31.3.10

MARIO VARGAS LLOSA: EL MAGNÍFICO ASESINO


Escribe Orlando Mazeyra Guillén

«Gamboa ríe. Deja de caminar, queda en el centro del aula. Tiene los brazos cruzados, los músculos se insinúan bajo la camisa crema y sus ojos abarcan de una mirada todo el conjunto, como en las campañas, cuando lanza a su compañía entre el fango y la hace rampar sobre la hierba o los pedruscos con un simple movimiento de la mano o un pitazo cortante: los cadetes a sus órdenes se enorgullecen al ver la exasperación de los oficiales y cadetes de las otras compañías, que siempre terminan cercados, emboscados, pulverizados. Cuando Gamboa, con el casco reluciendo en la mañana, apunta con el dedo una alta tapia de adobes y exclama (sereno, impávido ante el enemigo invisible que ocupa las cumbres y los desfiladeros vecinos y aun la lengua de playa en que se asientan los acantilados): “¡Crúcenla pájaros!”, los cadetes de la primera compañía arrancan como bólidos, las bayonetas caladas apuntando al cielo y los corazones henchidos de un coraje ilimitado, atraviesan las chacras pisoteando con ferocidad los sembríos —¡ah, si fueran cabezas de chilenos o ecuatorianos, ah, si bajo las suelas de los botines saltara la sangre, si murieran!».

Fragmento de La ciudad y los perros.

I

Una chica, al verlo a poco menos de un par de metros, se queda corta, casi paralizada. No tiene el valor suficiente como para acercarse y pedirle un autógrafo. Entonces ella, con una mirada cómplice acompañada de una, poco sutil, seña, envía a su solícito enamorado. «Yo no firmo piratería», responde de manera tajante y devuelve intacto un ejemplar de Travesuras de la niña mala que debe de costar algo más de diez Nuevos Soles y es idéntico al que yo tengo en mi recámara.

Es Mario Vargas Llosa, que ha llegado otra vez a su ciudad natal, no para combatir la piratería denegando firmas, sino para hacerla —casi, simbólicamente— innecesaria inaugurando la Biblioteca Regional que lleva su nombre tan celebrado y, a la vez, tan mentado aquí, allá y acullá.

Me conmueve la decepción de la muchacha, pues yo podría haber estado (estoy) en su lugar: soy un hijo de piratería libresca, musical y cinemera (por cierto, no lo digo con orgullo; aunque tampoco con vergüenza). Pero, no hay tiempo que perder en divagaciones de esta índole, pues traigo conmigo un ejemplar histórico y, obviamente, original (García Márquez: historia de un deicidio). Trato de abrirme paso entre los libros estirados y abiertos de par en par, los bolígrafos que buscan llegar a sus ancianas manos y, por supuesto, las ganas desenfrenadas de poder alcanzar al novelista más talentoso que hayan conocido estas tierras.

«Es un libro muy importante para mí», le digo, ganado por la chismografía, con un vago afán provocador, y lo abro precisamente en donde aparecen los apellidos del genio literario de Aracataca: GARCÍA MÁRQUEZ. «Este es un libro muy especial», apostilla él, con una media sonrisa, algo forzada, que tal vez esconde la verdadera historia del puñetazo más famoso y amarillista de la literatura universal (¿cuál de los dos se animará a concluir sus memorias?, pues sabemos que el peruano ventiló buena parte de su vida en El pez en el agua y, por su parte, el colombiano publicó un delicioso mamotreto con bajo el título Vivir para contarla; pero ambos escamotearon esa etapa de amistad y admiración compartida: fines de los años 60 e inicios de los 70).

Mientras termina de estampar sus iniciales, lo miro a los ojos, trato de escrudiñarlo sin éxito. Es un hombre imponente. Estoy sumido en el estimulante convencimiento de que estoy con el sujeto que me abrió las puertas de la narrativa con sus libros; en otras palabras, me cambió la vida: «Don Mario, ¿cómo se hace para llegar tan lejos?». El ya está cansado de esa y otras interrogantes que rayan en el lugar común. Pero cumple su libreto, casi puedo adivinar su respuesta: «Trabajo, más trabajo, ¡mucho esfuerzo!». Es así como se forjó, emulando a Flaubert, trabajando obsesivamente, leyendo con lápiz y papel a William Faulkner: el genio no nace, se hace. Vargas Llosa es una muestra palpable de lo que pueden lograr la dedicación, la pasión y la testarudez entendida de la mejor manera: «Es usted un maestro». Termino con otro lugar común, con otra verdad grande como la flamante Biblioteca Regional. Darle su nombre a una biblioteca y hacer de este ambiente un punto de encuentro de lectores y escritores debe ser la mejor manera de rendirle un homenaje a un artista de pluma infatigable que ya anuncia la inminente aparición de su último esfuerzo de galeote, seguramente para fines de año: El sueño del celta.

II

«Abrió los ojos a las cuatro de la madrugada y pensó: “Hoy comienzas a cambiar el mundo, Florita”. No la abrumaba la perspectiva de poner en marcha la maquinaria que al cabo de unos años transformaría a la humanidad, desapareciendo la injusticia». El comienzo de El paraíso en la otra esquina (2003), es, para este prescindible lector, una invitación a imaginar el instante en que Vargas Llosa se dijo a sí mismo, con una convicción a la altura de su talento: hoy comienzas a cambiar la literatura (que es una forma virtual de cambiar el mundo, nuestro mundo, fabricando uno paralelo que fisgonee sin pudores lo mejor y lo peor que llevamos en las entrañas). Y lo hizo añadiendo ingredientes capitales: su resentimiento, su nostalgia, su crítica. Muy a su manera —heredero de Faulkner, Flaubert y, a veces a pesar suyo, de Sartre— es un continuador de primer orden de «la tradición de ese invisible linaje de contadores ambulantes de historias», pues la literatura, el oficio mismo ancestral de contar relatos, desboca su corazón «con más fuerza que lo hayan hecho nunca el miedo o el amor» (El hablador, 1987).

Este domingo 28 de marzo, el novelista mayor de las letras peruanas cumple 74 años y el mejor regalo que puede ofrecerle un diletante disfrazado de escribidor, es este farragoso colage que alterna entre la anécdota, la rendida admiración, las citas librescas y, cómo no, sus discursos más incandescentes en donde nos anunciaba que él es un aguafiestas por definición: «la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista» (Caracas, 1967).

Permítame, don Mario, caer en el indecoroso acto de convencerme de que, sin piratería, sus libros jamás habrían de llegar a mis manos. En suma: la llama —el fuego que es la literatura—, sin herramientas ni medios adecuados, jamás habría de encenderse. No hubiera podido ser lo poco que soy. Eso, a usted, debe importarle nada; mi confesión no debe moverle siquiera un pelo de su nívea cabellera. Pero a mí sí me importa tanto como lo que cada uno de sus libros y relatos me enseñaron, me hicieron un subversivo de la realidad, me pusieron contra todos, contra mí mismo, «contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Escribir es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. Este es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales, porque no acepta la vida y el mundo tal como son (o como cree que son). La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida: cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad». Escribir como único —válido, legítimo, irrenunciable— homenaje al hijo más pródigo de Arequipa, aquél que nació en el Boulevard Parra, y deambuló por el mundo haciendo de su historia, muchas historias. Escribir como si se nos fuera la vida en ello, aun a riesgo de que no seamos tan magníficos y memorables asesinos como Mario Vargas Llosa.

Arequipa, 28 de marzo de 2010.
Publicado en el diario El Pueblo de Arequipa.

WITOLD GOMBROWICZ Y JAN LECHON


Por Juan Carlos Gómez

Gombrowicz pronunciaba con picardía la palabra Lechon, pues el nombre del poeta se nos asociaba en el café Rex con el cerdo mamón o con el aspecto de un joven obeso. Son bastante conocidas las diferencias que Gombrowicz mantenía con Jan Lechon: la del caballo de la nación, la del cambio de opinión y la de los judíos. Jan Lechon era un miembro distinguidísimo del grupo de los Skamandritas.

Los escritores polacos no le habían proporcionado a Polonia ninguna transformación excitante, expresiva y definida. El grupo Skamander estaba constituido por jóvenes agradables pero sin peso, y la vanguardia pergeñaba panfletos grandiosos y revolucionarios concebidos por cabezas provincianas y desesperadas. Polonia se había convertido en un país que soñaba ponerse a la altura de París, entonces, Gombrowicz rompió las relaciones con la gente de su país y con lo que creaban, se dispuso a vivir su propia vida, fuera la que fuese, y a ver con sus propios ojos.

Gombrowicz no se sentaba a la mesa de los Skamandritas en los café legendarios de Ziemianska, de Ips y de Zodiak, él actuaba casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las plantas más altas prácticamente las ignoraba. Boy Zelenski era muy asiduo a esos cafés: —Oiga, dicen que es usted quien reina en el Ziemianska, y que no admite en su mesa a ninguno de nosotros.

“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores…, a los otros, los honorables, con quienes no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no podía imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los aburría […] Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto punto, conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida. Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”.

Las diferencias que mantenía Gombrowicz con Lechon respecto al caballo de la nación surgieron a propósito de una conferencia que dio el Skamandrita en Nueva York para la colonia polaca.

“Nuestros sabios de la escritura, ocupados generalmente en la salvaguarda del idioma polaco, no pudieron cumplir con su papel de asignarle a nuestra literatura el lugar que le correspondía entre las otras, de conferir rango mundial a nuestras obras maestras. Sólo un gran poeta, un maestro de la lengua, podría dar a sus compatriotas una idea acerca del nivel de nuestros poetas, situados a la altura de los más grandes del mundo, convencerles de que nuestra poesía está hecha del mismo metal noble que la de Dante, Racine y Shakespeare”.

A Gombrowicz le pareció que Lechon quería hacerse pasar por ese gran poeta y maestro de la lengua que daría a sus compatriotas la idea del nivel universal de la poesía polaca.

“Pero me gustaría llegar a ver el momento en que el caballo de la nación agarre con los dientes la dulce mano de los Lechon”.

Las diferencias que Gombrowicz mantenía con Lechon respecto al cambio de opinión tienen que ver con una particularidad muy especial de la crítica literaria. Una de las ocupaciones principales que tienen los hombres de letras es la de leer, pero acostumbran a decir que leen más de lo que en realidad leen. Gombrowicz hizo experimentos memorables en Polonia y en la Argentina para demostrar que esta afirmación es hasta cierto punto cierta.

En dos momentos distintos y no muy lejanos entre sí, Jan Lechon, escribía sobre Gombrowicz cosas contradictorias. Que era loco, sórdido y hediondo, y poco tiempo después, que su obra era excelente y que le producía mucho placer. ¿Por qué cambió de opinión? Gombrowicz descubre que cambió de opinión porque nunca la había tenido.

