Libros 2009 y algunas cosas más
Hasta hace unos meses tenía seguridad de que la producción literaria del 2009 estaba condenada a ser la más pobre de la década. Sin embargo, la mente abierta, el amor por la literatura, la mirada fría y la libertad de opinión, me permiten catalogar este año de aceptable, gracias principalmente a publicaciones que en algunos casos llegan a ser históricas, que indefectiblemente sobrevivirán.
Los libros que consignaré en los siguientes párrafos obedecen a una elección de lo mucho que he leído, a lo mejor se me escapen algunos títulos, y dejo en claro que este recuento no es un catastro. Confieso que llega un punto en que cuesta mucho elegir, pero me deja tranquilo saber que ante todo soy un lector de libros, no de personas.
Posiblemente se me acuse de ejercer preferencia en mi elección al libro del año, ya que durante más de dos años fui el editor adjunto de Revuelta Editores, pero el éxito merecidamente descomunal, y en buena lid sobre todo, de Demoler “Un viaje por la primera escena del rock en el Perú 1957-1975” de Carlos Torres Rotondo, me permite calificarlo como tal. Demoler es un libro que no solo ha venido siendo devorado por los amantes de la buena literatura, sino también por un público que poco o nada tenía que ver con ella. No extraña entonces que su edición de mil ejemplares se encuentre a poco de agotarse, cosa que no hay soslayar ya que este es uno de los pocos casos en el que la calidad calza con su irrefutable logro comercial. Además, Demoler abre las puertas, como todo referente fundacional, a que en un futuro se hagan más trabajos sobre los años maravillosos del rock nacional —considerado como uno de los mejores en el imaginario rockero hispanoamericano—, conformado por una alucinante generación de rockeros que hasta antes de esta publicación había permanecido en el más injusto de los olvidos. Por cierto: Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen anuncian para los próximos meses la salida de La guitarra y el fusil, del que puedo decir, por ahora, que es un libro bomba que seguramente generará más de una encendida polémica.
En cuanto a las novelas, no tengo la más mínima duda de que todas las palmas son para Confesiones de Tamara Fiol (Alfaguara) de Miguel Gutiérrez. Acepto que la leí con no pocos meses de retraso. Semanas antes de sumergirme en la novela había escuchado muchos comentarios que la descalificaban por el poco nervio político de sus páginas. Pues bien, esas opiniones eran formuladas por aberrantes izquierdistas que no podían aceptar que el erotismo puede ser también un factor medular a la hora de forjar discursos ideológicos de mácula roja. Gutiérrez dejó de lado el hálito político recurrente en sus otras novelas y nos entregó una historia que se lee de un tirón, que tiene como base a un personaje femenino de antología, llena de carácter y dueña de un torrente sexual sin parangón. Al autor se le intentado denostar —apelando a criterios aneuronados— por firmar con la gente de Santillana, cuando lo cierto es que esta poderosa casa editorial es la que se beneficia en prestigio con un escritor de su talla, y más aún con la edición definitiva de La violencia del tiempo en Punto de Lectura, proyectada para el 2010.
No puedo dejar pasar los logros de dos novelas que por oscuras razones no tuvieron la difusión que debían: No olvides nuestros nombres (San Marcos) de Karina Pacheco y Adiós al barrio (Alfaguara-Serie Roja) de José Antonio Galloso. Aunque en el caso de Galloso acotemos que sí tuvo buena prensa, pero pocas reseñas, las que parecían ser textos volteados de la contratapa, debido, pienso, al prejuicio que todavía se tiene con los libros de corte juvenil.
Sobre la edición de novelas cortas. No me decido por nombrar a una como la mejor, lo que veo bien porque me lleva a destacar principalmente dos títulos que han gozado del favor de la prensa, la crítica y la buena onda de los lectores: Migraciones (Altazor) de Víctor Coral y Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores) de Alina Gadea. Mencionemos también a El viaje que nunca termina (A) de Carlos Calderón Fajardo, Lima Norte (Lustra) de Giovanni Anticona y El loco y el cojo (Alfaguara) de Jaime Bayly.
