcida como el Cagamármoles me iba a ayudar a publicar las cartas de Gombrowicz en Feltrinelli venciendo la resistencia de la Vaca Sagrada, pero en vez de ayudarla a realizar una empresa tan noble la ayudó a cometer un desatino.

Gombrowicz se fue a la tumba sin saber que se publicaría un libro con unos textos suyos que no habían visto la luz del día mientras vivió: “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”. Se publicaron con la santa bendición de la Vaca Sagrada, pero llamar textos de Gombrowicz a los apuntes que sacó en el curso de filosofía que dictó en Vence y que Gombrowicz no tuvo ocasión de revisar es una temeridad.

El Cagamármoles se puso a las órdenes de la Vaca Sagrada como doctor profesor honoris causa lameculos, y allá fue el engendro mortuorio.

Como Gombrowicz no era filósofo ni profesor de filosofía no disponía del automatismo que da la memoria mediante el cual podemos repetir cosas que dijimos antes una y mil veces sin pensar en lo que estamos diciendo ahora. Gombrowicz dio ese curso para olvidarse de la idea del suicidio, no disponía pues de la imaginación y de la conciencia agudísimas con las que de vez en cuando enfrentaba estos desafíos.

El Cagamármoles pasa por alto los aspectos poéticos y metafisicos que tienen para Gombrowicz las ideas de la juventud y de la inmadurez.

“Algunos verán en mi mitología del joven la prueba de mis inclinaciones homosexuales; pues bien, es posible. No obstante, deseo hacer una observación ¿es seguro que el hombre más hombre permanece insensible por completo ante la belleza del muchacho? Y aún más, ¿cabe decir que la homosexualidad, milenaria, extendida, siempre renaciente, no es otra cosa que extravío? Y si ese extravío es tan frecuente, si se halla tan universalmente presente, ¿no es acaso porque prospera sobre el terreno de una atracción innegable? ¿No parecen ocurrir las cosas como si el hombre, seducido para siempre por el joven y a él sometido, procurase refugiarse en los brazos de una mujer porque ésta representa para él, a fin de cuentas, una juventud? Hay mucha exageración en todo ello, pero también una pequeña parte de verdad”.

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