18.8.09

DOS TEXTOS SOBRE GAMALIEL CHURATA: “LA ESCRITURA EN LA OTRA ORILLA” Y “EL INSURGENTE SILENCIO”


LA ESCRITURA EN LA OTRA ORILLA

Un perfil del periodista y poeta Gamaliel Churata, extraordinario escritor peruano que consolidó la escritura de autor y le otorgó dignidad al indigenismo, hoy vuelto a revisar.

Por Eloy Jáuregui

Hibridismo 1. La primera vez que leí a Gamaliel Churata fue de oídas. Su hermano Alejandro Peralta, amigo de mi padre, dijo en un almuerzo en casa: “Él es de otro universo”. Don Alejandro también fue un notable poeta. De su libro “Ande” de 1926, César Vallejo le escribió: “Querido y grande poeta, su libro me ha emocionado, pueda estar seguro que sus poemas quedarán. Son ellos de los que andan y viven. Lo demás está en los estantes y eso nos tiene sin cuidado”. Pero fue en el verano de 1975, cuando en la casa que teníamos como refugio los jóvenes poetas de Hora Zero en la calle Torres Paz en Santa Beatriz, mientras leíamos “Paterson” de William Carlos Williams, sorprendidos por aquel texto emulsionado de poesía, prosa, collage e incluso con fragmentos de publicidad como una suerte de urdimbre épica, montaje de escenas, imágenes amalgamadas y escasez de verbos conectivos, cuando de pronto descubrimos el libro “El Pez de Oro” de Gamaliel Churata. Lo trajo el poeta puneño Omar Aramayo, amigo de todos nosotros, quien acababa de publicar su poemario “Axial” ese año. Fue un deslumbramiento más que un hallazgo.

Con el poeta Tulio Mora habíamos descubierto al verdadero Arturo Peralta Miranda, “Gamaliel Churata”. Mora lo conocía bien. Lo había investigado desde una línea que estaba a caballo entre la antropología y la literatura. Yo, como lingüista, había detectado otra dimensión de su cognición sociotextual compartida en el “El Pez de Oro”, uno de los textos más singulares de la literatura peruana del siglo XX. Cierto, el libro gozaba de una inexplicable oscuridad y permanente complejidad. Era un constructo polisémico y polifónico. Tejido en el huso del discurso mítico andino como estructura de totalidad discursiva, no sólo como escritura secuencial. En su “Ideología y política”, Mariátegui dice del libro de Churata que “ha devenido para inaugurar y organizar un debate; no para clausurarlo. Es un comienzo y no un fin”. Debate, digo yo, que empezara el trabajo de Omar Aramayo “El Pez de Oro, la biblia del indigenismo”, tesis sustentada en Puno de 1979. Y que sigue con la “Historia social e Indigenismo en el Altiplano” del Dr. José Tamayo Herrera, y hasta el estudio de Miguel Ángel Huamán, “Las fronteras de la escritura. Discurso y utopía en Churata” de 1994. Hoy tengo en mis manos el estudio de la profesora sanmarquina Guissella Gonzáles Fernández: “El dolor americano. Literatura y periodismo en Gamaliel Churata” publicado por el Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos.

Hibridismo 2. La antropotextura de “El Pez de Oro” estaba oculta. Los documentos perdidos de su matriz se conocen hoy gracias al libro de la profesora Gonzales. Su trabajo remite a aquellos días de mayo de 1955 cuando Churata —desterrado en La Paz de 1932 a 1964— decide finalmente publicar “El Pez de Oro”. Fue una tarea descomunal. Había escrito demasiado. Tanta vida Churata, digo yo, convertido en trenza escribal. Vida intensa de vida, allá en las alturas bolivianas. En 1957 la Editorial Canata da a luz el robusto libro todavía desconcertado como un torete.

“El Pez de Oro” es un libro-río, integral y complejo. Una vida. La escritura de la hibridación. La oralidad transformada en escribalidad refulgente. Gnoseología genuina, literatura de cojones. Que era modernista, sí. Pero más indigenista. No del trasnochado sino del indigenismo nuevo, genial y creativo. Si afirmo que contradice al canon del almidonado Harold Bloom y al viejo Luis Alberto Sánchez, tan pegado a la razón cuadrada del gesto, no miento. Churata es atemporal por su estética cual retablo de palabras. Aquella estética como articulación expresiva para un fin. Acaso Guamán Poma, de seguro Arguedas.

Hibridismo 3. Churata organiza su obra como un hipertexto tanto de apelación, narración o diatriba. Así, Churata resulta más jodido que Joyce. Acaso no hay un parecido con la intensidad de “Finnegans wake”, su última novela de 1939. Libro casi prohibido para traducirlo al español, según los doctores literarios. Que este libro de Joyce requiere una preparación previa e incluso una vocación y carácter determinados, dicen. Y si les mostrase a estos sabihondos “El Pez de Oro”, seguro que lo llamarían herejía.