En cuanto a la producción poética, no es ninguna sorpresa que el extraordinario poeta Enrique Verástegui se lleve todas las loas, eso sí: a ritmo de pichanga, con Teoría de los cambios (Cascahuesos Editores-Sol Negro). No es lo mejor de su producción, claro está, pero vaya que más de uno disfrutó con este poemario irregular. Otros poemarios a tener en cuenta: Amanecidas violentas de mundos (SN) de José Pancorvo, Mate de cedrón (Cascahuesos Editores) de Vladimir Herrera, Nocturama (Álbum del Universo Bakterial) de Diego Otero, Postpop (Lustra) de Luisa Fernanda Lindo y Ángeles detrás de la lluvia (Colección Húnikos) de Tulio Mora.
Días atrás algunos jóvenes poetas me preguntaron cuál consideraba el debut entre los nuevos poetas. Mi respuesta fue contundente (aunque suene injusta): “prefiero no contestar”. Lo que me permite dedicarle algunas líneas a un autor que es un verdadero tapadito y al que hay que seguirle la pista, de paso sirve de ejemplo de lo cerrado que puede ser Poetilandia a la hora de cobijar a sus miembros. Me refiero a Luis León y su Absolutamente nada (Edición del Autor, 2008). No interesa si haya publicado el año pasado, me sorprende y fastidia el ninguneo atroz que ha experimentado un poemario de alta calidad —con las caídas naturales en todo debut— que nos revela a un poeta con buenas lecturas e innato talento. Los interesados pueden conseguir AN en las librerías Comentarios y El Virrey, en el centro de Lima.
Y lo más destacado en el género breve, pues han sido las nuevas las que han marcado la pauta; tres autores jóvenes confirman el interesante momento de la nueva camada de narradores peruanos: Juan Carlos Bondy, Martín Roldán Ruiz y Rossana Díaz Costa. Hago énfasis en este trío por tratarse de nombres que deben figurar sí o sí en toda muestra o antología de nueva narrativa peruana, tanto Ayuda por teléfono (Tierra Nueva) de Bondy, Este amor no es para cobardes (Norma) de Roldán Ruiz y la edición definitiva (por lo tanto, nuevo libro) de Los olvidados (No los de Buñuel, los míos) (Estruendomudo) de Díaz Costa, reflejan los alcances del Asunto como piedra angular al momento de pergeñar ficciones que sacudan al lector.
Empecemos a seguir la producción de Orlando Mazeyra Guillén, narrador arequipeño que con su segundo título La prosperidad reclusa (Cascahuesos Editores) ha superado con creces los defectos de su atendible primer libro. Que sea entonces un buen motivo para mirar, sin demagogia de por medio, lo que se está escribiendo más allá del cerrado circuito limeño. Mazeyra Guillén es un irrefutable ejemplo de que hay nuevos narradores de fuste y raza.
Tengamos también en cuenta los interesantes debuts de Yeniva Fernández con Trampas para incautos (Revuelta Editores) y Jesús Jara Godoy con Amor a quemarropa (Casatomada).
Con justa razón se dice que una de las labores más peligrosas en los menesteres de la literatura es el armado de antologías. Como “algo” de experiencia tengo en el asunto, pues puedo decir que hay que ser un pésimo lector como para no elaborar una selección fuerte y coherente. A lo largo de la historia de la literatura peruana hemos tenido antologías sumamente importantes, como también de aquellas que se autosocavan por el amiguismo y el chocherismo. Felizmente en estos doce meses hemos tenido antologías interesantes, pero me quedo con dos de las que estoy seguro sobrevivirán al olvido: Hora Zero. Los broches mayores del sonido (Fondo Editorial Cultura Peruana) de Tulio Mora y Antología íntima (C) de Carlos Calderón Fajardo. Ahora, si me preguntan con cuál me quedo, la tengo clara: con la de Calderón Fajardo. Ocurre que su selección personal nos permite tener un paneo de los distintos tópicos que ha abordado en más de treinta años de oficio, destacando en prácticamente todos. Como bien se anotó en su momento en una reseña de la revista Somos: CCF es uno de los mayores escritores latinoamericanos de la actualidad.
