Por Wilfrido H. Corral
El homenaje de un escritor a otro, como el de la literatura en la literatura, tiene una larga tradición, de romper la tradición. Con Oscurana Luis Carlos Mussó muestra lo que no hay que hacer para que esos guiños, calcos y alusiones puedan degenerar en copias o plagios pobres, así que la palabra clave para poner en perspectiva la abundancia de esos esfuerzos hoy es “escritor”. Mussó lo es con creces, sobre todo porque es un poeta que también está bregando en su novela con un autor canónico de su país, Pablo Palacio, que, hasta Oscurana, había sido venerado con un respeto del cual se hubiera burlado el paradigma. Por esa razón las venias e imitaciones de otros escritores no han sido tan abiertas, paradójicamente haciendo que su intención de sutileza sea demasiado evidente. Muy consciente de esas fallas, Mussó atenta contra el maestro, con claroscuros semánticos y conceptuales, tergiversando los del cuento “Luz lateral”, de los años veinte. Desde esa antesala no hace otra cosa que complicar más su homenaje, mezclando ficción e historia, lo cual parecería de rigor para su generación. Pero en este caso ese molde se rompe, y diferente de otras estratagemas similares, no se le pide a los lectores que armen un rompecabezas, porque la narración de Mussó deja claro que la Historia de Palacio ha sido escrita hasta la saciedad, u oscuridad.
El autor sabe muy bien, como evidencia Oscurana, que aquella historia incluye el peso del pasado empírico, visto principalmente desde la crítica sobre el maestro, la reiterativa y la novedosa; y aunque no le preste mucha atención a ella, aquí funciona como faros que despliegan una luz que nunca llega a iluminar del todo. Es más, Mussó tiene que lidiar con la carga o angustia de influencia de su propia generación. Si no le preocupa mucho cotejar su escritura con algunos posmodernismos del momento, tampoco quiere ceder a una gran obsesión de buena parte de sus coetáneos latinoamericanos: la lucha entre escribir una “autobiograficción” y una novela total, o “luminosa”, como intentó el uruguayo Mario Levrero. ¿Podré decir que este proceder se da “a todas luces”? Sí, porque estas pertenecen a Mussó por la obra que ha escrito, y se puede continuar diciendo que logra desatarse de las presiones que he mencionado para permitir valorar Oscurana por lo que es: una novela que no da ningún indicio de ser primeriza.
El hilo conductor de esta novela surge de todavía otra carga generacional cada vez más popular en este siglo: construir una biografía de un auto celebrado, que por estar tan desfamiliarizado actualmente es más un personaje literario que la persona real que existió. No debe sorprender entonces, y ahí comienzan varias complicaciones felices, que Mussó divida su novela en tres partes simétricas (siete capítulos breves para cada una), más una especie de epílogo de género fantástico, como esas vidas “normales” que tienen un principio, centro y final abierto. Esta parcelación está armada con las irradiaciones que Roland Barthes llamaba “biografemas”, neologismo suyo para referirse a “una serie de destellos de sentido que conforman algo así como ‘una historia pulverizada’ de un narrador, de un pintor, de un poeta”. Es decir, con ese ardid se intenta trazar una especie de vida de un autor a través de sus escritos. Este es un proceder desafiante, porque la mayor complicación para los biógrafos de Palacio es y seguirá siendo lo poco que se sabe a ciencia cierta sobre las experiencias personales del gran escritor lojano.
Mussó reconoce además que no se puede construir una vida a posteriori, particularmente cuando no hay los elementos ni la tradición en el Ecuador o Latinoamérica de escribir biografías literarias. Entonces se apega a lo literario, añadiendo referentes culturales actualizados, además de componer su novela con características de otros géneros. Para añadir al misterio que es Palacio, las partes de Oscurana se fragmentan para su presentación como los “misterios” del rosario católico, en principio durante tres semanas, aunque el tiempo interno de la narración ocupa varias décadas. Esa es la fórmula que ha encontrado para juntar historias especulativas, algunas factibles, para a la vez ceñir su propia originalidad. Por esta decisión la novela obviamente nos permite leer más a Mussó que a Palacio.
El “presente” de Oscurana es 1996, convertido en el presente de un Palacio que aparentemente seguía vivo en el Guayaquil donde se supone que murió. No viene al caso dar más ganchos para la trama, porque si Mussó no les pide a los lectores que la armen, como digo arriba, tampoco es la responsabilidad o papel de este texto mío revelar sus recursos, o manifestarme sobre los cruces de biografía, hagiografía, anecdotario/chisme y leyenda sobre Palacio. Mussó quiere superar a los lectores cómplices, y si el lugar físico recreado se apega al literal guayaquileño, una ambientación superior juega con los clichés sobre el mundillo de borracheras, putas, música y tristeza que no deja trabajar a nadie en el trópico, para impulsar a los trabajadores intelectuales a una eterna abulia de la cual no se arrepienten, porque por lo menos es divertida, y sólo al puritano le importa que no sea así.
Entre las líneas de ese andamiaje, en la primera parte (capítulos 1 a 7) se presenta al protagonista Alejandro Elghoul, que lleva a cabo tanta investigación sobre Palacio que termina consubstanciándose con el autor de “Luz lateral”, particularmente en sus diálogos ebrios. Desde esta parte aparece un anacronismo temporal que revela que no se está ante una experiencia mística, porque los misterios de la luz, o luminosos (días o capítulos 4 y 6) fueron sugeridos por Juan Pablo II en 2002, seis años después del presente de la narración. Pero no importa, porque cualquier gesto religioso representado no tiene nada que ver con un San Palacio, sobre todo cuando esas aventuras de Elghoul se trasladan a otros fragmentos de la novela.
Para añadir a los desencuentros y destiempos, se lee una carta de Hitler (cap.17), se habla de hallar una novela extraviada de Palacio (cap.20 en adelante, aunque ya anunciada en el 10), y se cruzan especulaciones sobre la cultura intelectual y popular estadounidense (cap.6). Estos despegues sirven para aumentar y enriquecer la cosmovisión presentada, nunca para hacerla borrosa. Varias partes, algunas narradas básicamente en segunda persona, se rigen por la dinámica de la entrevista informativa, porque no hay libros escritos, sólo pocos testigos de primera vista o fiables (no que el narrador lo sea), y en 1996 el investigador va con un medio siglo de atraso. Es más, si se fragmentara su nombre a “El ghoul”, el resultado sería una alusión bilingüe a “el morboso” o “el necrófago”, características que surgen de regiones oscuras.
Para complicar esa falsa progresión todavía más, cada capítulo está presidido por los conceptos o sensaciones expresados en los misterios del rosario. Así, por ejemplo, los martes y viernes (capítulos 2, 5; 8, 12; 15 y 19, en la progresión de las tres partes) se refieren a los tiempos de enfermedad de Palacio. La segunda parte (capítulos 8 a 14) alude a la historicidad más conocida del lojano, y para complicarla, aparte de estar narrada en tercera persona y la omnisciencia que suele acompañarla, Mussó hace que la esposa de Palacio sea requerida en amores (tema privilegiado en los escritos del marido) por un farsante. La tercera parte incluye los capítulos 15 a 21, pero como vengo diciendo, si se quiere “normalizar” el texto, vale guiarse por la adjetivación del misterio de cada día, orden que adquiere un significado mayor al relacionárselo a la vida que se conoce de Palacio.
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