¿Y por qué nunca la había tenido? Porque no había leído a Gombrowicz, o porque lo había leído así nomás, echándole un vistazo, que es lo mismo que había hecho Gombrowicz con los poemas de Jan Lechon. De este modo concluye que ésta es la razón por la que existe una mayor orientación en las lecturas que hacen los estudiantes obligados a leer, que en muchos literatos profesionales que hablan con maestría de textos que no conocen.

Para conocer con más detalle las diferencias que Gombrowicz mantenía con Lechon respecto a los judíos tenemos que saber antes qué relación tenía Gombrowicz con los judíos.

“Esos terribles destructores, esos revolucionarios eran en su mayoría benévolos como niños, bastaba rascar un poquito para descubrir su tendencia soñadora, impregnada de una fe casi mística, su mordacidad se unía en forma extraña a la blandura […] Yo torturaba cuanto podía su ingenuidad, toda mi táctica se centraba en invertir los papeles a fin de que ellos y no yo se convirtieran en románticos”.

Mientras Polonia fue para Gombrowicz un surtidor de formas rígidas, la Argentina lo regresó a ese tiempo de la vida en que las formas son más blandas.

Las convulsiones europeas tenían una réplica en América, pero débil, alcanzaban a un conjunto reducido de personas, mientras Europa estaba completamente movilizada. Y las formas polacas tenían aún un grado mayor de esclerosis que las de Occidente. Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban nunca a ser reconocidos en los salones.

Los integrantes de la clase alta se comportaban como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a evitar en presencia de esas familias la más ligera alusión a los judíos. En su familia el antisemitismo estaba considerado como una prueba de estrechez mental y nadie sentía hostilidad hacia ellos, aunque sí conservaban prejuicios de carácter social. Gombrowicz tenía por costumbre poner en evidencia lo grotesco de la actitud de la nobleza hacia los judíos.

Fue en la universidad donde se aproximó verdaderamente al medio semita y descubrió muy pronto que con ellos podía moverse más libremente que con los demás, en todo lo que la libertad tenía de locura y de descontrol. En el café lo llamaban “el rey de los judíos” porque a su mesa concurría una gran cantidad de semitas, eran sus oyentes más fieles. Pero no era solamente la libertad y la audacia el atractivo que tenían los judíos para él, tardó algún tiempo en descubrirlo pero, finalmente, se dio cuenta que tenía con ellos algo más en común: la actitud frente a la forma.

No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, unos personajes increíbles.

Los judíos sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no saben liberarse de la deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos como una caricatura, como una broma extraña del Creador. Esta actitud tensa de los judíos hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como son del todo campesinos o nobles los campesinos o nobles con una forma heredada por generaciones, lo fascinaba a Gombrowicz, era eso precisamente lo que destacaba en sus creaciones: la pugna del hombre con la forma para descubrir su tiranía y para luchar contra su violencia.

“Eran entonces problemas casi inconcebibles para la gente de mi medio, que se movía, pensaba y sentía según un modo establecido de una vez por todas, heredado de sus antepasados […]”.

“Sólo cuando la guerra y la revolución vinieron a romper este ritual y se pusieron a modelar a la gente como muñecos de cera, cuando todo lo que parecía eterno resultó ser frágil y huidizo, entonces mis ideas adquirieron peso. Pero yo ya me había dado cuenta antes cómo, justamente, respecto a los judíos, esas maneras soberanas y altivas de la gente de mi esfera se derrumbaban penosamente. Los judíos parecían ser un elemento comprometedor ante el cual uno no podía comportarse adecuadamente”.

Gombrowicz ha manifestado en más de una oportunidad que les debía mucho a los judíos, era un filosemita que consideraba al antisemitismo polaco como bonachón.

En el contraste con los judíos se le revelaba la torpeza de las formas ancestrales polacas, su falta de adaptación a la vida.

El modo judío incorporado al modo polaco era un elemento explosivo que debía dar la oportunidad de elaborar un nuevo tipo de polaco capaz de encarar el presente.

“Ayer lo escuché atacando la ingenuidad judía; —¿Qué quiere decir?; —Verá, es que los judíos y yo somos carne y uña, me he especializado tanto en judeología, que podría escribir sobre ellos un tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos, perversos, refinados, fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos un barril de arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos. Sin embargo, el caso es que es una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo (ya que son más románticos que Chopin) está ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y románticamente lúcidos; —No es tanto así; —Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba, me dije en seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón de Aquiles”.

Gombrowicz no estaba de acuerdo con estos comentarios de Jan Lechon, tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin embargo, sus relaciones intelectuales no se extendieron nunca al terreno de la amistad personal. No era tanto la frialdad intelectual de los judíos lo que le chocaba, sino la ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada e infantil por la razón científica, las teorías y la cultura en general.

Los judíos desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo polaco de la época de Gombrowicz. Él se sentía atraído desde su juventud por sus inquietudes intelectuales, por su racionalismo y porque, al mismo tiempo, le proporcionaban una gran variedad de elementos cómicos que tenían mucho que ver con sus debilidades y ridiculeces.

No todos los judíos piensan que el antisemitismo polaco era bonachón, como lo pensaba Gombrowicz. Una tarde, jugando al ajedrez, le transmití a Najdorf la invitación a la Embajada de Polonia que le estaba haciendo el embajador Noworyta, tenía muchos deseos de conocerlo: —Vea, Gómez, voy a aceptar porque soy polaco y porque no quiero hacerlo quedar mal a usted pero, me cuesta, los polacos no nos quieren, odian a los judíos.

El único personaje judío de la obra artística de Gombrowicz que yo recuerdo es la madre de Stefan, en “El diario de Stefan Czarniecki”, un prototipo de la monstruosidad y del poder del dinero. En el “Diario” también metió un personaje judío, pero Eisler, a diferencia de la madre de Stefan, tuvo que pagarle a Gombrowicz para que lo incluyera en sus escritos.

“De allí, alrededor de las doce, me fui al Rex a tomar un café. Se sentó a mi mesa Eisler, con quien mis conversaciones suelen ser más o menos como sigue: —¿Qué hay de nuevo, señor Gombrowicz?; —Pero, por favor, señor Eisler, entre usted en razón, se lo ruego”.

30.3.10

ENTREVISTA A BORIS ESPEZÚA SALMÓN: PREMIO COPÉ DE ORO 2009


Por Fernando Chuquipiunta Machaca

Nuestra literatura se caracteriza por su heterogeneidad, solía decir Antonio Cornejo Polar —catalogado como uno de los últimos críticos del país—. Pues bien, el celebrado poeta puneño Boris Espezúa Salmón ha obtenido el primer lugar en la XIV BIENAL de Poesía, PREMIO COPÉ Internacional 2009, con el libro Gamaliel y el oráculo del agua. Además de la edición de la obra, recibirá 20.000 nuevos soles. Y su libro, no cabe duda, es una interesante muestra de poesía peruana que se aleja de los trasnochados referentes canónicos.

A pocos días de la premiación, y aprovechando nuestra corta estadía en Puno, el liróforo celeste que se ha aquerenciado en la ciudad lacustre conversó con él en el diario Los Andes.



¿Cuál es su primer comentario?

Estar emocionado, por la sorpresa y por el significado del premio que es de gran envergadura. Te confesaré que por las temáticas que anteriormente se han otorgado en las bienales pasadas, era escéptico de poder ganarlo, pero me equivoqué y creo que es un signo óptimo de lo que viene pasando en materia de cultura en el Perú, porque siento que se está dando cabida al pluralismo, a la heterogeneidad y al reconocer a mi poemario, siento que ello es lo que primó, además de la forma de decirlo en poesía.

“Gamaliel y el oráculo del agua” es el título del poemario ganador. Mucho tiempo de esfuerzo empleaste ¿Qué significa para Puno y el Perú éste texto?

Es un libro polisémico, que muestra ritos, mitos, danza, magia algo de filosofía y religiosidad andina, todo ello en base a la figura de Gamaliel Churata que en el libro es quien habla a través de un pez del Titicaca, y a través de sus propuesta cultural que es el eje vertebrador del libro, la poesía es coloquial, a veces épica y diría basado en la historia y cosmovisión altiplánica. Creo que es fruto de un esfuerzo de años, y que significará para el Perú un aporte de este lado del país que no es sino una voz de peruanidad y de identidad.

¿Cómo incide la post-modernidad en tu poesía?

Bueno, este libro es un intento de poner las plumas en remojo, de volver a los orígenes, a la búsqueda de lo natural y de mí mismo. Pretende llegar a lo más esencial del ser humano, intenta una mirada distinta del hombre, desde su ser más profundo. Es decir, es un retorno a las raíces, al sentido que tiene el ser humano en este mundo, que a la vez es parte de la naturaleza.

Y, ¿cómo te autodefines?

En constante búsqueda, en producción inmutable y tratando de descubrirme yo mismo, de encontrar claves para entender el mundo en el que vivo, a partir de la poesía.

¿Qué es la poesía?

Es una práctica trascendente en el sentido de que conecta al ser humano no solo con el entorno, sino con el mundo en que vive, con lo que está más allá del tiempo. Se trata de la expresión mayor de la palabra y la sensibilidad humana. Cada poeta expresa un mundo distinto y de la forma más extraordinaria.

¿Cuáles son los poetas que has leído?

Los clásicos: Becquer, Eluard, Neruda, Carlos Oquendo y otros poetas peruanos. Pero César Vallejo es el maestro que más me ha enseñado a trabajar los poemas. Es el poeta que expresa la condición humana y cuanto más pase el tiempo, crecerá su presencia.

¿Cuándo escribes?

En principio hay momentos en que debo escribir de todos modos y, también momentos en que quiero escribir y no puedo. La poesía es ante todo metáfora, ritmo, una visión del mundo. Es lenguaje más allá de la sensibilidad de cada poeta. Tengo en cuenta esas condiciones básicas. La poesía es un trabajo muy difícil.

¿Qué otras palabras nos puede brindar Boris Espezúa, en este momento de plácemes para Puno?

Agradecer a todos los que apostaron por mí y a mi familia, amigos, compañeros en la pluma poética. Decir que el premio no sólo es para Boris Espezúa sino para Puno, y para revalorar a nuestro pontífice de las letras como fue Gamaliel Churata. Gracias a Los Andes y a ti Fernando.

*En la imagen: Poeta Boris Espezúa Salmón y familia.

