Por Fernando Odiaga Gonzáles
Moridor es un poemario que desde el título nos está hablando de un hábito constante de morir. Un morir que se convierte en una forma de vida a pesar de las continuas afirmaciones de vitalidad. La vida se encuentra atravesada por la expresión, por el aprendizaje, pero a esto a la vez es una práctica mortificante. El poemario se abre con una composición sin título y que se lee de corrido sin signos de puntuación, en ella el poeta dice:
“el que está dispuesto a soportar otro nombre otro lugar otra estirpe otro significado o tal vez una gran palabra es el moridor de la estética pacifista o turbulenta ambas a la caída del día extienden sus mares y esto empieza a tomar un modelo a seguir de reconstrucciones a través de asignar nuevas batallas a uno dentro & fuera entre la ilusión de decir todo o nada pero suplantando las oscuras causas para alejar la memoria de ese campo de acción generalizado y visto como el manantial donde empezaremos a emerger con el detalle de cualquier cosa haciéndose pronunciación y aunque las capas de maligno cubran los cuerpos de esperanza tomarán partido y no habrá postergación ahora que la naturaleza de lo creado es un signo de claridad”.
Encontramos aquí el hábito de nombrar las cosas, desde los objetos materiales de la realidad, las cosas que hay en la naturaleza y las que ha creado la técnica, hasta los nombres difusos, las valorizaciones y las valorizaciones de experiencia, relaciones, situaciones y contextos humanos, todos los cuales solamente se pueden recuperar y nombrar de una manera simbólica.
El rescate de los hechos cotidianos y la aparición de aquellas cosas que no tienen nombre, las apariencias humanas, el fruto de las vivencias de nuestra conciencia son para el poeta Willy Gómez la manera de recrear el sentido de la vida en el tráfico del desgaste cotidiano.
Gómez nos habla de “el moridor de la estética pacifista o turbulenta…”. La muerte, es en este texto, para el hombre, para el yo poético, una prueba de dolor, un soportar… y lo que se soporta en este caso es la enunciación, el lenguaje y la comunicación como hábitos mortificantes… “otro lugar, otra estirpe” condensan el vacío y el silencio que se produce al tender un puente a lo extraño, a lo que se enuncia bajo otra concepción del mundo y de las cosas, a la experiencia definida de otro universo cultural… el poeta muere en primera instancia cuando al abandonar su tierra, se siente un exiliado a la vez que un apátrida… para este moridor, el ser humano se reconstruye en la lucha… como lo que no te mata, te hace mas fuerte… la reconstrucción es aquí el planteo de una supervivencia heroica, una gimnasia agonal ante la guerra cotidiana con lo que no tiene nombre, el sinsentido, lo que aparece tal vez difusamente hermético y cifrado, los códigos de la alteridad, lo inestable que a nuestra percepción son los sentimientos de los otros, el otro en uno mismo, y sus sombras de desconocimiento, su silencio impenetrable, todas las envolturas de un cuerpo que quiere resistir, que no quiere ser vencido.
La afirmación de la esperanza en este poemario es la solución a la búsqueda del sentido, esta esperanza surge de un “tomar partido” según la frase del poeta en
Moridor… bajo un signo de claridad, un tomar partido por la creación, la criatura y el creador, como formas de lucha contra la postergación, el tiempo perdido, tener la ilusión del todo para quedar después en la realidad con la nada.
En el primer poema “La hiedra en las paredes” se enuncia esta esperanza como un movimiento invariable en la cual está implícito un ciclo rítmico del tiempo que siempre retorna, como en el Eclesiastés, en Heráclito, en Los cuatro cuartetos de T. S. Eliot, en el eterno retorno de Nietzsche.
En este poema encontramos un casi aforismo donde la nutrición se opone al aprendizaje. Aquí vemos como para el poeta, aprender no es más que desarrollo, búsqueda de sentido con un ideal preconcebido, persecución de la meta, finalidad. La nutrición viene a significar por el contrario crecimiento puro, pulsión hacia el fortalecimiento, pero el crecimiento, el mero hincharse y alargarse en el espacio no conoce si en algún momento reventara o cuáles serán sus límites, qué le impondrá resistencia, contra que cosas chocara, no sabe en una palabra si en algún momento su crecer va a detenerse o simplemente comenzara a mermar hasta reducirse a nada. El poeta dice entonces: “El clima nutre y ha destruido la promesa de seguir aprendiendo”. Se afirma que el ponerse limites y contemplar importa menos que vivir simplemente, dejarse llevar sin saber nada del futuro y el poeta vuelve a decir: “si es una ilusión incontestable la hiedra que toma la pared, dentro carga el desenlace de no conocer hasta donde avanzara”.
