Por Juan Carlos Gómez
“No sé cómo decírtelo, pero te lo tengo que decir igual, cuando llegué al pasaje del nacimiento del Gauchito ya no pude leer más. No te enojés, es un problema mío, yo soy un hombre chapado a la antigua, un mundo como el de “Cosa de negros” de Cucurto o el “Yo era una chica moderna” de tu puño y letra, me resulta totalmente ajeno. ¿En qué tipo de gauchaje andará el mundo cuando tu mundo sea un mundo chapado a la antigua? […] No te olvidés que tengo más cartas de Gombrowicz, las argentinas por ejemplo, portate bien, dejate de escribir chanchadas, sé un muchacho alto y buen mozo como me decía mi mamá cuando quería que le alcanzara algo, y vas a ver que te voy a mandar las cartas argentinas de Gombrowicz, como ya te mandé las europeas”.
El Pato Criollo me había llevado hasta el Negroide Piquetero, y el Negroide Piquetero hasta Cucurto poniéndome en la mano su “Cosa de negros” y unas figuras en las que un Cucurto cuadrumano se va incorporando poco a poco hasta alcanzar la posición del bípedo implume, es decir, la posición erecta.
Las apariciones esperpénticas del Cuadrumano, un distinguido gombrowiczida que por razones completamente desconocidas para mí despierta con sus escritos una gran admiración en Alemania, como también se la despierta a la Filarmónica de Berlín Jaime Torres con su charango, empalidecen cuando las comparo con las del Contrahecho.
Al poco tiempo de alcanzar a los miembros del club con mis historias verdaderas empiezo a tener unas impresiones que pueden oscilar entre las eurítmicas y las contrahechas, según sea el carácter del gombrowiczidas.
Al terminar de escribir “Thomas Mann” sentí que iba a llegar a mis corresponsales con la hermosa melodía de un hombre de letras tan insigne, y así fue, enseguida tuve la confirmación de este presentimiento.
En efecto, el Castor, una ilustre escritora y periodista gombrowiczida publicó en su revista “Archivos del Sur” unas palabras que atribuí a los efectos eurítmicos de “Thomas Mann”.
“Gombrowiczidas son ensayos y notas breves escritas por Juan Carlos Gómez publicadas en “El Ortiga”. Escritas generalmente con humor e ironía, en forma diaria, Juan Carlos Gómez ha creado una constelación de escritores, referencias, cartas, un universo que gira alrededor del escritor polaco que vivió casi un cuarto de siglo en la Argentina”.
Inmediatamente después de la alegría que me produjeron estas palabras recordé que el principio de acción y reacción es aplicable a todos los fenómenos de la naturaleza de este mundo, tanto sean fenómenos físicos como espirituales, así que tuve el presentimiento de que a esta buena noticia debía sucederle por fuerza una mala noticia.
El principio de acción y reacción es uno de los principios más atractivos de la ciencia física. Es una propiedad de los cuerpos que expresa la igualdad de la acción y de la reacción, según la cual una fuerza ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B es igual y opuesta a la fuerza que el cuerpo B ejerce sobre el cuerpo A como consecuencia de la acción ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B.
Y es tan atractivo el principio de acción y reacción que hasta el mismísimo Gombrowicz, tan distanciado y enemigo del cientificismo, lo utiliza en Filifor, el más celebrado de sus cuentos, y no sólo en sus cuentos aparece el principio de acción y reacción, sino también en sus diarios.
“¿Será pues que me convierto en reacción? ¿Contra todo el proceso encaminado hacia el universalismo? […]”.
“Soy tan dialéctico, estoy tan preparado para ver desactualizarse los contenidos con los que me ha nutrido la época —el fracaso del socialismo, de la democracia, del cientificismo— que casi con impaciencia aguardo la inevitable reacción, casi soy ella yo mismo”.
La mala noticia me puso de manifiesto que también Thomas Mann puede despertar los más bajos instintos a un gombrowiczida contrahecho que se esconde en el anonimato detrás de una banda de forajidos.
En efecto, “El rey está desnudo” es una revista que se presenta como creada, ideada y registrada por Pablo Urbanyi. El consejo de redacción permanente está formado por todos los hombres de buena voluntad, los bienaventurados de quienes nunca será el reino de los cielos y los últimos que jamás serán los primeros, así rezan sus palabras iniciales.
Eligieron uno de los pasajes memorables de los escritos de Gombrowicz para presentarse como gombrowiczidas.
“No lo sé. ¿Así que el libro está aún por empezar? —preguntaréis—. Al contrario, ya está medio parido, pero no me preguntéis por el contenido de mis obras porque es imposible contarlas con palabras de ‘cosecha propia’. Hay una cosa de la que estoy seguro: es una obra que no os gustará en absoluto y en esto tengo puestas todas mis esperanzas […]”.