28.3.10

RAROS Y SOLOS. O. LAMBORGHINI (Y 3)


Por Gregorio Morán

Ya es ironía de la vida apellidarse Lamborghini, que suena a lujo y exquisitez italiana, y dedicarse a la literatura. Osvaldo Lamborghini había nacido en Necochea, una pequeña ciudad playera a poco más de cien kilómetros de Buenos Aires, en una familia bien venida a menos. Es curioso, no hay que yo sepa ningún escritor que provenga de una familia bien llegada a más, y a lo mejor el motivo se reduce a que, de ser así, ninguno de sus miembros acumularía las frustraciones necesarias para dedicarse a la literatura. O quizá no, y la casualidad se reduzca a que cuando a uno le va bien dispone de una gama tan amplia de posibilidades que le evita empozarse en un mundo tan siniestro como es el del arte de las palabras. ¿Que no es siniestro el mundo de la creación literaria?

Que se lo pregunten a Osvaldo Lamborghini, y no digamos si lo hacen a quienes tuvieron la suerte o la desgracia de encontrárselo en la vida. Porque es verdad, no se engañen, los escritores son encantadores cuando se les lee, incluso cuando son retorcidos y malotes como ajados putones verbeneros, ¡oh, qué prosa!, ¡qué fuerte!, ¡qué párrafos seminales!, ¡Osvaldo, que grande sos!… Pero digámoslo todo, en vivo y en directo algunos hay que son para darles de comer aparte; como las fieras, los enfermos y los zelotes.

Osvaldo Lamborghini era un maricón desorejado que vivió con mujeres adorables e incluso tuvo-tiene una hija encantadora. Un porteño asimilado que nació como digo en una familia bien que por muy venida a menos, de evidente prosapia italiana, siempre conservaba un cierto patrimonio que el heredero Osvaldo no acababa de recibir (“a mí sólo me traiciona mi madre / que en morirse tarda tanto”) y que tuvo por norma no escrita de una vida breve la de abocarse siempre al límite. Los límites de la vida, del gozo y de la literatura. La historia de Osvaldo Lamborghini hay que seguirla en un orden digamos que inexistente y que está basado en las fronteras de los límites, es decir, lo que no hay.

Así fue la vida de Lamborghini y así es su literatura, un tejer y destejer infinito de situaciones, palabras y significados. Aparece como de la nada, pero con mucha cocina detrás, en 1969, con unas páginas inclasificables conocidas como El Fiord, y luego otras, no menos desbordantes de imaginación y talento narrativo, al servicio de los relojeros de la literatura, que no son los que dan cuerda a los relojes sino los que desmontan las ruedecitas y las vuelven a montar de otra manera, y sorprendentemente el instrumento-reloj sigue sonando. Segebrondi retrocede,versión española póstuma Segebrondi se excede. Y por los espacios que deja una prosa pegajosa y dúctil y letal como el dulce de leche, unos versos, los Poemas. Así, sin adjetivar, y sin otro título que su propio ser poemas. Porque no cabía que Lamborghini pudiera ser otra cosa que un poeta insólito, brutal; de la basura textual a la genialidad. Y está la política.

No son años de silencio, sino de debate, peleas, panfletos, violencia. Osvaldo Lamborghini es peronista convicto y su historia, como es sabido, acaba mal. Hay que leer las tropecientas páginas de la apabullante biografía que le ha dedicado Ricardo Strafacce (Mansalva, Buenos Aires, 2008) para seguir con minuciosidad los tránsitos de esta vida breve. Seguirla, lo que no quiere decir entenderla, quizá porque hay vidas que no dan para entendederas. Y resulta que este tipo, por tantas razones impresentable, debía de tener algo especial, pues con la genialidad literaria no basta, para que haya gente, un puñado, ¿para qué más?, que fueron capaces de darle todo, de entregarse a él, a sus extravagancias, sus violencias, sus pendencias, sus esclavitudes… Una biografía como la de Strafacce es un acto inconmensurable de amor. Como la incombustible amistad epistolar de César Aira. O la entrega con armas y bagajes de una mujer, de seguro libre, capaz, inteligente, como Hanna Muck… Pero no nos adelantemos.

Habíamos quedado en el momento nada estelar de la política, el peronismo en su variante armada, ese tumor nada benigno que son incapaces de detectar nuestros scanners. Una versión lunfarda del camarote de los hermanos Marx, eso podría ser una discusión entre argentinos sobre Perón con un testigo español que se retuerce en la silla y cuyo único deseo provocador consistiría en ahorcarse con un collar de Evita Duarte. Fue un paréntesis quizá en la literatura de Osvaldo, pero tan lleno de vida, que parece un mal tango. Llegó a Barcelona el 30 de noviembre de 1981, “después del mediodía”, nos señala preciso su biógrafo. “Esta inmunda ciudad”, según sus primeras impresiones, tan malas que apenas si mejorarán un tanto en los meses venideros. “Es una ciudad quieta, triste, como un diamante que jamás cambiara de mano”. Su experiencia barcelonesa será terrible de soledad y abandono. Pocos amigos, en realidad ninguno, fuera de una mujer mágica a la que encontrará en su vida el primer mes del año 1982. Hanna Muck. Imagino que el hecho de que ella fuera alemana de los Sudetes tendría algo que ver en esa insólita y rarísima mezcla de amor, delicadeza, entrega y paciencia infinita. Me rindo de admiración y respeto ante esta mujer capaz de cruzar todos los pantanos sin hundirse. Sin ella sería incomprensible la estancia terminal de Lamborghini en Barcelona, incluso dudo si hubiera sido posible.

Alcohólico empedernido, fumador de 50 cigarrillos diarios, bujarrón de urinario (“orgía: ciencia ficción sexual en labios de otro”), misántropo hasta la patología —no saldrá de casa en los siete meses de su postrera residencia en la calle Comercio, del casco antiguo, su segundo piso con Hanna Muck, el primero había sido en la concisa calle Berna de muy otro barrio, Sant Gervasi—. En Barcelona terminará su relato La causa justa, primera parte de un gran libro proyectado sobre La Gran Llanura de los Chistes, es decir, Argentina. Y parirá textos brutales, siempre en el límite de la literatura como vivencia y como juego, en la medida en que se puede llamar juego a la ruleta rusa. Las hijas de Hegel, por ejemplo, donde está presente como una obsesión el Martín Fierro de José Hernández, tan poco valorado entre nosotros, y también Kafka e incluso Mann, Thomas. La singularidad literaria de Osvaldo Lamborghini consiente admiraciones paralelas que harían palidecer a cualquier académico. No es literatura para profesores ni para lectores de Paulo Coelho. Estamos en otra dimensión de la escritura. “Yo quise que la vida fuera otra cosa / no la mal habida historia de un zorzal / un reputo y una rosa / Ahora ya nada espero / ¡Camarero!”.

Y también eso, más de doscientos poemas, algunos soberbios de factura y de fuerza. Murió el 18 de noviembre de 1985, cuando iban a cumplirse los cuatro años de su estancia aquí. “Tengo la impresión de que estuvo escribiendo en Barcelona hasta el último día sin perder el sentido del humor. Hanna, al volver del trabajo lo encontró en su habitación semiincorporado pero ya muerto. Vi sus restos en pompas fúnebres del hospital Clínic. Allí estábamos un peruano (Vladimir Herrera, que es quien escribe esta escena) y un catalán que lo conocía a través mío, Hanna y un personaje curioso que hizo un responso breve. No fue nadie más”. Tenía 45 años y dejaba una obra única por su intensidad y ese juego maléfico de escarbar hasta llegar a los límites de las palabras y los sentidos, si es que ambos, palabras y sentidos, tienen límites. Una prosa no apta para menores ni adolescentes literarios. Parodiando a los viejos censores, habría que decir que es literatura para adultos sin reparos. En primer lugar, hay que buscarla. No la sirven en las bandejas de las librerías. En 1988 Ediciones de El Serbal publicó sus novelas y cuentos; para sus poemas hay que recurrir a Argentina.

Vivimos en una interesada confusión entre industria editorial y literatura, que hace difícil entender por qué nuestra industria editorial es más potente que nunca y nuestra literatura más moribunda que jamás. En un seductor panfleto titulado La literatura de izquierda (Buenos Aires, 2004), escribe Damián Tabarovsky un apunte aplicable al caso Lamborghini. “En secreto ocurre algo insólito: la literatura continúa. Es una tumba sin sosiego”.


*Publicado en La Vanguardia (26.12.2009), tomado de Alternativa Ciudadana Progresista.

24.3.10

MAÑANA SE REALIZA LA ENTREGA DEL MANUSCRITO DE “EL SABER DE LAS ROSAS” DE ENRIQUE VERÁSTEGUI EN EL BAR ZELA


EL HALLAZGO DE “EL SABER DE LAS ROSAS” DE ENRIQUE VERÁSTEGUI.‏


Por Gabriel Ruiz Ortega

Tarde del domingo 11.

Bebía una Coca Cola helada. Acababa de leer una novela impresionante: LOS SUDARIOS NO TIENEN BOLSILLOS, de Horace McCoy. Cogí mi bloc de notas para escribir mis primeras impresiones. “¿Cómo es posible que durante tanto tiempo no haya tenido idea de un tremendo escritor como McCoy?”, me pregunté entre dientes.

Ni siquiera logré darle forma a la primera letra, cuando me avisan que tenía visitas.

Era Richi Lakra.

Almorzamos y nos pusimos a ver un partido del fútbol argentino. Jugaba River Plate.

—Oe, Gabriel —dijo Richi.

—Dime.

—¿Has escuchado de un libro que se le perdió al zambo Verástegui, EL SABER DE LAS ROSAS?

—Bueno, algo he escuchado. Aunque no sé bien de qué va. ¿Es un poemario?

—Algo así.

Ingresé a Google y digité “Zambo Verástegui Libro Perdido”.

No encontré nada del otro mundo, solo la extensa biografía del poeta en Wikipedia. Así es que afiné la búsqueda: “Enrique Verástegui El saber de las rosas”.

Y hallé algo.

—¿Qué hay con ese libro?

—Doc, esto es un notición. Un pata lo ha encontrado.

Todo aquel familiarizado con el espíritu Dadá del ambiente literario limeño, conoce al detalle la leyenda oscura sobre cierto libro perdido de Verástegui.

En lo hallado en Internet leí una declaración muy sentida del poeta. Este se apenaba por la demora de la publicación de su libro EL SABER DE LAS ROSAS, al que le había dedicado muchos años de su vida.

Nunca he tenido la más mínima duda de que Verástegui es una de las voces poéticas más fecundas y libres del imaginario lírico hispanoamericano contemporáneo. Así sean publicaciones mayores o menores, jamás ha dejado de concitar la atención de la crítica. Un ejemplo más o menos reciente: su irregular poemario TEORÍA DE LOS CAMBIOS fue elegido como el mejor del 2009.

