Centro Cultural Brisas del Titicaca, 15 de septiembre de 2010
Héctor Ñaupari[1]
El estupendo libro de Nora Alarcón, Bellas y suicidas, representa, para mí, la oportunidad perfecta para contradecir y desmentir la común afirmación que las enfermedades mentales son la causa de los recurrentes suicidios de los poetas y escritores. Este argumento sostiene que, si el suicidio ha sido la decisión de muchas mujeres escribientes en particular, es consecuencia de su particular sensibilidad y su incesante creatividad, rayana en la locura.
La propensión a considerar que hay una relación directa entre la enfermedad mental y la creatividad es tan antigua como el mundo. En la Grecia antigua, Aristóteles se preguntaba si “los hombres de genio, los grandes creadores, ¿no se encuentran precisamente entre los depresivos y los melancólicos?”; asimismo, el Estagirita sostenía que “muchas personas llegan a ser poetas, profetas y sibilas y (…) son buenos poetas mientras son maníacos, pero cuando curan no pueden escribir más sus versos”.
Sospecho que para no contradecir al gran filósofo y maestro de Alejandro Magno, otros pensadores de la antigüedad[2] han sido solidarios con este concepto y han acuñado diversos términos dedicados a enfatizar esta relación, como el “furor poético”, de Cicerón, y la “amable insanía” de Horacio. Por otra parte, en el libro La Anatomía de la Melancolía, escrito en 1621 por el escritor inglés y rector de la Universidad de Oxford Robert Burton, se creó y definió para el mundo moderno el concepto de la melancolía[3] “como un delirio compuesto por diversos síntomas, desde la manía al frenesí; un delirio acompañado de una insuperable tristeza, de un humor sombrío, de misantropía y de una decidida soledad”.
Este estudioso, quien acusaba al Diablo de ser el verdadero instigador detrás de los suicidas, afirmaba sin ambages en su obra que “todos los poetas están locos”.
Ahora bien, lo que durante mucho tiempo fue apenas una reflexión filosófica sugerente, o una afirmación devota, no exenta de cierta fascinación morbosa, se transformó en tema de estudios más serios desde hace más de doscientos años. Una primera confirmación (pseudocientífica, a mi juicio) fue el libro Genio y locura escrito en 1889 por el médico y antropólogo italiano Cesare Lombroso. En el artículo El club de los escritores suicidas, del autor conocido como Jacintario, se señala que Lombroso sostenía que:
“el genio artístico era una forma de desequilibrio mental hereditario y para apoyar esta afirmación, [Lombroso] se dedicó a coleccionar lo que llamó “arte psiquiátrico”, escritos, dibujos y pinturas realizados por pacientes encerrados en hospitales mentales. Lombroso también vinculó el genio artístico con la esquizofrenia, debido al alto índice de pacientes que sufrían de este mal y que lograban plasmar por medio de la expresión creativa, su atormentado y complejo mundo interior”.
Si bien muchas de las tesis de Lombroso fueron abandonadas por poco científicas, infundadas y, con el decrecer del positivismo científico, devenidas en anacrónicas, ésta en particular no sólo ha permanecido en el tiempo sino que ha pretendido ser confirmada con diversos estudios durante el siglo XX.
Un clásico en la materia es la investigación del médico británico Havelock Ellis llamada El estudio del genio británico, de 1904. El creador de los términos “homosexual” y “narcicismo” pretendió demostrar los altos porcentajes de insanía y melancolía existentes entre los poetas de lengua inglesa.
Más recientemente, el profesor de psiquiatría norteamericano Arnold M. Ludwig, El precio de la grandeza: resolviendo la controversia entre creatividad y locura, de 1995, donde estudió a más de 1,000 personalidades prominentes con 18 profesiones diferentes, 8 de ellas del área creativa y artística, encontrando que, entre los poetas, se había cometido suicidio hasta cinco veces más que en el resto de actividades.
Por otra parte, el psicólogo James C. Kaufman, en su artículo de 2003, El precio de la musa: los poetas mueren jóvenes, sostuvo –también con cifras– que los poetas mueren más jóvenes que los dramaturgos, novelistas y ensayistas, que las poetas se suicidan más que sus pares hombres y que todos ellos tienen una mayor disposición a las enfermedades mentales debido a las dificultades propias de su oficio, donde lograr un ingreso es imposible, se trabaja en soledad, en un mundo personalísimo, todo lo cual genera angustia, depresión, y la melancolía de la que hablamos anteriormente.
