Por Juan Carlos Gómez
A decir verdad Gombrowicz pasó olímpicamente por alto una personalidad tan multifacética como la de Jacques Lacan, sólo se refiere él mezclado en una retahíla de nombres estructuralistas que menciona en un reportaje apócrifo que se hace a sí mismo.
La inteligencia de Lacan era tan seductora que despertó la admiración de nuestra Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales, aunque nadie puede asegurar que haya ido más allá de un apasionado flirteo, a pesar del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con personajes destacados.
Gombrowicz vivió en la época más agitada del siglo XX, a la gente se le había dado por pensar y las ideas deslumbrantes salían de las cabezas a una velocidad vertiginosa. Gombrowicz era perezoso pero no podía dejarse estar ni quedarse atrás, más aún estando en Europa, y en esto Dios le dio una mano.
Los franceses empezaron a hacer correr como reguero de pólvora el comentario de que su idea de la forma se había adelantado treinta años al estructuralismo con el que tenía un gran parecido.
Europa hervía con esa teoría común a varias ciencias humanas: la lingüística, la antropología social y la psicología, que concibe cada objeto de estudio como un todo cuyos miembros se determinan entre sí, tanto en su naturaleza como en sus funciones, en virtud de leyes generales. Antes de que surgiera la moda del estructuralismo Marx ya había intentado establecer científicamente las condiciones de la estructura social que, según su concepción materialista, estaba determinada por el modo de producción y por las relaciones entre las clases sociales sobre la que se apoya la superestuctura institucional, jurídica, moral e ideológica de la sociedad.
Y Freud había elaborado un modelo estructural para el inconsciente reprimido con su sistema del yo, del ello y del súper yo.
Y, también, antes de la moda estructuralista, Saussure diferencia en sus estudios sobre lingüística a la “lengua” del “habla”, considerando a la lengua como un sistema de signos independiente del uso que de él hace el individuo, habiendo sido esta idea la inspiradora del estructuralismo. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre, aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda, el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis, Altuhusser en el marxismo y Foucault en la epistemología, por decir algo, aunque él no se reconocía como estructuralista.
Treinta años después de muerto Gombrowicz me puse en campaña para publicar las cartas que me había escrito desde Europa y me encontré enseguida con la oposición cerril de la Vaca Sagrada, así que le pedí ayuda a un catalán refugiado en Francia, amigo de ambos, a ver si podía vencer esa resistencia implacable, pero no se mostró muy entusiasmado que digamos.
Louis Soler, profesor de la Universidad de París, casado con Colette Soler, una connotada lacaniana, tradujo, presentó y publicó en Francia la primera nota que escribí sobre Witold, “Gombrowicz está en nosotros”.
“¿La queremos ayudar, o no? Si la respuesta es sí, será con seriedad y paciencia, no con ironía, tono conminatorio y un ultimátum cada tres o cuatro meses. ¿No te parece? […]”.
“Las cartas de Witold con detalles muy interesantes y otros que sólo lo son porque se trata de un gigante, y a los gigantes le toca comer, dormir y alojarse igual que a los enanos”.
En junio del año 1998 le conté a Soler que “Emecé” me iba a publicar las cartas y le pedí que no se lo dijera a la Vaca Sagrada. Este fue el principio del fin.
“A ella no le diré nada porque no soy soplón. Pero a ti te diré que Rita hace tiempo que está al tanto de tus negociaciones con ‘Emecé’ y con otras editoriales de otros países (lo único que no sabe es la fecha de publicación). […] Tu argumento que en la Argentina y en otros países la ley es diferente que en Francia no vale. En cambio esto sí que es posible: que un editor decida no respetar las leyes si piensa ganar más dinero con una publicación que lo que le costará un juicio perdido (lo mismo pasa con los buques petroleros que echan porquerías al mar: les ponen unas multas, ¿y qué? Esto no es nada para ellos)”.
Para conseguir que desistiera de mi propósito malsano me acercó un argumento personal y dramático.