En el segundo poema, “Algo tan superficial”, se enuncia en los primeros versos, la llegada de extranjeros al puerto, el moridor de la estética entra en el trance del contacto con “otra estirpe, otro significado, o tal vez una gran palabra” Tal y como reza el primer poema introductorio sin título de la p. 4. Algo tan superficial habla del amor de un marinero, de una amada que espera en los puertos y que desespera del retorno del amado, siempre en peligro de perderse en el mar, que también representa los brazos de otra mujer, o el naufragio y la tragedia: la desaparición, el no retorno que se transforma en tinieblas, la ignorancia de lo que habrá sido del hombre errante: “o en su cuerpo habrá dejado un pequeño camino al mar”, se enuncia en una oración muy poética y bella, como el ahogado flota sobre el tráfico de las aguas desiertas, siendo sobrepasado por el flujo de las corrientes en la superficie del mar. (v. en el mismo poema Algo superficial, p. 6). Al final Ella, la que no desea esperar “ese amor que siempre muere”, “que no quiere seguir aceptando el lujo de un hombre, viviendo en el mar”, la amada postergada, comparable a Penélope de la Odisea o a la china que espera al marinero cholo en Puerto Eten, en la obra de Mario Puga Imana, parece elegir el destino de Dido que prefiere morir a esperar el retorno de Eneas, como Alfonsina Storni, se une a la mar que le arrebata el amor, cayendo y ahogándose o tal vez flotando, la imagen es ambigua pues en el epifonema, Ella no se hunde, sino que "flota desde sus pies y adentro siente una respiración pacífica”. En una extraña fase de misticismo podemos comparar con la imagen sobrenatural de Jesucristo caminando sobre el agua para alcanzar la barca de los discípulos pescadores, Algo tan superficial es la imagen de las aguas por donde se deslizan los barcos y se ahogan los hombres, que tiene como si dijésemos una piel que tiene una resistencia mínima, y que a la vez se seca al calor del sol y se vuelve nubes; pero una recepción pragmática de los enunciados del poema nos permite leer que el poema esta bajo la simbólica del elemento Agua. La omnipresencia del agua y el peligro del amor perdido, ahogado o arrebatado por otra mujer, no dejan lugar a otra imagen contrapuesta que equilibre el ambiente del poema, hay solamente mar, no hay cielo, no hay fuego, no hay tierra, solo hallamos una mujer en un puerto, que se va por una callecita de lado “terminando de devorar la angustia de seguir aceptando el lujo del amor que vive navegando en la distancia” …en un momento en el poema, deja de haber aire, Ella… “pronto hablara atlántica, raspando la lengua de Sicilia” …una imagen geográfica que nos deja abierta la interpretación elíptica, ella no quiere ahogarse realmente, y perecer desesperada por un hombre que no vuelve, quiere alcanzarlo nadando a través de él, quiere deslizarse sobre el mar, tal vez como el milagro de amor más grande. Todos estos sentidos ambiguos, casi anfibológicos, nos muestran cifrada la esperanza de muerte y resurrección , de milagro de amor, de insostenibles ansias de unidad en el centro de la distancia nostálgica y la incertidumbre… la esperanza no está quebrada en el poema que comentamos, pero se hace una esperanza metafísica y existencial a la vez, la teología de este poema solamente alcanza el ámbito pagano de las deidades bajo el signo del símbolo Agua, pero deja abierto en el destino de la mujer que espera o desespera y se une al mar, la nostalgia a la vez de ese otro, redentor, místico, taumaturgo, el dios hombre, cuya sombra en el amado ha sido omitida por los azares de la vida Marina, por el abandono.
En el poema “El rulemán golpeado”, observamos ese gusto por la especulación poética, el sabor de abstracciones que aproximan el lenguaje poético a la sociología y aún a las ciencias políticas: “Suena una música letárgica y no es sino un movimiento de brazos de grúas levantando pértigas. Prosperan las construcciones”. Parece una frase sacada de documentos de prospección urbanística y nos remiten a desarrollos económicos.
Es tan solamente una envoltura, una manera de observarse desde fuera, una fisionomía de exteriores que es un pretexto para la interiorización, para dar paso a los retozos intimistas:
“El músico mayor parece cansado,
es gordo, con bigotes e hincha sus cachetes cada vez que su saxofón
percute ritmos oscuros.
Yo escribía hace años un ritmo de movimientos parecido. Aunque debo decir
que los otoñales de este año se le parecen
si vemos más detalles, más visiones de gran unidad
o la decoloración de los geranios en las bermas”.