Todas estas afirmaciones, reflexiones y estudios, que a primera vista nos parecen contundentes, tienen un gran talón de Aquiles: las enfermedades mentales no existen. Luego los poetas no estamos enfermos. Y, si decidimos quitarnos la vida, lo hacemos por nuestra propia y personalísima voluntad, no por padecer de melancolía, depresión, histeria o neurosis.
Para sostener mi herético punto de vista quiero traer el pensamiento de un médico, psiquiatra, y psicoanalista libertario, contracultural y políticamente incorrecto, de ascendencia húngara – americana, Thomas Szasz[4]. En 1961, Szasz publicó El mito de la enfermedad mental, iniciando un debate mundial sobre las enfermedades mentales. Su premisa es simple pero contundente como el guijarro que arrojó David a la frente de Goliat: la mente no es un órgano anatómico como el corazón o el hígado. Por lo tanto, no puede haber, literalmente hablando, enfermedad mental.
A renglón seguido Szasz sostiene que, siendo la mente inasible e intangible, no hay manera real ni científica posible de establecer una relación de causalidad entre ésta y su trastorno; por lo tanto, si la causa del mismo es desconocida, ningún diagnóstico puede, en consecuencia, reflejarlo. Más todavía, las curas empleadas contra las enfermedades mentales se dirigen en realidad a incapacitar neurológicamente al paciente, porque no se puede “curar” un pensamiento, una emoción o una conducta, dado que ésta no puede ser diagnosticada.
En ese sentido, los autores e investigadores aquí citados, sobre todo, de los últimos años, se han dedicado al triste propósito de asombrarnos con sus metáforas, tal como Borges se refirió a Oscar Wilde, resultando en este caso mejores en sus creaciones que los propios poetas a los que consideran mentalmente disminuidos, puesto que cuando hablamos de melancolía, insanía, histeria y manía, estamos hablando en un sentido figurado, metafórico, como cuando alguien declara que la economía, la sociedad o el país están enfermos.
Esto no significa que Szasz o quien habla neguemos la locura. Alteraciones involuntarias de conducta, las hay, pero su origen es endocrino, infeccioso, metabólico o neurológico, siendo por tanto enfermedades médicas y no mentales. El crimen, la violencia, el consumo de drogas y los conflictos personales e interpersonales, causa o consecuencia de un comportamiento enfermizo, tienen, todos ellos, una base real, racional y objetiva, formando parte del difícil camino del aprendizaje vital.
De lo que se trata, sencillamente, es que la locura no puede ser definida con ningún criterio objetivo, y menos con el término “enfermedad mental” ni ahora ni en el transcurso de la historia. Esto último lo probó Szasz con su segunda monumental investigación, La fabricación de la locura, de 1970, donde demuestra que, en la civilización occidental, el diagnóstico de locura sucedió al de posesión diabólica. Siguiendo la atrevida tesis de este autor, en el caso de Bellas y suicidas, antes eran brujas o poseídas, y su destino era ser quemadas en la hoguera. Hoy son locas, enfermas mentales o melancólicas, y su destino es ser internadas o minusvaloradas por su trastorno.
En tal sentido, Bellas y suicidas de Nora Alarcón representa, en realidad, una afirmación de la vida y del libre albedrío de la mujer creadora, que decide cuando irse de este mundo, nunca el padecimiento, lástima y conmiseración de la que son objeto por esta visión equivocada, que asocia al suicidio con la enfermedad mental, lamentablemente compartida por casi todos en nuestra sociedad.
Sostengo por lo tanto que catalogar a los poetas como enfermos mentales propensos al suicidio es una forma perversa de discriminación contra éstos y todos los escritores, prejuicio más infame todavía que el racial o sexual, pues éste se ha sostenido sin ninguna restricción ni llamada de atención durante siglos, teniendo a los poetas como seres de segunda categoría, pues, debido a su supuesta enfermedad, no saben apreciar la vida. De allí que llamarnos “melancólicos”, “maníacos” o “neuróticos” son términos ofensivos que nos afrentan, proferidos por personas “normales” a quienes nuestro comportamiento ofende, molesta o simplemente no lo entienden.
En tal sentido, siempre siguiendo a Szasz, desdeñar la profesión poética por la relación, supuestamente vigente, entre locura y creatividad, es una forma nefasta de control social contra la vocación literaria, pues así como la sociedad encierra a los mentalmente insanos, también reprueba o llama la atención a quienes tienen una conducta pacífica pero distinta, como por ejemplo los que buscan escribir versos, reprimiendo su creatividad al asociarla con una dolencia mental.