“En 1996 quise publicar un poema de amor de Lacan que me había regalado la destinataria y propietaria del escrito, pero no pude, la familia de Lacan ya fallecido nos amenazó con un proceso. Cedí, mis medios no me permitían luchar con los que tenían la ley de su lado, que es lo que hará el agente literario de Rita contigo, si es que insistes con tu idea, para defender sus derechos”.
Le pedí que si podía no le diera un carácter definitivo a lo que me estaba diciendo y que, si no podía, la forma nos iba a llevar a los dos a la mismísima mierda. Y nos llevó nomás, un año después, cuando apareció “Cartas a un amigo argentino”.
Poco antes del final me contó todavía que estaban peleando como leones contra Jacques-Alain Miller, el mentor del Gnomo Pimentón, a un paso de un nuevo cisma lacaniano.
Por más que uno mire con los ojos de la ciencia la forma en la que se encadenan los acontecimientos, el resultado al que llegamos algunas veces nos parece milagroso, tanto como nos parece milagrosa la aparición de uno de los protagonistas de “Filimor forrado de niño”, uno de los dos cuentos que Gombrowicz mete en “Ferdydurke”.
“A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, jugaba un mach en la cancha del Racing Club parisiense”.
El encadenamiento de los acontecimientos psicoanalíticos en todo lo que concierne al club de gombrowiczidas se presentó más o menos así. En la segunda mitad del siglo XX, Jacques Lacan, nacido en París, tuvo un yerno, Jacques-Alain Miller, y de ambos nacieron unos miembros del club que participan de estas historias verdaderas, a saber: el Gnomo Pimentón, Louis Soler, Jean-Michel Vappereau, y más recientemente el Gran Ortiba y Jorge Gómez Alcalá.
Los cismas lacanianos que se producen en las organizaciones tanáticas que preside el yerno de Lacan son frecuentes, violentas y contagiosas, tanto es así que en una de las historias verdaderas a la que di en llamar “Los problemas del diván”, tuve que hacer comentarios sobre uno de sus epígonos más fervientes y miembro destacado del club de gombrowiczidas.
“El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa. Director de una organización de orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un destripador de psiques que ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de los casos más notables el de Cara de Ángel […]”.
“La relación amarga que tengo con el Gnomo Pimentón no me dejaba ver con claridad si mi conflicto era con el diván o con él mismo, pero la aparición reciente en el club de gombrowiczidas de un psicoanalista de pura cepa tan encumbrado como él me puso al descubierto que el desencuentro es personal.
En efecto, Jorge Gómez Alcalá me ha dado pruebas sobradas de que mi talante existencial no es tan ajeno a su profesión de una manera amena y afectuosa que espero dure, como decía la madre de Napoleón […]”.
“De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas podemos deducir la fuerza destructiva que emana de las rostros de Miller y del Gnomo Pimentón y, en cambio, la plácida y esfumada contemplación del mundo que realiza Jorge Gómez Alcalá”.
Una de las particularidades más destacadas del yerno de Lacan, a más de la violencia, es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda a la de otro ilustre miembro ilustre del club: Revólver a la Orden.
“[…] de las ‘psicosis no desencadenadas’, de los lazos entre Borges y Lacan y del ‘supuesto saber’ del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló Jacques-Alain Miller […]”.
Sea por su versatilidad, sea por su violencia, o sea por lo que fuere la cosa es que Jorge Gómez Alcalá publicó junto a “Los problemas del diván” un texto en el que se refiere al Gnomo Pimentón y al yerno de Lacan aunque sin nombrarlos.
“El Club de Grombrowiczidas del que forma parte ‘Goma’, que es como llaman al autor de la nota, hace referencia a dos connotados psicoanalistas.
Ambos son conocidos por mí y por la relación que he tenido con ellos no me produce extrañeza el ‘desencuentro’ producido.
