31.12.10

WITOLD GOMBROWICZ, LUCIEN GOLDMANN Y JORGE LAVELLI


Por Juan Carlos Gómez

Mientras la aproximación a “Ferdydurke” fue para nosotros, los de la barra del Rex, una empresa más o menos normal, “El casamiento”, aun después de los procesos de simplificación al que lo sometía Gombrowicz para facilitar su comprensión, se constituyó en una especie de elemento rítmico que colaboraba con nuestra relación. El “tempo poco claro” alcanzó alturas inconmensurables y servía para cualquier cosa, tanto para delimitar algún principio filosófico como para dar cuenta de alguna ambigüedad erótica. Y los versos: ¡Qué agradable en el five o’clock del rey / Llevar un flirt liviano en forma discrecional! / Embriaga y fascina de las mujeres el dorso / ¡Y de los hombres el torso!, fueron usados como una coda brillante que nos servía para pasar de un tema a otro sin solución de continuidad.

“El casamiento” produjo una gran confusión a la que no poco contribuyó el mismo Gombrowicz. De ahí sacó una enseñanza que vale para la interpretación de toda su obra: la primera aproximación a un texto no debe ser demasiado profunda, sólo poco a poco se busca lo profundo, si es necesario.

Hay que tener como principio que si se puede acceder a una obra mediante una interpretación simple, se debe prescindir de la difícil. “Metafísica, de acuerdo, pero hay que empezar con la física”.

Gombrowicz mantuvo una conversación con Diego Masson, el compositor de la música para “El casamiento”, un diálogo extraño que contiene algunas apreciaciones estéticas que no están hechas tan en broma como parece.

—He oído que el decorado estaba hecho con restos de coches viejos; —Sí, era excelente; —¡Oh, qué feliz me siento de no haberlo visto, esos restos de coches!, me hubiera gustado mucho más un lindo decorado gótico con muchos colores. Usted compuso además la música para la batería, ¿no es cierto?; —Sí, es verdad, la música fue escrita para dos bateristas, detrás de las cortinas había un gran número de instrumentos de percusión; —¡Oh, qué feliz estoy de no haberlo escuchado!, sabe usted, a mí me hubiera venido mucho mejor algo como Beethoven o Chopin.

Un episodio ilustrativo sobre si los espectadores habían entendido lo que Gombrowicz había querido decir en “El casamiento” fue la participación de Lucien Goldmann, un eximio profesor universitario presente en el estreno que tuvo lugar en París.

En la discusión que tuvo lugar al finalizar la representación y en un artículo publicado en France Observateur titulado “La crítica no ha entendido nada”, Goldmann se despachó sobre el que, a su juicio, era el secreto de la obra.

“El casamiento” era para Goldmann una narración traspuesta de los cataclismos históricos de nuestro tiempo, la crónica de una historia tomada por la locura, una parodia grotesca de acontecimientos reales.

Hasta aquí el profesor va más o menos bien, pero de repente empieza a desvariar con sus representaciones mentales. El Borracho viene a ser el pueblo rebelde, la novia de Henryk es la nación, el Padre es el Estado, y Gombrowicz mismo es un noble polaco que había encerrado en estos símbolos un drama histórico.

“Intenté protestar tímidamente, de acuerdo, no lo niego. ‘El casamiento’ es una versión loca de una historia loca; en el desarrollo onírico o etílico de su acción se refleja lo fantástico del proceso histórico, pero ¿qué Mania sea la nación y el Padre el Estado…? ¡Todo en vano! ¡Goldmann, profesor, crítico, marxista, cargado de espaldas, sentenció que yo no sabía y él sí sabía! ¡El imperialismo rabioso del marxismo! ¡Esa doctrina les sirve para agredir a la gente! Goldmann, armado de marxismo, era el sujeto, yo, desprovisto de marxismo, era el objeto; unas cuantas personas que escucharon nuestra discusión no mostraron ninguna sorpresa de que Goldmann supiera más de ‘El casamiento’ que yo mismo”.

Goldmann insistió, con posterioridad escribió dos estudios sobre el teatro de Gombrowicz, “Estructuras mentales y Creación cultural”, pero el pobre profesor, después de esta experiencia gombrowiczida, nunca recuperó del todo la cordura.