Igual sucede con el hermético cubano, José Lezama Lima, acaso el Churata del Caribe. La escritura —toda— es para Lezama la recuperación de la dignidad nacional a través de la literatura. Al decadente clima provocado por las ambiciones de los políticos de profesión y al autoritarismo, habrá, pues, que oponerle la dignidad de su poesía. Joyce, Lezama Lima como Gamaliel Churata son nuestros escritores-matrices. Sólo con ellos se escribirá en libertad. Para esos que se asustan de tanto Perú. A leerlo.

*Tomado del suplemento Domingo del diario La República del 12-07-2009.


GAMALIEL CHURATA: EL INSURGENTE SILENCIO

Por Arthur Zeballos Herrera

Hay una correspondencia extraña que se repite en ciertos sucesos subjetivamente trascendentales. Nudos o tensiones equidistantes adosadas sobre planos verticales que observamos con cierta desconfianza. Coincidencias atadas por algún numen primitivo, proteico y delirante o, en el entendimiento de Pascal y la repetición metafórica de Jorge Luís Borges, por una esfera “cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.

De tal forma se configura la obra de Gamaliel Churata, llena de esas extrañas coincidencias que pueden provocar raras o previsibles actitudes y que ahora, para la extravagancia, resumo en dos; ambas distintas pero complementariamente necesarias dentro de la realización de un mito subterráneo en la literatura nacional. Por un lado, el amplio espacio del desconocimiento y la desidia alimentado desde un foso de desgracia, y por el otro, angosto y reducido, la teodicea hacia un escritor que es el principio y fin de la estética más antisistema y vanguardista de nuestro país.

El Pez de Oro, cuyo autor nació en nuestra ciudad un 19 de junio de 1897, texto que fue quemado en su primera versión por una célula fascista en Puno el año 1927 cuando al país le brotaba purulentos los designios del castellanísimo Augusto B. Leguía y Salcedo, encontró el año 1957 al fin el papel y tipografía que redimieran a su tallador como excelente narrador, poeta, ensayista, pensador, político y militante. Treinta años después —y vaya usted sacando su cuenta— la municipalidad de la ciudad de Puno, ciudad cede de la más alta vanguardia sur-andina, reeditó el texto en una edición que ahora es inhallable.

Ese velo que se cierne sobre esta obra —30 años entre nudo y nudo—, su actual condición de inhallable, el silencio típico de la crítica centralista, no la dejó de atribuir persistentemente a esa esfera espantosa de la cual habla Pascal y Borges. Y es que algo sobrehumano y sin lógica llueve y humedece la obra de Churata, algo que excede en forma los parámetros de lo permisiblemente occidental. Entiendo, con Agustín de Hipona, que lo divino no se encentra fuera, sino en el propio ser que lo contiene. Y El Pez de Oro, es descabelladamente divino, es el gran mito del todo absoluto que está en las raíces antropológicas de la cultura. Es en sí mismo un absoluto porque su tallador la genera a partir de su mundo andino vegetativo. Utiliza lo que encuentra a su alrededor y pronto lo hace instrumento. Lo que sigue es la mitologización del instrumento, del texto, es decir, en palabras del propio Churata, “del fruto artificial, y ello aunque absurdo y paradojal aparentemente, es posible, en sus consecuencias, el de mitologización es un proceso de diferenciación y de síntesis, por tanto de utilidad, y [el texto] es aquel episodio sensorial en que el hombre ha materializado sus entelequias. Por este camino el hombre se encamina a la formación del hombre”.

A partir de esta posición ética, estética, ideológica y política es que Churata se va haciendo terriblemente lejano. Es más, pierde su individualidad. Muy temprano deja de llamarse Arturo Peralta Miranda (nombre asentado por sus padres y que lo emparientan con Alejandro Peralta, otro de los hitos de la vanguardia puneña y con quien forma el grupo Orkopata) para tomar el nombre con el cual místicamente hoy le conocemos. El destierro es físico y pronto coloca su pensamiento bajo Bolivia. Del Perú lo aleja la dictadura de Sánchez Cerro, el militarismo civilista de Oscar Benavides. Lo aleja, me animo a decir, la segregación cultural, el desprecio por el indio y todo lo que lo conforma. Ya en Bolivia su labor se hace más beligerante a través del periodismo. A su vuelta los planos son distintos y entonces su obra se cubre de silencio. ¿Quién podría comprender el absoluto de El Pez de oro? Apenas algunas aproximaciones se ven en la escena, pero como indígena, aborigen y salvaje es su propuesta, Churata asusta y nadie se le acerca.

Hay una correspondencia extraña entre la obra de Gamaliel Churata y el silencio, una correspondencia que se proyecta en planos infinitos hacia la razón de quien ha entrado en el vértigo de su escritura, de su pensamiento y política. Porque ante el absoluto no nos queda otra cosa que el insurgente silencio.

*Tomado de Prurito de pueta.

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