22.12.08

MAURIZIO MEDO: LA NOVELA ES UNA INVENCIÓN DE LA POESÍA


LA NOVELA ES UNA INVENCIÓN DE LA POESÍA
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Por José Córdova
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Los últimos años han sido para la poesía de Maurizio Medo (Lima, 1965) sumamente importantes. Libros como El hábito elemental o Manicomio —considerados por un sector de la crítica como canónicos dentro de la nueva poesía latinoamericana—; los ensayos y tesis escritos sobre los mismos; su presencia en antologías de la envergadura de La mitad del cuerpo sonríe: Antología de la poesía peruana contemporánea, de Víctor Manuel Mendiola o Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965), de Eduardo Milán, hacen que este poeta (poco conocido en el país) se haya convertido en uno de los fundamentales dentro de la poesía hispanoamericana. Este viernes 26 de diciembre en el Zorba's bar, las editoriales Cascahuesos y ASALTOALCIELO presentarán su libro Sparagmos. Aquí una entrevista con el autor.
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—“Sparagmos”… ¿qué significa? ¿No te parece que elegiste para tu libro un título que, para muchos, podría resultar extravagante?

En sí, escribir en estos tiempos ya es algo que resulta extravagante, ¿no?; creo que todo título también lo será como la mayoría de “nombres” elegidos desde la arbitrariedad Sakra Boccata, Parabellum, Labranda, Pachak Paqari, —nombres que se me vienen a la mente en este instante—, también lo son. Pero, estoy seguro que sus autores los eligieron no en función a un “mercado” o a un “público” (que en poesía está en extinción) sino por tratarse de representaciones idóneas para sus propuestas —acá no hablamos de productos— o simplemente porque les dio la gana.

“Sparagmos” es un antiguo término griego utilizado para designar el desmembramiento, que es lo que las Ménades de Tracia le hicieron a Orfeo. Recordemos el mito: su cabeza fue arrojada al río Hebro, desde donde acabó por hallar tierra y sepultura en la isla de Lesbos. Sobre lo mismo, Eurípides en Bacantes narra el “sparagmos” como un rito del culto dionisiaco: en la oscuridad de la noche ocultas en los bosques de las montañas, las bacantes descuartizaban una víctima y comían su carne cruda.



—¿Y cuál sería su relación con la poesía?

Volviendo al relato de Eurípides, la esencia del ritual de las bacantes, de ese sparagmos, infringía todas las leyes básicas del culto oficial. Hay un aspecto muy interesante en el dionisismo: la búsqueda por borrar, o quizá mejor, trascender, las barreras entre el mundo civilizado del hombre griego y el mundo salvaje, enarbolar el instinto sangriento e irracional, e identificarse plenamente con la divinidad. Creo que las propuestas poéticas que más me han interesado tienen algo de esto: trascender las barreras entre el lenguaje civilizado y el habla salvaje. En mi caso aquí el “sparagmos” es perpetrado por las palabras, los idiomas y el sacrificado es el propio autor.

—Hay algo que llamó mi atención, en tu libro, el “nombre” del autor, Medo, es sustituido por Μηδο, ¿cuál es el sentido de esto?

Es un homenaje a la idea de Barthes de “la muerte del autor”, con la que me identifico plenamente, y he citado en más de una oportunidad. También concibo la escritura como “la destrucción de toda voz, de todo origen”. El sujeto, y aquí viene otra vez Barthes, es solamente ese lugar neutro, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe. ¿Por qué convencerse de que Μηδο es Medo, Maurizio Medo? Y más aún en una obra, al menos así lo pretendo, en donde lo polifónico sustituye, en algunos momentos, la monofonía coloquial —que no es lo mismo que oral. Por ello, también, el primer capítulo de la novela se titula “Cuando el autor creía”, y el último “El cuerpo muerto”. Infantas me decía que nadie hubiera podido escribir este libro por una razón: por el cruce de culturas, porque el sujeto surge de una hibridación, de un cruce, añado de una sinergia, de culturas y etnias, y ese es mi origen biográfico —el padre croata, la madre italiana—; a nivel religión haber vivido en el seno de una familia donde el catolicismo convivía con el budismo zen y hasta con el evangelismo. Lo que dice Infantas no es algo placentero, no es un elogio. La tragedia —aunque tal vez para algunos esto sea una ventaja, de los descendientes de inmigrantes —aquí José Kozer me podrá entender mejor que nadie— es carecer de una conciencia plena de adónde pertenece.