Con relación al libro que comentamos hoy, debemos ver el acto final de las poetas antologadas, como un elemento más de la condición humana, su “última y definitiva libertad”, al decir del autor ya citado. Estimo que, con su libro, Nora Alarcón se propone eliminar el estigma de morbilidad con que han sido tachados los suicidios de las poetas que reúne. Y si las ha reunido entre muchas otras, es por algo que las identifica. Creo que el denominador común de las poetas de Bellas y suicidas es lo que sostiene Thomas Szasz en su libro Libertad fatal. Ética y política del suicidio, que darse fin es
“una protección frente a un destino considerado peor que la muerte […] es una falacia atribuir el suicidio a las condiciones actuales del sujeto, sea depresión u otra enfermedad o sufrimiento. Quitarse la vida es una acción orientada al futuro, una anticipación, una red de seguridad existencial. La gente ahorra no porque sea pobre, sino para evitar llegar a ser pobre. La gente se suicida no porque sufra, sino para evitar un sufrimiento futuro”.
Despojarnos de esa mórbida fascinación por el suicidio en la literatura ayudará a ver a los creadores suicidas como personas sanas que tomaron una elección intrínseca a su humana existencia, del mismo valor de aquél que, padeciendo una grave enfermedad, lucha con todos los medios a su alcance por seguir viviendo. Bellas y suicidas debería ayudarnos en la discusión del “único problema filosófico verdaderamente serio”, como sostuvo Camus respecto al suicidio en su ensayo El mito de Sísifo, a contemplarlo sin reproche, sin prejuicio y sin incomodidad, no como muchos lo ven actualmente, y a los que Szasz condena en una contundente respuesta a Fernando Savater, en una entrevista que el autor de Ética para amador le hizo, señalando que
“El que no acepta y no respeta a los que rechazan la vida no acepta no respeta la misma vida. No se debe hacer vivir a quien no lo desee, ni impedirle que haga cosas que puedan acabar con su vida, ni mucho menos castigarle del modo que sea por no desear vivir”.
Para terminar, estas reflexiones, vertidas sobre el brillante libro de Nora Alarcón, no suponen, de ninguna manera, avalar un tipo específico de suicidios que vemos a diario en el Perú. Me refiero a los padres o esposos que matan primero a sus hijos, cónyuges, convivientes, y enamoradas, y luego se quitan la vida. Para mí es un modo cobarde y vil de evadir su propia responsabilidad. No es el caso, por cierto, de ninguna de las poetas antologadas en Bellas y suicidas. Encanalla y ensucia aquello que es una decisión libre y soberana, que no hace daño a nadie, deformándola terriblemente como un modo artero y siniestro de venganza contra otros, que pierden a sus seres queridos impunemente y se ven, por la coartada del suicidio, imposibilitados de llevar a la justicia al criminal.
Dice mucho, además, del poco valor de muchísimos hombres peruanos, de su falta de hombría, de su pequeñez y estulticia, que se atreven, eso sí, a violentar a sus mujeres, o a sus hijos pequeños e indefensos, y luego matarlos, pero carecen del coraje para hacerse responsables por ellos.
Ese coraje, inexistente en grandes sectores de mis congéneres es el que, por el contrario, tuvieron las poetas de Bellas y suicidas de Nora Alarcón. A ella, “la más bella de las musas”, como en el verso de Marina Tsvetáieva, antologado en su libro, le ofrezco estas palabras como un cálido homenaje, que es “una ciudad con sus campanas, y con ella le doy mi corazón”.
Muchas gracias
[1] Poeta y ensayista, nacido en Lima en 1972. Fue integrante de los Grupos Neón y Vanaguardia en los noventa. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca y Ciudad de Guatemala. Es autor de los libros En los sótanos del crepúsculo, Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002, Páginas libertarias, Rosa de los vientos, Libertad para todos y Políticas liberales exitosas 2. En el 2001 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El 2010 ha obtenido la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos Caminos de la Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su tercera edición. Poemas suyos fueron publicados en importantes antologías poéticas de España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú.
[2] Como sostienen las investigadoras venezolanas Myriam y Anais Marcano en su artículo Vinculación entre creatividad, arte y enfermedad en la actividad pictórica.