Sólo los mezquinos pueden restarle importancia a esta máquina creativa en constante producción. Con cada libro publicado, Verástegui se almuerza a todos sus detractores, a todos esos poetas que ya quisieran tener al menos la vigésima parte de su inmensurable voltaje poético. Y como no pueden igualarlo, se dedican a lo más fácil: a denigrarlo a punta de prejuicios nutridos de estupidez y sentimientos menores.

—A ver, cuéntame la historia —le dije a Richi.

—Ya, Doc, pero antes, un cafecito con azúcar.

Me puse de pie y preparé un cafecito con seis cucharaditas de azúcar.

Richi me detalló la historia.

Soy un fervoroso creyente del azar, de las epifanías de la vida, de los instantes irracionales capaces de cambiarte la visión de tu futuro inmediato. Eso me ocurre cada vez que releo EL PALACIO DE LA LUNA, de Paul Auster. Está muy bien para experimentarlo en las ramas de la ficción, no en la ordinaria realidad.

—Richi. Yo te aprecio. Muchos patas me dicen que no sea tu pata. Pero perdóname: no te creo ni mierda —le dije.

Richi me miró fíjamente.

—Lo que me acabas de relatar parece el argumento de un cuento. Te puedo aceptar una coincidencia, pero no una cadena de casualidades.

Richi terminó su café. Se puso de pie. Pensé que esa sería la última conversa que tendría con él.

—Mañana lunes te buscaré a las 10 de la mañana y te llevaré donde el pata que encontró el libro del zambo.

—No jodas, a esa hora estoy durmiendo. ¿No puede ser en la tarde?

—No.

—¿Por qué?

—Porque en las tardes asaltan y asesinan a las personas.

Mañana del lunes 12.

Richi llegó puntual y nos dirigimos a La Parada. La persona que había dado con el libro perdido de Verástegui tiene su puesto de venta de libros frente al local de Las Misioneras de La Caridad, en donde se hospedó La Madre Teresa de Calcuta en su única visita al Perú, hace muchísimos años.

Obviamente, se trata de un lugar peligroso, en el que la mejor manera de moverse es mostrando rostro relajado y andar pausado. Me sentía relativamente tranquilo ya que Richi conoce bien esos recovecos que muy pocas veces he pisado, pese a vivir en La Victoria.

Al llegar a nuestro destino, Richi me presentó al librero, poeta e integrante de Los poetas del asfalto Ángel Izquierdo Duclós. Tipo de estatura baja y mirada profunda. Tuve la sensación de estar ante una buena persona.

Como no había dormido, aproveché la madrugada para contactarme con algunos conocidos dedicados a la compra y venta de primeras ediciones y manuscritos originales de escritores relevantes. Mandé cuatro mails preguntando por el precio que pagarían por un manuscrito de Enrique Verástegui. Dos de ellos, argentinos conocedores, me dijeron que por tratarse de Verástegui, “el hacedor de la maravilla EN LOS EXTRAMUROS DEL MUNDO”, un coleccionista desembolsaría no menos de cinco mil dólares.

No lo hice porque tuviera la intención de hacerme con el manuscrito y gestionar una posible venta por mi cuenta, sino porque me picó la curiosidad por saber cuánto estarían dispuestos a ofrecer. Además, Richi, la tarde anterior, me había dicho que la persona que encontró el manuscrito llegó a recibir irresistibles propuestas de compra, las cuales rechazó sin más.

—No me llames Ángel. Llámame Angelito —me dijo Ángel Izquierdo Duclós.

—Bueno, Angelito. Me gustaría ver EL SABER DE LAS ROSAS.

—Que primero cuente cómo encontró el libro —dijo Richi.

Como toda persona dedicada al negocio de venta de libros de segunda mano, Angelito siempre está atento a la llegada de material para comprar; se compra al peso, no hay tiempo para buscar y elegir, puesto que él no es el único que negocia con los tricicleros que arriban a esa zona de La Parada. Tiene que lidiar con los sabuesos de los fenicios culturales dispuestos a comprar esas bibliotecas rodantes que se abren paso cuatro veces por semana; muchos de esos libros van a parar a bibliotecas particulares, a los stands de Amazonas, a las librerías de viejo y a las manos de vendedores, que no quieren ensuciarse el calzado, que se pavonean de sus selectas carteras de clientes.

Angelito no se encuentra en condiciones de competir contra los que desde el saque ofrecen mil soles. Aunque sea difícil de creer, comprar al peso puede generar muchísimo dinero. Algunos de estos sabuesos han ubicado una primera edición de Trilce entre añejos ejemplares de la revista Gente, o lo que es increíble: documentos oficiales de la declaración de independencia.

En una soleada tarde de fines de febrero, Angelito se encontraba barriendo la vereda que da entrada a su puesto, lo hacía como todos los días: silbando, y de paso observaba a dos cargadores que se peleaban por el último cupo para descargar un camión que venía de Chimbote trayendo cebollas.

Con la vereda ya limpia, el librero divisó la llegada del triciclero Jacinto Campoy. Al librero le pareció extraña la aparición de este personaje porque no suele frecuentar La Parada en verano.

—¿Qué haces por acá? —pregunta saludando Angelito.

—He venido a hacer una jugada —contesta el triciclero, palmoteando el costado del montículo de libros y papeles.

—Pero a esta hora no hay nadie —dice el librero.

—Me han dicho para hoy jueves, tres de la tarde.

Angelito no puede contener la risa.

—Hoy estamos martes, Jacinto. ¿Qué pasa? ¿Has vuelto al trago?

—Conchesumare.

—Por las huevas has venido, a esta hora el negocio está en muere.

—Conchesumare. Por las huevas me he venido de Breña arrastrando esta huevada.

—A ver, a ver —dice Angelito.

Jacinto Campoy no permitió que Angelito examinará el material de su venta frustrada; solo podía ver los papeles y revistas ubicados en la parte izquierda del triciclo, las que consideraba de poco valor y que provenían de una casita de Breña. El dueño de la casita, un triciclero anciano, le había chismeado a Jacinto Campoy que esas revistas y papeles los había comprado en sus incursiones por los distritos de Chorrillos, Miraflores y San Isidro. “Tú sabes, la gente se deshace de estas huevadas, ocupan mucho espacio”.

Angelito rebuscó en la parte permitida por Jacinto. No había nada que le pudiera interesar, hasta que vio una edición de Periolibros de Hora Zero.

Angelito, el librero con alma de niño, no pudo contener la alegría. Es un admirador de Jorge Pimentel, Tulio Mora, Juan Ramírez Ruiz, Manuel Morales y Enrique Verástegui. Ergo: un hincha de Hora Zero.

—Jacinto, me llevo esto.

—No, Angelito, así no jugamos. Dame para los taxis, los tragos y los chifas y te llevas estas huevadas. No voy a regresarme sin nada, arrastrando esta huevada. A treinta soles, hermano. Que muera el payaso.

Angelito compró ese pequeño lote, el cual a las justas logró acomodar en su puesto.

En la noche, Angelito se acostó tarde. Leyó una y otra vez la edición de Periolibros de Hora Zero.

Al día siguiente, comenzó a seleccionar el resto de lo comprado a Jacinto. Apartó las revistas y se concentró en los papeles. Los nombres le eran conocidos.

Un folder manila llamó su atención, lo abrió:

Enrique Verástegui. EL SABER DE LAS ROSAS.

Metió en su mochila el manuscrito.

Horas después, Angelito comía un pan con chicharrón en el Queirolo de Quilca. Se encontraba confundido. Prendió su Nextel y llamó a Luis “El primo” Mujica.

—Oye, ven al Queirolo. Llévame a Internet, que no sé usar eso.

El primo Mujica se encontraba cerca y no demoró en llegar al Queirolo. Fueron a una cabina de Internet, en la calle Caylloma, dedicaron quince frenéticos minutos a buscar todo lo relacionado a la extensa bibliografía de Enrique Verástegui.

—Así fue Doc, así fue —me dijo Richi Lakra.

No podía creer lo que acababa de escuchar. Prendí otro cigarro. Miré a Ángel Izquierdo Duclós.

—¿Puedes enseñarme el manuscrito? —pregunté.

Debajo del mostrador sacó una bolsa de yute. Me entregó el manuscrito de Verástegui.

Revisé detenidamente el manuscrito, leí todo el índice de EL SABER DE LAS ROSAS. No era un poemario, como pensaba, sino un ambicioso ensayo sobre el quehacer poético. No tuve tiempo para ser más acucioso, ya que el ambiente se puso violento a causa de la llegada de un camión, lo cual había originado que más de cuarenta cargadores discutieran por quince cupos.

Con mucho cuidado saqué del bolsillo de mi jean la cámara digital. Tomar nueve fotos me demandó poco más de cuarenta minutos. El temor era entendible, no quería que después nos siguieran y asaltaran.

—Me contó Richi que te han querido comprar el manuscrito —le dije a Angelito.

—Sí, hermano, sí. Me lo han querido comprar. La situación está jodida.

—¿Y por qué no lo has vendido?

—Es que EL SABER DE LAS ROSAS no me pertenece. Le pertenece al poeta Enrique Verástegui.

Si Ángel Izquierdo Duclós fuera un fenicio cultural, hace rato hubiera vendido el manuscrito. Su honestidad me reconcilió con la vida.

Pensaba quedarme un rato más, pero las calles se pusieron mucho más movidas. En cinco minutos llegaron tres camiones más y no tardó en armarse una guerra sin cuartel por los cupos.

Nos despedimos de Angelito.

Al llegar a casa descargué las fotos y se las envié a Richi. Como tenía que hacer unos trámites burocráticos, estuve fuera casi todo el día. Ya en la noche, revisé los correos electrónicos que recibí. Uno de ellos era de Richi, que me reenvío un peculiar intercambio emiliar con Enrique Verástegui, quien le confirmaba que las fotos adjuntadas de su manuscrito correspondían efectivamente al libro que creía perdido y que tanto tiempo le demandó escribir.

La entrega del manuscrito de EL SABER DE LAS ROSAS a Enrique Verástegui, se realizará el jueves 25 en el Bar Zela.


*En la foto: Ángel Izquierdo Duclós y Richi Lakra. Imagen y texto tomados del blog La fortaleza de la soledad.

23.3.10

WITOLD GOMBROWICZ, ADOLFO DE OBIETA Y EDUARDO GONZÁLEZ LANUZA


Por Juan Carlos Gómez

Cuando a fines de 1945 Gombrowicz anuncia en el café Rex que va a regresar a la literatura con la traducción de “Ferdydurke”, sus amigos se proponen ayudarlo. Era preciso asegurarle la subsistencia para que se dedicara exclusivamente a la traducción; Adolfo de Obieta se ocupa de organizar a los amigos.

