Por Juan W. Yufra
Es la costumbre preparar selecciones o provisorias antologías de lo actores literarios, de sus discursos, y sólo ello es la prueba de un espacio que intenta validar su proceso frente a la historia, en este caso, literaria. Es importante todo libro de este tipo porque permite realizar balances, bosquejar comparaciones y pronosticar ciertas conjeturas de cómo es asumida por nuevos poetas la naturaleza de la poesía.
Martín Zúñiga, autor de esta breve muestra, ha tomado como criterio unidimensional a quienes empezaron a publicar en los primeros años del 2000. Eso es justo y necesario. Remontarse a ese contexto es genial porque a principios de ese año Jimmy Marroquín publicaba bajo el sello Lago Sagrado su primer libro, Dinámica del fuego y en la segunda mitad de ese mismo año aparecía Memorias de un degollador, de Luis Rodríguez (Hoy Filonilo Catalina) bajo la impronta de Ediciones del Triángulo. Dos textos importantes porque inauguraban el siglo XXI desde perspectivas distintas, la primera reseña de ambos volúmenes fueron escritas por este sujeto en el Semanario El Búho de esos años. No es raro que un arequipeño y alguien nacido en Puno representen en ese periodo el tránsito hacia una renovación generacional. A ver, retrocedamos un poco. (Perdonen la tristeza, pero haber leído hace poco esta obra minimalista Rastros Rostros me ha permitido observar algunos registros que serán devorados por la vida; y, otros, por el olvido. Es así. A mi generación le pasó lo mismo. No hay de qué preocuparse. La vida es más plena y más redonda). Sigamos. En los 90, Arequipa como espacio, era ya una categoría que reflejaba el avance de la periferia sobre la urbe; o la anhelada hibridación a través de la terrible subversión del canon propuesto en décadas anteriores y reafirmada en los años ochenta mediante antologías como las de Cornejo Polar y la realizada por Luque Mogrovejo. Eso ya había sucedido en Lima en los 70; mientras que Arequipa recién comenzaba este proceso en los 80, tardíamente, y que luego enriquecería su prototipo de tierra y ciudad de poetas. En la década siguiente, Arequipa fue atravesada por todos los flancos: Tacna, Moquegua, Cusco, se sumaban a este lento proceso de renovación de las letras que en el siglo presente se percibe notoriamente.
Hace poco, Fernando Rivera, José Córdova, Lolo Palza y este diletante —en una madruga asaz—, se preguntaban por qué Arequipa no había podido vencer esa irremediable lírica premoderna, esa insoslayable voz en minúscula de un yo poético extraviado en la emoción primaria del individuo, esa rudimentaria videncia del amor y de la soledad en la poesía como esencia determinante de su identidad. ¡Carajo!, por qué Arequipa seguía empozada en esa lasitud propia de las rémoras.
En 1998, hace 13 años, Música para afeitarse de José Carlos Tapia y mi libro Búhos escarbados intentaron romper con esa impostura desde una temática confrontacional como expresión de la condición humana que recrea su tiempo y sus palabras. No lo logramos, es cierto; pero lo que recuerdo de esos años es que sí pretendíamos una ruptura; innovar el lenguaje desde la poesía, ¿cómo es eso? Veamos. Teníamos demasiado cerca a poetas como Chanove, Herrera, Valdivia, Medina. De allí la actitud de develar sus discursos y tramontarse a otros escenarios: La poesía Poesía. Allí la prueba divergente de la existencia de Marroquín y la mía, modestia aparte, a finales del siglo pasado.
Rastros Rostros prueba que la primera década ha significado una desaceleración. Siguen los disparos al aire. No veo una vinculación con los trabajos que les han precedido, digamos una continuidad, (continuidad como desarrollo) y han virado sus influencias al no lugar de la poesía, y a escenarios que otorga el proceso alienado de la globalización y los recursos posmodernos. (Allí su gran desafío) Es decir, parece que la trascendencia es uno de sus inconvenientes, y utilizar a la poesía —como medio y ya no como fin— fueran la única presentación de los poetas aquí mal reunidos. Puedo aceptar que un poema sea la excusa para abordar la soledad, incluso un artefacto impredecible, pero no puede sostener el mal gusto y la deshonra a una tradición.
Tengo una gran predilección por Grover Anco, por otros que los he visto crecer desde la distancia; pero la mayoría de los “jóvenes poetas” reunidos en el texto Rastros Rostros / Antología de la poesía en Arequipa 2000-2010, vislumbran sus quehaceres literarios en la palabra remota de su vivencia; no asumen a la poesía como una condición del lenguaje o como fusión de ambas en la elaboración inmortal de su imaginario que puede también ser escrito y recreado, repiten el traqueteo insomne de sentimientos premodernos (Signo y utopía de los años 80) que desdice la época que los alberga. ¿Será una condena para los poetas arequipeños no poder arrancarse la piel y aceptar la tradición en la medida que Ezra Pound lo propone? Es Alberto Guillén quien nos recordaba la idea de Un hombre, un poema; pero no podemos tener una visión clara de sus propuestas en una antología como esta. Sólo es una enumeración de nombres -en algunos casos de gran valía como María Miranda, Úrsula Podestá y sólo por citar un par- donde Arequipa renace del lado de “creadores”; esa es la palabra que deben descubrir los poetas. Son los que inventan la palabra; y eso Octavio Paz lo dejó bien en claro hace “miles de años”.
Hubiéramos estado hablando de una generación si se omitían poetas que superan los 30 años, de arrebato si se publicaban sólo los nacidos en Arequipa, de una merecida renovación y sobre todo de una emancipación si a su vez se descartaban los dos comentarios críticos que cierran el texto. Pero no es culpa de Tito Cáceres y de J. G. Valdivia; la ausencia de autonomía va por el propio Zúñiga, que a pesar de todos sus logros sigue dudando de su videncia.
Hay que errar y proponer las cosas como si fueran por primera vez tocadas o nombradas sin perder el sentido que eso es imposible en poesía. Sólo el poeta puede hacerlo y crear sus únicas fronteras, de allí su originalidad, su postura marginal, su ceño fruncido, su desgano, su inmortalidad y su merecida muerte. La poesía no existe en cualquier palabra; esa es una gran pendejada que hay que derribar, la poesía sólo cobra vida en la mirada y en los que se la creen toda… desafortunadamente.
Rastros Rostros /Antología de la poesía en Arequipa 2000-2010
Selección de Martín Zúñiga
Alianza Francesa de Arequipa. Centro de Recursos para la Poesía
Arequipa, 2011. S/N pp.
* Tomado del blog La boca del sapo.
4 comentarios:
Hermanito Yufra, que grato leerte despues de muchos soles y ademas confirmar, que con lo poco que se de poesía, no estaba errado al pensar que esa deseleccion pecaba de pequeña o grande mesquindad, algunos piensan que juntar poemitas les da derecho a publicar un poemario, y juntar nombres les da derecho a montar una antología, lo grato seria que se quede solamente en ese "pensar" y no se materialize; en fin, mi provincia no es ajena a tropezarnos de vez en cuando. Mas alla de esto te envio mis mas sinceras muestras de afecto y respeto hermanito Yufra, estamos en contacto con la gente de Triangulo Records... abraxas master
Bravo, aplaudo el artículo largamente y aúno a la voz.
Bravo, aplaudo el articulo largamente y me aúno a la voz.
Apreciad sin vértigo la extensión de mi inocencia
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