No voy aquí a dar más detalles, sólo alegrarme de que Juan Carlos haya comprendido y sabido distinguir lo que son diferencias ‘personales’ y ‘sectarias’, con lo que supone una disciplina como el psicoanálisis”.
La inteligencia de Lacan era tan seductora que despertó la admiración de nuestra Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales, aunque nadie puede asegurar que haya ido más allá de un apasionado flirteo, a pesar del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con personajes destacados.
Gombrowicz vivió en la época más agitada del siglo XX, a la gente se le había dado por pensar y las ideas deslumbrantes salían de las cabezas a una velocidad vertiginosa. Gombrowicz era perezoso pero no podía dejarse estar ni quedarse atrás, más aún estando en Europa, y en esto Dios le dio una mano.
Los franceses empezaron a hacer correr como reguero de pólvora el comentario de que su idea de la forma se había adelantado treinta años al estructuralismo con el que tenía un gran parecido.
Europa hervía con esa teoría común a varias ciencias humanas: la lingüística, la antropología social y la psicología, que concibe cada objeto de estudio como un todo cuyos miembros se determinan entre sí, tanto en su naturaleza como en sus funciones, en virtud de leyes generales. Antes de que surgiera la moda del estructuralismo Marx ya había intentado establecer científicamente las condiciones de la estructura social que, según su concepción materialista, estaba determinada por el modo de producción y por las relaciones entre las clases sociales sobre la que se apoya la superestuctura institucional, jurídica, moral e ideológica de la sociedad.
Y Freud había elaborado un modelo estructural para el inconsciente reprimido con su sistema del yo, del ello y del súper yo.
Y, también, antes de la moda estructuralista, Saussure diferencia en sus estudios sobre lingüística a la “lengua” del “habla”, considerando a la lengua como un sistema de signos independiente del uso que de él hace el individuo, habiendo sido esta idea la inspiradora del estructuralismo. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre, aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda, el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis, Altuhusser en el marxismo y Foucault en la epistemología, por decir algo, aunque él no se reconocía como estructuralista.
Treinta años después de muerto Gombrowicz me puse en campaña para publicar las cartas que me había escrito desde Europa y me encontré enseguida con la oposición cerril de la Vaca Sagrada, así que le pedí ayuda a un catalán refugiado en Francia, amigo de ambos, a ver si podía vencer esa resistencia implacable, pero no se mostró muy entusiasmado que digamos.
Louis Soler, profesor de la Universidad de París, casado con Colette Soler, una connotada lacaniana, tradujo, presentó y publicó en Francia la primera nota que escribí sobre Witold, “Gombrowicz está en nosotros”.
“¿La queremos ayudar, o no? Si la respuesta es sí, será con seriedad y paciencia, no con ironía, tono conminatorio y un ultimátum cada tres o cuatro meses. ¿No te parece? […]”.
“Las cartas de Witold con detalles muy interesantes y otros que sólo lo son porque se trata de un gigante, y a los gigantes le toca comer, dormir y alojarse igual que a los enanos”.
En junio del año 1998 le conté a Soler que “Emecé” me iba a publicar las cartas y le pedí que no se lo dijera a la Vaca Sagrada. Este fue el principio del fin.
“A ella no le diré nada porque no soy soplón. Pero a ti te diré que Rita hace tiempo que está al tanto de tus negociaciones con ‘Emecé’ y con otras editoriales de otros países (lo único que no sabe es la fecha de publicación). […] Tu argumento que en la Argentina y en otros países la ley es diferente que en Francia no vale. En cambio esto sí que es posible: que un editor decida no respetar las leyes si piensa ganar más dinero con una publicación que lo que le costará un juicio perdido (lo mismo pasa con los buques petroleros que echan porquerías al mar: les ponen unas multas, ¿y qué? Esto no es nada para ellos)”.
Para conseguir que desistiera de mi propósito malsano me acercó un argumento personal y dramático.