“En lugar de buscar un mecenas habíamos tenido la idea de reunir a una docena de amigos de buena voluntad cuya contribución sería de cien pesos cada uno, lo que nos permitiría reunir mil doscientos pesos, o sea una subvención de trescientos pesos por mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los cien pesos les serían devueltos a cada contribuyente cuando se cobraran los derechos de autor. Era una especie de fondo nacional para las artes… Pero en esta ocasión, como en tantas otras, la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti a quien Gombrowicz dedicó la edición argentina de ‘Ferdydurke’ […]”.

Adolfo de Obieta había publicado, antes de que Gombrowicz emprendiera la traducción de “Ferdydurke”, un cuento que forma parte de esta novela: “Filifor forrado de niño”. A pesar de la buena voluntad que le manifestaba el hijo de Macedonio Fernández Gombrowicz no hacía excepciones con él.

“Hubiera podido escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia. Creo que González Lanuza ha dado cátedra acerca de las cien maneras de hacerse querer; Gombrowicz hubiera podido describir las cien maneras de resultar desagradable […] A parte del hecho de que diera vueltas en torno a su órbita solitaria, era capaz, en el momento de sus apariciones, de dar pruebas de un talento único para desagradar. Hubiera podido escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia […]”.

“No hacía como algunos aristócratas que se muestran groseros durante dos minutos para liberarse para siempre de una persona molesta, sino que a veces se entusiasmaba con sus maniobras de autodefensa y era capaz de alienarse a personas que podrían admirarle y ayudarle. Ese demonio nunca lo abandonó […]”.

“Me gustaría añadir, para rendirle un homenaje, que nunca lo he oído quejarse. Este hombre que había escrito ‘Ferdydurke’, que se había quedado sin nada, encontraba probablemente más gracia y más lógica que nosotros en su propia vida. El aristócrata podía ser incisivo, excesivo, antipático, pero no podía ser amargo. Su respuesta no era el gruñido, ni la irritación, ni la resignación, su respuesta era Gombrowicz”.

Eduardo González Lanuza padeció el exceso de antipatía que despertaba Gombrowicz más que ningún otro hombre de letras argentino.

Cuando apareció el “Diario argentino” escribió una nota excelente para la revista “Sur”, un texto que la Vaca Sagrada le pidió como testimonio para su “Gombrowicz en Argentina”, pero no lo publicó. De igual modo le mandó un ejemplar dedicado a través de Alicia Giangrande.

“Debo agradeceros los trabajos que os habéis tomado para enviarme el tomo del repelente Gombrowicz, o como sea, aunque acaso hubiese sido mejor que directamente se lo hubierais entregado a alguno de sus admiradores. No sé por qué la señora Rita se tomó el trabajo de pedir mi autorización para publicar mi artículo de ‘Sur’ y, a última hora, decidió prescindir de él, pero no de alguna carta de ese caballero en la que me alude con su habitual insolencia: ‘Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león embravecido, pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo’ (carta desde Piriápolis, 14 de febrero 1963 a Mariano Betelú a quien en otras cartas le llama ‘cariñosamente’ con el significativo sobrenombre de ‘Flor de Quilombo’!!!) […]”.

“En verdad, cuando lo veía llegar con su estampa de antipático profesional, de haber sido ello posible, mi primer deseo hubiera sido desaparecer, no por el insensato temor conejil que me atribuía, sino por liberarme de la presencia de su presuntuosa y presunta superioridad, que me producía, no temor, sino algo muy distinto: aburrimiento. La pedantería siempre me ha resultado insoportable: era bastante sintomática su preferencia por la inmadurez juvenil, no del todo desprovista de cierto matiz pederástico”.

Hay que decir, sin embargo, que González Lanuza escribió hace más de cuarenta años un buen texto sobre el “Diario argentino”, un pequeño ensayo que aventaja con holgura muchas intervenciones posteriores de los escritores hispanohablantes. Algunos de sus pasajes nos muestran cuánta era la paciencia que tenía con Gombrowicz.

“Erguido, con el aire de quien se ha tragado un asador y se siente feliz al no acabar de digerirlo, sentado frente a su interlocutor, pero no del todo de frente, sino de modo tal que su mirada forme un ángulo, no excesivo pero evidente, digamos de unos quince grados, para que esa pequeña pero significativa desviación señale las diferencia entre el ser y el no-ser, accediendo al reconocimiento del semi-ser ajeno, no por caridad, sino por necesidades intelectuales imprescindibles para no confesarse que está hablando a solas […] Nos dice que durante un tiempo se hizo pasar por conde. En realidad habría que reprocharle la excesiva facilidad del embuste, pues su natural empaque lo hace de una verosimilitud abrumadora […]”.

“Padecí el flagelo de su inteligencia, tan lúcida como inaguantable por su inmisericorde falta de intermitencias, durante las largas tardes arruinadas por ella, de un verano entero en mi retiro piriapolitano […]”.

“Llegaba con el confesado propósito de discutir conmigo. Ver disminuir la numerosa soledad de mis pinos marítimos por la condescendiente presencia de un caballero polaco que venía a imponerme su personal necesidad de training intelectual adjudicándome una hipotética, y desde luego provisoria, existencia, sin otra finalidad que la de cerciorarse de la indiscutible seguridad de la suya, no era para mí, ni desde luego para mi mujer, un especial motivo de deleite […] No soy un excesivo cultor de lo que se llama ‘urbanidad’. Lo declaro antes de referir una anécdota reveladora de que a todo hay quien gane […]”.

“Una de esas tardes estaba en casa nuestro amigo Franco de Segni que preparaba una exposición de ‘móviles’, y que había hecho con algunos de sus modelos, unos graciosos dijes de oro. Mi mujer tenía uno puesto cuando apareció el inevitable Gombrowicz. El encuentro entre Franco y Witold no era de los fáciles. Para tratar de facilitarlo, mi mujer se sacó el dije y se lo alargó al recién llegado, diciéndole: —Es obra de nuestro amigo. Gombrowicz se limitó a tomarlo entre sus dedos con la asqueada curiosidad con que podría haberlo hecho con un bicho poco interesante, y tras muy breve silencio emitió su inapelable veredicto al tiempo que devolvía el cuerpo del delito: —Inmoral. […]”.

“Una de sus fobias de entonces era Borges, que acababa de recibir el premio Formentor, poco después adjudicado al propio Gombrowicz, y como conocía mi admiración por su obra, procuraba estimular mi indolencia polémica con sus ataques ingeniosamente malévolos de divertida arbitrariedad […]”.

“De pronto se me hizo sospechosa cierta actitud reticente que en vano trataba de ocultar lo ya inocultable: —Gombrowicz —le dije— ¿Ud. ha leído a Borges?; —Naturalmente que no —respondió imperturbable— ni pienso, con la pobre opinión que tengo sobre su obra… Nunca he oído dicterio más borgiano contra Borges, cosa nada extraña, pues en materia de arbitrariedad es más lo que les asemeja que lo que les diferencia entre sí”.

Puede ser que en la naturaleza de las provocaciones de Gombrowicz esté presente el conflicto sartreano de la lucha de las trascendencias en la que cada uno trata de exceder al otro con la suya… puede ser. “El Gran Dictador” es una película de Chaplin en la que Hitler y Mussolini, sentados en los sillones de una peluquería, levantan sus asientos con una palanca buscando ambos elevarse sobre el nivel del otro y sobrepasarlo, un símbolo de la lucha entre dos trascendencias.

La casa de González Lanuza en Piriápolis fue un lugar de maniobras en el que Gombrowicz se introdujo cuanto quiso sin que nadie lo llamara. Acostumbraba a caracterizar estas intrusiones estrafalarias en la correspondencia que mantenía con nosotros.

“Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león embravecido, pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo”.

El pobre González Lanuza, miembro ilustre de la Academia Argentina de Letras, que quería parecer una persona respetable, de repente se dio cuenta que a esa augusta sociedad de escritores había entrado un mono por la ventana que les saltaba de un lado a otro y no lo podían atrapar. El mono, nacido en Polonia, con el tiempo llega a tenerles cariño y confianza a esos desgraciados y los empieza a morder. Y los pobres hombres de letras tranquilizados a duras penas después de muchos años de lucha con su neurastenia y con sus infortunios, no saben qué hacer.

22.3.10

HERNÁN RIVERA LETELIER GANA EL PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA 2010


El autor chileno narra en ‘El arte de la resurrección’ las peripecias de un iluminado en los remotos territorios de las salitreras chilenas.

Por Javier Rodríguez Marcos (Madrid, 22-03-2010)

Humor, surrealismo y tragedia en una geografía personal. Así es El arte de la resurrección, la novela con la que el escritor chileno Hernán Rivera Letelier acaba de ser galardonado con el Premio Alfaguara 2010, dotado con 175.000 dólares (unos 129.279 euros) y una escultura de Martín Chirino.

Ambientada en el desierto chileno en la primera mitad del siglo XX, la novela narra las peripecias de un iluminado, Domingo Zárate Vera, conocido como el Cristo de Elqui, un vagabundo que se cree la reencarnación de Cristo y que desde los 33 años lleva 10 predicando por las tierras chilenas, se entera de que en una de las oficinas salitreras vive una prostituta que siente veneración por la Virgen del Carmen y a la que sus clientes consideran una verdadera creyente. Domingo, que ya ha tenido una serie de discípulas-amantes, va en busca de ella para convencerla de que le acompañe en su sagrada misión de advertir a las gentes de la inminente llegada del fin del mundo.

Crónica social y realismo mágico

En palabras del jurado, presidido por Manuel Vicent y compuesto por Soledad Puértolas, Gerardo Herrero, Juan Miguel Salvador, Juan Gabriel Vásquez y Juan González, El arte de la resurrección mezcla la crónica histórica y social con elementos del realismo mágico. Su fuerza está en sus personajes; sobre todo, en el Cristo que recuerda a otros de Valle Inclán, García Márquez o Vargas Llosa.

Nacido en 1950 en Talca, no lejos de la zona más afectada por el terremoto del pasado 28 de febrero, Hernán Rivera Letelier es autor de la novela La Reina Isabel cantaba rancheras, premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura en 1994, y es una de las obras literarias de más vasta difusión de la narrativa chilena reciente. El mismo Consejo premió dos años después Himno del ángel parado en una pata. A ambas le siguieron: Fatamorgana de amor con banda de música (1998); el libro de cuentos Donde mueren los valientes (1999); Los trenes se van al purgatorio (2000); Santa María de las flores negras (2002). Canción para caminar sobre las aguas (2004), Romance del duende que me escribe las novelas (2005), El fantasista (2006), Mi nombre es Malarrosa (2008) y La contadora de películas (2009). En 2001, Rivera Letelier fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.

