Por Paolo de Lima
En primer término, quiero resaltar algunos aspectos paratextuales presentes en Moridor, cuarto poemario de Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) impecablemente editado este año por el novísimo sello Pakarina Editores. La dedicatoria, al igual que en su primer poemario Etérea, del 2002, está dirigida a Margarita, pero se añade ahora al queridísimo Andrés, hijo de ambos. La familia que ha formado el poeta se completa, pues, en estos años de producción poética en formato de libro. Con relación al autor de la cita que abre el libro, T. S. Eliot, se trata de una referencia presente también en Etérea, así como en la sección “Roturas” de su tercer poemario La breve eternidad de Raymundo Nóvak (su segundo poemario es el titulado Nada como los campos). En ocho años de escritura poética, Gómez Migliaro ha sabido mantener una misma relación personal y literaria. Su poesía demuestra la plena vigencia que Eliot tiene entre nosotros, desde las primeras menciones entre autores peruanos de la generación del cincuenta, y desde que Javier Heraud (cuyo primer libro El río cumplió este año cincuenta años de existencia) intertextualizara poemas de Eliot en su poema de 1961 “Entierro del verano”. Heraud sería de los primeros en el Perú —antes de Cisneros e Hinostroza— en atisbar lecturas de poesía anglosajona de la primera mitad del siglo XX —Eliot, específicamente—, y de asimilarlas a su escritura poética. Estas lecturas ya habían sido aclimatadas en el Perú, como sustenta al respecto el narrador Miguel Gutiérrez en su libro de 1988 La generación del 50: un mundo dividido: “Eielson afirma que era lector de Eliot por los años que escribía Canción y muerte de Rolando [1959] y Reinos [1945]; en 1948 Westphalen escribe en El Comercio (edición del 10 de noviembre) un artículo titulado ‘Notas sobre Ezra Pound y T. S. Eliot’; Raúl Deustua, no mucho después, publica un comentario sobre los Cuatro cuartetos de Eliot en Mar del sur[;] por otra parte, Blanca Varela, que luego de su vinculación con el grupo que se reúne en torno a Las moradas, vive la experiencia cosmopolita de París con Julio Cortázar y Octavio Paz y los existencialistas franceses, confiesa tener entre sus poetas preferidos a T. S. Eliot; es más, en las postrimerías de los 50, Manuel Velásquez Rojas publica su poema ‘La voz del tiempo’, donde se escuchan, si bien de manera incipiente, los primeros ecos de la poesía de Eliot” (págs. 66-67). A inicios de este siglo XXI, lo comprueba la poesía de Willy Gómez, T. S. Eliot continúa siendo una figura central entre nosotros.
Ahora, con relación a los poemas de Moridor en sí, quiero referirme a un aspecto en concreto. Es el relacionado con dos tipos de imágenes que recorren el libro. Se trata en el fondo de dos fuerzas contrapuestas, una de signo positivo y otra de signo negativo. Basta citar algunos ejemplos entresacados de los primeros diez poemas. En la primera fuerza apreciamos expresiones como “la estética pacifista”, “la ilusión de decir todo o nada”, “la naturaleza de lo creado es un signo de claridad”, “el movimiento de esperanza”, las “coordenadas luminiscentes”, “una ilusión incontestable”, una “respiración pacífica”, las “visiones de gran ciudad”, “la nueva fortuna”, “una patria de amor”, el “día de la dignidad”, “la bienvenida”, “la esperanza”, “la luz barniz”, “la confianza que deposito en ti” o “el soporte de luz”. Todo esto se contrapone a las “oscuras causas”, “las capas del maligno”, “las paredes oscuras”, “las zonas de peligro”, las “repúblicas de odio”, el “jardín oscuro”, la “excitación de la muerte”, los “animales breves en el egoísmo”, “una mancha que invade”, “el aspecto turbio del agua”, los “arrodillados en la oscuridad” o “el germen de la derrota”. Creo percibir, en mi primera lectura de Moridor, que es entre estas dos fuerzas, entre ambas proyecciones del alma humana, por donde transita esta poesía lúcida y atenta. Con tranquilidad segura, sin aspavientos, desde la dirección de entrañables revistas de poesía de inicios de los años noventa como Polvo enamorado y Tocapus, Willy Gómez ha venido afianzando una de las propuestas más personales de la hora. Poemas como “El rulemán golpeado”, “Tuvieron que matar los pobres hombres” o “Querido W” lo comprueban.
Ahora, con relación a los poemas de Moridor en sí, quiero referirme a un aspecto en concreto. Es el relacionado con dos tipos de imágenes que recorren el libro. Se trata en el fondo de dos fuerzas contrapuestas, una de signo positivo y otra de signo negativo. Basta citar algunos ejemplos entresacados de los primeros diez poemas. En la primera fuerza apreciamos expresiones como “la estética pacifista”, “la ilusión de decir todo o nada”, “la naturaleza de lo creado es un signo de claridad”, “el movimiento de esperanza”, las “coordenadas luminiscentes”, “una ilusión incontestable”, una “respiración pacífica”, las “visiones de gran ciudad”, “la nueva fortuna”, “una patria de amor”, el “día de la dignidad”, “la bienvenida”, “la esperanza”, “la luz barniz”, “la confianza que deposito en ti” o “el soporte de luz”. Todo esto se contrapone a las “oscuras causas”, “las capas del maligno”, “las paredes oscuras”, “las zonas de peligro”, las “repúblicas de odio”, el “jardín oscuro”, la “excitación de la muerte”, los “animales breves en el egoísmo”, “una mancha que invade”, “el aspecto turbio del agua”, los “arrodillados en la oscuridad” o “el germen de la derrota”. Creo percibir, en mi primera lectura de Moridor, que es entre estas dos fuerzas, entre ambas proyecciones del alma humana, por donde transita esta poesía lúcida y atenta. Con tranquilidad segura, sin aspavientos, desde la dirección de entrañables revistas de poesía de inicios de los años noventa como Polvo enamorado y Tocapus, Willy Gómez ha venido afianzando una de las propuestas más personales de la hora. Poemas como “El rulemán golpeado”, “Tuvieron que matar los pobres hombres” o “Querido W” lo comprueban.
Río, barrio de Copacabana, 03 de agosto del 2010
* En la imagen: Paolo de Lima, Dalmacia Ruiz Rosas y Willy Gómez Migliaro. Fotografía de Victoria Guerrero.
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