“El casamiento” es la única obra que Gombrowicz publicó en español antes que en polaco, un año después de “Ferdydurke”, pero todo ese mundo teatral tuvo que esperar mucho tiempo, recién el 1963 el Régisseur Fanfarrón la puso en escena en París.

Gombrowicz nos da su opinión sobre el trabajo del régisseur y sobre los comentarios de los críticos.

“[…] el régisseur asesinó el texto y su alto sentido espiritual-artístico […] nadie comprende nada de nada”.

A pesar de las dudas que tenía Gombrowicz el ascenso de “El casamiento” fue vertiginoso, tanto que no puede ocultar en las cartas que nos escribe la exaltación que le producía su estreno en París y la hazaña que resultó su puesta en escena.

Como el Régisseur Fanfarrón andaba por Buenos Aires en agosto del año del centenario le pedí que me ayudara a presentar “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en la Embajada de Polonia.

Esta solicitud resultó ser un desatino enorme que cometí con el propósito de darle lustre a la presentación de mi libro del que me voy a arrepentir toda la vida, el régisseur se comportó como un maníaco presuntuoso y ególatra sin ningún atenuante.

Las ideas centrales y únicas del Régisseur Fanfarrón eran las de que Gombrowicz había sido descubierto por él, lanzado a la fama por él, paseado por toda Europa por él. Al día siguiente tuvimos una conversación en la que puso al descubierto todo lo presuntuoso que era.

—Tuviste una intervención teatral muy europeizada, te agradezco mucho la mano que me diste; —Sí, pero a vos el Buhonero Mercachifle te hundió; —No me parece, estaba de relleno, además tené en cuenta que él es un representante típico del carnaval que armó Gombrowicz con los mufados; —Mirá, para mí ocurrieron cosas imperdonables; —¿Qué cosas, che?; —El boludo del embajador no sabía cómo me llamaba, yo soy una persona muy importante, tampoco sabía dónde había estrenado “El casamiento”, yo soy una persona famosa, estoy condecorado por el gobierno polaco, yo cobro por estas intervenciones, imaginate, mi persona tiene que quedar destacadísima en cualquier lugar porque yo soy una persona muy destacada; —Che, ¿sos tan importante?; —Importantísimo, y a vos no te perdono que no hayás suplido al boludo del embajador para anunciarme debidamente en la reunión, no te lo voy a perdonar nunca…

—¿Y para quién sos tan importante vos?; —Para el mundo; —Mirá, vos para mí sos un fanfarrón, los directores de teatro, de igual manera que los directores de orquesta y que los solistas de instrumentos musicales, tienen un plus de valor derivado, y ese plus de valor es inauténtico, les viene del autor, ustedes son medio payasos ¿sabés?

A decir verdad el Régisseur Fanfarrón es una persona importante, a partir de sus escenificaciones el teatro de Gombrowicz empezó a ser conocido en Europa pero, la cuestión consiste en saber cuánto de importante es una persona importante, y cuánto de silencio debe guardar sobre la importancia que tiene.

Cada profesión tiene sus vicios, el Gnomo Pimentón, un lacaniano de primera cepa, repasando la obra de Gombrowicz descubrió que ni en sus narraciones ni en sus piezas teatrales hay consumaciones sexuales, afirmación que caracteriza con claridad los vicios de su profesión.

Yo, por mi parte, he descubierto que en la obra de Gombrowicz existe un solo llanto, descubrimiento que me ha producido un cierto desasosiego, en primer lugar, porque no estoy seguro de que no se me esté escapando por ahí algún llanto escondido en algún rincón pequeño y obscuro y, en segundo lugar, porque no puedo ubicar con exactitud la profesión a la que corresponde el vicio de descubrir llantos.

De una cosa estoy seguro, existe un único llanto en los diarios de Gombrowicz.

“Cuando estaba escribiendo: Jeannot. —Nada. Henri. —Nada. El padre. —Transformado. La madre. —Dislocado. Jeannot. —Derribado. Henri. —Alterado… rompí a llorar de pronto como un niño. Jamás me ha vuelto a ocurrir algo semejante. Los nervios, sin duda… Sollozaba amargamente, y las lágrimas caían sobre el papel”.

Estalló en un llanto inconsolable cuando escribía este pasaje de “El casamiento”. A la vida de Gombrowicz no le faltan momentos dramáticos y motivos para el llanto tiene de sobra, pero sólo llora aquí.

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