Por Juan Carlos Gómez
El Pato Criollo escribe en el prólogo de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” unas palabras que me llamaron la atención, y no porque sean paradójicas como suelen serlo las afirmaciones de este notable gombrowiczida, sino porque a primera vista parecen ciertas.
“El argentino y el extranjero: el extranjero asciende un escalón más en lo concreto de la realidad al desterrase. Si bien suele hablarse del exilio como de un universal del que se predican angustias y productividades, no se lo puede generalizar porque es un producto biográfico de la Historia. El desterrado hace una construcción imperfecta, arma un país con los fragmentos de otro. Es un trabajo parecido al de construir la felicidad, que se arma con fragmento de otras vidas, fragmentos cuyos bordes nunca coinciden exactamente”.
Inspirado en este pasaje del Pato Criollo sobre el argentino y el extranjero me puse a buscar algunos de los fragmentos de Polonia y de Europa con los que Gombrowicz había armado a la Argentina y me encontré con algunas dificultades desde el mismo comienzo del proyecto pues Gombrowicz no había asimilado muy bien que digamos en su juventud esas partes con los que debía construir otro país.
En la Polonia de Gombrowicz no se daban cuenta de cuáles eran las verdaderas relaciones que existían entre el arte y el mundo espiritual con la enfermedad. Para los polacos el artista no era un neurótico que se curaba a sí mismo como dice Freud, sino un creador con un exceso de fuerza vital y salud llamado talento. Mientras tanto Gombrowicz andaba penando con las perturbaciones psíquicas de su herencia y con su anormalidad, y esta falta de valor personal y estas anormalidades eran justamente las que le permitían ubicar su obra en un clima más real y más trágico.
Le permitían también adquirir una distancia en relación a su debilidad y un sentido más agudo sobre la salud y la normalidad. Pero los polacos no entendían que un enfermo sabe mejor que un sano lo que es la salud, al igual que un hambriento sabe mejor lo que es el pan.
Los ladrillos de París tampoco le sirvieron de gran cosa a Gombrowicz para armar a la Argentina, especialmente en lo que concierne a una belleza argentina de la que estaba enamorado.
“—¿Le gusta París?; —Así, así. A decir verdad no he visitado nada; —¿Por qué?; —No me gusta levantar la cabeza delante de los edificios y, en general, las visitas turísticas me aburren y deprimen; —¿Así que París no ha tenido la suerte de caerle en gracia?; —Bueno… más o menos… no mucho; —Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la Place de la Concorde?; —Cómo no, siento respeto por todo ese Gótico y por el Renacimiento. Lástima que la población no esté a la altura… Para ser sincero los parisinos son más bien feos y carecen de encanto…”.
Sobre el aspecto y el encanto de los polacos tampoco estaba muy seguro, pero algunos polacos le resultaban realmente atractivos, como por ejemplo su amigo Antoni Sobanski. Tonio era un periodista e hijo de una familia de la nobleza rica y terrateniente, una persona de gran cultura, aunque no había terminado ninguna carrera universitaria a pesar de que había comenzado varias.
Pertenecía al mundo cultural de la Polonia de antes de la guerra. Su libro, “Un civil en Berlín”, reeditado hace unos años en Polonia es una colección de sus reportajes de Alemania en los años 30. Viajó a Berlín varias veces y comentó el nacimiento y el desarrollo del fascismoen Europa. Son textos muy buenos y muy profundos: vio los peligros que pasaron desapercibidos para los gobiernos europeos, se dio cuenta cómo terminaría todo esto. Durante la guerra se fue a Londres y allá murió. El punto flojo de Tonio era su donjuanismo impenitente con el que había malogrado más de una familia.
Antonio Sobanski, uno de los hombres más característicos de la Varsovia de preguerra y de las transformaciones que se producían en Polonia, no confiaba demasiado en las caras de los polacos. Sobanski era un conde terrateniente, un bohemio que detestaba el campo, que había roto con las tradiciones y que había asimilado todos los fermentos intelectuales y artísticos. Gombrowicz estaba deslumbrado con ese aristócrata extraordinariamente inteligente, un europeo de una gran cultura y de modales perfectos.
No era snob ni un pedante amanerado, era un hombre de elite, pero su terreno de acción se limitaba a la clase superior. Más que nadie sabía que el encanto de una nación, su capacidad de fascinar y seducir, eran armas más poderosas que los cañones, y que el mundo trataba de un modo totalmente diferente a un pueblo que lo impresionara por su estilo y por su encanto en cambio de por su poder de fuego.
“Veía en el país un material de primera categoría, creía que los polacos, llenos de temperamento, fantasía, sensibles al arte, hubieran podido seducir al mundo si no fuera por una terrible combinación de esclerosis, de provincialismo, de falsa vergüenza, de pathos y de una virilidad militar forzada, una mezcolanza que les confería una rigidez atroz”.
Con estos fragmentos tan heterogéneos Gombrowicz llegó a la Argentina y se propuso armar un país caracterizado por su diversidad de razas.
Si bien es cierto que los inmigrantes de todos los países del mundo suelen vanagloriarse llenando de alabanzas a su país natal, los polacos son un caso muy especial, tanto que Dostoievski acostumbraba a decir que cuando los polacos se van de Polonia y pisan suelo extranjero se declaran condes.
Gombrowicz mismo escribió en los diarios muchas páginas referidas a esta característica que tienen los extranjeros de hacerse su propia propaganda, maniobra de la cual Gombrowicz no estaba exento.
Y puesto que desde su llegada a la Argentina se había especializado en dar charlas sobre el amor europeo tomando como ejemplo el modelo del donjuanismo de Sobaiski, empezó a incursionar en el amor de los jóvenes argentinos en las reuniones que tenía con Chinchina Capdevila y sus estudiantes amigas.
“La amargura de la parte masculina de los jóvenes argentinos respecto al amor libre es enorme, tanto más que la imaginación y las mentiras de los europeos les pintaban a la lejana Europa como un lugar donde ocurrían maravillas”.
El joven inmigrante le llenaba la cabeza al joven argentino, recurriendo a un tono de superioridad despreocupada, con historias de mujeres que en su país eran más modernas y no ponían inconvenientes, y el joven argentino escuchaba todos esos relatos lleno de admiración y de envidia.
Para Gombrowicz la esencia de una nación no se manifiesta en los análisis sino en la acción. El arte y el hombre son imprevisibles para sí mismos, la literatura no soporta los programas ni el sometimiento a las teorías, sólo acepta la audacia y el descaro creativos.
La falta de una relación directa con la vida es la causa del carácter secundario de las culturas de las naciones secundarias, naciones tímidas y sin desenvoltura, que no son creativas porque no tienen contacto directo con la vida.
Cuando Canal Feijoo y Gombrowicz se encuentran en Mendoza por casualidad se dan unas palmaditas en el hombro: —¿Qué hace usted por aquí?; —He venido por negocios. Venga conmigo. Allí, a la vuelta de la esquina, se está celebrando un encuentro de poetas de Catamarca con ocasión de un concurso de belleza.
Era una reunión de ínfima categoría, un público grosero hacía ruidos estrepitosos, mientras las candidatas asustadas, temblaban y se agitaban como mariposas. Los poetas encargados de honrar a la reina esperaban junto a la pared muy bien vestidos. A Gombrowicz le vinieron a la memoria los jóvenes poetas polacos de antes de la guerra, vestían una ropa que era el colmo de la miseria y el descuido pero escribían un poco mejor que los argentinos.
“Conmigo muestran desconfianza —ya me conocen—, y uno de ellos me advierte de entrada: —Tú, Gombrowicz, ¡sobre todo no hagas el tonto!; —¿Yo? ¡Qué va! —digo pacíficamente— ¡Jamás! La pena es que vosotros sí que hacéis el imbécil. Os han traído aquí para que cantéis la elección de la reina de la belleza, siendo la cosa menos poética que podía ocurrirle a un poeta moderno. ¡Una trivialidad antipoética y sentimentalona! ¡Puro kitsch!; —¡Eres un bobo! Se trata de provocar un escándalo. Somos seis y cada uno de nosotros va a declamar su poema para reivindicar la libertad sexual. ¿Comprendes?”.
La prudencia femenina en la Argentina no procede solamente de España, es también el resultado de una manera de vivir tranquila y burguesa, pensada para fundar una familia e instalarse en una casita con jardín.
La joven argentina tiene todas las posibilidades de casarse bien y de pasar el resto de su existencia honradamente y sin riesgo.
“A esas vírgenes una aventura, sencillamente, no les va bien. Por tanto, todo aquí está calculado para obligar al hombre a casarse, política femenina que ha triunfado incondicionalmente sobre el deseo de aventuras del hombre […]”.
“Lo que pasa es que… el diablo está al acecho. El hombre está al acecho. Y mis poetas se estaban preparando para una ofensiva”.
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