[3] De acuerdo con el ensayo del investigador mexicano Miguel Ángel Isais Contreras Del homicidio voluntario a la monomanía suicida.
[4] Al respecto, ver el artículo La enfermedad mental: un concepto anticuado, de Fernando Luis Gómez Sunday.
La propensión a considerar que hay una relación directa entre la enfermedad mental y la creatividad es tan antigua como el mundo. En la Grecia antigua, Aristóteles se preguntaba si “los hombres de genio, los grandes creadores, ¿no se encuentran precisamente entre los depresivos y los melancólicos?”; asimismo, el Estagirita sostenía que “muchas personas llegan a ser poetas, profetas y sibilas y (…) son buenos poetas mientras son maníacos, pero cuando curan no pueden escribir más sus versos”.
Sospecho que para no contradecir al gran filósofo y maestro de Alejandro Magno, otros pensadores de la antigüedad[2] han sido solidarios con este concepto y han acuñado diversos términos dedicados a enfatizar esta relación, como el “furor poético”, de Cicerón, y la “amable insanía” de Horacio. Por otra parte, en el libro La Anatomía de la Melancolía, escrito en 1621 por el escritor inglés y rector de la Universidad de Oxford Robert Burton, se creó y definió para el mundo moderno el concepto de la melancolía[3] “como un delirio compuesto por diversos síntomas, desde la manía al frenesí; un delirio acompañado de una insuperable tristeza, de un humor sombrío, de misantropía y de una decidida soledad”.
Este estudioso, quien acusaba al Diablo de ser el verdadero instigador detrás de los suicidas, afirmaba sin ambages en su obra que “todos los poetas están locos”.
Ahora bien, lo que durante mucho tiempo fue apenas una reflexión filosófica sugerente, o una afirmación devota, no exenta de cierta fascinación morbosa, se transformó en tema de estudios más serios desde hace más de doscientos años. Una primera confirmación (pseudocientífica, a mi juicio) fue el libro Genio y locura escrito en 1889 por el médico y antropólogo italiano Cesare Lombroso. En el artículo El club de los escritores suicidas, del autor conocido como Jacintario, se señala que Lombroso sostenía que:
“el genio artístico era una forma de desequilibrio mental hereditario y para apoyar esta afirmación, [Lombroso] se dedicó a coleccionar lo que llamó “arte psiquiátrico”, escritos, dibujos y pinturas realizados por pacientes encerrados en hospitales mentales. Lombroso también vinculó el genio artístico con la esquizofrenia, debido al alto índice de pacientes que sufrían de este mal y que lograban plasmar por medio de la expresión creativa, su atormentado y complejo mundo interior”.
Si bien muchas de las tesis de Lombroso fueron abandonadas por poco científicas, infundadas y, con el decrecer del positivismo científico, devenidas en anacrónicas, ésta en particular no sólo ha permanecido en el tiempo sino que ha pretendido ser confirmada con diversos estudios durante el siglo XX.
Un clásico en la materia es la investigación del médico británico Havelock Ellis llamada El estudio del genio británico, de 1904. El creador de los términos “homosexual” y “narcicismo” pretendió demostrar los altos porcentajes de insanía y melancolía existentes entre los poetas de lengua inglesa.
Más recientemente, el profesor de psiquiatría norteamericano Arnold M. Ludwig, El precio de la grandeza: resolviendo la controversia entre creatividad y locura, de 1995, donde estudió a más de 1,000 personalidades prominentes con 18 profesiones diferentes, 8 de ellas del área creativa y artística, encontrando que, entre los poetas, se había cometido suicidio hasta cinco veces más que en el resto de actividades.
Por otra parte, el psicólogo James C. Kaufman, en su artículo de 2003, El precio de la musa: los poetas mueren jóvenes, sostuvo –también con cifras– que los poetas mueren más jóvenes que los dramaturgos, novelistas y ensayistas, que las poetas se suicidan más que sus pares hombres y que todos ellos tienen una mayor disposición a las enfermedades mentales debido a las dificultades propias de su oficio, donde lograr un ingreso es imposible, se trabaja en soledad, en un mundo personalísimo, todo lo cual genera angustia, depresión, y la melancolía de la que hablamos anteriormente.
Todas estas afirmaciones, reflexiones y estudios, que a primera vista nos parecen contundentes, tienen un gran talón de Aquiles: las enfermedades mentales no existen. Luego los poetas no estamos enfermos. Y, si decidimos quitarnos la vida, lo hacemos por nuestra propia y personalísima voluntad, no por padecer de melancolía, depresión, histeria o neurosis.
