Del verano inculto, impecable reedición de Cascahuesos y Laguna B. |
Por Antonio Correa
Losada
Celebro el encuentro con el poeta, editor y viajero
obstinado, nacido en Lampa, Puno, Perú en 1950. Vladimir Herrera viene de la
generación de los setenta, en su mayoría migrantes de provincia hacia las
capitales y, como todos los de nuestra generación, nos formó el entusiasmo por
lo político y la atracción por la literatura. Adolescentes que nos informábamos
de la guerra que sostenía el pueblo vietnamita contra Estados Unidos hasta
derrotarlo. Fuimos invadidos por las consignas de Mayo del 68 y en la edad
adulta vimos caer el Muro de Berlín. Fuimos un mosaico de aspiraciones
políticas, muchas veces frustradas pero siempre heroicas que impulsaron la América Latina que
vivimos. En la literatura, su presencia en las últimas décadas en
Hispanoamérica se está afianzando con vigor y continúa “pavoneándose por la
vida”:
Los besos que en la verija
tendrán
que olvidarse, como la lengua
serán en sí
Recordados:
Unos cuartos de luna lucientes
Para la sandalia del agua más
pura al pisar de
Dos ríos orondos las algas, la
fiebre y el costado.
Una leyenda y un poeta real, embriagado, vital y enamorado
que se movió a partir de los setenta, entre el Chile de Salvador Allende, los
estertores del franquismo en Barcelona y ese continente que llamamos México en
los últimos años. Ahora, viene del Cusco para entregarnos la nueva edición de
su libro Del verano inculto, publicado por Cascahuesos Editores y Laguna
Brechtiana.
Memoria y palabra traman la poesía de Vladimir Herrera:
Cárcel y río
…
Tosco alimento de las pinturas
Pobre granulación del tiempo
Como delicia de hélices
Himno en la fragua de los dientes
dice en su libro Poemas incorregibles, aparecido en España
en Editorial Tusquets.
Cuando leemos en la selección de su poesía:
Espalda de luna inmaculada
…
De vuelta a casa
La enamorada
Cabeza grande
Lamiendo la niebla
del verso contra el verso
Nos hace presentir el retorno del amor.
Dentro del juego de las interpretaciones, los primeros
versos citados alertan la imaginación y en una suerte de intercambio invierten
lo que creímos que nos dijo y en nuestra cabeza retornan los ecos y la
sensación del amor. Los segundos, descifran la poesía, y alternadamente juntos,
no son otra cosa que pasión por el lenguaje, pues sin éste no hay mundo posible.
La verdad no es un código de la poesía. La certeza como
propósito está descartado de la escritura poética, la verdad sólo se encarna
cuando es apropiada por el lector. La poesía más que un género literario es una
forma personal de hablar y de sentir. Las palabras con su poder de representación
—sin ser el simple calco de la realidad— mineral o de sustancia, sudores,
cuerpos, suspiro de amantes, partes del cuerpo, prendas femeninas, plantas o
lugares, nos llevan a ensanchar los modos de sentir y aumenta la configuración
del mundo que respira dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Toda escritura es por esencia libertad y sólo acepta ser
subyugada por la pasión. Es esto de lo que nos habla Vladimir Herrera en su
entrega con la poesía. Es la memoria que perfora el lenguaje para hacerla visible
y es aquí donde nos confunde su aparente inconexión que no es otra cosa que
mundo avasallante y vivo, con sus lazos de asombro que oprimen y liberan como
la vida misma.
Mientras se hace luz en el espejo
Y se juega con los vellos del
pubis
haciendo muecas riendo y
recordando.
Al leer los poemas de Herrera, me pregunto ¿es la
turbulencia invisible del azogue la que refleja nuestra mirada con una
precisión que nos alcanza? O simplemente, es la memoria que se expande en
palabras cifradas hace mover las cosas en oscuro delirio. A esto, nos convoca
su poesía.
“En esto nos sorprende la muerte o nos hiere el amoroso
deseo” dice Vladimir. En su poesía subyace la más alta tradición de la poesía
peruana, que nos lleva a descubrir estaciones que restallan en la majestuosidad
despiadada de los Andes: Moro, Westphalen, Adán, Eielson, Vallejo, Eguren. El
poeta al acercarse a esas notables estaciones así como al esplendor del Barroco
de Góngora y Lezama como lo muestra en su poética, nos hace partícipes de esa
luz esplendente que acrecienta y enriquece el fluir poderoso de la lengua.
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