Entre los ganadores del Premio Alfaguara de Novela hay autores como Eliseo Alberto, Sergio Ramírez, el propio Manuel Vicent, Clara Sánchez, Elena Poniatowska, Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo, Santiago Roncagliolo y Andrés Neuman.

*Nota e imagen tomadas de ElPaís.com.

18.3.10

GIANCARLO POMA LINARES GANA CONCURSO DE NOVELA CORTA “JULIO RAMÓN RIBEYRO” 2010 DEL BCRP


BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERÚ

GIANCARLO POMA LINARES ES DECLARADO GANADOR DEL CONCURSO DE NOVELA CORTA DEL BCRP 2010



El señor Giancarlo Poma Linares fue declarado ganador del Concurso de Novela Corta 2010 “Julio Ramón Ribeyro”, organizado por el Banco Central de Reserva del Perú, por la obra “Sonata para Kamikazes”.

El jurado dijo “que la obra, presentada bajo el seudónimo “Vincent Benavides”, narra un día decisivo en la vida de cuatro jóvenes universitarios, cuya concentración temporal y espacial se articula con una lograda caracterización de las voces de los personajes principales.

Cuatro mosqueteros en una Lima descentrada, obscena, amoral, donde la libertad y el talento son parodias de una individualidad que se busca en un viaje lingüístico que todos saben condenado al fracaso”, puntualizó.

El jurado calificador estuvo presidido por el doctor Luis Jaime Cisneros e integrado por los doctores Abelardo Oquendo, Alonso Cueto, Mirko Lauer y Marcel Velázquez, acordó por unanimidad premiar la novela “Sonata para Kamikazes”.

Las bases para el siguiente concurso se publicarán en la página Web del Banco Central.

Lima, 12 de marzo de 2010


Más información sobre el ganador:

Giancarlo Poma Linares: (Tercer lugar en los juegos florales FEPUC 2002, Primer lugar Bienal PUCP 2003 y Mención honrosa 2005, todos en la categoría cuento). Farsante, impuntual y alérgico al verano, se le presume alumno de Literatura, a pesar de que su record de asistencia demuestra lo contrario. El único coeficiente intelectual de 174 que cuenta con los dedos y no sabe anudarse los pasadores. De mórbidas fijaciones, una orden judicial le prohíbe acercarse a más de 15 metros de Scarlett Johansson. Niega descaradamente sus romances con las cajeras del Comedor Central (que lo alimentan como a deportista calificado) y anhela emular al Botija trabajando como ascensorista en su facultad.

También se puede ver un post de felicitación en la revista virtual La Vanguardia, y algunos textos de su autoría denominados “Carta de Permanencia” en la revista Puntos Suspensivos, ediciones número 2 (pp. 35 y 36) y número 3 (pp. 28 y 29),

16.3.10

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, CÉSAR VALLEJO!


El año pasado publiqué este post al celebrarse los 117 años de nacimiento del gran poeta; y ahora lo vuelvo a publicar para celebrar los 118. Son dos poemas gravados en la voz del gran poeta César Calvo. Y es una maravilla. Georgette en una oportunidad dijo que César Calvo leía tan igual como el mismo Vallejo, así que disfruten esos dos audios.

«César Abraham Vallejo Mendoza, nació un día como hoy (cuando Dios estuvo enfermo), 16 de abril de 1892, en Santiago de Chuco, a 3120 m.s.n.m. en el Departamento de La Libertad. Celebrado como el más grande poeta peruano de todos los tiempos, hoy cumple 118 años. Y para que ustedes también lo celebren, les dejo estos dos links (Hoy me gusta la vida mucho menos… y Me viene, hay días, una gana ubérrima…) de dos bellísimos poemas publicados póstumamente en la colección denominada Poemas humanos».


HOY ME GUSTA LA VIDA MUCHO MENOS…

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!…
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla… Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!


ME VIENE, HAY DÍAS, UNA GANA UBÉRRIMA…

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil
en todo lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador —cosa terrible—
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

15.3.10

A MANERA DE TESTIMONIO SOBRE LAS JORNADAS INTERNACIONALES DE ESTUDIOS MISTRALIANOS 2009 CHILE


Escribe: Gloria Mendoza Borda

Del 19 al 21 de noviembre del 2009 fuimos convocados a Chile escritores de varios países, primordialmente se dio un hermanamiento de dos Premios Nobel, la Fundación Zenobia Juan Ramón Jiménez de España y la Fundación Gabriela Mistral de Chile.

Todo el evento fue dirigido por un joven poeta, ganador de premios internacionales de poesía, últimamente radicado en España, Benjamín León. En mi lectura de escritora peruana me parece una aventura literaria inimaginable cómo un joven escritor pudo realizar tremenda actividad que congregó a diversas instituciones como la Ilustre Municipalidad de Vicuña, Fundación Zenobia Juan Ramón Jiménez de España, Junta de Andalucía, Diputación Provincial de Huelva, Universidad de La Serena de Chile y la Universidad Bolivariana. Nuestro joven poeta recibió el apoyo del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Hace unos años conocí a Benjamín León en el Encuentro Internacional de Escritores convocado anualmente por el Académico de la Lengua en Chile, Omar Monroy. Lo vi sencillo, humilde y grande, respetuoso del ser poeta, quedé impactada, adiviné un camino abierto, resonante en su delgada figura y acento chilenísimo en la voz. Mi impacto fue mayor cuando en las Jornadas participó toda su familia en la organización, tíos, tía (que sobrepasa los 80 años bailando una cueca en la clausura), padres, hermanos, su sobrinita Sofía Belén de menos de un año con los pies desnudos por la calor, y especialmente su bella compañera, la poeta española Sara Castelar Lorca. Le pregunté si era descendiente del poeta Federico García Lorca, me dijo que sí, pero en lejanos lazos. El recuerdo que tengo es la de una familia ejemplar, en mi país casi nunca ocurre esto, no lo sentí, salvo cuando vivía mi padre quien gozaba leyendo mis artículos en los diarios. Creo que se trata de un joven poeta surgido en tiempos especiales en espacios especiales y con la estrella de un talento de una lengua cada vez más vivida. Celebro a la distancia el último Premio Nacional de Poesía que obtuvo en Chile, primer puesto. Benjamín escribe por una imperiosa necesidad de mostrarnos la poesía oculta que duerme en las ciudades que lo habitan.

Había un grupo de jóvenes poetas y conocedores de la literatura, amigos suyos que conocí en otro viaje que realicé a La Serena representando al Perú, invitada a la 23 Feria Internacional del libro 2007 por gestión del poeta Arturo Volantines. Estos jóvenes apoyaron a Benjamín en diversas comisiones. No faltaba nada, todo estaba dispuesto, ellos estaban siempre atentos, facilitándonos lo indispensable. Que esta nota sea un homenaje no solamente a la gran Gabriela Mistral, a Juan Ramón Jiménez, sino también al surgimiento de una nueva voz de la poesía chilena que con todo derecho ocupa un lugar particular en la literatura latinoamericana, Benjamín León, que con un máximo afecto nos convoca a vivir la maravilla de un país que se nutre de literatura, donde se respira poesía y no hay fronteras para la cultura.

El evento empezó el 19 de noviembre con la participación de escritores locales y en la respectiva sustentación de sus ponencias: Cristian Geisse, Héctor Hernán Herrera, Erna Aros, Paulo San Paris, Carlos Piñones, Cecilia Vega, y particularmente de Diego Ropero Regidor, Director de Archivo Histórico Iberomaricano, Moguer, España.

En la ceremonia de inauguración “Jornadas Internacionales de Estudios Mistralianos” en la Ilustre Municipalidad de Vicuña, la tierra de Gabriela Mistral, tomó la palabra el Alcalde de la ciudad don Fernando Guamán Guamán, fue bellísima la presentación de la Orquesta de niños Gabriela Mistral de Vicuña. Impactantes las palabras del estudioso de la poesía de Gabriela Mistral don Jaime Quezada Ruiz como Director de la Fundación Gabriela Mistral. Yo particularmente quedé conmovida en mi inocencia de poeta de los andes escuchar declamar un poema mío por una niña del Colegio Lucila Godoy, La niña declama sin decir el autor, solamente al final, fueron momentos de emoción intrínseca. En el acto nos dieron distinciones a cinco escritores extranjeros: Antonio Ramírez Almansa, Director de la Fundación Zenobia Juan Ramón Jiménez, de España; a la doctora Cecilia Corona Martínez de la Universidad de Córdoba, Argentina; a la joven poeta española Sara Castelar Lorca, a Diego Ropero también de España; y a la que escribe esta crónica. Además del distintivo como “participantes notables” nos dieron hermosos cofres de madera de la artesanía de Vicuña más un costalillo de tierra que simboliza Gabriela Mistral.

En Vicuña todas las casas tienen árboles frutales, un aroma a fruta nos impregna, pues cómo no escribir poesía en ese valle. Nos llevaron al Hospedaje de Vicuña, allí mismo se había hospedado Gabriela Mistral luego del Premio Nobel. La poeta Erna Aros salía temprano con su laptop para escribir y regresaba con un vaso de damascos recogidos al pie de un árbol del hostal, endulzábamos nuestro aliento antes del desayuno. Yo hacía lo mismo, buscaba damascos. Está en la memoria Vicuña con sabor a Damasco, a ciruela. Día antes del evento, vía Santiago, Lan Chile nos llevó a La Serena. Un tío de Benjamín nos recogió del aeropuerto y nos condujo a Vicuña. Con Erna adquirimos Chirimoya, palta, pan, damascos y comimos en plena plaza principal, en el centro hay una inmensa escultura con el rostro de Gabriela. Las calles, los hostales, los recreos, las tiendas, los colegios, todo tiene el nombre de la poeta. Allí se respira ternura.

El primer día a la hora de almuerzo, un escritor y esposa estaban frente a mí. Yo conté sobre las primeras lecturas que tuve en mis años de inicio universitario de la poesía chilena, cayó a mis manos un libro de contemporáneos míos 33 nombres claves de la actual poesía chilena, donde leí a Carlos Sarabia, Jorge Etcheverry, Nain Nomez, Erik Martínez, entre otros. El doctor Julio Piñones de la universidad La Serena me dijo “yo soy uno del libro”. Le contesté entonces estoy sentada frente a parte de la historia de la literatura chilena. Julio Piñores era Carlos Sarabia: me estoy cerrando / como una herida o un templo.