“No sirvo para guisaros los platos que podéis encontrar en cualquier restaurante y que ya os sabéis de memoria, lo que quiero es prepararos un guiso que se os vuelva como un estropajo, que los ojos os salgan de las órbitas y el gusto se os alborote por completo…”.
“Y sólo después de varios años de masticarlo llegaréis a la conclusión de que al fin y al cabo se trata de un plato de ravioles a la crema bastante nutritivo y sabroso. Conozco mi cometido. No soy una vaca que rumie el pasto del día anterior. Mi deseo es ser un maestro de cocina que prepara sus guisos con mantequilla fresca y hace el consomé con la carne viva de la contemporaneidad. No quiero ser esclavo y siervo de vuestros paladares, sino su torturador, una mosca que hará galopar al perezoso jamelgo de vuestros gustos”.
El Contrahecho es un escritor argentino nacido en Hungría que vive en Canadá, y que admira a Gombrowicz según lo manifiesta en una entrevista que le hace una escritora argentina que vive en Australia.
“Conocerlo personalmente, no. Leí la primera edición de ‘Ferdydurke’ con su prólogo original en el que se relata un hermoso ejemplo de colaboración literaria para una traducción casi imposible de un libro tan difícil. No conservo ese ejemplar y lo lamento. Y, aunque la traducción sea la misma, en las ediciones actuales ese prólogo desapareció para ser reemplazo por uno banal. En cuanto a deberle algo, le debo todo lo que se le puede deber a un maestro: inteligencia, audacia, innovación, así como le debo a muchos otros, tales como Arlt, Cortázar, Hasek, Swift, Sterne, Cervantes, Quevedo o Borges. Esos son los que me ayudan a gatillar la mente, si es que tengo pólvora y la mecha se puede prender, claro”.
Hace unos meses recibí de “El rey está desnudo” unas líneas que me despertaron la curiosidad.
“Bueno chico, basta de ego web. Yo leo a Gombrowicz y no ando colgándome de él. Gracias de todas maneras aunque no lo haya pedido ni vos preguntado si me interesaba.
Suerte”.
Pero fue precisamente el gombrowiczidas al que di en llamar “Thomas Mann” el que despertó la furia de esta banda de forajidos cuyo jefe es el Contrahecho.
“La verdad es que nunca te pedí un cuerno para que me rompieras las que sabés con tus notas improvisadas. Pero esto ya es demasiado: escritor o no, bueno o malo, Thomas Mann fue un reverendo hijo de puta pequeño burgués forrado de guita al servicio de USA que dejó morir de hambre a Musil, diez veces más grande que él. Averiguá también las razones del suicidio de su hijo”.
El Pato Criollo me había llevado hasta el Negroide Piquetero, y el Negroide Piquetero hasta Cucurto poniéndome en la mano su “Cosa de negros” y unas figuras en las que un Cucurto cuadrumano se va incorporando poco a poco hasta alcanzar la posición del bípedo implume, es decir, la posición erecta.
Las apariciones esperpénticas del Cuadrumano, un distinguido gombrowiczida que por razones completamente desconocidas para mí despierta con sus escritos una gran admiración en Alemania, como también se la despierta a la Filarmónica de Berlín Jaime Torres con su charango, empalidecen cuando las comparo con las del Contrahecho.
Al poco tiempo de alcanzar a los miembros del club con mis historias verdaderas empiezo a tener unas impresiones que pueden oscilar entre las eurítmicas y las contrahechas, según sea el carácter del gombrowiczidas.
Al terminar de escribir “Thomas Mann” sentí que iba a llegar a mis corresponsales con la hermosa melodía de un hombre de letras tan insigne, y así fue, enseguida tuve la confirmación de este presentimiento.
En efecto, el Castor, una ilustre escritora y periodista gombrowiczida publicó en su revista “Archivos del Sur” unas palabras que atribuí a los efectos eurítmicos de “Thomas Mann”.
“Gombrowiczidas son ensayos y notas breves escritas por Juan Carlos Gómez publicadas en “El Ortiga”. Escritas generalmente con humor e ironía, en forma diaria, Juan Carlos Gómez ha creado una constelación de escritores, referencias, cartas, un universo que gira alrededor del escritor polaco que vivió casi un cuarto de siglo en la Argentina”.
Inmediatamente después de la alegría que me produjeron estas palabras recordé que el principio de acción y reacción es aplicable a todos los fenómenos de la naturaleza de este mundo, tanto sean fenómenos físicos como espirituales, así que tuve el presentimiento de que a esta buena noticia debía sucederle por fuerza una mala noticia.