—Has mencionado la palabra “novela” para referirte a “Sparagmos”, luego utilizaste la palabra “capítulos”, ¿podrías explicar un poco este aspecto?

Recuerdo una conversación con los poetas Juan Carlos Suñen y Eduardo Milán (dos grandes amigos, lo que es difícil entre poetas) en donde discutíamos con Eduardo sobre una idea de Blanchot: “la novela es una invención de la poesía” —ojalá que no me lo tomen a mal mis amigos narradores—. Yo no sé si esto sea cierto no —tampoco me interesa saberlo— pero es un poco la apuesta de Sparagmos. Para mí, Sparagmos es una novela construida con retazos de poemas. Hay una trama.



—En la misma que dejas de ser el autor pues, en el capítulo “El cuerpo muerto”, encuentro a otros: Zurita, Mills, Courtousie, Mazzotti, Santiváñez, Guillén… que reescriben algunos de los textos del capítulo inicial.

Exactamente. Y todos son autores, y amigos, a los que admiro profundamente. Más que reescribir los textos, creo que el término más preciso sería se adueñan de ellos con libertad absoluta. Mills, por ejemplo, pudo trasladar el lenguaje original al del habla de las maras; Santiváñez convirtió el no-lugar inicial en su Matienzo. Y así cada uno. Tal vez la excepción sea Zurita, quien apostó por “cantar” a dúo con el texto original —algo así como en esas versiones especiales de algunas baladas.

—“Sparagmos”, y esto lo sé aunque no lo hayamos conversado abiertamente, pudo presentarse inicialmente en Lima, Santiago, Buenos Aires o Montevideo, ¿por qué elegiste Arequipa?

La razón es simple: acá me casé. No es la tierra de mi esposa, pero sí la de mi amor —qué importante— un lugar en donde el amor trascienda los nombres de quienes aman. Básicamente ésta ya es una razón de peso. Otra es que, entre las opciones editoriales, —para qué negarlo— hubieron muchas, mayormente en el extranjero, decidí apostar por Cascahuesos. Elegí esta editorial, primero porque me gusta mucho el trabajo que están haciendo, segundo por nuestra amistad —he tenido el privilegio de tenerte en mi taller— y tercero por el enorme cariño que siento por los poetas más jóvenes de aquí, desde Ignacio Infantas hasta Robert Baca. Arequipa me dio mucho, sobre todo la oportunidad de conocer gente realmente maravillosa nacida en Cuzco, Puno, Tacna o venida de lejos, como yo. En Arequipa está la casa, mi casa (y esto es pertenencia).

—Se celebran también 20 años desde tu primera publicación… ¿Qué te ha dado la escritura?

Bueno, en primer lugar no sé si toda efeméride deba celebrarse, ¿no? Otra cosa es que haya querido hacerlo. La escritura me ha dado la oportunidad de conocer personas extraordinarias. Mis mejores amigos (y los pocos enemigos) son poetas, yo no soy muy bueno para eso de relaciones de colegas. Me ha dado también la oportunidad de conocer otros países, de ver mis textos escritos en idiomas que jamás imaginé. En algún momento se convirtió hasta en un medio de vida, ¡cómo no estar agradecido! Ahora, tampoco es para ponerse a recitar: porque escribí porque escribí estoy vivo. Salvo el amor todo es recuerdo, y uno vive únicamente y sólo por su capacidad de amar.

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