17.1.10

“ELEPHANT GUN” DE KREIT VARGAS: EL MECANISMO CELESTE Y LA FLEXIBILIDAD DEL SENTIDO


Por Daniel Rojas Pachas

Para ningún destinatario
sin la esperanza ni el propósito de influir sobre el curso de las cosas
el poema es un rito solitario
relacionado en lo esencial con la muerte

Enrique Lihn: Para ningún destinatario
Publicado en la estación de los desamparados
México, 1984

Los libros objeto no son novedad alguna en los tiempos que corren, su presencia en la poesía y dentro de la literatura en general tiene una larga data y una enorme lista de ejemplos a citar, sin embargo la peculiaridad y el atrevimiento de Elephant Gun (Cascahuesos Editores / Dragostea 2009) del escritor arequipeño Kreit Vargas llama la atención del lector desde un primer contacto.

Hay en este proyecto escritural una armonía y frescura que se palpa en las dimensiones del objeto y la propuesta global y coherente que encierra en cada rincón escriturado, plagado de signos y códigos que el autor sugiere y propone desde lo más tangible y degustable a través de los sentidos, vista, tacto, olfato hasta lo menos concreto y sutil, la materia poética, aquellas palabras que forman el ideario de Vargas como creador y el nexo y disposición que asumen en las tarjetas blancas (parte esencial del cuerpo de la obra).

De esta multiplicidad de voces y potenciales “escapa el ser” y cada uno en su experiencia esta llamado a sentir más que a entender, a leer más que a repetir, por ello la interpretación del trabajo creativo de Vargas demanda al lector suma atención en los detalles para lograr captar la debida convergencia y divergencia que se establece entre cada elemento en juego.

Pero partamos con lo más concreto de la obra, Elephant Gun en su forma y color nos recuerda o remonta gracias al envoltorio, que resulta en sí mismo un cúmulo de ideas, a una caja de chiclets Adams. La observación deja de ser antojadiza si apreciamos la coincidencia que hay con las señas del autor, expuestas en una de las solapas del cuerpo del artefacto. Reproduciré algunas de las ideas que la presentación expone y que luego servirán para complementar el sentido que a mi juicio, el cuerpo textual persigue.

Kreit dice de sí mismo ““elástico y del sabor que quieras”, un chicle es como la realidad”. Desde ya el autor nos está invitando a degustar la realidad como algo maleable, libre en la medida en que uno puede voluntariamente acceder de acuerdo a sus preferencias y mascar la poesía, jugar al ritmo de su sabor atendiendo al placer disímil que provoca en cada usuario y lectura. La visión lejos de ser superficial y alegre expone al mismo tiempo la fugacidad, lo consumible de todo aquello que nos rodea. Aquello que llamamos real siempre atravesado por esos espacios secretos y que en la cotidianidad ignoramos. La imagen es sumamente urbana y aunque se completa con la frase “siempre existe un día para sonreír” la muerte y la precariedad no son ajenas “por eso tengo miedo a la muerte” agrega, en tal medida no podemos ignorar el hecho de encontrar siempre un chicle en los lugares menos agradables o esperados, bajo una mesa, en un asiento, pegado en la planta de nuestros zapatos, en el kiosco de la esquina o siendo ofrecido por un niño a altas horas de la noche al final de una larga avenida llena de ruido y luces de chifas, discos y casinos.

En ello encontramos el goce de percibir y transitar, trashumando por esas carreteras y edificios que son similares a las imágenes fragmentarias que William Burroughs diría, voy recortando del mundo desde que despierto para luego armar el puzzle en sueños conscientes. De este modo se entienden las últimas frases de la bio “tuve dos flores, ambas murieron no por falta de amor, sino por una cuestión de posibilidad, decidieron ser ausencia” el mensaje se completa con la autodedicatoria (presente en la contratapa del envoltorio) y la imagen de portada, todos signos en comunión.

…”me pierdo con facilidad entre pensamientos pero esta vez no tengo miedo de ser un color que nadie pueda ver” (Biografía).

La muerte / El sentirse fuera del cuerpo /Adquirir otra dimensión / El saber que nuestro organismo biológico se detiene / La conciencia de continuar sin él. (Autodedicatoria)

Se prioriza la presencia de una ausencia, el germen de autodestrucción dentro de la palabra misma. De modo que la poesía se vuelve una idónea herramienta contra la indiferencia y la creación lucha como un atentado celeste contra lo gris de los edificios, lo evidente, lo anticipado como verdad, inundando de colores como un soplo de semillas y en tal medida rizomas la pasividad de los espectadores, de los transeúntes y chóferes muertos por falta de amor y no tanto por una carencia de belleza (imagen de portada).

Vargas en tal medida sugiere en los tres textos, portada / biografía y autodedicatoria, visual y lingüísticamente, que la incapacidad para detenernos a observar es la que nos hace pasar de sujetos a objetos, entes alienados demasiado inmersos en nosotros mismos, situados en la precariedad, represión y miedo a liberarse, a flotar fuera de los lindes básicos.

La presentación cierra su prevalencia con una frase muy inteligente, CAMPO MINADO DE FLORES “prohibido el paso” lo cual analizado a la luz de la imagen de portada (una cabeza llena de árboles germinando que sopla como besos, semillas o esporas, probablemente versos o una palabra sobre la gris y estructurada ciudad) regala una propuesta de lectura, una entrada y salida que se confunden y que principalmente altera la rigidez del lector lo cual es suficiente para abstraerlo de su rutina, de su monotonía monocorde.

Lo esencial subyace allí, en la posibilidad de este magnífico mecanismo diseñado para ayudarnos a todos, silentes, ensimismados, ateridos a nuestro ombligo y miseria. Enfermos terminales que necesitan experimentar la conciencia y ser elevados y caer sin un cuerpo/celda como señala Huidobro en el prólogo de Altazor (una de las marcadas referencias de Elephant Gun) eternizados en un esplendoroso vuelo en paracaídas.

Podemos captar cómo, tan solo con el envoltorio de Elephant Gun, Vargas se anticipa a los lectores y sus prejuicios, nos comunica que indolentes solemos desechar impávidos la forma, calidad, cáscara y materialidad de un libro. Reducimos la posibilidad del objeto y lo condenamos a la inutilidad, buscando atragantarnos lo más pronto posible con el contenido sin siquiera atender a las letras pequeñas, los dibujos, los aromas y las texturas que anticipan, condicionan y extienden el decir y la estética flexible del texto en su completitud.

Lo urbano y su diseño arquitectónico opone, sintetiza y amplia los límites del significado con frases precisas, elementos sonoros y visuales, ponderando lo cósmico y coloquial de las palabras con otros códigos que el lector debe valorar pues el imaginario de Elephant Gun está poblado no sólo con voces del anime, una diva del porno amateur, el creacionismo de Huidobro y las líricas de Beirut, sino por la riqueza significante del libro mismo.

El texto en tal sentido, pues llamarlo poemario sería reducirlo a una sola posibilidad, incluye junto a lo lingüístico, su propio soundtrack, un slideshow frenético y un cúmulo de intertextualidades, aunque hay que señalar que la riqueza de la propuesta no acaba en la constelación de citas sin encomillado que transitamos. La obra no es sólo una suma de referentes, sino un juego que complementa forma y contenido ponderando ante todo las expectativas y movimientos del lector por eso a lo largo de toda la lectura se vacía dolor, ternura, muerte y belleza en contraste, procurando despertar el aire más pop y delirio culterano del eventual destinatario.

Cada tarjeta que da forma y sustancia al libro expende las ideas previas, urbanidad, creacionismo, precariedad asumida, velocidad en el diseño, fragmentación y por encima de esto flexibilidad tentando al lector a ser participe y co-escritor en una ruta que hará suya, incluso si la ignora o se ve sobrepasado al enfrentar la inusual presentación.

Desde el trabajo de abrir la caja hasta el disponerse en un parque o abrazando la sedentariedad de un sillón, la propuesta del autor sugiere y no impone, a la manera de Rayuela, Vargas entrega en una de las solapas del envoltorio que no podemos ignorar, un mapa de lectura que excede el factor correferencial del índice y orden para estas tarjetas. Postales poéticas que al final sabemos viajaran de acuerdo al arbitrio y capricho del receptor y lo que decida hacer con ellas, fijar su atención en una, leerlas todas en voz alta, algunas de modo íntimo y silencioso, ignorar otras o regalar como atentados e intervenciones las que deseemos a algún desprevenido y agonizante compañero, en definitiva desordenarlas en nuestras manos o mentes.

El texto bajo esta premisa siempre estará en constante mutación y cambio acompañando al usuario del artefacto en sus propias alteraciones y vaivenes pues tras la primera lectura ya no somos el mismo, la disposición frente a la obra se ha alterado y el mecanismo en sí tiende y privilegia semejante dispersión del sentido.

Como conclusión podemos responder a una de las visiones poéticas de Vargas señalando que los agujeros negros si existen al pie de los edificios y por encima de esa arquitectura que nos atropella y escinde, vamos encontrando las finas redes de la comunicación y la voz en la posibilidad más que en la certeza inmediata, ese parece ser el destino de Elephant Gun de Kreit Vargas, perdernos en medio del mundo rodeado de todos, preguntando sin respuesta, sólo con poesía el sentido de las veloces luces.


Vargas, Kreit: Elephant Gun
(Cascahuesos Editores / Dragostea, Arequipa, 2009)

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