El día central de las ponencias internacionales fue el viernes 20 de noviembre. Importantes sustentaciones como la del Dr. Rolando Manzano de la Universidad de La Serena; Dra. Claudia Valenzuela, Universidad Bolivariana; Dr. Jorge Rosas, Universidad Católica de la Santísima Concepción; Dr. Iván Carrasco, Universidad Austral de Chile; Dr. Efraín Roco, Universidad de La Serena; Dra. Edith Cerda, Universidad Católica de la Santísima Concepción; Diego Ropero Regidor, España; Gloria Mendoza Borda, del Perú; Antonio Ramírez Almansa, España; Sara Castelar Lorca, España; Dr. Juan Araya, Universidad del Bio Bio; Dra. Cecilia Corona, Universidad de Córdoba.

Una nota especial para mí fue el obsequio de revistas que me dio el Dr. Rolando Manzano. Al día siguiente lo busqué para retribuirle con mi libro, ¿Es Ud. el doctor Durazno? El escritor dijo me han bautizado de durazno y recién me di cuenta de mi equívoco. Todos estábamos en nombre de Gabriela Mistral, todas las ponencias referidas al mundo mistraliano. Mención especial me gustaría hacer de Sara Castelar Lorca y su ponencia sustancial Gabriela Mistral en las poetas de la Generación del 27, un trabajo meritorio de las mujeres que tuvieron la complicidad de hablar de su pasión por la literatura, para abrirnos el camino, muchas de ellas amigas de Mistral, otras relegadas de la generación del 27, nombró a Josefina de la Torre, María Zambrano, María Teresa León entre otras. En un aparte hablamos de una dramaturga cubana que me apasiona Gertrudis Gómez de Avellaneda, no la querían aceptar en la Academia de la Lengua de España porque era mujer. Además como poeta Sara Castelar tiene resonancia, mundo personal, inventiva, imaginación, cielo sevillano. A nuestra poeta también le apasionaba doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Yo sufría en el evento porque dejé a mi madre muy enferma y todos preguntaban por ella. Antes de partir le dije que me esperara, que no se fuera todavía. Regresé, le di un beso en la frente y en menos de dos horas murió mi madre. Me esperó. Esa rara magia de las madres, esa intuición, ese presagio, esa espera maternal es absolutamente increíble. Me esperó.

Dirigidos por el estudioso Jaime Quezada recorrimos la ruta Mistraliana, viajamos entre valles y montañas y llegamos al pueblito donde nacieron los padres de Gabriela. Recorrimos viñedos y adquirimos vino y pisco de Elqui. Visitamos la hermosa tumba de Gabriela en medio de la solemne montaña. Al pie de sus restos leíamos poesía de la poeta en un silencio espectral, austral, mágico. Visitamos la Casa Museo Gabriela Mistral.

Durante las Jornadas en la Biblioteca de Vicuña la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía presentó la exposición “Juan Ramón Jiménez. Aquel chopo de luz”. Compuesta por 35 paneles repletos de historia y de documentos importantes sobre Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral.

Termino contando un viaje absolutamente poético, cerca al cielo, nos llevaron al Observatorio Comunal del cerro Mamalluca, allí a la media noche, espectamos un cielo abrumado de estrellas, constelaciones, luces, venus, sagitario, todo el espacio celeste estaba poblado, allí leímos poesía, y no queríamos irnos, nos dieron un cóctel, bocadillos, pisco sour chileno. Diversos astros como flechas iluminaron nuestros rostros, Benjamín León se acercó “aquí quién no es poeta”. Sara Castelar contó que años atrás allí se comprometieron en la vida y en la poesía, que la brillantez del cielo los acompañe eternamente amados poetas. Sabemos que estos observatorios del norte de Chile son mundialmente conocidos como los mejores de todo el hemisferio. Realmente cómo no ser poetas allí. Termino poblada de estrellas en el recuerdo de mis constantes viajes a Chile por razones estrictamente literarias. Si la poesía es un acervo de experiencias que nutren nuestros corazones, a escribir poetas luego del asombro en Mamalluca.

12.3.10

SOBRE “EL ÁRBOL DE LOS LIBRES” A PROPÓSITO DE LA SITUACIÓN ACTUAL DE CHILE




“Los anillos de una serpiente son aún más complicados que los agujeros de una topera”.
Gilles Deleuze

El árbol de los libres “Poetas de la generación NN de Chile” es una antología publicada en México por Arlequín Ediciones el año 2008. La selección estuvo a cargo de Fabián Muñoz y el prólogo del libro lo realizó el poeta nacional Eduardo Llanos.

La obra llegó a mis manos en Serena en agosto del año pasado gracias a uno de los antologados. El poeta y gestor cultural Arturo Volantines me obsequió el texto durante la ceremonia de premiación del concurso de poesía y ensayo “Lagar” del cual fui jurado junto a otra poeta que forma parte del libro con su simbólico poema “Bandera de Chile”. Me refiero a Elvira Hernández.

Desde entonces he querido escribir algo sobre esta antología. Algo más que una simple reseña y enumeración de los autores que participan de ella. No me parece justo sólo loar el criterio de Fabián Muñoz y la poesía de los congregados. Ello me parece poca cosa ante un trabajo valiente y de calidad pues como dice Llanos en el prólogo: “el antólogo bien pudo ahorrarse este trabajo, por el cual Chile no ofrece más pago que las enemistades y el resentimiento, pero asumió el desafío, y eso merece nuestra gratitud”.

El libro además ofrece en su actualización una gama de sensaciones que se avivan si pensamos en la tragedia que Chile atraviesa. Un devastador terremoto, crisis natural y social con ribetes políticos y económicos que no vamos a anteponer a lo humano pero que quien redacta no puede ignorar al pensar su artículo pues fue también un momento álgido y de crisis el que toco afrontar a las múltiples voces que componen El árbol de los libres. Voces que dialogan con nosotros en su esfuerzo por surcar el oscuro bosque de la represión y censura dictatorial. Muchos de ellos formaron además parte de la llamada neovanguardia y sin duda en su conjunto dan forma al cuerpo extenso y variopinto de la generación de los ochenta con todas sus líneas de percepción de la realidad y formas de comunicar desde lo apocalíptico religioso pasando por lo testimonial, etnocultural y la poesía de las minorías sexuales.

De todos modos obviando el tema taxonómico recalco el espíritu de diálogo que El árbol de los libres provee, gestando charlas inagotables con voces que ya conocía y admiraba por su quehacer: Elvira Hernández, Verónica Zondek, Teresa Calderón, Tomás Harris, Diego Maqueira, Rodrigo Lira, Javier Campos, Gonzalo Millán, Elicura Chihuailaf, Pedro Lemebel, Roberto Bolaño entre otros que con sus relatos en prosa y verso permiten rememorar fragmentos y construir pasajes de lecturas y lugares que en un continuo devenir van dando forma, ritmo y color a la realidad. Asimismo el libro no termina en los límites del papel y su índice pues el entramado al cual da vida permite abordar otros textos y autores no presentes e igual de entrañables que los mentados como Carmen Berenguer y Eugenia Brito y al mismo tiempo descubre percepciones poéticas que al menos para mí, eran desconocidas hasta el momento. Me refiero a poetas presentes en la edición como Natasha Valdés y Galvarino Santibáñez.

Esta apreciación se suma a lo que Eduardo Llanos dice en el prólogo luego de hacer una lista cronológica y geográfica de los autores de su generación: “Tanta convergencia cronológica contrasta con la divergencia de los estilos y los temas, pero marca un contexto histórico común. Debimos asistir a grandes cambios, a veces como espectadores impotentes y otras veces como participantes críticos y activos. Durante los años de terror dictatorial por ejemplo, resultaba notorio que entre nosotros predominaban las posiciones de izquierda, y hasta quienes estaban lejos de la izquierda mostraban también rebeldía anárquica o al menos independencia con respecto de los poderes fácticos —o más bien putrefácticos— que controlaban tras bambalinas la escena nacional”.

Esta visión de Llanos nos habla de los autores de la selección como hijos de su época, inmersos en un estado de terror ideado y puesto en práctica a la manera de los sistemas disciplinarios que Foucault detalla a lo largo de su obra y que Deleuze explica del siguiente modo: “Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del XX, y proceden a la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“acá ya no estás en tu casa”), después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la fábrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia. Es la prisión la que sirve de modelo analógico”.

En tal medida, desde diversos ángulos y con variados estilos los autores presentes en El árbol de los libres se preocuparon y más bien podríamos decir se arriesgaron a combatir el silencio haciendo una radiografía de Chile y su devenir sin concesiones y derroches gratuitos de heroísmo. Llanos al respecto agrega: “No pretendíamos ser «la voz de los sin voz». […] “Sentíamos con dolor y también dolores propios”.

Esto va en concordancia con lo que Foucault demuestra al abordar las herramientas que el sistema disciplinario tiene a la hora de Vigilar y Castigar. La disciplina de ese entonces en Chile impactó a muchos, Llanos agrega: “varios sufrieron la prisión política (Zurita, Bolaño, Riedemann, Redolés, Montealegre, España). Además, el exilio, la dispersión geográfica y la atmósfera de terror impidieron que nuestra hornada cultivara los vínculos y esas amistades tan naturales en otras generaciones”.

Afirmaciones como esta junto a otras citas tomadas del prólogo de Eduardo Llanos, conforman la materia que sin duda me motivó a escribir sobre El árbol de los libres y continuar la redacción del artículo entroncando la catástrofe que enfrenta el país y cómo esta se puede entender desde una lógica diversa a la que tuvo el Chile previo al llamado retorno a la democracia.

Me gustaría referirme a la situación del centro-sur de Chile. Ciudades devastadas con serios problemas de abastecimiento en recursos básicos (luz, agua y alimentos), sumidas en toques de queda, bajo saqueos y con una marcada incomunicación. Mucho se ha dicho además de la negligencia de organismos de gobierno como la Onemi, la prepotencia de ciertas autoridades o el silencio de otras al abordar lo que denominaron de modo reduccionista una cacería de brujas cuando se buscaba hablar de responsabilidades en cuanto a la caída de caminos y edificios relativamente nuevos o la demora o simple ineptitud en la reacción de alerta, eso sin obviar lo que algunos medios festinaron en un comienzo aminorando la envergadura de la situación con una clara mirada centralista y desde el Sheraton en Viña para luego hacer un mea culpa que mostró el verdadero rostro del horror en las poblaciones más alejadas de la mirada del Luminoso (a la manera del cartel en Lumpérica de Diamela Eltit).

Desde luego que este estado de catástrofe nace bajo causas diversas a las de ese Chile que le tocó vivir a los autores del árbol de los libres pues hoy enfrentamos un desastre natural aunque paradójicamente y quizá por una broma macabra del destino, ocurre semanas previas a que un nuevo gobierno de derecha asuma el poder en Chile.