Espero no equivocarme, pero este 2009 ha sido muy generoso en ensayos, compilaciones periodísticas e híbridos. Las dos recomendables entregas de José Carlos Yrigoyen: La hegemonía de lo conversacional (L) y Breve historia del fútbol de Indonesia (Colección Underwood); Rostros de memoria (Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias y Humanidades) de Pedro Escribano; El soñador en la penumbra (Fondo de Cultura Económica) de Alonso Cueto; Claves para leer a César Vallejo (San Marcos) de Ricardo González Vigil; La bestia tricefálica (Hipocampo Editores) de Rodolfo Ybarra, Rafael Inocente y Arturo Delgado Galimberti y Sabatorio (Bisagra Editores) de Sandro Bossio Suárez.
Por su carácter polémico pero en especial honesto sobre el quehacer poético de estos últimos lustros, el ensayo La hegemonía de lo conversacional se yergue como el más representativo. La razón es la siguiente: podemos estar o no acuerdo con los puntos de vista de Yrigoyen sobre el devenir de la nueva poesía peruana, pero un gran punto determinante a su favor es que se trata del primer intento por brindarnos una radiografía cruda y necesaria de los alcances y taras de los nuevos poetas peruanos de la llamada Generación del 2000. Creo que es hora de desterrar el lustrabotismo, las lecturas interesadas, el maldito amiguismo y los tratos bajo la mesa que muchísimo daño le vienen haciendo a nuestra poesía desde los ochenta.
Editoriales
A diferencias de años anteriores, las transnacionales se pusieron las pilas, de alguna u otra manera han entregado publicaciones a tomar en cuenta; de estas destaca pues la edición de Planeta-Perú de los dos tomos de La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro. Sin embargo, siguen siendo las editoriales independientes, las que siguen mostrando catálogos por demás atrayentes. Tanto transnacionales como independientes deberían aprender una de otra. Las primeras son serias en su logística y en su respeto por la persona del autor (aspecto importante que sirve para erradicar de una buena vez esa leyenda negra de los problemas entre editores y escritores, que simplemente no deben pasar ni mucho “justificarse” con la recurrente taradez de “eso pasa en las editoriales jóvenes”); las segundas en su buen ojo —no siempre— para elegir lo que publican.
Me gustaría expresar mi buena onda con la labor de las nuevas editoriales provenientes de provincias, como Tierra Nueva de Iquitos, Bisagra Editores de Huancayo y Cascahuesos de Arequipa. Basta ver el catálogo de estos tres sellos como para darme cuenta de que tienen buenos lectores en la dirección; por ejemplo: los libros de poesía de Cascahuesos y la línea narrativa de Bisagra, de la que recomiendo vivamente la reedición de Poderes secretos de Miguel Gutiérrez.
De las editoriales de Lima la gris, pues algunas se han estancado, como Estruendomudo y Matalamanga (no se puede vivir del recuerdo), que desde hace buen rato no sacan obras de real interés, aunque seamos justos con la primera, que a mitad de año publicó el excelente libro de cuentos Pájaros en la boca, de la argentina Samanta Schweblin. Y saludemos la pujanza de Borrador Editores (todo un golazo la edición de La orden secreta de los ornitorrincos de la brasileña María Alzira Brum), de Casatomada por su apuesta por la colección Clásicos Peruanos Contemporáneos y de Altazor por su renacimiento con ediciones pulcras y un mercado ganado en muchas ciudades del interior. Sobre Altazor debo decir, y no lo hago en joda profética, que tiene toda la logística para convertirse en la mejor editorial del medio, lograrlo es ya cosa de su consejo editorial.