“En 1996 quise publicar un poema de amor de Lacan que me había regalado la destinataria y propietaria del escrito, pero no pude, la familia de Lacan ya fallecido nos amenazó con un proceso. Cedí, mis medios no me permitían luchar con los que tenían la ley de su lado, que es lo que hará el agente literario de Rita contigo, si es que insistes con tu idea, para defender sus derechos”.
Le pedí que si podía no le diera un carácter definitivo a lo que me estaba diciendo y que, si no podía, la forma nos iba a llevar a los dos a la mismísima mierda. Y nos llevó nomás, un año después, cuando apareció “Cartas a un amigo argentino”.
Poco antes del final me contó todavía que estaban peleando como leones contra Jacques-Alain Miller, el mentor del Gnomo Pimentón, a un paso de un nuevo cisma lacaniano.
Por más que uno mire con los ojos de la ciencia la forma en la que se encadenan los acontecimientos, el resultado al que llegamos algunas veces nos parece milagroso, tanto como nos parece milagrosa la aparición de uno de los protagonistas de “Filimor forrado de niño”, uno de los dos cuentos que Gombrowicz mete en “Ferdydurke”.
“A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, jugaba un mach en la cancha del Racing Club parisiense”.
El encadenamiento de los acontecimientos psicoanalíticos en todo lo que concierne al club de gombrowiczidas se presentó más o menos así. En la segunda mitad del siglo XX, Jacques Lacan, nacido en París, tuvo un yerno, Jacques-Alain Miller, y de ambos nacieron unos miembros del club que participan de estas historias verdaderas, a saber: el Gnomo Pimentón, Louis Soler, Jean-Michel Vappereau, y más recientemente el Gran Ortiba y Jorge Gómez Alcalá.
Los cismas lacanianos que se producen en las organizaciones tanáticas que preside el yerno de Lacan son frecuentes, violentas y contagiosas, tanto es así que en una de las historias verdaderas a la que di en llamar “Los problemas del diván”, tuve que hacer comentarios sobre uno de sus epígonos más fervientes y miembro destacado del club de gombrowiczidas.
“El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa. Director de una organización de orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un destripador de psiques que ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de los casos más notables el de Cara de Ángel […]”.
“La relación amarga que tengo con el Gnomo Pimentón no me dejaba ver con claridad si mi conflicto era con el diván o con él mismo, pero la aparición reciente en el club de gombrowiczidas de un psicoanalista de pura cepa tan encumbrado como él me puso al descubierto que el desencuentro es personal.
En efecto, Jorge Gómez Alcalá me ha dado pruebas sobradas de que mi talante existencial no es tan ajeno a su profesión de una manera amena y afectuosa que espero dure, como decía la madre de Napoleón […]”.
“De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas podemos deducir la fuerza destructiva que emana de las rostros de Miller y del Gnomo Pimentón y, en cambio, la plácida y esfumada contemplación del mundo que realiza Jorge Gómez Alcalá”.
Una de las particularidades más destacadas del yerno de Lacan, a más de la violencia, es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda a la de otro ilustre miembro ilustre del club: Revólver a la Orden.
“[…] de las ‘psicosis no desencadenadas’, de los lazos entre Borges y Lacan y del ‘supuesto saber’ del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló Jacques-Alain Miller […]”.
Sea por su versatilidad, sea por su violencia, o sea por lo que fuere la cosa es que Jorge Gómez Alcalá publicó junto a “Los problemas del diván” un texto en el que se refiere al Gnomo Pimentón y al yerno de Lacan aunque sin nombrarlos.
“El Club de Grombrowiczidas del que forma parte ‘Goma’, que es como llaman al autor de la nota, hace referencia a dos connotados psicoanalistas.
Ambos son conocidos por mí y por la relación que he tenido con ellos no me produce extrañeza el ‘desencuentro’ producido.
No voy aquí a dar más detalles, sólo alegrarme de que Juan Carlos haya comprendido y sabido distinguir lo que son diferencias ‘personales’ y ‘sectarias’, con lo que supone una disciplina como el psicoanálisis”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario