Osvaldo Lamborghini. |
Que Osvaldo Lamborghini no era ningún angelito —ni falta que
le hacía— ya lo sabíamos; que era un extraordinario y salvaje escritor,
también. Así que la anunciada relectura de sus años barceloneses, para corregir
aspectos de la biografía de Strafacce, sugiere quizás la reparación de los
fantasiosos nombres de lugares de encuentro o del sesgo más o menos
malintencionado que adquieren algunos personajes de Barcelona en esa biografía.
Los sobrevivientes de aquellos años lo hubiéramos hecho con los ojos cerrados.
Pero los errores llaman a los errores y se produce el hecho
cómico de que cualquiera que escribe sobre Lamborghini en Barcelona los vuelve
a cometer y los reinventa (incluso Gregorio Morán en su ferviente y mucho más
sugerente presentación en una de sus sabatinas de La Vanguardia , el
25-26/12/2009). Así que los olvido, y sigo leyendo para ver qué propone el
joven escritor y periodista Jorge Carrión.
Entiendo que se trata más bien de una reinterpretación de la
figura de Lamborghini en Barcelona, pero tras un inicial desencuentro con la
viuda de Osvaldo, la aportación se convierte en un curioso ejercicio de
descalificación ad hóminem —y ad
mulierem, porque Hanna recibe varias estocadas—. Se diría que el único defensor
de Lamborghini en aquellos años fue Marcelo Cohen, pero el sincero afecto que
recuerda y la sabiduría que intercambiaron quedan como soslayadas por sus
coincidencias (respecto a la virulencia del duelo verbal) con Toni Marí,
impresionado en especial por las discusiones sobre Hegel que tuvo con
Lamborghini. El anecdótico desencuentro que el texto articula como batalla
entre “los Marí” y la menos institucional unidad Hanna/Osvaldo —la desclasada y
su mantenido— refiere, así presentado, a un tejido de lugares comunes que
insisten en el perfil asocial de los dos, una casi demonización que ya detectó
César Aira evocando a otro Osvaldo que yo también conocí:
En estos últimos años la leyenda ha hecho de Osvaldo un
«maldito», pero las bases reales no van más allá de cierta irregularidad en sus
costumbres, la más grave de las cuales fue apenas la frecuencia en el cambio de
domicilio. Para unas normas muy estrictas pudo haber sido un marginal, pero
nunca, de ninguna manera, el esperpéntico fantasmón que un lector crédulo
podría deducir.
Osvaldo era un señor apuesto, atildado, de modales
aristocráticos, algo altivo pero también muy afable. Su conversación
deslumbraba invariablemente. [...] Vivió rodeado de admiración, cariño,
respeto, y buenos libros, que fueron una de las cosas que nunca le faltaron. No
fue objeto de repudios ni de exclusiones; simplemente se mantuvo al margen de
la cultura oficial, con lo que no perdió gran cosa.
Del prólogo de César Aira al libro Novelas y cuentos,
publicado por Ediciones del Serbal, 1988. Nada que ver con el personaje de este
artículo: al final, el texto remacha la imagen de Osvaldo y Hanna en espejo,
con la teoría de que cada uno fue la obra maestra del otro, lo cual, después de
los perfiles trazados, sugiere una dudosísima ironía.
Y, también al final, me vuelve a la mente el principio del
artículo de Carrión: Hanna, al recordar a quienes frecuentaba Osvaldo, habla
“sobre todo de Vladimir Herrera”, que no parece existir en estas líneas. Aquí
llega.
Helena Usandizaga
* Tomado del blog Laguna brechtiana.
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