Ante la pregunta “¿Cuál ha sido la editorial del 2009?”, la respuesta la tengo desde hace meses. Se trata de Lustra Editores del poeta Víctor Ruiz Velazco. Si el mero hecho de apostar por la edición de libros es de por sí visto como una locura, el que se haga con una decisión visceral con libros de poesía es una actitud kamikase, actitud que nos permite reconciliarnos con la vida. Pues esa sana tendencia tanática se vio en el mes de marzo cuando esta editorial, en un acto sin precedente, lanzó al mercado la colección Piedra Sangre, compuesta por quince poemarios que nos permite tener un panorama de lo que es la nueva poesía peruana. Veo muy difícil que se supere un proyecto editorial como este, y si eso ocurre, pues será en veinte años.
Lo que sí me gustaría sugerirle a Ruiz Velazco es que para la próxima se rodee de lectores competentes. Todos reconocen la importancia de PS, pero de la selección de quince poetas solo nos quedan Diego Lazarte y Paul Guillén. Claro, puedo estar tremendamente errado, pero cumplo con mi conciencia decirlo, no hacerlo sería traicionarme y no valorar lo conseguido con justicia por el joven poeta y editor.
Blogs
De los blogs literarios tenemos varios de suma importancia, como la bitácora El Hablador y Notas Moleskine, pero no puedo dejar de reconocer la verdadera apuesta y amor por la literatura de Marea Cultural de Chimbote. Aplaudo la constancia de su director Augusto Rubio Acosta que, junto con el camarógrafo Milton Rojas, recorre muchas ciudades del Perú, en las que entrevista a los protagonistas de las movidas literarias y culturales. Estamos ante un axiomático ejemplo de apertura que muchos en la capital debemos seguir. (Nunca está demás, pero en vista de que hay mucho mal pensado, no faltará el que crea que esta designación obedece a que busco que Rubio Acosta me entreviste, pues bien, esa entrevista se dio en el mes de julio y le pedí que no la publicara.)
Bueno, eso es todo, qué el 2010 sea un año provechoso.
*Tomado del blog La fortaleza de la soledad.
Los libros que consignaré en los siguientes párrafos obedecen a una elección de lo mucho que he leído, a lo mejor se me escapen algunos títulos, y dejo en claro que este recuento no es un catastro. Confieso que llega un punto en que cuesta mucho elegir, pero me deja tranquilo saber que ante todo soy un lector de libros, no de personas.
Posiblemente se me acuse de ejercer preferencia en mi elección al libro del año, ya que durante más de dos años fui el editor adjunto de Revuelta Editores, pero el éxito merecidamente descomunal, y en buena lid sobre todo, de Demoler “Un viaje por la primera escena del rock en el Perú 1957-1975” de Carlos Torres Rotondo, me permite calificarlo como tal. Demoler es un libro que no solo ha venido siendo devorado por los amantes de la buena literatura, sino también por un público que poco o nada tenía que ver con ella. No extraña entonces que su edición de mil ejemplares se encuentre a poco de agotarse, cosa que no hay soslayar ya que este es uno de los pocos casos en el que la calidad calza con su irrefutable logro comercial. Además, Demoler abre las puertas, como todo referente fundacional, a que en un futuro se hagan más trabajos sobre los años maravillosos del rock nacional —considerado como uno de los mejores en el imaginario rockero hispanoamericano—, conformado por una alucinante generación de rockeros que hasta antes de esta publicación había permanecido en el más injusto de los olvidos. Por cierto: Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen anuncian para los próximos meses la salida de La guitarra y el fusil, del que puedo decir, por ahora, que es un libro bomba que seguramente generará más de una encendida polémica.
En cuanto a las novelas, no tengo la más mínima duda de que todas las palmas son para Confesiones de Tamara Fiol (Alfaguara) de Miguel Gutiérrez. Acepto que la leí con no pocos meses de retraso. Semanas antes de sumergirme en la novela había escuchado muchos comentarios que la descalificaban por el poco nervio político de sus páginas. Pues bien, esas opiniones eran formuladas por aberrantes izquierdistas que no podían aceptar que el erotismo puede ser también un factor medular a la hora de forjar discursos ideológicos de mácula roja. Gutiérrez dejó de lado el hálito político recurrente en sus otras novelas y nos entregó una historia que se lee de un tirón, que tiene como base a un personaje femenino de antología, llena de carácter y dueña de un torrente sexual sin parangón. Al autor se le intentado denostar —apelando a criterios aneuronados— por firmar con la gente de Santillana, cuando lo cierto es que esta poderosa casa editorial es la que se beneficia en prestigio con un escritor de su talla, y más aún con la edición definitiva de La violencia del tiempo en Punto de Lectura, proyectada para el 2010.
No puedo dejar pasar los logros de dos novelas que por oscuras razones no tuvieron la difusión que debían: No olvides nuestros nombres (San Marcos) de Karina Pacheco y Adiós al barrio (Alfaguara-Serie Roja) de José Antonio Galloso. Aunque en el caso de Galloso acotemos que sí tuvo buena prensa, pero pocas reseñas, las que parecían ser textos volteados de la contratapa, debido, pienso, al prejuicio que todavía se tiene con los libros de corte juvenil.
Sobre la edición de novelas cortas. No me decido por nombrar a una como la mejor, lo que veo bien porque me lleva a destacar principalmente dos títulos que han gozado del favor de la prensa, la crítica y la buena onda de los lectores: Migraciones (Altazor) de Víctor Coral y Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores) de Alina Gadea. Mencionemos también a El viaje que nunca termina (A) de Carlos Calderón Fajardo, Lima Norte (Lustra) de Giovanni Anticona y El loco y el cojo (Alfaguara) de Jaime Bayly.
En cuanto a la producción poética, no es ninguna sorpresa que el extraordinario poeta Enrique Verástegui se lleve todas las loas, eso sí: a ritmo de pichanga, con Teoría de los cambios (Cascahuesos Editores-Sol Negro). No es lo mejor de su producción, claro está, pero vaya que más de uno disfrutó con este poemario irregular. Otros poemarios a tener en cuenta: Amanecidas violentas de mundos (SN) de José Pancorvo, Mate de cedrón (Cascahuesos Editores) de Vladimir Herrera, Nocturama (Álbum del Universo Bakterial) de Diego Otero, Postpop (Lustra) de Luisa Fernanda Lindo y Ángeles detrás de la lluvia (Colección Húnikos) de Tulio Mora.
Días atrás algunos jóvenes poetas me preguntaron cuál consideraba el debut entre los nuevos poetas. Mi respuesta fue contundente (aunque suene injusta): “prefiero no contestar”. Lo que me permite dedicarle algunas líneas a un autor que es un verdadero tapadito y al que hay que seguirle la pista, de paso sirve de ejemplo de lo cerrado que puede ser Poetilandia a la hora de cobijar a sus miembros. Me refiero a Luis León y su Absolutamente nada (Edición del Autor, 2008). No interesa si haya publicado el año pasado, me sorprende y fastidia el ninguneo atroz que ha experimentado un poemario de alta calidad —con las caídas naturales en todo debut— que nos revela a un poeta con buenas lecturas e innato talento. Los interesados pueden conseguir AN en las librerías Comentarios y El Virrey, en el centro de Lima.
Y lo más destacado en el género breve, pues han sido las nuevas las que han marcado la pauta; tres autores jóvenes confirman el interesante momento de la nueva camada de narradores peruanos: Juan Carlos Bondy, Martín Roldán Ruiz y Rossana Díaz Costa. Hago énfasis en este trío por tratarse de nombres que deben figurar sí o sí en toda muestra o antología de nueva narrativa peruana, tanto Ayuda por teléfono (Tierra Nueva) de Bondy, Este amor no es para cobardes (Norma) de Roldán Ruiz y la edición definitiva (por lo tanto, nuevo libro) de Los olvidados (No los de Buñuel, los míos) (Estruendomudo) de Díaz Costa, reflejan los alcances del Asunto como piedra angular al momento de pergeñar ficciones que sacudan al lector.
