Quito, 28 de mayo de 2010
Querido amigo:Siempre me he preguntado, y cuando digo siempre quiero decir desde que empecé a escribir poesía, qué sentido tiene persistir en este oficio de solitarios y necios que es la escritura poética, tan mal pagado siempre y mal visto en ocasiones, con frecuencia tan frustrante y a veces, muy pocas veces, reconfortante, glorioso. Cuanto más pienso en respuestas que me dejen satisfecho, más me convenzo del absoluto absurdo que, supuestamente, nos justifica: la llamada necesidad de hablar, sin más, la ineluctable necesidad de hablar, sea en nombre de los otros o sea en nombre de nosotros mismos. Algunos días intentamos encontrar el origen de esta cuestionable pasión en la inconformidad con el mundo, y otros días hallamos una buena razón en el mero deleite de estar vivos. Pero, debemos ser sinceros, Ernesto, nada de esto es suficiente y, sin embargo, persistimos en este evidente error. Y escribimos y volvemos a escribir. No deja de sorprenderme que, como esta noche, alguien distinto de los amigos que nos han visto padecer y gozar la vida y la escritura poética nos acompañe. Para mí, los presentes son una multitud. Y esto habla bien, a pesar de lo que he dicho, de la buena salud (siempre al borde de la enfermedad del olvido, por cierto) de la poesía lírica de nuestro tiempo. Al menos, de la que tú y algunos otros entendemos por poesía, que no es aquella marisma de la autocomplacencia, el éxito efímero y el compromiso oportunista con la coyuntura institucional o política. ¿Para qué escribir, entonces? Con estas palabras responde Fundación de la niebla:
escribir para no ensanchar más la mirada entre el
objeto y nosotros Escribir la cotidianidad que muestra
nuestro hígado sobre las plataformas marinas
Fanal violeta Baja el viento atrapado desde los postes
en la teoría de que todo vuelve a ser polvo Rencilla
necesaria La luz de una mariposa quiere saber
por qué ella no tiene alarma La mariposa no contesta
Ella ordena obsesionada sus colillas por el patio
helado Así un día tanta vida puede escribirse Yo escribo
sobre lo que veo Tiro a la inteligencia sobre tierra
quemada Funcionando Agitando al hambriento
sobre la simpleza de los alimentos Así es como recobro
el mundo
Escribes para recobrar el mundo. ¡Tremenda vocación la tuya! Pero ¿cómo se recobra algo que es esencialmente impuesto y por tanto irremediablemente ajeno? La respuesta se encuentra en el título de tu libro, Fundación de la niebla. El mundo se recobra en la poesía, volviéndolo a nombrar, aunque este intento de hallar puerto en las palabras, o de crearlo con ellas, esté destinado al naufragio. La fundación de la niebla, del mundo otro con que sueña el poeta, es el testimonio de un fracaso, porque el mundo hallado no es el mundo deseado por él. Ese mundo anhelado no es otro que la realidad que nos circunda esta noche, amigas y amigos de Ernesto, pero mejorada, más limpia y menos cruel. El mundo hallado por el poeta siempre es la niebla, es decir, la penumbra, la ambigüedad, la indefensión, el riesgo, el miedo. Nada de claridad o esperanza simplona hallarán ustedes en este libro. Y, sin embargo, nadie le podría achacar el mote de pesimista o triste al poeta Ernesto Carrión, al menos, no en este libro. El pesimista es el que se abandona a su propia inercia vital, en la convicción de que nada es posible cambiar. El poeta, en cambio, es el inconforme que, una vez dislocado del mundo que le ha tocado en suerte, funda uno propio donde se siente más cómodo. A veces es trágico, a veces cómico, pero siempre es una parodia del mundo soleado de los inocentes y el mundo oscuro de los condenados. Ernesto renuncia a la dicotomía de los maniqueos y los moralistas, los creyentes y los ateos. Su lugar no es la afirmación, sino la duda. De cara a la luz, nos dice, por ejemplo:
El día en que nacieron las
imágenes supimos de inmediato que terminaríamos
en una total ensoñación Arte en roca Que nuestro
Apocalipsis empezaría con una llovizna hundiendo
su ala en un lago salvaje como un cormorán
Como ven, amigas y amigos, se trata de una visión móvil, de un mundo en permanente transformación. Este movimiento interno produce que los temas y motivos recurrentes de tu obra, Ernesto, conecten este libro directamente con tus trabajos anteriores y posteriores, en una suerte de diálogo interno. Pero no se trata de una poesía solo autotélica o metapoética o que hable de sí misma todo el tiempo. Por mérito propio, la imaginación de Ernesto se alimenta de otros, pero también de sí misma. De nuevo aparecen, aunque sea solamente insinuadas, la llegada de la muerte a través de la descomposición del cuerpo propio y ajeno, la niñez como la patria felizmente perdida por dolorosa o injusta, la imagen engañosa y casi siempre decepcionante de los seres amados, especialmente de la mujer… Y ante cualquier destello de luz, nuevamente el matiz de la niebla. Dices en tu libro, los siguientes versos:
la luz en la poesía japonesa obedece al murmullo de
las flores La revelación de su misterio —como todo
conocimiento— produce efectos secundarios:
a) pérdida completa de la razón
b) obsesión por los objetos minúsculos de la casa El
individuo puede quedarse por horas observando insatisfecho
una servilleta
c) tendencia a almacenar recortes de periódicos
donde aparezcan las palabras “debo” y “fin”
la cordura empieza allí donde la luz se esconde Donde
nadie alcanza a contestar el enigma de esta mano
Imágenes impactantes, eficaces y hermosas, aparte, en este fragmento encuentro la clave de mis reflexiones. La cordura empieza allí donde la luz se esconde dices, y con estas palabras apuntalas el símbolo de la niebla. Se trata del espacio de la lucidez. Quien apuesta por la duda, por la niebla, permanece en un espacio inquisitorial, donde sólo la acción de preguntarse por el sentido y no dejar de preguntar constituye sentido absoluto. Pero, finalmente, la exploración sobre lo exterior, sobre la realidad, acaba tarde o temprano sobre la propia identidad. Fundar el mundo, fundar la realidad, consiste en definitiva en la construcción de la propia identidad, aquella que queremos imponer o brindar al mundo, más allá de lo que el mundo necesite de nosotros. Dice tu libro:
Coreamos en el sitio: Nadie
soy yo. Nadie soy yo. Nadie. Esta escritura deforme
no puede ser el mundo.
La incredulidad de la voz habla por sí misma: Esta escritura deforme no puede ser el mundo, así dices. Y es verdad, no lo es, pero nunca pretendió ser el mundo mismo, como ya dije, sino un mundo distinto. El poder de esta voz poética, es decir su capacidad de construir imágenes visionarias y a través de ellas brindarnos estas reflexiones nunca cae en la autocomplacencia, por eso tampoco le da tregua al lector, quien se ve impelido a inmiscuirse en un proceso continuo y vertiginoso de interpretación imaginativa intensa y a ratos exasperante. Esta no es una poesía para lectores perezosos, facilistas o impacientes. El poeta, aún en este punto, se niega a brindar respuestas unívocas y vuelve a preguntar:
¿Quién sabe
qué soy ahora, desde que el poema dejó mi cráneo
vendado sobre estas playas?
La única certeza, como toda buena poesía nos enseña, es que el universo interno es el único territorio que se posee, aun en las condiciones más adversas del delirio o la locura. En ese ámbito de absoluto sigilo, nada del mundo penetra para enajenarse, a pesar de la ciencia médica o los devaneos de la Psicología. Esta parece ser, en todo caso, la convicción del personaje poeta que inventas en este libro, Ernesto. Cerca del final aseguras, en una de tus pocas frases asertivas, despóticas:
Se escribe desde la niebla hacia la
niebla. Lo que envejece dentro de mí es el territorio.
Quizá porque presientes que la escritura es como una silenciosa peste, al final del libro mi pregunta tiene una segunda respuesta. Decía al principio de esta carta: Siempre me he preguntado, y cuando digo siempre quiero decir desde que empecé a escribir poesía, qué sentido tiene persistir en este oficio de solitarios y necios que es la escritura poética, tan mal pagado siempre y mal visto en ocasiones, con frecuencia tan frustrante y a veces, muy pocas veces, reconfortante, glorioso. Cuanto más pienso en respuestas que me dejen satisfecho, más me convenzo del absoluto absurdo que, supuestamente, nos justifica: la llamada necesidad de hablar, sin más, la ineluctable necesidad de hablar, sea en nombre de los otros o sea en nombre de nosotros mismos. Tú lo dices de este modo:
A nada nos conduce este físico río de escribir
contra corriente Este ficticio arco donde se
quiebran las espaldas sin posibilidad de nombre
Dices: yo escribo Y hay un grave secuestro de ti mismo
en dicha afirmación Dices: para encontrar mi nombre
yo abro el cuaderno Y muerde tu boca las espinas
de una lluvia que va planificando su clausura: su
cerrazón
En el último fragmento, a pesar de tanta desolación, de entre la oscuridad abres un espacio para la luz, para que la penumbra se instaure, para que la niebla se instituya. Dicen las notas al pie de un cuerpo:
dejar la página en blanco para que empiece el
poema verdadero:
Y con estas palabras nos invitas a tu mundo. Así es, amigas y amigos, la auténtica poesía nos invita a encontrar el verdadero poema por fuera del verso escrito, en nosotros mismos. Por poemas como estos, todavía pienso que vale la pena escribir poesía, lejos de la vanidad y el facilismo de muchos vates celebrados. Han pasado ya algunos años, más de una década y el público, nosotros, tu público, ha hablado Ernesto. Estamos aquí para colonizar y poblar la niebla que has descubierto y has fundado.
César Eduardo Carrión