Para sostener mi herético punto de vista quiero traer el pensamiento de un médico, psiquiatra, y psicoanalista libertario, contracultural y políticamente incorrecto, de ascendencia húngara – americana, Thomas Szasz[4]. En 1961, Szasz publicó El mito de la enfermedad mental, iniciando un debate mundial sobre las enfermedades mentales. Su premisa es simple pero contundente como el guijarro que arrojó David a la frente de Goliat: la mente no es un órgano anatómico como el corazón o el hígado. Por lo tanto, no puede haber, literalmente hablando, enfermedad mental.
A renglón seguido Szasz sostiene que, siendo la mente inasible e intangible, no hay manera real ni científica posible de establecer una relación de causalidad entre ésta y su trastorno; por lo tanto, si la causa del mismo es desconocida, ningún diagnóstico puede, en consecuencia, reflejarlo. Más todavía, las curas empleadas contra las enfermedades mentales se dirigen en realidad a incapacitar neurológicamente al paciente, porque no se puede “curar” un pensamiento, una emoción o una conducta, dado que ésta no puede ser diagnosticada.
En ese sentido, los autores e investigadores aquí citados, sobre todo, de los últimos años, se han dedicado al triste propósito de asombrarnos con sus metáforas, tal como Borges se refirió a Oscar Wilde, resultando en este caso mejores en sus creaciones que los propios poetas a los que consideran mentalmente disminuidos, puesto que cuando hablamos de melancolía, insanía, histeria y manía, estamos hablando en un sentido figurado, metafórico, como cuando alguien declara que la economía, la sociedad o el país están enfermos.
Esto no significa que Szasz o quien habla neguemos la locura. Alteraciones involuntarias de conducta, las hay, pero su origen es endocrino, infeccioso, metabólico o neurológico, siendo por tanto enfermedades médicas y no mentales. El crimen, la violencia, el consumo de drogas y los conflictos personales e interpersonales, causa o consecuencia de un comportamiento enfermizo, tienen, todos ellos, una base real, racional y objetiva, formando parte del difícil camino del aprendizaje vital.
De lo que se trata, sencillamente, es que la locura no puede ser definida con ningún criterio objetivo, y menos con el término “enfermedad mental” ni ahora ni en el transcurso de la historia. Esto último lo probó Szasz con su segunda monumental investigación, La fabricación de la locura, de 1970, donde demuestra que, en la civilización occidental, el diagnóstico de locura sucedió al de posesión diabólica. Siguiendo la atrevida tesis de este autor, en el caso de Bellas y suicidas, antes eran brujas o poseídas, y su destino era ser quemadas en la hoguera. Hoy son locas, enfermas mentales o melancólicas, y su destino es ser internadas o minusvaloradas por su trastorno.
En tal sentido, Bellas y suicidas de Nora Alarcón representa, en realidad, una afirmación de la vida y del libre albedrío de la mujer creadora, que decide cuando irse de este mundo, nunca el padecimiento, lástima y conmiseración de la que son objeto por esta visión equivocada, que asocia al suicidio con la enfermedad mental, lamentablemente compartida por casi todos en nuestra sociedad.
Sostengo por lo tanto que catalogar a los poetas como enfermos mentales propensos al suicidio es una forma perversa de discriminación contra éstos y todos los escritores, prejuicio más infame todavía que el racial o sexual, pues éste se ha sostenido sin ninguna restricción ni llamada de atención durante siglos, teniendo a los poetas como seres de segunda categoría, pues, debido a su supuesta enfermedad, no saben apreciar la vida. De allí que llamarnos “melancólicos”, “maníacos” o “neuróticos” son términos ofensivos que nos afrentan, proferidos por personas “normales” a quienes nuestro comportamiento ofende, molesta o simplemente no lo entienden.
En tal sentido, siempre siguiendo a Szasz, desdeñar la profesión poética por la relación, supuestamente vigente, entre locura y creatividad, es una forma nefasta de control social contra la vocación literaria, pues así como la sociedad encierra a los mentalmente insanos, también reprueba o llama la atención a quienes tienen una conducta pacífica pero distinta, como por ejemplo los que buscan escribir versos, reprimiendo su creatividad al asociarla con una dolencia mental.