Vemos de una descripción del ambiente se pasa al yo poético, a la instancia sicológica, y lo que se observa afuera es un pretexto para hablar o enunciar lo que pasa adentro, desde el músico cansado que percute ritmos oscuros, se pasa a la autocomtemplación: también el yo poético escribía en tales ritmos.
En este poema como en otros muchos aparece nombrado el geranio. Esta planta y su flor, conocidas científicamente como Pelargonium graveolens, tiene flores rosadas y sus hojas son más aromáticas que sus flores, se dice que su aceite tiene un aroma de rosa, de tierra, dulce, suave y seco; su nombre deriva del vocablo griego Geranus o grulla, y se le nombro así debido al parecido de sus vainas de semillas con el pico de la grulla. En los herbolarios tradicionales es considerada una planta con virtudes curativas y era especialmente recomendada para mantener alejado a los malos espíritus. De todos modos es un autor que recurre a los crisantemos, los claveles y las madreselvas. Sin embargo otro de los poemas donde se mencionan geranios es Asedios, uno de los últimos, en la página 77:
“El significado que designaban nuestras zonas rompía con sus liturgias y ponían delante de nosotros una corona de geranios”.
No podemos determinar cuáles son las razones semánticas, el rol que juegan la preferencia por estas flores, pero no olvidemos la constante del jardín y los niños jugando.
Los abetos, que eran consagrados a la diosa Hécate y que cumplían una gran importancia en los rituales druídicos a la diosa luna también son parte del imaginario vegetal de Willy Gómez.
En los siguientes textos, el yo enunciador se irá revelando como una interioridad, como una conciencia íntima, pasando ese yo al pronombre personal mí, pronombre de los llamados tónicos en su forma reflexiva. Este desplazamiento significa la aparición explícita de un tinte confesional, el yo poético actante es un abogado, un hombre que ejerce las leyes; nos encontramos con la sensibilidad de un hombre que ha estudiado en la universidad, se ha formado en una cultura general, la de nuestros valores occidentales burgueses, y que en algún momento hubiera querido estudiar otra cosa, y haber fracasado en el intento, tal vez por falta de apoyo de los padres. Las aficiones de los abogados cultos, su estructura existencial, la conformación de sus hábitos e intereses, son el objeto del trato poético. Entrevemos una epopeya individual o una Búsqueda del tiempo perdido.
El poeta no puede ser más personal cuando dice “Debemos cumplir la promesa de ir a Migliaro” en el poema “Juicios Apasionados” , de la p. 11. Esto a la vez configura la situación de identidades mixtas, trasnacionales, Gómez Migliaro, es en sí mismo, muchas culturas en su sangre, muchas palabras que nombrar, que inventar, que hacer suyas en el devenir de la vida, que a la vez por ser su herencia, vienen a configurar un canto que vuelve de afuera y su eco es recibido por lo profundo, el microcosmos del Hombre a caballo entre dos mundos, Europa y el Perú.
Pues bien, parece ser que la imagen del hombre, del abogado, del estudiante que se fue a hacer otra cosa, espera transformado en niño jugando con otros en un jardín, un jardín en el interior de la casa, como el jardín de Eliot en Los Cuatro Cuartetos, un jardín con pájaros cantando y niños jugando. El jardín de la casa a veces está en un lugar lejano del original, el yo enunciante, conoce las emigraciones, los destierros, los autoexilios del alma, los espacios del poemario Moridor, son varios países, por los que se viaja con la palabra y los significados a cuestas, a veces en un “país olvidado”, “había superado el paludismo”. Hasta aquí hemos encontrado un yo que es abogado y otro que es un marino errante.
La contemplación de la muerte es uno de los temas que también encontramos en este denso inventario cotidiano que es Moridor, El hombre evade a la muerte cuando tiene a la amada y sobrevive con ella, se siente sano y no le afecta la muerte ajena hasta más allá de pesares fugitivos, junto a la felicidad plena, ella y él retroceden y son como niños que quieren seguir jugando en el jardín al son del canto de los pájaros, el poema “Amargo Verano“ reza en uno de sus versos finales: “Pero igual, nos abrimos y dormimos juntos, pensando en un Dios ilusorio bajo el árbol de moras”.