Empecemos a seguir la producción de Orlando Mazeyra Guillén, narrador arequipeño que con su segundo título La prosperidad reclusa (Cascahuesos Editores) ha superado con creces los defectos de su atendible primer libro. Que sea entonces un buen motivo para mirar, sin demagogia de por medio, lo que se está escribiendo más allá del cerrado circuito limeño. Mazeyra Guillén es un irrefutable ejemplo de que hay nuevos narradores de fuste y raza.
Tengamos también en cuenta los interesantes debuts de Yeniva Fernández con Trampas para incautos (Revuelta Editores) y Jesús Jara Godoy con Amor a quemarropa (Casatomada).
Con justa razón se dice que una de las labores más peligrosas en los menesteres de la literatura es el armado de antologías. Como “algo” de experiencia tengo en el asunto, pues puedo decir que hay que ser un pésimo lector como para no elaborar una selección fuerte y coherente. A lo largo de la historia de la literatura peruana hemos tenido antologías sumamente importantes, como también de aquellas que se autosocavan por el amiguismo y el chocherismo. Felizmente en estos doce meses hemos tenido antologías interesantes, pero me quedo con dos de las que estoy seguro sobrevivirán al olvido: Hora Zero. Los broches mayores del sonido (Fondo Editorial Cultura Peruana) de Tulio Mora y Antología íntima (C) de Carlos Calderón Fajardo. Ahora, si me preguntan con cuál me quedo, la tengo clara: con la de Calderón Fajardo. Ocurre que su selección personal nos permite tener un paneo de los distintos tópicos que ha abordado en más de treinta años de oficio, destacando en prácticamente todos. Como bien se anotó en su momento en una reseña de la revista Somos: CCF es uno de los mayores escritores latinoamericanos de la actualidad.
Espero no equivocarme, pero este 2009 ha sido muy generoso en ensayos, compilaciones periodísticas e híbridos. Las dos recomendables entregas de José Carlos Yrigoyen: La hegemonía de lo conversacional (L) y Breve historia del fútbol de Indonesia (Colección Underwood); Rostros de memoria (Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias y Humanidades) de Pedro Escribano; El soñador en la penumbra (Fondo de Cultura Económica) de Alonso Cueto; Claves para leer a César Vallejo (San Marcos) de Ricardo González Vigil; La bestia tricefálica (Hipocampo Editores) de Rodolfo Ybarra, Rafael Inocente y Arturo Delgado Galimberti y Sabatorio (Bisagra Editores) de Sandro Bossio Suárez.
Por su carácter polémico pero en especial honesto sobre el quehacer poético de estos últimos lustros, el ensayo La hegemonía de lo conversacional se yergue como el más representativo. La razón es la siguiente: podemos estar o no acuerdo con los puntos de vista de Yrigoyen sobre el devenir de la nueva poesía peruana, pero un gran punto determinante a su favor es que se trata del primer intento por brindarnos una radiografía cruda y necesaria de los alcances y taras de los nuevos poetas peruanos de la llamada Generación del 2000. Creo que es hora de desterrar el lustrabotismo, las lecturas interesadas, el maldito amiguismo y los tratos bajo la mesa que muchísimo daño le vienen haciendo a nuestra poesía desde los ochenta.
