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El gran vate, sonriente, al lado izquierdo. |
ALBERTO HIDALGO
Alberto Hidalgo. Con quién no se peleó el arequipeño. Se
metió con todos, no respetó a nadie. Se manejaba un ego descomunal que lo llevó
a postularse al Premio Nobel de Literatura. En una oportunidad en que estuve de
visita en la casa del poeta Arturo Corcuera, en Santa Inés, me contó que allá
por inicios de los sesenta llegó desde la Argentina , donde estaba afincado, el poeta
Hidalgo. Por esos años Corcuera tenía un carro que bautizó con el nombre de
Platero, en él llevó de paseo a Hidalgo hasta el balneario de Ancón (territorio
exclusivo de las clases más pudientes); por iniciativa del arequipeño se
bajaron del carro y se bañaron para “orinarle la playa a los aristócratas
limeños”. Hidalgo tuvo una vida signada de muchísimas anécdotas, algunas de
ellas sabrosas, como esta que cuenta el mismo Corcuera en una entrevista:
“Había unos choques enormes (con los apristas), sobre todo con Alberto Hidalgo.
Una vez, él llegó a dar un recital en San Marcos y se armó la “trompeadera”.
Estábamos Alejandro Romualdo, César Calvo, Tomás Escajadillo y yo. Imagínese
esa fuerza de choque, ¡de lo más frágil! Pero hubo un gesto de Alberto
Valencia, que en esa época comandaba a los apristas y que siempre recordaremos.
Él decía: ‘A los poetas los respetan', pero a Hidalgo lo odiaban porque era
provocador, había escrito cosas horribles contra Haya; entonces, los apristas
empezaron a gritar: ‘¡Abajo los traidores! ¡Abajo los traidores!’. Y él, desde
la baranda, dijo, ‘efectivamente, abajo están los traidores’. Ahí le empezaron
a tirar huevos podridos, que le cayeron a Gustavo Valcárcel, quien también
estaba ahí. Un poco le salpicó a Hidalgo; entonces, Romualdo le dijo, ‘ahora
eres Hidalgo de la mancha’ (ríe). Tuvimos que escapar por los techos”.
Pueden ver éste y otros textos en el blog de Orlando Granda.
Pueden ver éste y otros textos en el blog de Orlando Granda.