Otro actante en el yo poético es un maestro de escuela, como el que nos habla en el poema “Entre luciferinos”, en este contexto el profesor recibe en una casa amigos para dar una fiesta. Vemos los mismos rasgos estructurales de los demás poemas, versos largos, que provocan un ritmo denso y moroso, por el efecto de la multiplicación de los acentos, el ritmo a veces tiende a acelerarse con versos más concisos y así se va perfilando una poética reflexiva que nos habla de la cotidianidad, del paso del tiempo, de la esperanza, de la búsqueda de sentido. En el caso del poema Entre luciferinos el referente es una fiesta de cumpleaños de la mujer amada por el yo del poema, donde se nos ofrece esa búsqueda de sentido en las visiones de los danzantes ebrios y enamorados como un modo de atrapar el instante; pero el instante cambia y nos impone una nueva visión: los boleros trasladan al poeta al Caribe y a la Europa cortesana de los tiempos de Provenza, el poeta vuela tras el origen del estilo galante, de las formas en que los seres urbanos buscamos el amor. El poeta se vuelve a ensimismar y deja la respuesta en suspenso, “Puede que te lo diga después. Me tengo que ir. Feliz cumpleaños amor”.
En el poema “Versión del amor”, nos topamos con un tributo a Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza, menciones intertextuales, como Consejero de Lobo y Oso hormiguero, ambos curiosamente tienen en sus registros verbales el aire y la tonalidad de los versos ingleses tal como fueron consagrados al estilo de Eliot en La tierra Baldía y los Cuatro cuartetos. El poemario desde el epígrafe es un tributo indirecto a la poesía anglosajona cuyo último canto de Cisne está en el autor de Asesinato en la catedral.
En los poemas “Sin fecha de vencimiento” y “Hay dolor aquí adentro”, encontramos de nuevo el motivo de Eliot de los pájaros que cantan y los niños en el jardín. Ellos son para el poeta los únicos que son capaces de felicidad.
En el poema “El festival de la fe”, el yo poético exclama de un modo cínico, “La hermandad de los seres es esclavitud”, una forma de la indiferenciación de la persona, de la despersonalización a la vez que la impersonalización de nuestro ser íntima. Las relacionas deshumanizadas adquieren una visión opaca, no hay contornos definidos, no hay más que cosificación de las palabras y de los sentimientos. El amigo termina por sentirse objeto del amigo, de la amiga, de la esposa, etc.; del mismo modo es un objeto de sus padres, de sus hermanos... aquellos que buscaban a los dioses gritando: “¡dónde están los dioses!” y en la última imagen, el yo poético que había cometido la mayor soberbia, proclamar su desobediencia, quejarse, se apropia de la sabiduría de Lucifer, “incendiando el horizonte de los iluminados” frase de una contundencia que raya en la blasfemia; los iluminados, es decir, los poseedores de la verdad, los que en su misma carne son dios reencarnado, ven el cielo iluminado por los furores de un incendio, a ellos les espera un camino de fuego, su purgación del cuerpo yace en entregarse a la luz.
En el poema “Deshechos en el amor” el poeta enuncia otra voz, insistiendo en un destino de inconsciencia y banalidad, en la reafirmación hipócrita de la alegría, en la esperanza que es jugar en el jardín, dice: “Todo es lo mismo para nosotros / en nuestra gimnasia mental de ser felices” Todo el poema es un ritmo a la supervivencia, una sucesión de eventos que rayan en lo mórbido. El poeta nos termina diciendo: “Es tiempo de buscar nuevos amigos”, es la autoafirmación de un yo errante social, “Permitirás a ellos dejarte querer, y restaré importancia a las semejanzas”, del verbo del penúltimo verso, al del último ha habido una variación de la persona, del tú al yo, lo que de nuevo nos pone sobre la pista de una conciencia dialogante, un alter ego que acompaña las aventuras eventuales del yo poético.
“Lo que faltaba saber” es el poema que de nuevo usa la prosa como el caso del primer poema que abre el poemario, el uso de un tono testamentario indica una acción de prospección, una lectura de síntomas, después de los herméticos laberintos, donde la falta de estabilidad y permanencia son el símbolo de todos los eventos cotidianos que pueden ser poetizados, el cambio del yo a través de las cosas descubiertas, los fenómenos meramente mentales, la economía de los sentimientos. Uno de los versos finales dice: “el voto de no ser territorial define nuestra política nativa y nos hacemos a la muerte / y otro es el signo que a-sombra”, es una persistencia apátrida que envuelve los lugares y las cosas de las que nos habla el poeta, y se disuelve la vida, luego de asumir la muerte como destino, en el asombro diario, en la apertura, en la existencia de luz, porque podemos leer el asombro como una no-sombra.
Gómez Migliaro ha hecho una épica personal de su derrotero existencial en este poemario donde el signo es la búsqueda del sentido. Es una lectura de indudable sabor filosófico e intimista, de la que no hemos querido alcanzar todo para hacer más necesaria su lectura.
Moridor demuestra la pervivencia en nuestras letras de una preocupación por las razones vitales, por el motivo de los pasos que damos desde lo profundo del tiempo y hasta los días en que nos ha tocado conocer y sentir los jardines de la vida y sus pájaros cantores.