Editoriales
A diferencias de años anteriores, las transnacionales se pusieron las pilas, de alguna u otra manera han entregado publicaciones a tomar en cuenta; de estas destaca pues la edición de Planeta-Perú de los dos tomos de La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro. Sin embargo, siguen siendo las editoriales independientes, las que siguen mostrando catálogos por demás atrayentes. Tanto transnacionales como independientes deberían aprender una de otra. Las primeras son serias en su logística y en su respeto por la persona del autor (aspecto importante que sirve para erradicar de una buena vez esa leyenda negra de los problemas entre editores y escritores, que simplemente no deben pasar ni mucho “justificarse” con la recurrente taradez de “eso pasa en las editoriales jóvenes”); las segundas en su buen ojo —no siempre— para elegir lo que publican.
Me gustaría expresar mi buena onda con la labor de las nuevas editoriales provenientes de provincias, como Tierra Nueva de Iquitos, Bisagra Editores de Huancayo y Cascahuesos de Arequipa. Basta ver el catálogo de estos tres sellos como para darme cuenta de que tienen buenos lectores en la dirección; por ejemplo: los libros de poesía de Cascahuesos y la línea narrativa de Bisagra, de la que recomiendo vivamente la reedición de Poderes secretos de Miguel Gutiérrez.
De las editoriales de Lima la gris, pues algunas se han estancado, como Estruendomudo y Matalamanga (no se puede vivir del recuerdo), que desde hace buen rato no sacan obras de real interés, aunque seamos justos con la primera, que a mitad de año publicó el excelente libro de cuentos Pájaros en la boca, de la argentina Samanta Schweblin. Y saludemos la pujanza de Borrador Editores (todo un golazo la edición de La orden secreta de los ornitorrincos de la brasileña María Alzira Brum), de Casatomada por su apuesta por la colección Clásicos Peruanos Contemporáneos y de Altazor por su renacimiento con ediciones pulcras y un mercado ganado en muchas ciudades del interior. Sobre Altazor debo decir, y no lo hago en joda profética, que tiene toda la logística para convertirse en la mejor editorial del medio, lograrlo es ya cosa de su consejo editorial.
Ante la pregunta “¿Cuál ha sido la editorial del 2009?”, la respuesta la tengo desde hace meses. Se trata de Lustra Editores del poeta Víctor Ruiz Velazco. Si el mero hecho de apostar por la edición de libros es de por sí visto como una locura, el que se haga con una decisión visceral con libros de poesía es una actitud kamikase, actitud que nos permite reconciliarnos con la vida. Pues esa sana tendencia tanática se vio en el mes de marzo cuando esta editorial, en un acto sin precedente, lanzó al mercado la colección Piedra Sangre, compuesta por quince poemarios que nos permite tener un panorama de lo que es la nueva poesía peruana. Veo muy difícil que se supere un proyecto editorial como este, y si eso ocurre, pues será en veinte años.
Lo que sí me gustaría sugerirle a Ruiz Velazco es que para la próxima se rodee de lectores competentes. Todos reconocen la importancia de PS, pero de la selección de quince poetas solo nos quedan Diego Lazarte y Paul Guillén. Claro, puedo estar tremendamente errado, pero cumplo con mi conciencia decirlo, no hacerlo sería traicionarme y no valorar lo conseguido con justicia por el joven poeta y editor.
Blogs
De los blogs literarios tenemos varios de suma importancia, como la bitácora El Hablador y Notas Moleskine, pero no puedo dejar de reconocer la verdadera apuesta y amor por la literatura de Marea Cultural de Chimbote. Aplaudo la constancia de su director Augusto Rubio Acosta que, junto con el camarógrafo Milton Rojas, recorre muchas ciudades del Perú, en las que entrevista a los protagonistas de las movidas literarias y culturales. Estamos ante un axiomático ejemplo de apertura que muchos en la capital debemos seguir. (Nunca está demás, pero en vista de que hay mucho mal pensado, no faltará el que crea que esta designación obedece a que busco que Rubio Acosta me entreviste, pues bien, esa entrevista se dio en el mes de julio y le pedí que no la publicara.)
Bueno, eso es todo, qué el 2010 sea un año provechoso.
*Tomado del blog La fortaleza de la soledad.
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