Por Juan Carlos Gómez
En el Festival Cinematográfico de Mar del Plata se pasó Atentado (Zamach), una película polaca de 1959.
El film cuenta la preparación y ejecución del ataque armado que terminó con la vida del general de las SS Franz Kutschera, más conocido como “el carnicero de Varsovia”. El hecho fue llevado a cabo por la resistencia polaca, asfixiada por la ocupación nazi pero no anulada en su trabajo subterráneo.
Es una película que Gombrowicz recuerda cuando hace una comparación entre los polacos y los argentinos en unas páginas memorables que escribe en los diarios.
No todos los argentinos que conozco son personajes, pero todos los polacos que yo conozco son personajes, y esto vendría a ser algo así como un misterio.
Gombrowicz intentaba indagar en el enigma que aparece cuando se confronta la forma argentina con la forma polaca.
“Los polacos los superan en temperamento, en poesía y en un mayor sentido de la realidad. En temperamento, porque al argentino no le gusta hacer locuras, posiblemente no le guste siquiera vivir demasiado intensamente… En poesía, porque aquí falta lo lírico. En el sentido de realidad porque el arte argentino parece estar creado en la luna”.
El propósito que tenía Gombrowicz cuando se encontraba con algún polaco era el de verlo en su misterio, como lo verían, por ejemplo, un español o un boliviano en su calidad de extranjeros.
No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo, no pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban la atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el misterio polaco existe, una cierta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
“Estuvimos discutiendo sobre este tema con grupo humano de varias lenguas, al volver de la proyección de una película cuyo título en polaco debe ser Zamach (El atentado). A aquellos argentinos, ingleses e italianos la película le había parecido bastante exótica, pero cuando los acosé a preguntas, resultó que no era por el tema, ni por la forma artística ni por la acción […]”.
“No, todo eso es más que conocido, ese patriotismo, la lucha contra el invasor, el heroísmo de la juventud, sí, es un tema bastante sobado…, pero aquellas gorras…, y aquella manera de andar… Precisamente esos detalles de tercer orden, que no se sabe cómo llegan a la pantalla, eran los que más les habían interesado”.
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Gombrowicz acostumbraba a poner en juego esta forma extravagante de ser que tienen los polacos, especialmente en las conferencias.
Una de las charlas más apremiantes la dio unos meses antes de renunciar al Banco Polaco, había decidido dejar el trabajo y empezó a preocuparse por la pérdida del sueldo. Eran charlas de filosofía a domicilio en las que pasaba el sombrero después de terminar cada clase: —Yo les ilumino la mente y ustedes hacen economías con un pobre genio.
La conferencia “Contra los poetas” que dio en la librería Fray Mocho fue tumultuosa, los poetas presentes se empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta le revoleó su bastón. Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que Nowinski se decidió y lo empleó en el Banco Polaco.
El Asiriobabilónico Metafísico y el Dandy tenían un talante especial para enfrentar las extravagancias de Gombrowicz. El Dandy escribe una página en sus diarios en la que recuerda lo que había ocurrido en esa conferencia que Gombrowicz había dado contra los poetas.
“Domingo, 22 de julio de 1956. Borges: En una reunión el conde pederasta y escritorzuelo Witold Gombrowicz declara […]: Yo voy a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer que soy el más grande poeta de Buenos Aires. Recita: Chip Chip me decía la chiva/ (Scherzo, no desprovisto de ironía, porque chip chip se usa para llamar a las gallinas)/ mientras yo imitaba al viejo rico/ (Parte descriptiva. No significa —aclara Borges— ‘remedaba yo al viejo rico’ sino ‘copiaba a máquina lo que el viejo rico dictaba’)/ Oh rey de Inglaterra ¡viva!/ (Castañeteos. Exaltación patriótica)/ El nombre de tu esposo Federico/ (Dénouement aristotélico).
Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder”.
“Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. A parte de la alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía fueran a ser enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico.
La intervención de Gombrowicz que quizás más haya tenido que ver con su extravagancia polaca la tuvo en una conferencia de Berlín.
Höllerer, un profesor muy renombrado, director de la revista “Akzente”, lo invitó a un coloquio para que leyera en alemán un fragmento de “Ferdydurke”: —Pero mi pronunciación es terrible, ni yo ni los oyentes entenderemos nada; —No importa, es un acto de cortesía que tenemos con usted, el señor Hölzer leerá algunos de su poemas y después se abrirá el debate.
Höllerer —una especie de Victoria Ocampo nos decía en sus cartas— le inspiraba confianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante, algo que se le hacía evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil. Gombrowicz esperaba que esa jovialidad lo librara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su papel y se dispuso a abrir la sesión.
Lo presenta a Gombrowicz y lo invita a leer la página de “Ferdydurke”: —Perdón, señor Höllerer, pero no la voy a leer. Otros participantes empiezan la lectura de sus poemas.
“Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la función, Barlevi, hablaba en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer. Hölzer, en calidad de poeta… Völker, como joven literato”.
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Gombrowicz se sintió debilitado, tenía que defenderse, decidió por lo tanto dar señales de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo hueco se volvió enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único propósito de seguir hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban escuchando, no sabía cómo seguir.
Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta que Barlevi se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer dio por terminada la reunión.
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