Con relación al libro que comentamos hoy, debemos ver el acto final de las poetas antologadas, como un elemento más de la condición humana, su “última y definitiva libertad”, al decir del autor ya citado. Estimo que, con su libro, Nora Alarcón se propone eliminar el estigma de morbilidad con que han sido tachados los suicidios de las poetas que reúne. Y si las ha reunido entre muchas otras, es por algo que las identifica. Creo que el denominador común de las poetas de Bellas y suicidas es lo que sostiene Thomas Szasz en su libro Libertad fatal. Ética y política del suicidio, que darse fin es
“una protección frente a un destino considerado peor que la muerte […] es una falacia atribuir el suicidio a las condiciones actuales del sujeto, sea depresión u otra enfermedad o sufrimiento. Quitarse la vida es una acción orientada al futuro, una anticipación, una red de seguridad existencial. La gente ahorra no porque sea pobre, sino para evitar llegar a ser pobre. La gente se suicida no porque sufra, sino para evitar un sufrimiento futuro”.
Despojarnos de esa mórbida fascinación por el suicidio en la literatura ayudará a ver a los creadores suicidas como personas sanas que tomaron una elección intrínseca a su humana existencia, del mismo valor de aquél que, padeciendo una grave enfermedad, lucha con todos los medios a su alcance por seguir viviendo. Bellas y suicidas debería ayudarnos en la discusión del “único problema filosófico verdaderamente serio”, como sostuvo Camus respecto al suicidio en su ensayo El mito de Sísifo, a contemplarlo sin reproche, sin prejuicio y sin incomodidad, no como muchos lo ven actualmente, y a los que Szasz condena en una contundente respuesta a Fernando Savater, en una entrevista que el autor de Ética para amador le hizo, señalando que
“El que no acepta y no respeta a los que rechazan la vida no acepta no respeta la misma vida. No se debe hacer vivir a quien no lo desee, ni impedirle que haga cosas que puedan acabar con su vida, ni mucho menos castigarle del modo que sea por no desear vivir”.
Para terminar, estas reflexiones, vertidas sobre el brillante libro de Nora Alarcón, no suponen, de ninguna manera, avalar un tipo específico de suicidios que vemos a diario en el Perú. Me refiero a los padres o esposos que matan primero a sus hijos, cónyuges, convivientes, y enamoradas, y luego se quitan la vida. Para mí es un modo cobarde y vil de evadir su propia responsabilidad. No es el caso, por cierto, de ninguna de las poetas antologadas en Bellas y suicidas. Encanalla y ensucia aquello que es una decisión libre y soberana, que no hace daño a nadie, deformándola terriblemente como un modo artero y siniestro de venganza contra otros, que pierden a sus seres queridos impunemente y se ven, por la coartada del suicidio, imposibilitados de llevar a la justicia al criminal.
Dice mucho, además, del poco valor de muchísimos hombres peruanos, de su falta de hombría, de su pequeñez y estulticia, que se atreven, eso sí, a violentar a sus mujeres, o a sus hijos pequeños e indefensos, y luego matarlos, pero carecen del coraje para hacerse responsables por ellos.
Ese coraje, inexistente en grandes sectores de mis congéneres es el que, por el contrario, tuvieron las poetas de Bellas y suicidas de Nora Alarcón. A ella, “la más bella de las musas”, como en el verso de Marina Tsvetáieva, antologado en su libro, le ofrezco estas palabras como un cálido homenaje, que es “una ciudad con sus campanas, y con ella le doy mi corazón”.
Muchas gracias
[1] Poeta y ensayista, nacido en Lima en 1972. Fue integrante de los Grupos Neón y Vanaguardia en los noventa. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca y Ciudad de Guatemala. Es autor de los libros En los sótanos del crepúsculo, Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002, Páginas libertarias, Rosa de los vientos, Libertad para todos y Políticas liberales exitosas 2. En el 2001 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El 2010 ha obtenido la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos Caminos de la Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su tercera edición. Poemas suyos fueron publicados en importantes antologías poéticas de España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú.
[2] Como sostienen las investigadoras venezolanas Myriam y Anais Marcano en su artículo Vinculación entre creatividad, arte y enfermedad en la actividad pictórica.
[3] De acuerdo con el ensayo del investigador mexicano Miguel Ángel Isais Contreras Del homicidio voluntario a la monomanía suicida.
[4] Al respecto, ver el artículo La enfermedad mental: un concepto anticuado, de Fernando Luis Gómez Sunday.
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