La pregunta de rigor entonces es ¿Cómo perciben lo acontecido los poetas de la generación NN? ¿Qué pensar ahora de la imagen de reloj suizo que Chile promueve ante sus pares de Latinoamérica? y en esa medida no es menor el siguiente cuestionamiento: Cómo perciben lo acaecido los jóvenes poetas de hoy, los pensadores, ensayistas, críticos y artistas que transitan bajo los treinta y que en línea general han crecido en un Chile ambiguo, ya no de polos marcados al estilo guerra fría con hombres grises detrás, sino un Chile de máscaras y apariencias, de socialismo neoliberal o lo que algunos llaman dictadura blanda pero que otros defiende a ultranza como la ruta del éxito y del consabido progreso con cambios invocados en slogans con trademark incluido.

Esos hijos también de su época, ya no responden a la disciplina como podemos verlo en los colegios del Chile actual. Deleuze dice al respecto: “Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior” en crisis como todos los interiores, escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas, a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias”.

El panorama de Chile nunca pudo estar más claro, reforma penal, carcelaria, educativa, de transporte y salud y a la par podemos ver los resultados funestos en todos esos ámbitos; niños que se intercambian por error en los hospitales, mujeres dando a luz en baños, cárceles hacinadas y colegios sin mobiliario o contaminados con plomo como ocurre en Arica. Sociológica y tecnológicamente no estamos preparados. Nos decimos de primer mundo, antes éramos los jaguares ahora estamos en listas rimbombantes empero ¿Cómo respondemos ante una crisis interna? Eso dice mucho más que una cifra o top ten. ¿Cómo enfrentamos un terremoto?, no sólo de la magnitud abismal del que tenemos encima, sino ¿Cómo enfrentamos el que ocurrió no hace tanto en el norte y qué aprendimos de él?… No mucho al parecer…

Bueno esta crisis da como resultado a una nueva generación o un nuevo tipo de chileno por decirlo de alguna manera. Vástagos de las sociedades que Deleuze llamó de control.

“Esto se ve bien en la cuestión de los salarios: la fábrica era un cuerpo que llevaba a sus fuerzas interiores a un punto de equilibrio: lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; pero, en una sociedad de control, la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es un alma, un gas. Sin duda la fábrica ya conocía el sistema de primas, pero la empresa se esfuerza más profundamente por imponer una modulación de cada salario, en estados de perpetua metastabilidad que pasan por desafíos, concursos y coloquios extremadamente cómicos. Si los juegos televisados más idiotas tienen tanto éxito es porque expresan adecuadamente la situación de empresa. La fábrica constituía a los individuos en cuerpos, por la doble ventaja del patrón que vigilaba a cada elemento en la masa, y de los sindicatos que movilizaban una masa de resistencia; pero la empresa no cesa de introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo”.

La sociedad que estamos viviendo es un escandaloso reality en el cual nos vamos eliminando por popularidad y convivencia. Por esa viabilidad que prefiere negar o permitir accesos delegando la responsabilidad a los propios usuarios en lugar de desterrar o someter a palos y con la cacha del fusil a sus gobernados. Por un tema de relaciones públicas es mejor vender una imagen políticamente correcta hacia fuera pues vale la pena ocupar el arma del momento, el canibalismo empresarial de grandes redes y abismantes espacios de intercambio que exigen ser operativo a la altura del software del momento. Esta mirada pensando lo que los autores del árbol de los libres tuvieron que enfrentar en su juventud y lo que nos toca a los que estamos pensando y escribiendo en este momento, me hace reflexionar la catástrofe nacional más allá de lo inmediato y situarla sin chauvinismos desde el norte extremo de Chile. Lugar en que habito y desde el cual desarrollo mi literatura.

Acá el panorama es también particular y no menos ambiguo. Arica frontera entrañable y heroica dirán los partidarios de la disciplina de antaño, rememorando aquella cuna de regimientos y bastión de la soberanía en cambio otros, podemos pensar en una Arica post-guerra del pacífico y desterritorializar la discusión. Sobre todo si nos detenemos ante la reacción de Bolivia frente a la tragedia que vive hoy Chile.

Por años los medios con su morbo usual han insistido en mostrar a los bolivianos como un pueblo que a regañadientes espera ver al país por los suelos para lanzar la estocada de gracia. Hacer leña del árbol caído, dirán algunos. Pero la realidad ha contradicho al mito pues ante la falta de agua potable en las zonas afectadas, los bolivianos donaron toneladas del preciado líquido que siempre ha sido el tema de escisión entre los dos países. Una especie de metáfora iluminadora al igual que el gesto del presidente y gabinete de ese país al donar parte sustancial de sus sueldos para los damnificados. Algunos dirán que es una especie de manipulación sentimental otros que es la frugalidad más sincera y humana la que motiva estos actos, cada cual puede tener su punto de vista y argumentar libremente. Nosotros en cambio viviendo en este norte que crece junto a Perú y Bolivia, creo y quizá es sólo mi parecer, no podemos cuestionar el proceder de Bolivia sin hacer un alto y pensar en los repetidos festivales y carnavales con la fuerza del sol (incluido Américo) que muestran la interculturalidad bullente.

Además la economía turística y el comercio, principales sustentos de la región, dependen del cruce e intercambio, de la simbiosis entre las provincias que se encuentran ya no como antes dividas por un soldado y minas antipersonales sino por la posibilidad de ser un inmigrante viable ante los ojos del canon social y económico. Como dice Deleuze: “No es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto, animal en una reserva, hombre en una empresa (collar electrónico). Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas: lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal”.

Bueno para no irme por las ramas del árbol quiero recalcar y sintetizar este inestable equilibrio o contradictorio estado que siempre se ha vivido en Chile, usando a días del desastre en el país, otras palabras expuestas por Llanos en su prólogo: “«Loca geografía»: país largo, angosto y montañoso como ninguno, con enorme diversidad de paisajes y de climas (desde el desierto más seco del mundo hasta los hielos “eternos” de la antártica), con gran frecuencia e intensidad de sismos y un número de volcanes que ningún otro país supera (aquí se encuentra 15 por ciento de los volcanes del planeta). […] Durante tres años concitamos la atención internacional por el triunfo electoral de Salvador Allende, primer socialista en el mundo elegido democráticamente para el cargo de presidente de un país; sin embargo, a partir del derrocamiento de Allende, Pinochet se convirtió en el arquetipo del dictador latinoamericano. […] Ninguna otra nación de la Tierra aplicó con tanta ortodoxia el modelo neoliberal, y ninguna otra ha acumulado en el último decenio más desigualdad en la redistribución del ingreso. Por si fuera poco, en el año 2000 un miembro del Opus Dei estuvo a punto de ser elegido presidente del país, lo que habría constituido otra plusmarca mundial”.

En el texto citado Llanos casi profético más bien lúcido expone toda una serie de imágenes que pintan por entero el cuerpo de una chilenidad que se debate entre el morbo sensacionalista y la solidaridad, el oportunismo y la fraternidad desinteresada.

La intención de mi artículo de cualquier modo no ha sido la de politizar la situación pero ante todo lo ocurrido, las tragedias de antaño y la reciente, las provocadas por la lucha de poder en los setenta y las que demuestran el poder real de la naturaleza y la inmediatez del hombre y sus devaneos y desde luego pensando en lo que vendrá durante los siguientes días y por delante, queda pensar en lo que dice Deleuze: “El marketing es ahora el instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos. El control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las explosiones de villas-miseria y guetos. […] ¿Podemos desde ya captar los esbozos de esas formas futuras, capaces de atacar las maravillas del marketing? Muchos jóvenes reclaman extrañamente ser “motivados”, piden más cursos, más formación permanente: a ellos corresponde descubrir para qué se los usa, como sus mayores descubrieron no sin esfuerzo la finalidad de las disciplinas. Los anillos de una serpiente son aún más complicados que los agujeros de una topera”.

Entonces insisto, qué harán los escritores, pensadores y los artistas de una nueva hornada en Chile, pues los que están presentes en la antología “El árbol de los libres”, combatieron, cantaron, relataron, testimoniaron y también cuando fue necesario se evadieron para volver a arremeter contra una realidad adversa y disciplinaria, pero hoy nos toca otro mundo, otra situación y en este momento, otro Chile que en esencia no dista del anterior, no en la superficie quizá, pero si en los mecanismos que nos coartan al tiempo que nos dan alas…

Los medios de masa nos bombardean pero también podemos usarlos para responder y hermanar. Facebook y Twitter fueron de mayor utilidad que el roñoso fax de la Onemi. Creo que la respuesta esta en otro texto de Eduardo Llanos. Me refiero al escrito titulado “Aclaración preliminar” también presente en “El árbol de los libres”. Este texto en su visceralidad y capacidad de crítica siempre me ha parecido de gran vuelo.

Dice así:

[…] Pero si ser poeta significa sudar y defecar como todos los mortales,
contradecirse y remorderse, debatirse entre el cielo y la tierra,
escuchar no tanto a los demás poetas como a los transeúntes anónimos,
no tanto a los lingüistas cuanto a los analfabetos de precioso corazón;
si ser poeta significa enterarse de que un Juan violó a su madre y a su propio hijo
y que luego lloró terriblemente sobre el Evangelio de San Juan, su remoto tocayo,
entonces, bueno, podría ser poeta y agregar algún suspiro a esta neblina.

Todo lo dicho en relación con el libro El árbol de los libres, con el perdón de la digresión personal sobre la coyuntura, forma a mi parecer parte del diálogo incesante que el trabajo de Fabián Muñoz promueve a través de su selección sobre todo si consideramos que el antólogo mexicano confiesa al inicio del libro que este proyecto nació después de un paseo por las playas de Con Con al enterarse en su departamento en que cumplía la residencia artística, por medio de la prensa televisiva, del deceso de Pinochet. Esta suma de fenómenos y efectos concatenados lleva a reflexionar sobre nuestra vía para procurar ser libres. Ella no reposa en la superficie del árbol, superficie que por lo demás ha mostrado muchas veces ser acartonada y manipulable en Chile, sino que al contrario subyace bajo esa tierra que se mueve con mucha vitalidad para nuestro disgusto. Busquemos entonces en la raíz o el rizoma que las generaciones anteriores atisbaron, esnifaron y sobre la cual poetizaron en sus relatos, algunos incluso llegaron a perderse en ella por eso la generación actual quizá debe también perderse en ese tránsito sin centros para encontrar nuevas salidas y entradas, nuevos puntos de fuga por entre las ruinas y fragmentos que permitan una alternativa de libertad y no una verdad que se maquilla como el rostro univoco de la felicidad, arco iris procesado y empaquetado para el bien del logo de campaña y la sonrisa en cadena.

Marzo del 2010.
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