El principio de acción y reacción es uno de los principios más atractivos de la ciencia física. Es una propiedad de los cuerpos que expresa la igualdad de la acción y de la reacción, según la cual una fuerza ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B es igual y opuesta a la fuerza que el cuerpo B ejerce sobre el cuerpo A como consecuencia de la acción ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B.
Y es tan atractivo el principio de acción y reacción que hasta el mismísimo Gombrowicz, tan distanciado y enemigo del cientificismo, lo utiliza en Filifor, el más celebrado de sus cuentos, y no sólo en sus cuentos aparece el principio de acción y reacción, sino también en sus diarios.
“¿Será pues que me convierto en reacción? ¿Contra todo el proceso encaminado hacia el universalismo? […]”.
“Soy tan dialéctico, estoy tan preparado para ver desactualizarse los contenidos con los que me ha nutrido la época —el fracaso del socialismo, de la democracia, del cientificismo— que casi con impaciencia aguardo la inevitable reacción, casi soy ella yo mismo”.
La mala noticia me puso de manifiesto que también Thomas Mann puede despertar los más bajos instintos a un gombrowiczida contrahecho que se esconde en el anonimato detrás de una banda de forajidos.
En efecto, “El rey está desnudo” es una revista que se presenta como creada, ideada y registrada por Pablo Urbanyi. El consejo de redacción permanente está formado por todos los hombres de buena voluntad, los bienaventurados de quienes nunca será el reino de los cielos y los últimos que jamás serán los primeros, así rezan sus palabras iniciales.
Eligieron uno de los pasajes memorables de los escritos de Gombrowicz para presentarse como gombrowiczidas.
“No lo sé. ¿Así que el libro está aún por empezar? —preguntaréis—. Al contrario, ya está medio parido, pero no me preguntéis por el contenido de mis obras porque es imposible contarlas con palabras de ‘cosecha propia’. Hay una cosa de la que estoy seguro: es una obra que no os gustará en absoluto y en esto tengo puestas todas mis esperanzas […]”.
“No sirvo para guisaros los platos que podéis encontrar en cualquier restaurante y que ya os sabéis de memoria, lo que quiero es prepararos un guiso que se os vuelva como un estropajo, que los ojos os salgan de las órbitas y el gusto se os alborote por completo…”.
“Y sólo después de varios años de masticarlo llegaréis a la conclusión de que al fin y al cabo se trata de un plato de ravioles a la crema bastante nutritivo y sabroso. Conozco mi cometido. No soy una vaca que rumie el pasto del día anterior. Mi deseo es ser un maestro de cocina que prepara sus guisos con mantequilla fresca y hace el consomé con la carne viva de la contemporaneidad. No quiero ser esclavo y siervo de vuestros paladares, sino su torturador, una mosca que hará galopar al perezoso jamelgo de vuestros gustos”.
El Contrahecho es un escritor argentino nacido en Hungría que vive en Canadá, y que admira a Gombrowicz según lo manifiesta en una entrevista que le hace una escritora argentina que vive en Australia.
“Conocerlo personalmente, no. Leí la primera edición de ‘Ferdydurke’ con su prólogo original en el que se relata un hermoso ejemplo de colaboración literaria para una traducción casi imposible de un libro tan difícil. No conservo ese ejemplar y lo lamento. Y, aunque la traducción sea la misma, en las ediciones actuales ese prólogo desapareció para ser reemplazo por uno banal. En cuanto a deberle algo, le debo todo lo que se le puede deber a un maestro: inteligencia, audacia, innovación, así como le debo a muchos otros, tales como Arlt, Cortázar, Hasek, Swift, Sterne, Cervantes, Quevedo o Borges. Esos son los que me ayudan a gatillar la mente, si es que tengo pólvora y la mecha se puede prender, claro”.
Hace unos meses recibí de “El rey está desnudo” unas líneas que me despertaron la curiosidad.
“Bueno chico, basta de ego web. Yo leo a Gombrowicz y no ando colgándome de él. Gracias de todas maneras aunque no lo haya pedido ni vos preguntado si me interesaba.
Suerte”.
Pero fue precisamente el gombrowiczidas al que di en llamar “Thomas Mann” el que despertó la furia de esta banda de forajidos cuyo jefe es el Contrahecho.
“La verdad es que nunca te pedí un cuerno para que me rompieras las que sabés con tus notas improvisadas. Pero esto ya es demasiado: escritor o no, bueno o malo, Thomas Mann fue un reverendo hijo de puta pequeño burgués forrado de guita al servicio de USA que dejó morir de hambre a Musil, diez veces más grande que él. Averiguá también las razones del suicidio de su hijo”.
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